La semilla no es el gen, es el racismo


“Lazzaro felice” ya está Netflix, y de esta forma le soluciona el problema a todos aquellos que no se mueven de esta plataforma de streaming para sus consumos culturales. “Tan feliz como Lazzaro” (así fue traducida por la plataforma al inglés y al español) es una película que nos rememora ese viejo cine populista italiano, sólo que 50 años después se permite agregar algunas sutilezas producto de discusiones ya saldadas.
A diferencia de los argentinos que cuando nos referimos a “el pueblo” o a “la clase popular” hacemos alusión a aquellos empleados de fábrica de clase baja, o clase media baja, que viven hacinados en algún cordón del conurbano y que su cultura está lejos de ser intelectualizada, los italianos cuando hablan de “clase popular” hablan del campesinado, de aquellos que sus saberes fueron trasmitida de boca en boca porque ninguno sabe leer, que su cultura es la del trabajo extremo en condiciones extremas sin conocer una forma de vida en la que se descansa y que viven tan alejados de las grandes urbes que son los olvidados del sistema y los más plausibles a ser víctimas de todo tipo de abusos, tanto sociales como institucionales.
“Lazzaro felice” es una película que se encarga de lo que para un italiano es “la clase popular”: el campesinado. Es típico relato populista donde se presenta al pobre bueno y al rico malo, pero agrega elementos como pobres malos con otros pobres y ricos conflictuados e inocentes de la riqueza mal habida que poseen. Te muestra la obstinación de algunos (quien pudo pasar tiempo en un campo alguna vez, podrá ver lo bien reflejado que está el modo de actuar de la peonada) y oportunismo de otros, tanto de ricos como de pobres.
Pero también te muestra esas cosas que nos hacen bien cercanos a quienes tenemos raíces italianas: el respeto por los mayores, la reunión familiar, poner un plato más para otro aun teniendo poco para comer, las canzonettas, las discusiones a los gritos, los amores irreverentes, las ilusiones, las avivadas, la inocencia, la credulidad ciega y ese sistema vertical que pone a unos en un lugar y a otros en otros y que nadie se atreve a pasar esos límites.
No conozco a los italianos sino por las películas pero al juzgar por lo heredamos podría decir que son en gran parte como esta película lo refleja, con las complejidades que lo refleja que los hacen a algunos detestables y otros entrañables y a otros ni entrañables ni detestables. De todas formas, la mía, es una suposición que jamás me atrevería a afirmar sin conocer bien a quienes me estoy refiriendo.



Ahora bien ¿Qué pasa si a la hora de elegir una película en Netflix siempre nos tiramos más por las que son del estilo El irlandés y menos por las que son del estilo Lazzaro felice? Probablemente creamos que los italianos, y por consecuencia, los descendientes de italianos son aquellos que aplican la lógica de la “famiglia”, de la mafia italiana, y estaríamos incurriendo en error basado en el más puro racismo. Error que cometió la vicepresidenta por estos días, que movida por el dolor que le puede causar que su hija esté involucrada en la justicia por pertenecer a una trama turbia de negocios familiares, dijo que el ex presidente Macri era mafioso por ser descendiente de italianos, haciendo una vez más una mezcla estrambótica de poder ejecutivo y poder judicial ante un público que no exige explicaciones. Su dolor, su enojo, su rabia, la llevaron a cometer un acto de racismo explícito.
El problema no está en los genes que uno porta o en la descendencia que le tocó en gracia, el problema está en trasmitir conceptos erróneos que se basan lisa y llanamente en el racismo. Sin ir muy lejos y para hacer un contrapunto que lo explique, la Shoá, el holocausto judío, no se dio porque seis millones de personas descendían de judíos, se dio porque alguien creyó que al ser descendiente de judíos automáticamente poseías todos los rasgos negativos que se promocionaban del judaísmo: son todos miserables, usureros, banqueros, cerrados como comunidad y manejan el mundo. Seguramente podemos encontrar estos rasgos en muchos judíos que conocemos pero creer que todos son iguales es  un acto racista.
Al racismo lo mueven varios elementos pero podríamos decir que acá están bien marcados dos: la promoción y la descendencia. Como sucedió con el judaísmo donde siempre se marcaron los aspectos negativos y nunca las bondades, en este caso pasa lo mismo. Las películas de mafias siempre son de mafias italianas como si fueran los únicos mafiosos del mundo. Si hubiese más películas sobre la mafia rusa quizás la vicepresidenta que es tan permeable a adquirir estos conceptos racistas tendría una opinión completamente opuesta del presidente Putin al cual le rindió loas en su best seller Sinceramente. Esta promoción hace que tengamos pensamientos cada vez más racistas.
Por otra parte está este concepto que Cristina Fernández sobre todo, divulga con vehemencia: la descendencia de padres a hijos. Los ladrones tienen hijos ladrones, los mafiosos hijos mafiosos, los represores hijos represores y así. Estamos condenados a la genética. Para explicar esta bestialidad que exuda ignorancia podemos tomar como ejemplo muy claro la participación de una ex directiva de JP Morgan que en TN aseguró que como los pobres tienen muchos hijos, entonces éstos se multiplicarán y al cabo de unos años llegaremos al 80% de ellos. No me decido si calificarlo como ignorante o racista o ambas. De lo que estoy seguro es que el concepto es el mismo que el de la vicepresidenta: los hijos heredan la condición de sus padres, ya sea ser mafioso o ser pobre.


Creer en la homogeneidad de una comunidad es un error, no todos los judíos son iguales, no todos los italianos son iguales, no todos los pobres son iguales. Creer que las comunidades se expanden por descendencia es un error que alimenta el concepto anterior y que puede incurrir en locuras como pretender querer cortarlo de raíz como ya se le ocurrió a Hitler en un momento y como muchos lo exponen al decir “hay que matar a todos los pobres y arrancar de cero”.
Si estamos entrando en la segunda década del segundo milenio y todavía no entendimos lo dañino que es el racismo y cuanto nos perjudica enfrentarnos por cuestiones de origen (que dicho sea de paso es un origen ninguno de nosotros elegimos) vamos directo a cometer otros holocaustos. En épocas donde una nueva ola de cuestionamientos a la democracia están vigentes se vuelve mucho más grave. Podemos soportar racismos sociales o microrracismos con la conciencia que debemos erradicarlos pero si permitimos que sean nuestros dirigentes los que los expongan y salgan ilesos de eso, estamos frente algo grave.
En la historia la democracia ya se puso en cuestión y fue en ese momento en el que el discurso racista y proteccionista creció, emergieron Hitlers y Mussolinis y 1/6 de la población desapareció de un plumazo.
En un mundo de Trumps, Putins y Bolsonaros no nos podemos dar el lujo tener dirigentes racistas.                

Publicado por Juani Martignone
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