Esa herida que decimos que duele
Existen algunos momentos muy
puntuales en los un argentino explota y exuda nacionalismo del más esencial
(por no decir básico) llevándose todo por delante y haciendo gala de sus dotes
de los mejores del mundo, cualidad por la que somos bastante odiados en exterior
y me atrevería a decir que sobre todo en Latinoamérica. Uno de esos momentos es
sin dudas el mundial de fútbol, otro podrán ser las elecciones si es que ganó
el partido al que votaste (experiencia por la que nunca pasé) pero hay uno que
es el que siempre me llamó poderosamente la atención, y fue todo lo relacionado
a la guerra de Malvinas. Pregúntenle a un yankee si existe algo más efectivo
que una guerra para sacar al patriota más irracional que vive en vos.
El último 2 de abril hice algo
que cualquier hijo del Tío Sam argentino (¿Roca?) hubiera repudiado
enérgicamente hasta quitarme la nacionalidad argentina. El último 2 de abril
estaba en Londres, si Londres, “el imperio ladrón que nos robó las Malvinas y
nos mató a nuestros pibes”, por ende yo en este caso pasé ser un traicionero de la sangre ¿Cómo un día
tan profundamente argentino en dónde debemos odiar más que nunca los ingleses me la pasé dando vueltas por Piccadilly
Circus, comiendo fish and chips, tomando un té Earl
Grey y luego entrando a ver una obra al Prince of Wales Theatre?
Sólo un verdadero vende patria hace eso. Y no importa si entré a Europa con mi
pasaporte argentino haciendo esas colas eternas a pesar de haberme negado en
varias oportunidades a sacar la ciudadanía italiana cuando tengo a una abuela
viva que es italiana.
La nacionalidad del argentino se
mide por lo fuerte que festejas un gol de argentina a los ingleses o a los
brasileros o por la potencia del “las Malvinas son argentinas” que postees en
Facebook. Ahora si cuando en este país de crisis cíclicas y constantes apenas
el cielo se puso gris y fuiste corriendo a hacerte ciudadano europeo por un
tatarabuelo lejano que murió hace 150 años, no significa que desconfias de tu
país, pasas a ser precavido porque desconfias de la gente que hace tu país y en
apariencia eso es distinto. Un ser nacional es mucho más nacional cuando guarda
un profundo amor por cosas inanimadas como un pedazo de tierra o una camiseta
de la selección, o una bandera, o una escarapela. Parece que si quisiéramos
definir a un ser nacional con elementos tales como valores, historias,
objetivos, o bien común, estamos al horno, nadie se atreve. Siempre creemos que
el argentino tiene los valores tergiversados. Muy pocos saben de la historia
que nos trajo hasta acá, salvo algunos axiomas como Sarmiento nunca faltó a la
escuela, Roca era un genocida, los milicos todos asesinos. Si de objetivos
hablamos tendríamos que cambiar la palabra nacional por la palabra personal,
mandar a tus hijos a la escuela privada, tener una casa en el country, ir de
compras a Miami. Y el bien común que nos importa es sólo aquel que le sucede a “los míos”, los otros que se
mueran, quizás sea por eso que tenemos un máster en crear grietas, ya sea
políticas, de amantes del invierno y amantes del verano, de gustos de helado,
etc, etc, etc.
Si somos seres nacionales tenemos
que querer con ansias ese pedazo de tierra en el Atlántico Sur que nunca pisó
un argentino ni por equivocación ¿Para qué? Porque cuantos más símbolos
inanimados tengamos más nacionales seremos ¿O acaso necesitamos esas tierras
porque la Argentina tiene un problema territorial? Diría que no, tenemos un
país extensísimo que ni siquiera podemos habitar, de norte a sur en nuestras
tierras viven la misma cantidad de personas que viven en la ciudad de Sao
Paulo. Es cierto que las Malvinas tienen mucho petróleo, entonces ¿es el
problema de la Argentina un problema de recursos naturales? Me atrevo
nuevamente a decir que no. Tenemos las reservas más grandes de gas natural,
grandes extensiones de salinas, minerales a rolete, siempre se está encontrando
petróleo y del 4% del agua potable del mundo un 3% corre bajo los pies de los
argentinos ¿y qué hacemos con esos recursos? Primero nos sirven para encender
la llama nacionalista y creernos más ricos que Alemania porque ahora tenemos Vaca
Muerta, después a esos recursos los malversamos, después los vendemos
(si es a un grupo económico de afuera, mejor) terminamos pagando por esos
recursos como si en vez de venir de la vuelta de la esquina vinieran de la luna
y por último los agotamos y tenemos que salir a comprarle a otros a precios de
Júpiter. Recordemos que no hace mucho empezamos a comprarle gas a unos
barquitos que nos vendió un país que tiene el tamaño y los recursos de una
provincia argentina: Uruguay.
Está claro que nuestro país no
tiene un problema de tierras ni de recursos sino de cómo los usa a ambos y
querer más tierra y más recursos para intentar una vez más a ver si esta vez
nos sale y nos hacemos potencia no tiene mucho sentido, más cuando en el mundo
los países llamados de primer mundo ya no son aquellos que más tierras o
recursos tienen sino los que mejor capital intelectual desarrollan. Quien diría
que un pueblucho como Nokia en medio de la escasez de recursos y la adversidad
del clima de Finlandia se transformaría en una potencia mundial solamente por
pensar cómo hacer portátil las telecomunicaciones.
