Aborto clandestino pero lenguaje inclusivo


Cuando me preguntan por qué no sólo estoy a favor sino que milito el aborto seguro, legal y gratuito cuando en realidad es un tema que no me toca y que si me agarras en caliente respondo que jamás recomendaría hacer semejante práctica, contesto que es porque estoy a favor de las libertades personales.
Para graficarlo siempre explico que no creo en el matrimonio como institución, aun así apoyé ferviente la ley de matrimonio igualitario porque entiendo que hay personas que si creen en él. Del mismo modo, no creo en que el aborto vaya a solucionar algo, pero entiendo también que para muchos eso es una solución. No me puedo oponer a quienes piensan distinto a lo que pienso yo, no me sale ese rasgo fascista. Por lo tanto, además de estar a favor de cada uno ejerza sus libertades personales (siempre y cuando no interfiera sobre la de terceros) sobre todas las cosas estoy en contra de quienes quieren imponer su moral por encima de los demás: “este el modo correcto de pensar y hacer las cosas”.
Es por eso también que no hay nada que me saque tanto de las casillas como ese discurso que ostenta ser conciliador, contemplativo e inclusivo que brega por “cerrar la grieta entre los pañuelos verdes y los pañuelos celestes”. Gente, en este tema no hay grietas, no es blanco o negro o un juego de opuestos. En este tema hay una propuesta de ampliar los derechos para quienes quieran gozar de ellos y en contraposición hay una negativa a ampliarlos por una cuestión, que aunque se hayan desgarrado hasta el último músculo para encontrarle un ápice de cientificidad, es claro que es meramente moral. O sea, imponer sus creencias morales sobre el tema a toda una sociedad.
Quien mejor lo explico fue la diputada Silvia Lospennato en una entrevista televisiva tras ser elegida como quien pronunció uno de los mejores discursos feministas de la década a nivel mundial (sorpresa: Malena Pichot no parece en el ranking). Julian Weich, el conductor del programa, le consultó si no había posibilidad de armar una ley que contemplara ambos “bandos”, los que están a favor del aborto y los que están en contra y Lospennato respondió “Ya está ese proyecto, es el de la legalización del aborto. Quien esté a favor podrá hacérselo sin riesgo de ser criminalizada ni de morir en intento o de no tener recursos. Quien esté en contra no utilizará ese derecho, no se lo hará y continuará con su embarazo incluso si es el fruto de una violación. Nuestro proyecto no le quita libertades a nadie”
Y de eso se trata, de ejercer nuestra libertad sin obligar a los demás a que la ejerzan de la misma forma que nosotros, incluso respetando a aquel que la ejerce de manera diametralmente opuesta. Con estas leyes nadie obliga a nadie a casarse, nadie obliga a nadie a abortar, simplemente le da la posibilidad de hacerlo en un marco legal a quien quiera hacerlo. Oponerse a que otro sea libre de hacer lo que quiera con su vida, con su cuerpo, con su psiquis, con sus afectos, es pura crueldad. La imposición de un pensamiento por sobre los demás es coartar la libertades personales de los otros.
Algo parecido ocurre con el lenguaje inclusivo. Existe un grupo de personas, que para ser justos, es muy minoritario, muy urbano y muy elitista, que lo utilizan como herramienta para intentar la paridad de género. Yo, sin embargo me encuentro dentro de los que creen que desde el lenguaje no se pueden se puede cambiar una cultura o una práctica, sino que soy de los que creen que el lenguaje debe adaptarse a una cultura que ya cambió. En este mundo, y en particular en nuestro país, estamos bien lejos de la paridad de género. Incluso creo que quienes dicen “chiques” saben en su interior que por más que todo el mundo lo diga, eso no evitará femicidios o la disparidad salarial entre varones y mujeres o la aceptación y comprensión de los géneros no binarios. Más bien coincido con el lingüista y defensor del lenguaje inclusivo, Santiago Kalinowski, que afirma que quienes usan la “e” como genérico no lo hacen con el propósito de cambiar el lenguaje para incorporar a otros géneros sino para marcar una posición ante el mundo, casi como un rasgo distintivo que denota su ideología.


