Gays más putos que otros
Si tuviera que decir quien fue
George Orwell, más que escritor, diría que fue un ferviente militante de las
libertades individuales. Con su literatura quiso contarnos mucho más que
historias apasionantes, bregó por nunca perder la libertad. Libertad de
expresión, libertad política, libertad religiosa, libertad sexual, libertad de
pensamiento. En definitiva, libertad a secas para ser quien uno es realmente.
En su literatura creó mundos
distópicos y otros no tanto para denunciar al enemigo público número uno de la
libertad: los fascismos.
En “1984” el fascismo ya existe
desde el comienzo de la novela, el ojo del Gran Hermano que todo lo ve, es el
tirano perfecto que mediante su policía del pensamiento arría las
personas como ganado para instaurar un único pensamiento, el del Gran
Hermano.
En cambio en “Rebelión en la
granja”, mí preferido, te cuenta de a poco y sin darnos cuenta a través de cada
capítulo, como un movimiento que nace como una lucha por la igualdad y la
libertad de unos animalitos de granja se transforma en el más terrible de los
fascismos. (Spoiler alert) Los animales hartos de un sistema de trabajo
que los encasilla en un rol determinado toman la propiedad del señor Jones
para en adelante ser cada uno lo que quiere ser, sin etiquetas ni roles bajo el
lema “Todos los animales son iguales”.
A medida que los capítulos pasan,
los animales deben resolver cuestiones básicas como la subsistencia y la
reorganización de una granja sin jerarquías, los problemas comienzan y esa tan
preciada libertad empieza a cercenarse en pequeñas mini cuotas tan
imperceptibles que ni el lector se da cuenta por momentos. Hasta que un día se
hace el click definitivo. Los chanchos que
eran quienes lideraban la rebelión eran consultados por el resto de los
animales y de a poco fueron ubicándose en una posición de privilegio. En una
granja de todos iguales, ellos gobernaban por encima de los demás. En una
granja de animales ignorantes, ellos se erigieron como el faro moral. Y para
marcar a fuego esa superioridad moral y los privilegios que gozaban por ser la
“clase dirigente” decidieron cambiar el lema que los había llevado a la
rebelión de la igualdad. En ese momento la novela hace el click y el lector
entiende que ya no estamos hablando de igualdad sino de fascismo. Los chanchos
cuelgan un nuevo cartel en reemplazo del anterior donde el nuevo lema está
escrito: “Todos los animales son iguales pero hay animales que son más iguales
que otros”. La Granja Manor ahora es oficialmente un cruel fascismo.
Aunque la fábula es una clara
alusión a la revolución bolchevique, con esta parábola, Orwell nos advierte
sobre aquellos movimientos que se venden como igualitarios pero que ante el
mínimo de resistencia se vuelven totalitarismos que nos truncan libertades para
tenernos controlados. No cuenta que la libertad es tan caótica y diversa como
cada uno de los distintos animales de una granja. Y que respetar esa libertad y
esa diversidad es sobre todas las cosas reconocernos que todos no somos iguales
sino diversos. Todos los animales no son iguales ni hay animales más iguales
que otros, todos los animales son distintos y respetar eso es un ejercicio
mucho más complejo que exigir una igualdad que no existe.
Por supuesto que este escritor
inglés no fue el único que escribió, alertó y bregó por conservar la libertad
de ser uno mismo, distinto a los demás y que eso no sea algo problemático, además
de la literatura muchos movimientos también tuvieron este horizonte.
De los pocos movimientos sociales
que conozco porque me tocan directamente puedo decir que el movimiento LGTBIQ
es uno de ellos. La lucha por un sistema sin encasillamientos, sin etiquetas,
comprenderse distinto a otros y que esto no sea problemático, exigir solamente
respeto por no pertenecer al statu quo, levantar bien alto la bandera de la
diversidad y defenderla con dientes y uñas. Porque no soy como los
heterosexuales, tampoco como las mujeres, incluso no soy igual a otros
homosexuales, solamente exijo respeto y sobre todas las cosas nunca más guetos.
Algo que siempre me molestó de
los heterosexuales, que reconozco que se acercaban con las mejores intenciones
y para crear cercanía y aceptación, a decirte cosas del estilo “Ustedes los gay
son los mejores amigos de las minas” “El gay siempre con el cuerpo de gimnasio”
“Son todos cultos y viajados” “A ustedes nunca les dura una pareja porque son
muy promiscuos” o “Con ustedes hay que tener cuidado porque tienen lo peor de
un tipo y lo peor de una mina”.
En mi caso en particular mi grupo
de amigos con los que tengo una relación de amistad de más de 30 años es
íntegramente compuesto por varones heterosexuales, fui a una escuela técnica
por lo que no sé lo que es hacerme la manicure, siempre odie los gimnasios, la
dietas y amé comer por eso tengo panza, adoro viajar y estoy todos el tiempo
con libros en la mochila, estoy en pareja hace más de cinco años de corrido y
eructo como el peor de los tipos y hablo hasta por los codos como la peor de
las minas. Puedo afirmar que soy el digno hijo de la Mother Monster Lady Gaga
pero muchos de los clichés que se nos adjudican a los gays yo nos los tengo. No
soy mejor ni peor, soy distinto como todas las personas.