Algunos podrán decir que nada
tiene que ver con esto sino con una cuestión de orgullo personal, o sea obtener
algo que nunca quisimos sólo por hecho de que me lo robaron. Como cuando Maggie
no está jugando con un oso y Lisa se lo quita, entonces ¿qué quiere Maggie? El
oso que hasta hace dos minutos lo despreciaba ¿y por qué lo quiere? No porque
le interesa, sino porque alguien se lo quitó y eso es deshonra o pura angurria.
Quizás el problema de los
argentinos no sea un problema de tierras, recursos u honra, sino un problema de
valores. Es más importante una bandera, una camisera, un pedazo de tierra o el
mismísimo honor que por ejemplo los derechos humanos. Cuando hablamos de
Malvinas siempre pensamos en el orgullo de pertenencia argentino, no pensamos
que para mantener el estandarte de ese orgullo bien alto atropellamos a cuanto
derecho humano se nos interponga. No pensamos en un grupos de isleños que
durante unos ciento y algo de años vivieron en un archipiélago, lo poblaron,
adoptaron las costumbres de quien los guió (como el fish and chips o el té Earl
grey) y un día como cualquier otro en ese poblado que si uno ve fotos probablemente
lo confunda con un pueblo inglés se vio invadido, invadido nada más y nada
menos que por quienes hasta ayer eran sus vecinos predilectos, sus socios
comerciales, los que les los curaban en sus hospitales, los que los recibían en
sus vacaciones. El enemigo inesperado. Primero llegaron y les cambiaron la mano
de circulación de los autos, luego intervinieron las instituciones, luego
metieron presos a funcionarios, luego los bombardearon, mataron soldados y
civiles también. Los derechos humanos de los isleños (que hasta donde sé
también son humanos) se vieron ultrajados de todas formas ¿por qué? ¿Por honor?
¿Por la Nación?
Por la Nación y por su honor, o
por tierras o recursos o para que no se caiga un gobierno dictatorial y asesino
nuevamente se pasaron los derechos humanos por el culo al mandar a pibitos a
matar o morir a un lugar completamente desconocido para cualquiera de nosotros,
con un clima hostil, sin preparación y a enfrentar a un gigante que si de algo
sabe, es de guerras. Hoy no importan los derechos humanos de esos pibitos
pobres que fueron obligados a ir a matar, importa que las Malvinas sean
argentinas o conceptos profundísimos como “el que no salta es un inglés”.
Tampoco importa que gracias a que se violaron los derechos humanos de esos chicos
y de unos isleños inocentes recuperamos la democracia. 30.000 personas se
desaparecieron, un grupo de madres giró frente a la plaza de Mayo, los
denunciaron en el exterior y nada pasó, ahora se perdió una guerra y se fueron
por la puerta de atrás, porque no hay peor insulto al nacionalismo que perder
una guerra. Si en una guerra mueren 30.000 tipos pero la ganamos, son héroes,
son patriotas, son los mejores del mundo. Siempre vamos a discutir la
argentinidad al palo, nunca vamos a discutir por qué elegimos ir a una guerra.
Siempre vamos a discutir símbolos inanimados, nunca vamos a discutir violación
de derechos humanos.
En Argentina cada 2 de abril
chapeamos ante el mundo que un archipiélago nos pertenece, nos creemos seres
bien nacionales por considerarlas argentinas. Nunca hablamos de los chicos que
mandamos a la guerra, de cómo vive hoy un veterano de guerra, si es que
sobrevivió al suicidio, de cuanto perdón necesitan de nuestra sociedad, cuanta
reparación, cuánto resarcimiento por lo que le hicimos.
En Inglaterra el último 2 de
abril, no pasó nada. La nada misma. Ni una mención en un diario o noticiero, ni
un desfile militar, ni un discurso de la reina. Nada.
En Malvinas no tengo ni la más
remota idea de qué sucede un 2 de Abril, porque tan necios somos, tan
imponedores de nacionalidad somos que en ningún momento nos planteamos una
pregunta simple ¿qué quiere la persona que allí vive? Claro que no lo planteamos
porque tener en cuenta un derecho humano no está dentro de nuestros valores.
Particularmente creo que lo que
uno es no te lo da quien “pone la semillita” sino quien te forma, quien te da
valores, quien te hace sentir que sos parte de él, no quien te bombardea y no
te escucha, pero por sobre todas las cosas quien te considera un ser humano y
te trata como tal, no como un objeto a poseer.
Cementerio de Darwin |
Y si de valores y derechos
humanos hablamos, una semana antes de mi viaje al Reino Unido vi una noticia
que me puso la piel de gallina. Después de más de 15 años de trabajo y gracias
al equipo de Antropología forense, con la cruz roja como intermediario entre
las cancillerías argentina y británica se logró dar con el paradero de 90 de
los 120 soldados enterrados en el cementerio de Darwin que hasta ese momento
sólo tenían una placa que profesaba “Soldado sólo conocido por Dios”. Y los
familiares estuvieron allí para dejar por primera vez una flor en una tumba que
ahora se sabe que allí yace su familiar. Si pueden ver el video de lo sucedido
verán que la ovación de pie y la emoción por parte de esos familiares se la
llevó un anciano inglés. Un ex soldado británico que gracias a su trabajo
obstinado se pudo dar lo que se dio, fue él quien recogió los 120 cuerpos
caídos, recuperó sus cosas, las conservó y les dio un sepulcro con una cruz,
aunque fueran sus enemigos, aunque a ese soldado sólo lo conozca Dios, aunque
ya haya ganado la guerra, porque lo que duele no es la herida del nacionalismo,
lo que sangra es ver al humano aniquilarse.
Siempre me planteé que la guerra
de Malvinas es una herida que no duele tanto como debería doler porque no
podemos sacarnos los lentes del nacionalismo y dejar que prime la condición
humana.
Publicado por Juani Martignone
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