El vigilante medio argentino
Hace 20 años Andrés Calamaro en
una etapa muy prolifera de su carrera nos daba un gran tema: “Vigilante medio
argentino”. En su letra recorría distintas y pequeñas situaciones cotidianas en
las que a los argentinos nos gustaba la política represiva, desde las señoras
aburridas en sus casas, encargados de edificio, políticos que se dicen
progresistas y hasta esos jóvenes de alcurnia que le hicieron la boleta a María
Soledad Morales. Dice que el vigilante argento es barato, no sólo por lo que se
le paga poco a las fuerzas de seguridad sino porque cualquier ciudadano común
está al pie del cañón para denunciar y con sed de sangre y represión.
Dos décadas después aquel
revolucionario Calamaro de los 2000 no encontró espacio que lo albergara y se
volcó a posiciones más radicalidazas que le abrieron un lugar y ya no es el
mismo que antes. La sociedad argentina, sin embargo, parece no haber cambiado
mucho respecto a lo que él denunciaba hace unos años, incluso pareciera que desde
hace un tiempo está encontrando un lugar cada vez más fuerte. El vigilante
medio argentino cada vez representa un porcentaje mayor de la sociedad y pareciera
que de a poco empieza a encontrar sus referentes en la política doméstica.
En este blog no han pasado
inadvertidos los casos de Santiago Maldonado, Rafael Nahuel, Luis Chocobar y
Lino Villar Cataldo, sobre todo por la mirada benévola, de apoyo y casi, casi
como el modelo a seguir, que tenía la ex ministra de seguridad Patricia
Bullrich. Y si creemos que hoy con el cambio de gobierno este modelo pereció,
nos equivocamos. Todo lo contrario. El actual ministro de seguridad de la
provincia de Buenos Aires Sergio Berni no sólo coincidió en todas las políticas
adoptadas por la ex ministra en los casos mencionados sino que hoy las pone en
práctica.
Es cierto que ambos personajes intentan
poner en valor el trabajo de las fuerzas de seguridad que en la Argentina desde
la última dictadura militar a la fecha no sólo está menospreciada sino que
también está bastardeada. Ahora bien, poder tener la capacidad de analizar que
los trabajadores de las fuerzas de seguridad en su mayoría provienen de las
capas más vulnerables de la sociedad en búsqueda de un ascenso social y de un
status mientras les dan cada vez menos herramientas y menos legitimidad, dista
bastante a pretender que un ministro camine por calles de un barrio con un arma
larga buscando malhechores a los cuales disparar. Cuestionar el lugar lumpen
que le damos a las fuerzas de seguridad no es lo mismo que considerar de
antemano que son todos inocentes de abusos policiales o de los crímenes
llamados de “gatillo fácil” de los que se los acusa, como sí consideran sendos
ministros.
De todas esas profecías new
age que se empezaron a decir hace cuatro meses en el arranque de la
cuarentena más larga del mundo, la que más erró fue la que vaticinaba el fin
del capitalismo y por consecuencia, la que más acertó fue la que nos dijo que
esta cuarentena vino a desnudar y a exacerbar esas miserias que teníamos intrínsecas
y sabíamos maquillar con gracia. Los que ayer festejaban las prácticas de Pato
Bullrich, un poco con culpa ante el ojo inquisidor progresista, hoy ya no ocultan
la “tranquilidad” que les da que un ministro como Berni salga él mismo a matar
ladrones por las calles o que se ponga a ordenar el tránsito atascado y ponga
en “su lugar” a la mujer a cargo por ser sólo una socióloga o simplemente por
el hecho de haber nacido mujer. El pueblo no quiere que una señora ratona de
bibliotecas que tiene infinidad de estudios sobre las fuerzas de seguridad,
como Sabina Frederic, esté a cargo de la seguridad. El pueblo quiere alguien
que meta presos a los chorros y si es posible que los mate así no se reproducen
más.
Sacando de lado aquellos
mercenarios políticos que ayer se desgarraban la piel ante los atropellos de
Pato caminando con borcegos por las calles y hoy en el mejor de los casos se
hacen bien los boludos mirando para otro lado cuando Berni hace lo mismo, el
vigilante medio argentino ya no disimula. Bastó con que le dieran la
posibilidad de denunciar a cualesquiera que estuviera rompiendo la cuarentena
para todos se apiñaran a las ventanas de sus casas a vigilar y a pedir castigo
para los infractores. Los medios llevaron a sus movileros para pedirle
explicaciones a todo aquel que no estuviera en su casa y muchos periodistas más
movidos por un impulso de sumisión escracharon y pidieron mano dura para todo
aquel que osó desobedecer a su jefe político.
