Costumbres argentinas


Ayer sábado mis gatos me despertaron muy temprano para que les dé de comer y como sabía que a las 11 de la mañana jugaba la selección argentina de futbol un partido eliminatorio del mundial decidí levantarme para tratar de hacer todo aquello que no puedo hacer durante la semana y antes de que el país se paralice por completo. Antes de las 9 de la mañana ya estaba en la calle con una bolsa gigante a cuestas llena de cartones, frascos y plásticos para llevar al Punto verde (centro de recolección de residuos para reciclaje).
Desde hace mucho tiempo todos los sábados de mi vida me levanto temprano, agarro la bolsa de tela repleta de residuos reciclables que generé durante la semana. Frascos que lavé y sequé cuidadosamente, los cartones de los huevos, los telgopores de bandejas de alimentos también limpios y secos, latas de atún, cartones de leche, todo va a la bolsa. Conozco al menos 3 Puntos verdes cercanos a mi casa, sé quiénes te atienden con más ímpetu y quienes no, quienes necesitan que le lleves todo separado y quienes te hacen la gauchada de separarlos por vos. Y a pesar de que hace tiempo que en casa nos enganchamos con la separación de residuos me costó muchísimo aprender los horarios en los que reciben reciclables. Yo sé bien que un sábado a las 9 de la mañana está abierto pero no, estaba cerrado. No se me ocurrió que podía ser por un partido para el cual todavía faltaban dos horas para que empiece. Por suerte este Punto verde al que había ido tiene una especie de autoservicio en el cual uno va dejando en distintas campanas los residuos de acuerdo al tipo. 
Habiendo dejado todo el contenido de la bolsa fui a mi veterinaria de confianza porque sabía que las piedras sanitarias para los gatos como mucho tiraban hasta esa tarde. Hubiera querido ir un día antes pero como mi hermana tenía turno con el médico no volví a casa al salir del trabajo el viernes, fui a retirar a mi sobrino del jardín, fuimos a la plaza, jugamos en su casa, volvió mi hermana, llegó mi novio, comimos en familia, y terminamos charlando hasta la madrugada. Por suerte mi veterinaria abre los sábados hasta las 2 de la tarde, pensé. Pero tampoco, la cortina metálica estaba hasta abajo a las 9:05 de la mañana, entonces me fui a otra a dos cuadras y después a otra a cinco, todas estaban cerradas, la última había tenido la delicadeza de dejar un cartel en la puerta que decía “sábado 30 de junio cerrado todo el día”.
Mis gatos necesitan hacer sus necesidades también los fines de semana así que no me rendí, tenía que encontrar una veterinaria abierta antes de que el reloj marque las 11 de la mañana porque a esta altura de mi vida tengo la experiencia suficiente como para entender que el país iba a dejar de existir al menos por dos horas. Me sentí como en “12 horas para sobrevivir” buscando los últimos víveres y volver a casa antes de que suene la alarma y comience la purga. Caminé unas 20 cuadras por la avenida Callao desde Paraguay hasta la avenida San Juan. Pasé de Recoleta, a Balvanera y de Balvanera a la zona de Congreso sin encontrar una sola veterinaria abierta, hasta que recién en San Cristóbal a exactamente 24 cuadras de mi casa encontré una que decía en la entrada “abierto hasta las 11”. Miré el celular y eran las 10:15, todavía quedaba resto.
El comercio estaba lleno, todos compraban mucho, sabían que lo no compraran antes de las 11 no lo iban a poder comprar recién hasta el lunes. Así me acerqué a la góndola de las piedras y agarré esas piedras aglutinantes, importadas y caras porque sé que son las más rinden y no le irrita la piel a mis mascotas teniendo en cuenta que una de ellas ya tiene una incipiente alopecia generada tal vez por alguna alergia. Cuando llegó el momento de pagar en mi billetera sólo tenía $25 así que saqué la tarjeta de débito y el DNI. “¿No tenés efectivo?” me preguntó el que cobraba “No, no llego con los billetes” respondí. Y ahí comenzó la ya vieja conocida triquiñuela que te hacen los comerciantes que quieren recibir sólo efectivo pero se ven obligados a recibirte la plata bancarizada. Ponen mal los números de la tarjeta, surge un problema con Posnet, les sale rechazada sin motivos, etcétera, etcétera, etcétera. Los conozco todos y me indignan, por eso le dije “Si no tiene fondos, te doy una de crédito” y le pasé la tarjeta de crédito y lo mismo. Le pasé otra y lo mismo. En un día normal me hubiese ido sin el producto, le hubiese dicho que está violando leyes del consumidor y hubiese puesto a la veterinaria en mi ya larga lista de los comercios a los que no vuelvo a comprar por maltratar al cliente en pos de vender un poco más. Pero esta era una situación distinta, era el único comercio que estaba abierto en vísperas de