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Quemar las naves antes de tiempo

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La militancia político partidaria hoy se hace a través de las redes sociales. Instagram nos pide una foto en la universidad pública y todos salen corriendo a buscarla para postearla y que el sueño caiga plácido a la noche con la satisfacción del deber cumplido, de haber puesto su granito de arena para algo más grande que se hará realidad a medida que más gente se sume al juego que Mark Zuckerberg nos vende, ilusoriamente, como la democracia de las redes. Si algo me han enseñado las lecturas marxistas es que el comercio nunca es democrático porque las minorías quedan afuera, luego los marxistas se encargaron de demostrarme, con la historia, que a ellos tampoco les hacía gracia un sistema de gobierno democrático donde se sigue el rumbo de la mayoría respetando a quienes piensan diametralmente opuesto. La salida a mansalva de gente usando las redes sociales de Meta, llenan los bolsillos de Zuckerberg, pero la realidad ni se mosquea, eso sí, miles de usuarios se sentirán comprometidos con

Sin lugar para la mediocridad

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En un evento familiar, entre copas veraniegas al rayo del sol y más comida de la que uno puede comer habitualmente, me llegó la pregunta que había olvidado junto el día que asumí ser un homosexual hecho y derecho y sin vuelta atrás: “¿Y? ¿para cuándo los confites?”. En el camino pedregoso de vivir abiertamente la homosexualidad, un estereotipo me guio, pero también firmé un manual de renuncias a los ritos clásicos que consagran los valores del Dios, de la patria, y de la familia; heterosexual, por supuesto. Casamientos, despedidas de soltero, lunas de miel, hijos, chats de mapadres, casas color pastel con jardines amplios para que los niños revoloteen con un Golden retriever, son la wishlist de otros que conforman esta tradición que hoy osamos llamar heteropatriarcado; y que de tan ablandado el concepto, de pasar de mano en mano, se olvida o se menosprecia. Los intentos del mundo heterosexual por asfaltar los caminos hacia la igualdad viraron a espejos de ellos mismos: nos aceptan en

La devaluación democrática

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Voté por primera vez año 2001, a los 18 años (en aquella época esa era la edad permitida para votar), en un país regado de nafta con chispas siempre a punto de prender; que luego de haber metido mi voto desesperanzado en la urna, una prendió, llevó a la otra y el reguero incendió por completo una ciudad, un país, una economía, un sistema político. Este bautismo de la vida electoral lacrado con fuego y muertos me marcó un límite de hasta dónde puede llegar el hartazgo cuando la política sólo gira en torno a su ombligo. A la vez, cuando se retiraron los cadáveres de Plaza de Mayo, se limpió la sangre y se estabilizó el sillón de Rivadavia, sentí un tipo de orgullo de la sociedad y Estado en el que vivía, porque ante el retumbar autoinfligido de sus propias bases, la salida elegida fue la salida democrática; el sueño de Alfonsín se mantenía vivo. A diferencia de otras crisis, no menos graves, la sociedad o la oposición no salió a golpear las puertas de los cuarteles, prendió la tele y par

Ayer un viaje, hoy una marcha, mañana una elección

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Gaspar, el gordito tucumano que te recibe en el consulado argentino en Tokio, con simpatía exagerada y hambre de hablar en argentino y contarle a quien sea que su devoción por los videojuegos lo llevó ahí, dice que Osaka es a Tokio, lo que Córdoba es a Buenos Aires; "en el fondo, no es el verdadero Japón: el de los ninjas y las geishas" decreta. Es justamente desde Osaka de dónde sale mi tren rumbo a Nara, una ciudad pequeña, en la banquina de las guías turísticas, como última opción, la que hay que hacer si hay tiempo, es una ciudad con zonas que quedaron estancadas en el año 700, rodeada de bosques, ciervos salvajes domesticados por turistas eufóricos de fotos, lagos y santuarios carcomidos por un verdín que se vuelve fluorescente cuando un rayo de sol logra atravesar la espesura de los árboles rojos de momiji; el verdadero Japón: el medieval, el que Gaspar transita en sus escenarios de juegos de Playstation, el que nos mostró, en blanco y negro, Kurosawa en su cine de pul

Una caja de herramientas peronistas

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A esta altura de la soirée sería bastante estúpido hacerse el pelotudo y no reconocer que vivimos en un país en decadencia, sin embargo, algunos lo siguen negando. Las afirmaciones de que somos un país rico, las noticias que cuentan de un yanqui que conoció Argentina y se quedó a vivir por lo enamorado que quedó del país, que somos campeones del mundo, que Messi, Favaloro, Borges, que la UBA rankeó entre las mejores universidades de Latinoamérica, se contrastan con un país que, para ser buenos y acotar la mirada, evitando desarrollar el germen del pecado original, desde la crisis del 2001 lo único que ha hecho fue decaer en todos sus índices, con más o menos sensación de estar flotando y con pequeñas flotaciones efectivas, pero que al seguir con la herropea y el grillete en el pie, tarde o temprano íbamos a seguir hundiéndonos. Hoy que no hay un solo índice que se muestre positivo, a pesar de que el gobierno y sus militantes finjan demencia, es más fácil de verlo, pero creer que esto

El método Freijo

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Primera aclaración: la realidad no pasa por Twitter, no solo eso, tampoco moldea la opinión pública por más trending topic que nos quieran convencer que se impone. Segunda aclaración: cada uno juega con Twitter con las reglas que quiere, eso sí, cuando adopta una forma de jugar, después es difícil bajarse de esa ola y pretender que ahora se te juzgue con otras reglas. Twitter puede ser despiadado si te atreves a jugar fuerte. Básicamente, es una red de adultos, no está preparada para esos niños de cinco años que te van cambiando las reglas del juego, a medida que avanza, para ganar o salir bien parado. Hago todas estas aclaraciones previas porque el escándalo escandaloso que, en teoría (y esto lo digo yo, porque parte de una sensación personalísima), escaló a niveles de violencia inusitados y toco el corazón de peces gordos de verdad, hasta llegar al punto que, como en Los Simpsons, fue necesario cambiar a una familia de locación y si es posible de identidad. El disclaimer inicial e