El fantasma de los Pomar nos persigue.

En Noviembre del año 2009 una familia compuesta por padre, madre y dos de sus hijas apellidados Pomar viajaba desde José Mármol a la ciudad de Pergamino para asistir a una entrevista laboral. En el medio de ese viaje el auto con la familia en su interior desaparece ¿dónde están los Pomar? Esa fue la pregunta que se hizo la familia, la justicia, los periodistas, la sociedad entera. El caso tuvo una trascendencia tal que obligó al ministro de seguridad a viajar a la zona, a los medios de comunicación a enviar a sus corresponsales al lugar y todos los ciudadanos de a pie a seguir el caso minuto a minuto. La justicia realizó todos los rastrillajes habidos y por haber, los periodistas entrevistaron a cuanto personaje había visto aunque sea de lejos a Fernando Pomar, y todos nosotros vimos y recontra vimos y analizamos y recontra analizamos el video del peaje que mostraba a la ya famosa familia por última vez.
Desde que apareció la noticia todos los actores antes mencionados desatamos un festival de posverdades con bombos, platillos, pitos y flautas. Podemos decir que el Watergate nos dejó muchas cosas y entre ellas, este concepto: el de posverdad. Esa verdad que nos es verdad pero podría serlo con el sólo sentimiento de quien lo dice. Siento que esta es la verdad, apelando a mis sentimientos, mis experiencias y mis creencias, por lo tanto no necesito confirmar nada, es la verdad. En realidad eso la posverdad. De la desaparición de la familia Pomar se dijo que tuvieron un accidente, que los asaltaron, que se escaparon del país, que los vieron paseando en shopping en otra provincia, que estaban agobiados de deudas y escaparon, que los secuestraron del cartel de Sinaloa, que los secuestraron extraterrestres y hasta que el padre era un golpeador y los había matado a todos. Un festival de posverdades con bombos, platillos, pitos y flautas. 
A casi un mes de la desaparición y a pesar de haber descartado la hipótesis del accidente habiendo hecho todos los “rastrillajes pertinentes”, tanto terrestre, aéreo, con perros, con caballos, con lanchas, con helicópteros y por todos los centímetros de ruta por los que habían pasado, el 8 Diciembre encontraron a 50 metros de la ruta ultra revisada y debajo de unos yuyos al auto chocado y a los 4 integrantes de familia Pomar muertos. Si, no sucedió lo que todos creíamos que había sucedido, sucedió lo que era más simple de pensar pero más difícil de vender por la prensa y de creer por los opinamos de absolutamente de todo. Había sido un accidente. Y quizás si no nos hubiésemos dejo llevar por nuestros sentimientos, experiencias, creencias y corazonadas y nos hubiésemos pegado a los pocos elementos firmes y a una hipótesis insulsa se podría haber encontrado a Gabriela, la madre, aún con vida. Sin embargo mientras ella agonizaba a unos metros un policía buscaba rastros de ovnis, un periodista contaba las conexiones de la familia con el narcotráfico internacional y nosotros la veíamos por TV diciendo “Mira esa cara, esos gestos, seguro se viola a los hijos”. La realidad se reveló y nadie salió a pedir disculpas, no se logró desarticular la posverdad, porque “¿Quién puede obligarme a mí a no pensar lo que quiero?” porque “Una cosa no quita la otra” porque lo que uno siente parecía ser más real que la realidad misma.
Pasaron 8 ocho años de aquel episodio y mucha agua debajo del puente de los argentinos ¿y qué aprendimos de este caso y la posverdad en el transcurso de todos estos años? La respuesta los sorprenderá.
El 1 de Agosto de este año durante una represión por parte de gendarmería para desalojar una ruta cortada por mapuches, desaparece un joven que participaba de la manifestación ¿dónde está Santiago Maldonado? Esa fue la pregunta que se hizo la familia, la justicia, los periodistas, la sociedad entera. Y aunque pareciera inverosímil, y aunque podemos decir que no debemos tropezar con la misma piedra, los actores antes mencionados desatamos un festival de posverdades con bombos, platillos, pitos y flautas. El ministro de justicia fue a la zona, los medios enviaron a sus corresponsales, los políticos levantaron un cartel con su cara, y nosotros lo seguimos minuto a minuto por medios, redes, manifestaciones, pintadas en las paredes, remeras, bolsos y cuanta charla tuviéramos. Se dijo que se ahogó, que lo hizo desaparecer la gendarmería en un camioneta blanca, que se les fue la mano e hicieron desaparecer el cuerpo, que estaba secretamente en Chile, que era un agente encubierto de las FARC, que los vieron paseando por Entre Ríos, que pasó a la clandestinidad, que unos políticos le pagaron para ensuciar el gobierno de otros políticos, que nunca estuvo en el lugar, que estaba guardado en una heladera.