partido de la selección que tenía eso que yo tanto estaba necesitando, debía transar a mi pesar, darle el efectivo que pretendía y convencerme que el motivo no era para evadir así mi conciencia se quedaba tranquila. Después de todo también tengo que aprender que mantener una postura en base a ideales es muy sacrificado, hoy no puedo ir al kiosco que está debajo de mi casa porque una vez discutí por su falta de cambio y sus redondeos capciosos o tener que ir a una peluquería a 60 cuadras de mi casa porque me peleé con mi peluquero de más de 7 años por no respetar los turnos. “Guardamelo unos minutos que busco un banco y te traigo el efectivo” dije y salí disparado por avenida San Juan en búsqueda de un cajero.
Eran las 10:35 cuando me puse en la larga cola que había en el banco Nación para retirar dinero, parecía que como sucede habitualmente todos se habían acordado de sacar efectivo a minutos del deadline. Viendo que el tiempo apremiaba y que la fila no avanzaba salí en búsqueda de otro banco. Encontré un Galicia con cuatro cajeros automáticos. Uno fuera de servicio, los otros tres sin dinero. Una vez más agradecí irónicamente la previsión que tienen nuestros bancos. Salí vi un HSBC y un Santander con largas colas también. Efectivamente todos se preparaban para tener, en este caso, 2 horas para sobrevivir. La purga comenzaba a las 11, vi el celular nuevamente y eran las 10:50. Pasé por la veterinaria que ya estaba entrando todo para cerrar y desde la puerta le dije “No conseguí plata, gracias igual”. Me puse los auriculares y empecé a escuchar bien fuerte “El impacto” de Daddy Yankee. No quería pensar más.
Decidí volver por Rincón en vez de Callao porque por ahí desemboco directo en mi casa. Mientras caminaba pensaba en por qué el país no está preparado mínimamente para aquellos que el futbol no nos interesa absolutamente nada incluso si lo que se juega es un mundial. Me sentí parte de una minoría invisible. Twiteé enojado. Me culpé a mí mismo. Me pregunté si había salido con suficiente tiempo sabiendo que se trataba de un día especial. Pensé si en estas situaciones debía haber al menos plan de respuesta mínima. Twiteé enojado. Bajé revoluciones pensé que un mes en 4 años era una situación excepcional. Me volví a culpar a mí mismo por no ser parte de la norma, por no ser de ese 99,9% que vivía ese momento con emoción, que lo hacía sentirse más argentino que nunca, que sufría y se alegraba a la vez. Y me pregunté una vez más por qué siempre estoy fuera norma ¿es mi culpa? Pero era pregunta ya me la había respondido hace mucho tiempo. No, no es mi culpa. Quizás tampoco de los demás, pero mía estaba seguro que no.
Mientras los pensamientos furiosos pasaban por mi mente y algunos los traducía en tweets efervescentes veo una veterinaria con unos moños celestes y blancos de papel crepé y un cartel que decía “abierto”. Entré porque después de todo sabemos que lo último que quedó en la caja de Pandora fue la esperanza. Un venezolano alto y moreno atendía detrás del mostrador. Imaginé que seguramente le debería interesar el partido lo mismo que a mí pero para mi sorpresa tenía la radio de fondo con el relato del juego. “Buen día ¿tenés piedras aglutinantes para gatos?” “Si” “¿Y aceptas tarjeta de débito?” “Si”. No lo podía creer, estaba esperando el momento en el algo termine de arruinar mi cometido y volver a sentir la bronca que venía masticando desde cuadras atrás. Agarré la bolsa de piedras, le di la tarjeta y el DNI y sacó su celular y le agregó el elemento que le permite pasarla cual Posnet. Por cortesía le pregunté “¿Y cómo viene el partido?” “La tienen jodida, van perdiendo 1 a 0” “Que cagada ¿no?” y asintió con la cabeza.



La tarjeta pasó perfectamente en el primer intento y me volví a mi casa con las piedras que necesitaba. Más tarde me enteré que Argentina había quedado fuera del mundial y me lamenté porque ahora vería en las redes cantidades de comentarios agradeciendo a tipos que viven muy bien en Europa justamente por hacer bien aquello por lo que se les paga mucho dinero y que además le darían el título de héroe.
Para mi ayer, héroe fue ese venezolano que quizás tuvo que escapar de su país para no morir de hambre y hoy intenta dejarlo todo por el país que le da cobijo. Que decidió abrir su comercio a pesar de que ese día durante unas horas al mediodía no iba a haber nadie en la calle y que al momento de cobrar lo iba a hacer como debía porque el dinero es dinero y el trabajo es trabajo. Ese venezolano al que muchos temen porque viene a “robarnos el trabajo” tiene una ventaja: todavía no conoce las típicas avivadas, las clásicas costumbres argentinas.

Publicado por Juani Martignone
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