Cuando no importa qué sino quién
Existe
una forma de argumentar que tiene un nombre muy de esos nombres que son lindos
de decir porque parece que hablamos en difícil: el argumento ad hominem. Viene
del latín (como no podía ser de otra manera con ese nombre) y significa “contra
el hombre”. En realidad un argumento ad hominem es cuando se descalifica una
afirmación o un hecho, no por la cosa en sí sino por quien lo emite. Para ser
más claro vamos con un ejemplo. Mi vecino es un malhumorado que está todo el
día renegando, un martes a las 2 de la madrugada estoy a todo lo que da con la
música porque es mi cumpleaños y el buen vecino me golpea la puerta y me pide
que baje la música porque no son horas, es un día laborable y necesita dormir.
Si yo dijera “usted no tiene razón porque siempre que lo veo está amargado”
estaría justificando mi accionar con un argumento ad hominem. Por más que me
pese, el reclamo del señor es válido, sólo que yo lo descalifico porque sé de quién
viene, un vecino amargado.
Esta
forma de argumentar nuestras discusiones está muy pero muy arraigada y aunque
muchos crean que es una forma válida para la discusión (“yo no voy a reconocer
nada que venga de tal persona”) para la lógica y el pensamiento científico este
argumento es una falacia.
El
último 25 de Diciembre nos enteramos por la filtración de un video en las redes
que el director técnico de la selección argentina, Jorge Sampaoli, tuvo una
discusión con un agente de tránsito en la que lo descalificó y denigró tanto
por la posición que el agente ocupa como por el trabajo que hace. Repudiable,
muy repudiable. Pero ¿cuál fue el argumento de parte de la prensa y de gran
parte de la sociedad? “El tipo es un maleducado porque es K, como todos los K”
¿acaso importa en este caso cuál es la convicción política de este hombre? El
hombre se comportó como un ordinario, desagradable, e insisto, es muy
repudiable, pero por lo que hizo, no por lo que es. Ahí debe residir nuestro
repudio, en que el acto es repudiable sea quien sea, no importa si lo dijo un
kirchnerista o un macrista, es un maleducado igual. Sin embargo en cada repudio
que realicé a este acto que considero que nos hace daño como sociedad, recibí
una respuesta haciendo mención a su simpatía política. Todos argumentos ad
hominem.
Unos
días después, el 29 de Diciembre, en Mar del Plata la gobernadora de la
provincia de Buenos Aires María Eugenia Vidal, baja de su auto en medio de un
piquete que le estaban realizando, discute con los manifestantes y ellos terminan
declinando de su actitud. Acto que para una mujer a la que corrieron con el
apodo de Heidi por sus formas y tonos, le valió la puesta en escena de una
discusión que se viene dando, por suerte, hace tiempo en nuestro país: la
cuestión de género y los espacios de poder. Tema que no voy a profundizar en
este post para no salir del hilo que nos lleva. Pero ¿Cuál fue la reacción a
este tema de algunos sectores políticos o sobre todos de un sector del
feminismo (o feminismo de Schrödinger como diría el twittero Gustavo
Beaverhausen)? “Es Vidal, no me gusta su gobierno, este tema no puede abrir ese
debate tratándose de quien se trata” Interesantísimo fue el silencio de la
autoproclamada feminista Malena Pichot, pero más aun el cruce y parada de carro
de la periodista Sandra Russo a la dirigente Gabriela Cerruti por elogiar una
actitud de alguien que es su enemigo, y que luego se comprueba muy claramente
en el texto colgado en la página de Facebook de “La Batalla Cultural” (que
recomiendo lean por completo porque se entiende mucho más claro a lo que me
refiero) donde entre cosas dice “María Eugenia Vidal no es mujer ni
hombre desde el punto de vista de los subalternos. Vidal es dirigente de la
fuerza política de la clase dominante y, por lo tanto, es enemiga de los
pueblos”. El problema no es la
cuestión de género sino quién es la que desata esta cuestión. Todos argumentos
ad hominem.
Como
estos ejemplos encontramos miles en los que los argentinos vamos saltando de
argumentos ad hominem en argumentos ad hominem, o sea, vamos saltando de
falacias en falacias. Pero tampoco tenemos que irnos a casos tan resonantes,
pensemos en pequeños casos cotidianos. Para poner un ejemplo muy simple, hace unos
pocos días un pequeño post que hice en Facebook se me refutó con un “Vos antes
decías…” en definitiva el problema no era lo que decía sino que lo decía yo.
Los
argumentos ad hominem no suman a los debates, los empobreces por el simple
hecho de ser falaces y las falacias son tan tramposas que si nos agarran
desprevenidos caemos en ellas.
Esta
es la primera publicación del 2018 y deseo para este año debates más ricos
donde discutamos el qué y no el quién.
Publicado
por Juani Martignone
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