Todos los caminos conducen a Roma


Sin dudas el 2018 fue un año malo pero sin dudas también fue un año lleno de debates que nos trascendieron horizontalmente como sociedad. Desde los usos de las tecnologías como aparato comunicacional, de usos del lenguaje, de contar el pasado para hablar del presente, los abusos de todo tipo, las protestas estudiantiles, hacer la revolución mediante la violencia, tipos que desaparecen y están ahí nomás, transformaciones todas, y por supuesto como tema central el rol de la mujer en la sociedad que vivimos y con ello embarazos deseados, no deseados, ser madre por elección, padres ausentes y todo un abanico que seguramente seguiremos discutiendo durante el 2019.
Para coronar este mal año, que a pesar de todo considero súper fructífero, una película que ostenta con llevarse el mote de “la mejor película del 2018” en cierto modo reúne un poco todos los elementos que estuvimos discutiendo en el año y que uno fue tapando al otro. El mexicano ganador del Oscar por una película mediocre como “Gravity”, Alfonso Cuarón, esta vez nos trajo un melodrama cargado de una belleza estética impresionante y contada al estilo del cine neorrealista italiano, llamado “Roma”.
Como ya he dicho en otras ocasiones este espacio no es especialmente un lugar de recomendaciones pero en este caso no puedo dejar de expresar cuanto me gustó. No sólo porque aunó todos los temas mencionados en el primer párrafo sino por aquellas cosas con las que me conectó.
Roma tiene como protagonista a Cleo una empleada con cama adentro en una casa de clase media a media alta en la colonia Roma. La historia transcurre en México en 1970 lo cual, gracias a ese neorrealismo que utiliza, te da la perspectiva suficiente para ver qué tenemos hoy de esa sociedad y qué ya no, y cómo algunas cosas que hoy veríamos como terribles en ese momento eran normales. Tiene una fotografía y una técnica de filmación que no quisiera cometer el pecado de juzgarla por eso les dejo un artículo que explica muy bien la técnica utilizada.


El neorrealismo en el cine no es una novedad, si es polémico, muchos acostumbrados al estilo Hollywood no se bancan las largas escenas y esas otras que están simplemente para mostrarte una cotidianeidad, un hastío o hasta algo insoportable que pedís por favor que termine. Para mí Roma tuvo dos de esos momentos.
Lo que sí es una novedad es que es la primera película realizada por un director multipremiado que se estrena a la vez tanto en el cine como en la plataforma digital Netflix, haciendo muy pero muy cercana la exquisitez de su arte. Y acá nuevamente, como en algunos momentos lo he expresado, afirmo la teoría de que todo tiempo pasado no fue necesariamente mejor y no todo lo que viene de la mano de la tecnología no siempre es prosperidad, debemos mantener algunas cosas del glorioso pasado y manejar con cautela algunos elementos del futuro. Por eso, recomiendo verla en ambos soportes si pueden. La magia de la pantalla gigante y el detalle de ver rever y analizar que nos permite la pantalla chica que podemos manipular con un mouse.
¿Qué nos dejó Roma? Una historia no tan común y bien real, un desparpajo de imágenes y sensaciones, colores y olores de la infancia pero sobre todos se corrió de la posición de la lucha de clases para contarnos que también existen los lazos afectivos tiernos, genuinos y recíprocos entre una empleada y sus empleadores. Como bien lo cuenta el siguiente artículo.


Y acá es en donde la película me llevó a esos recuerdos que uno tiene en algún lugar guardado y cuando los vuelve a ver se emociona. Tal como les pasó a Gustavo Noriega y a Hinde Pomerianec, yo también recordé a la empleada doméstica que trabajó en mi casa cuando era chico. Recordé mis días con Tita y me emocioné.

Mi primer cumpleaños en los brazos de Tita.