Si pudiera contestar con toda
honestidad a todos esos comentarios diría que son un manojo de estereotipos
infundados, que la vida íntima no te define como persona que todos los gay no
somos iguales, que somos diversos y luchamos por que respeten esa diversidad.
Como sucede en “Rebelión en la
granja” la idea original del chancho Mayor que desata la toma
del lugar y la instauración de un nuevo
sistema, es loable: cuando se habla de igualdad se habla de igualdad de
condiciones, que todos podamos llegar a lo mismo sin importar quienes somos o
qué clase de animal seamos. A los gay nos pasó con el matrimonio igualitario
que nos dio a todos la misma posibilidad de tener una libreta matrimonial
seamos quienes seamos, esa ley nos da igualdad de condiciones, no nos hace
iguales a nadie.
Pero un eje fuerte que toca el
maravilloso libro de Orwell es la “confusión” entre igualdad de condiciones y creer
que somos todos iguales. A medida que se va comprobando la diversidad, los
animales se agrupan por “igualdades” formando especie de guetos o grupos
cerrados pero sólo un gueto será el líder y por lo tanto los demás deberán
obedecer. Es así como entonces esa igualdad de condiciones por la que se
luchaba se transformó en el peor de fascismos. Cuando los chanchos se instalan
en el poder tras marcar las diferencias y su supuesta superioridad moral por
sobre los demás, el escritor nos da a entender que no confundieron igualdad de
condiciones con igualdad de todos, lo buscaron a propósito para tomar el poder.
Si vamos a una de las últimas
discusiones de las redes, podemos volver a comparar el libro del literato
inglés con lo que sucede en el movimiento LGTBIQ. Basándose en cuestiones
político partidarias, la comunidad compuesta por varones homosexuales
comenzaron a diferenciar entre puto y gay. Donde el puto
es alguien que está con el pueblo, comprometido y comprendiendo la problemática
popular, y el gay es un desclasado egoísta que sólo piensa en las banalidades
asociadas al mundo gay.
Como los chanchos de la Granja
Manor primero nos vendieron el discurso de la igualdad pero al darse
cuenta que todos no pensamos igual volvieron a armar un sistema de
diferenciación para etiquetar al distinto y marcar su superioridad moral. Se
transformaron en todo aquello que luchamos por destruir.
¿Acaso todos nosotros perdimos
tiempo, vida, relaciones, años de angustia, familia o la vida misma para desarticular
un sistema que nos marcaba y etiquetaba por no ser sexualmente iguales al resto
para ahora crear un sistema que marca y etiqueta a aquellos que no son
ideológicamente iguales al resto?
Nos transformamos en eso que
odiábamos y que tantos malos tragos nos trajo.
Marcar diferencias ideológicas no
puede ser dañino, lo que es dañino es crear un sistema de estereotipos para marcar
la diferencia. Nosotros mejores que nadie sabemos cuan doloroso puede ser que
te prejuzguen basándose en un estereotipo ¿en serio queremos hacer eso con
otros? ¿En serio quieren hacer sufrir a alguien por no pensar como uno? ¿Qué
diferencia existe entonces cuando un grupo de chicos daña física o
psicológicamente a alguien porque no tienen los mismos gustos sexuales?
Luchar por reconocer la
diversidad no es igualar. Yo no quiero que un heterosexual sea igual que un
homosexual, que sientan igual, que piensen igual, que disfruten igual, incluso
no quiero uno se ponga en los zapatos del otro si no quiere. Lo que quiero es
que marquen esa diferencia, sí, pero que la respeten. Y estereotipar y
estigmatizar no es respetar.
De la misma manera no quiero un
homosexual sea igual a otro homosexual, que sientan igual, que piensen igual,
que disfruten igual, incluso no quiero uno se ponga en los zapatos del otro si
no quiere. Lo que quiero es que marquen esa diferencia, sí, pero que la
respeten. Y estereotipar y estigmatizar no es respetar.
Nos caracterizamos por pedirle a
los de afuera que no hacía falta que nos comprendan sino que nos respeten, pero
hoy no somos capaces de respetarnos puertas adentro. La caridad bien entendida
empieza por casa, exigirle a los de afuera algo que ni nosotros mismos podemos hacer,
lo único que hacer es vaciar de contenido todo nuestro discurso sobre la
diversidad.
En una época “todos los gays
éramos putos”, hoy un grupo de chanchos nos cuelga de prepo un cartel en la
frente que dice que “todos los gays son putos pero hay gays que son más putos
que otros”. Oficialmente arrancó el fascismo.
Publicado por Juani Martignone
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