No sólo parecerlo sino serlo

Hace unos días nos enteramos que un funcionario del actual gobierno tenía a una de sus empleadas con una parte de su sueldo en negro, la había hecho ingresar a la planta de un sindicato a modo de aumento encubierto, y como si fuera poco, no había realizado los aportes previsionales durante los últimos seis meses. La gravedad de todo este asunto, que es mucho más común de lo que nos imaginamos, es que ese funcionario es nada más y nada menos que el ministro de trabajo de nación. Si, la persona encargada de velar porque cada empleador tenga a su personal en blanco, haga los aportes como corresponde o no se mande ninguna de esas jugarretas típicas para pagar menos de lo que corresponde.
Para ser fieles a la realidad es justo que digamos que tuvimos ministros de economía que nos instaban a repatriar nuestros ahorros mientras ellos guardaban toda su platita en el exterior o presidentas que decían estar del lado de los menos tienen adentro de un vestido que costaba un auto cero kilómetro y con una cartera colgada que costaba un dos ambientes en Caballito, o funcionarios que se auto proclamaban nacionales y populares twitteando desde el extranjero y elitista IPhone.
Pareciera ser que en el mundo de la política el discurso va por un camino y los hechos por otro muy distinto, el contrario diría. Pareciera ser entonces que en el mundo de la política ser es muy distinto a parecer. Pero ¿sólo sucede en el mundo de la política? Varias veces escuchamos que ellos son un reflejo de la sociedad que representan, y como acá intento poner las luces sobre la sociedad me pregunto ¿acaso la sociedad tiene también ese vicio de de no ser lo que parece? ¿Acaso no somos lo que decimos o anhelamos ser? ¿Cuánto hay de nuestro discurso volcado a hechos concretos? ¿Profesamos esa idea que llevamos bien alta como estandarte? ¿O somos uno más de esos que le dicen al mundo en qué sentido debe girar el planeta y puertas adentro giramos en sentido contrario?
Dejando de lado al clásico defensor de la industria nacional que apenas tiene la oportunidad se compra un teléfono más yankee que el Tío Sam o una prenda cosida por esclavos en Cambodia a $2, la sociedad argentina está repleta de gente que promueve un discurso que no lleva a la práctica. El ejemplo que a mí me da más efecto son algunas políticas públicas. Si le preguntamos a una persona de mediana edad, de clase media, con niveles de estudios medios sobre salud o educación pública me atrevería a decir que el 80% no se opondría, al punto de considerar como terrible la idea de que alguien pudiera morirse de un resfrío (literalmente morirse) por no tener dinero para acceder a una cobertura médica, o parecerle altamente segregador que a mayor nivel económico, mejor nivel educativo. Una vez que hayan escuchado sus argumentos con atención pregúntenle a qué colegio fueron, o qué cobertura médica tienen. La respuesta les sorprenderá, o no, pero todos esos hermosos y a veces románticos argumentos se van a haber esfumado en el aire cuando nos enteremos desde dónde se para quien nos habla. O mejor aún nos dará una idea más concreta de hasta qué punto su discurso lo hace carne. Si sucede que la sus ideas coinciden con sus actos auguro una profunda y hermosa charla basada en los valores e ideales. Ahora bien, si no coinciden estamos frente al mismo caso que el ministro de trabajo con su empleada en negro.
Si existe algún grado de culpa en quien nos habla, inmediatamente después que quede expuesta su incompatibilidad con su discurso arrojará una serie de excusas que pretenderá justificar por qué su caso es una excepción: “Los ascensores no funcionan” “No hay bancos, tenes que sentarte en el piso” “te internan en un pasillo porque no hay camas” son algunas, pero la que a mí modo de ver la más cínica es “Yo que puedo pagar elijo hacerlo para no quitarle el lugar a quien no puede”. Las anteriores mostraban una simple oposición entre el discurso y los hechos, ahora esta última demuestra  o bien que pretendes una sociedad con gente de primera y gente de segunda o que tu discurso es sólo eso, un discurso. Sino ¿Cómo se pretende luchar por ciertos ideales fuera de ellos? ¿Cómo pretendes un Estado con excelente salud pública si gastas fortunas para tener una prepaga que en el caso que te tengan que internar puedas tener una habitación para vos solito con baño privado y LCD con cable Premium? ¿O lo haces porque podes? ¿Cómo pretendes fomentar la industria nacional yéndote afuera a comprar tecnología barata? ¿O lo haces porque podes? ¿Cómo pretendes bajar el empleo negro teniendo a tu propia empleada en negro?  ¿O lo haces porque podes? Si así fuera, no estamos hablando de ideales sino de posibilidades. Y cuando de posibilidades se habla, uno tiene todo aquello que puede, en cambio cuando de ideales se habla uno tiene sólo aquello que es compatible con sus ideales a pesar de poder tener mucho más.
Algo muy distinto sucede en otras clases. Por lo general las clases altas están convencidas que los mayores crecimientos, en todo sentido, se dan cuanto mayor sea el crecimiento económico y lo expresan en sus discursos. Son honestos consigo mismos. Y curiosamente las clases más bajas creen lo mismo ¿Por qué? Porque ven que esas personas que mejoran apenas un poquitito su condición económica lo primero que hacen es migrar al ámbito privado con esa excusa filantrópica de dejarle el lugar al otro para seguir manteniendo ese manifiesto de ideales. Ideales que no llegan como quisieran porque si yo veo que alguien me indica que el camino es por la izquierda voy a esperar que ese alguien no se tiente ni con dinero, con lujos, ni con edificios bonitos. Si lo viera virar para la derecha me daría a pensar que en esa dirección hay algo mejor, tanto mejor que hasta el mismísimo que me pide que vaya a la izquierda elije para sí y para los suyos la derecha. Quizás es por eso que aquellos que se autoproclaman comunistas apenas pueden se compran un auto y no pisan nunca más un transporte público porque la vida en comunidad, con el respeto, los espacios, los olores, los colores, las formas, los humores y todo ese crisol que nos encontramos en un bondi no es sencillo de llevar.


El discurso por sí solo no tiene valor fáctico, la palabra caballo no relincha. Si sólo nos preocupamos por parecer y no por ser la figura de la serpiente que se muerde la cola será nuestro reflejo cada vez que nos quejemos de aquellos políticos que dan discursos rimbombantes y puertas adentro practican todo lo contrario.

Publicado por Juani Martignone

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