Un verdadero festival, sólo que esta vez el fantasma de los Pomar nos sobrevoló para seamos aún más recargados de los fuimos con ellos. Un grupo de maestros consideró que era necesario enseñarse a sus alumnos de 10 años su posverdad y en pleno acto, mientras los chicos veían los tres chanchitos un grupo de actores disfrazados de gendarmes les pegaron y se los llevaron a la fuerza. Un grupo de periodistas consideró que era necesario que la población esté alerta de los peligros de su posverdad y entrevistó a psicólogos para que nos ayuden a no tener miedo a desaparecer en un Estado que desaparece personas. Un grupo de políticos de todos los colores, razas y carteles expuso su posverdad “que vivimos en una dictadura” “que el cadáver está como el de Walt Disney” “que la familia está polítizada”. Los maestros pudieron haber elegido enseñar cómo el Estado es responsable de nuestra seguridad seamos quienes seamos y pase lo que nos pase, los periodistas podrían haberse sentado en la búsqueda de la verdad para saber dónde estaba y qué le había pasado a Maldonado y los políticos podrían haber traído calma a la familia, a la sociedad e investigar cómo se debe manteniendo una cautela prudencial. Sin embargo todos eligieron pararse en su posverdad y con ellos todos nosotros que llenamos de carteles las calles, repetimos sloganes, armamos santuarios y lloramos convencidos cada uno con nuestra posverdad.
Pareciera que a nosotros cuando un hecho nos interpela debemos decir nuestra posverdad incluso como una exposición de nuestros valores. No me importa qué pasó, yo de este hecho pienso que pasó esto porque creo que este actor actúa de la manera que yo creo. En otras palabras: yo creo que Santiago era un idealista porque era tatuador y llevaba una vida hippie y no me importa lo que me digan yo creo que la gendarmería es represora porque hace 35 años tuvimos una dictadura sangrienta y todo lo que lleva botas es represor, por lo tanto lo torturó. De esta forma vemos que la posverdad no es una exposición de nuestros valores sino una exposición de nuestros prejuicios, preconceptos y estereotipos. Podemos deducir los ideales de Santiago con sólo ver una foto y escuchando los testimonios de las personas que más lo querían. Y podemos deducir la actuación de una fuerza pública por la historia que nos condena, aunque la mayoría de los gendarmes haya nacido en el año 1994, cuando ya hacía una década que había finalizado fatídico hecho. Me han increpado aludiendo que “no puede hacer desaparecer un pibe que luchaba por sus ideales”, ahora alguien que está en su casa mirando la tele sin hacer nada si puede, lo mismo ocurre con un tipo que vemos por la cámara del peaje que tiene cara de golpeador, como Pomar, o 44 pibes de las provincias más pobres porque pertenecen a una institución genocida. Porque la posverdad desnuda nuestros prejuicios y nuestros prejuicios desnudan que, a pesar de luchar por la igualdad, preferimos un mundo con ciudadanos de primera que no pueden desaparecer por lo que son y ciudadanos de segunda que no importaría si desaparecen, también por lo que son.
Hoy a casi 4 meses de la desaparición de Santiago Maldonado sabemos que todo lo que dijeron y dijimos fue un festival de posverdades con bombos, platillos, pitos y flautas y que la hipótesis más insulsa era la real y que otra vez nadie salió a pedir disculpas por creer lo que se le antoja hacerlo pasar por real. Como si los años no nos trajeran ni un poco de sabiduría, como si el fantasma de los Pomar siguiera presente nuestra forma de actuar.
Cuando cuestionamos la utilización de una tragedia, como la desaparición de alguien, no cuestionamos a ese alguien sino a todo lo que lo rodea y entre ello se encuentra esos sentimientos y creencias que salimos a gritar para que se transformen en reales, esas posverdades. Posverdades que alguna vez tendríamos dejarlas guardadas en cajón para Santiago Maldonado y la familia Pomar dejen de ser fantasmas acechándonos y descansen en paz.   

Publicado por Juani Martignone

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