Si digo que defiendo las libertades personales y acordamos que hablar en lenguaje inclusivo es marcar una toma de posición, no hay manera que me oponga a su uso. Velo por la libertad de que cada uno utilice el lenguaje para decirnos con él lo que quiere, incluso para distinguirse del resto. Por eso me parece un exceso quien aplaza a un alumno por el mero hecho de escribir con “e” como genérico, es no comprender la realidad en la que se vive y no permitir la libertad de que ese alumno se exprese ideológica y culturalmente. Luchar por las libertades personales es luchar también por aquellos que utilizan su libertad de un modo en el que yo jamás la utilizaría. Y lo escribo mientras el fantasma de Voltaire nos sobrevuela.
De igual forma es que es que debemos exigir que esa libertad que tenemos no sea coartada por nuevos modos que no representan a la totalidad. El intento del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, de imponer el uso del lenguaje inclusivo en toda la administración pública y con la posibilidad de extenderlo a las escuelas, no es más que un mero acto de imposición, un ataque a la libertades personales y al uso del lenguaje, que cuando se hace desde el Estado se conoce como fascismo. De la misma manera que hoy el Estado obliga a una mujer a ser madre aunque no quiera, pretenden que la gente diga “amigues” aunque no quieran y no crean en eso.
En un país donde las políticas son pendulares y dependen de quien ocupe el mando por un periodo de tiempo, este intento de imposición podría terminar con el simple acto de derogar dicha resolución (o ley), acto favorito de políticos argentinos. No obstante ello, la imposición del lenguaje inclusivo va más allá de una posible ley, es una imposición moral. Quienes lo utilizan se reconocen como los únicos que visibilizan los géneros no binarios y quienes luchan por la paridad de género en todos sus aspectos, dejando implícito que quienes no usamos este lenguaje no buscamos lo mismo. No usarlo nos convierte en machistas, misóginos y sin perspectiva de género. Esto en primera instancia es un visión simplista ya que desconoce cuestiones tales como temporalidad, territorialidad, cultura o condición socio-económica del hablante ¿O acaso alguien diría que Victoria Ocampo no tuvo perspectiva de género por decir “nosotres”?
La imposición moral es mucho más cruel y cala más hondo que la de la ley porque sea o no legal tiñe con una pátina peyorativa a quien no acata esa regla impuesta. De la misma manera que quienes pretenden imponer el lenguaje inclusivo tildan de “machistas” a todo aquel que no lo use, quienes pretenden imponer la prohibición del aborto tildan a quienes lo defienden de “asesinos”. Mañana puede que la ley salga, o que el lenguaje nunca cambie pero siempre quedarán aquellos “machistas” y aquellos “asesinos” que simplemente se negaron a que les impongan una ideología con la que no comulgan.
Ahora bien, si hablamos de imposiciones morales o del faro de la moralidad, debemos dedicarle un capítulo aparte a la iglesia católica que en nuestro país tiene tanta fuerza política y que el gobierno actual se siente tan cómodo con ella. Durante el debate por la ley de aborto legal fue ésta institución la que más traccionó para que esto no sucediera y para implantar esa idea de moral en la que sólo ellos son quienes defienden la vida (del mismo modos son los que usan lenguaje inclusivo los únicos que defienden al género)
En el día de ayer luego de la visita del presidente Alberto Fernández con el Papa Francisco, el Vaticano sacó un comunicado de los temas que se hablaron en la reunión en el que estaba incluido “defender la vida desde la concepción”. Claro mensaje para decepcionar a quienes abogamos por la ley de aborto legal y nos ilusionamos cuando el primer mandatario anunció que enviaría un proyecto de ley al congreso.




Horas más tarde desde el gobierno se desmintió que el aborto haya sido un tema de conversación con el máximo pontífice e incluso el Vaticano aclaró que fue un tema que se habló sólo con canciller de la santa sede. A pesar de todo este revuelto de dichos y desdichos, el mensaje moralizante de Iglesia ya se difundió.
Hoy no nos queda muy claro si este presidente que se muere por la figura papal y que lo evoca como político, está más cerca de la ideología católica respecto del aborto o de lo que le prometió a esa franja electoral que lo votó ilusionada pensándolo como un líder progresista ¿Estará cerca de ser presidente de la igualdad de género o de ser aquel que hace dos años mandaba a lavar a los platos a toda mujer que se atreviera a interpelarlo por Twitter? ¿Será Alberto el socialdemócrata al estilo de su amigo Pepe Mujica o el clásico conservador machista y feudal del partido peronista?
Lo cierto es que hacemos un análisis exhaustivo del discurso volvió a usar la palabra “despenalización” en vez de “legalización” y volvió a hablar de “la grieta” entre los verdes y los celestes, que respetará todas las opiniones y que se decidirá en el congreso. La misma posición pasiva (¿o republicana?) que tuvo su antecesor Mauricio Macri.
Este gobierno que congela la movilidad jubilatoria y quiere diferenciarse del anterior, hoy nos deja con la sensación de que el aborto seguirá siendo clandestino, pero eso sí, nos lo dicen en lenguaje inclusivo. Porque quienes correrán con el riesgo de criminalización o de morir en el intento o de no tener recursos para abortar serán todos, todas y todes.  

Publicado por Juani Martignone
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