Tengo muy claro que hoy es mucho más cool y creíble impostar pobreza, una infancia de necesidades o demostrar toda la calle que tenemos pero yo no sería auténtico si no hablo desde la posición que realmente viví, que claramente no fue una posición muy acomodada ni de clase alta pero si con una señora que estaba en casa muchas horas ayudando a mi mamá con las cosas de la casa pero con la crianza seguramente también.
Recién de más grande me enteré que a esas señoras las llamaban “mucamas” o “domésticas” para mí, mis papás y mis hermanos siempre fue Tita. Tita a secas, aun no sé su apellido, para darles ese detalle tendría que llamar a mi madre. Por lo que recuerdo y por las fotos que tenemos, al igual que Cleo en la película, ella seguramente tenía algún antepasado aborigen, pero mi mamá hasta el día de hoy asegura que era muy factible confundirla con una japonesa. Cocinaba rico pero con mucha sal y su manera de hacer gracias era hablar al revés, nos decía “¿qué te sapa?” cuando nos preguntaba qué nos pasaba.
Estuvo con nosotros hasta que murió. Pero como toda persona importante en la vida de una familia nunca se fue. Mi hermana todavía recuerda aquella madrugada que gritó de dolor por un calambre y nadie se despertó. Menos mal que Tita llegaba muy temprano y la socorrió sino según ella hoy casi no tendría esa pierna.
A mí sin embargo la anécdota que me viene siempre que la recuerdo, fue una que pinta de cuerpo entero esta relación afectiva entre empleada y niños tal como nos cuenta Roma: Mi hermano más chico tenía dos años y hacía unos cuantos días estaba alicaído en el sillón del living, mi madre como buena hija de médico no quiso molestar a la pediatra hasta el lunes pero el domingo ya era insostenible, mi hermano casi no respondía. Recuerdo que nos quedamos solos mientras mis papás lo llevaron a la médica y cuando volvieron todo fue una secuencia rápida y fugaz. Regresó sólo mi madre con mi hermano en brazos muy apurada, lo recostó en el sillón y se fue a su habitación a poner algunas cosas en un bolso. No respondía muchas preguntas, estaba entre apurada y preocupada. Su cara decía que algo no andaba bien. Unos minutos después (quizás fueron muchos pero los recuerdo casi como segundos) entró mi papá con Tita “Se van a quedar con ella, nosotros vamos a Buenos Aires”. Mamá casi sin hablar se colgó el bolso, levantó a mi hermano, se metió en el auto, mi papá también y se fueron tan rápido que ni pudimos procesarlo. Y nos quedamos ahí, con Tita, desconcertados. Enseguida, para no pensar más, ella nos hizo milanesas y vimos en la tele una película de risa que hasta el día de hoy la veo y me río. Tita se quedó semanas con nosotros en casa hasta que mi hermanito se recuperó y le dieron el alta en el hospital de niños.
Aquel momento en nuestras vidas fue para mi madre quizás un drama, a pesar de todo salió muy bien. Mis hermanas quizás ni lo recuerden o lo vean como unas vacaciones de papás. Yo era el más en ese momento y recuerdo que aunque no tenía dimensión de la gravedad de lo que sucedía, sabía que era difícil pero veía a Tita poniendo todo para que nosotros tres no sintamos angustia. Porque acá había más que una relación laboral, había una relación afectiva.
Me pregunto cómo fue que mi papá le toco la puerta un domingo a la noche y la convenció para que fuera a trabajar sin tiempo definido ¿le habrá ofrecido mucha plata? No lo sé, pero podría apostar que esa conversación no existió. Hoy no está ninguno de los dos en este mundo para saberlo con exactitud pero apuesto a que le contó desesperado lo que estaba pasando y ella sin dudar se metió en el auto desesperada también porque ahí había un compromiso afectivo, para lo demás llegarían a un acuerdo, bueno o malo, pero nosotros, sus chicos, la estábamos necesitando y no era momento de esos planteos.
Escribo llorando como lloré con Roma y con el texto de Hinde porque vuelvo a sentir eso, esa infancia que seguramente tuvo menos cosas de las que tiene los chicos hoy pero que fue feliz. Porque aprendo una vez más que a veces en nuestro afán de inteligir las cosas, de ponernos rótulos, de crear luchas entre unos y otros borra eso que subyace en el fondo, que es la capacidad de crear un vínculo con alguien más, de tendernos una mano recíprocamente, de empatizar, de “sororizar” con el otro porque por ahí nos estamos perdiendo de algo maravilloso.
Quizás esa fue la lección que debimos aprender en el 2018.         

Publicado por Juani Martignone
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