La fórmula se vuelve a repetir:
la cultura se transmite más rápidamente de arriba hacia abajo, desde los
dirigentes al pueblo. Si el que se encuentra en la cima de la pirámide festeja
o avala ciertos usos ¿Por qué quienes están en las bases no vas a hacer lo
mismo? Los dirigentes son los encargados de marcar el tono en las discusiones,
en el humor social y en los usos y costumbres del pueblo al que representan. Si
los jefes máximos de la seguridad mantienen un tono agresivo ¿qué podemos
esperar del pueblo? Y más aún ¿qué podemos esperar de las fuerzas de seguridad?
La cuarentena nos dio la respuesta a esta última pregunta.
Brutales represiones a pueblos
originarios en Chaco que terminaron con la absolución de todos los implicados
el mismo día que el presidente ponía a una nena a recitar la declaración de la
independencia en idioma quom para que toda el ala progresista se haga pis
encima entretenidos con lo simbólico y no tengan tiempo de ver la realidad.
Cuando George Floyd dijo “No puedo respirar” y murió asfixiado por la bota de
un policía, los Palermo Sensible intentaron marcar la agenda de un Estados
Unidos violando derechos humanos, cuando Walter Ceferino Nadal dijo “No puedo
respirar” y murió asfixiado por la bota de un policía nadie se animó a
enfrentar al señor feudal que gobierna Tucumán y que es del partido que está a
favor de la gente. O al menos de alguna gente, porque como Nadal, Fernando
Espinoza terminó descuartizado en otra provincia por haber violado la
cuarentena. Más original fueron los tres chicos que “se ahorcaron” en la cárcel
del feudo puntano Saa Luis cuando los habían metido presos también por violar la
cuarentena. Y para qué hablar de la maldita bonaerense si esa siempre nos da
tela para cortar, la última fue un chico de La Matanza que en el día que estaba
cumpliendo 18 años le reglaron un balazo que lo llevó al mundo de los que ya no
están entre nosotros.
Y como si viviéramos en un país
llamado “El día de la marmota” la historia se repite una vez más también en la
represión policial y en las desapariciones forzadas. Facundo Astudillo Castro
rompió la cuarentena en Bahía Blanca para ir a ver a su novia, hizo dedo en la
ruta y fue demorado por la policía de la zona, tal como figura en el acta
policial y por los testigos que lo vieron. Ese 30 de abril Facundo desapareció
y no hay rastros de él. Desde entonces la historia se volvió a repetir como si
fuera agosto de 2017. Se empezaron a realizar rastrillajes sólo cuando el caso
tomó estado público; apareció una testigo falsa que dijo haber visto cosas que
en realidad no vio para desviar la causa; y el ministro de seguridad Berni,
fiel al estilo Bullrich, aseguró que quiere defender a las fuerzas de seguridad
pero recién después de pasados 70 días, los apartó de la investigación por
pedido de la madre del desaparecido (sic) y es acá que podemos decir que se
despega de la doctrina de Pato porque este señor tuvo la “amabilidad” de “complacer”
a una madre loca que está obsesionada con que la policía le hizo desaparecer al
chico, no porque él lo crea. Para ser fieles a la verdad no sólo eso diferencia
el caso Astudillo Castro con el caso Maldonado, también es justo decir que las
instituciones abocadas a la defensa de los derechos humanos no pusieron el
mismo ahínco que hace tres años, que a los 80 días de sucedido este caso el
otro ya tenía un cuerpo y que a los Astudillo Castro le tomaron la denuncia
recién a los 50 días (casi dos meses) porque no tienen ninguna afinidad
política pero sobre todo porque son pobres, bien pobres.
Si la cuarentena vino para
desnudar las miserias que teníamos bien ocultas, una de esas fue la represión
que todos llevamos dentro, lo que Calamaro llamaba en los 2000 “Vigilante medio
argentino” y hoy esa represión está completamente descontrolada. Es problema es
grave y los dirigentes encargados del tema (los que estuvieron y están) no
colaboran mostrándose mientras aplican mano dura, por el contrario, la
fomentan.
En esta situación tan extrema, los
que no somos dirigentes lo que podemos hacer es exigirles a los que sí son que estén
la altura, pero sobre todo, no mirar
para otro lado como estamos acostumbrados a hacer cada vez que gobierna al que
le pusimos el voto en la urna.
Publicado por Juani Martignone
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