Ningún pibe nace chorro. Ningún jubilado nace asesino.


Como en “El día de la marmota” otra vez nos despertamos, apagamos el despertador como siempre, prendemos la radio y volvemos a escuchar otra vez la misma noticia. A diferencia de Bill Murray no escuchamos que el pueblo se prepara para honrar a ese animalito que tanta buenaventura nos trajo sino que escuchamos que otra vez un ciudadano común hizo justicia por mano propia. Es cierto que esa noticia que se repite todos los días también podría haber sido tranquilamente que otro chico desaparece en circunstancias extrañas con las fuerzas de seguridad, o que el costo de vida aumentó el último mes, o que se descubrió a tal o cual político envuelto en una causa de corrupción, o la última más escuchada: que la cuarentena se extiende 15 días más. Aun así la noticia de la justicia por mano propia, aunque no sea diaria, al menos se escucha de forma rimbombante una vez al año desde hace muchos años, y si consideramos todos aquellos casos que no llegan a los medios, podemos hablar de un tema que es sistémico en la sociedad.
Podemos considerarlo sistémico en nuestra sociedad también por las reacciones que estos casos provocan y cómo se dividen aguas en defensa de unos u otros. De un lado tenemos al progresismo argentino con su afán moralizante conseguido a base de ayudar en algún comedor, o de tocar a un coya en la puna, o de escuchar cumbia en un centro cultural falopa, que infantiliza a quienes no abonan sus teorías pero que en cierta forma están en lo correcto al plantear que los delincuentes no llevan en la sangre los genes de la delincuencia sino que son el producto de una sociedad desigual que los tiene marginados. Del otro lado tenemos a una clase media, media baja que no tiene acceso a pagar los costosísimos sistemas de seguridad de los poderosos, que está harta, hartísima, y se ve reflejada en ese carnicero o en ese jubilado al que robaron un millón veces y salió a hacer justicia por mano propia, también alentados de cierta forma por la dirigencia política por referentes en el tema como Patricia Bullrich y Sergio Berni.
Si queremos pensar este tema para tomar partido, lo más importante es practicar la empatía tanto con unos como otros, aunque ya sepamos que tanto unos como otros están haciendo algo que está mal como robar o salir a matar gente. Entonces de esta forma vamos a ver que a diferencia de cómo nos quiere enseñar el progresismo argentino, no se trata de una cuestión material; y a diferencia de cómo nos dice la clase media, media baja pro doctrina Bullrich-Berni tampoco se trata de una cuestión de quien cometió el delito primero como la habilitación de la consecuente defensa. No estamos frente a un conflicto de bienes materiales versus vida humana, estamos frente a un conflicto de dignidades que se ven humilladas ante una sociedad y un Estado que prefieren mirar para otro lado. Estamos frente a un conflicto de parias.
Pensemos por un instante estar en los zapatos del delincuente, que nació en una familia de bajos recursos, que vive en las márgenes de la ciudades sin acceso a vivienda digna, a servicios dignos, a educación digna, incluso a una seguridad digna porque desde chico tuvo que aprender que a cuidarse las espaldas para que no le roben lo poco que tenía, a cuidarse del cana que los fajaba por negritos. Pensemos qué sería de ese chico si le diéramos bienes los bienes materiales que le faltan ¿qué pensaríamos? Lo mismo que pensamos cada vez que vemos a un chico así con zapatillas de marca o con un buen celular: que seguramente se lo afanó a alguien. Esa humillación que practicamos con las capas de menores recursos del mismo modo que hacemos cuando nos cruzamos de calle al ver a alguno caminar por la misma vereda porque asumimos de manera obvia que nos van a robar, es lo que lleva a estas capas a buscar algo de la justicia que no tienen, aunque sea simbólica; recuperar esa dignidad que le robamos día a día manteniéndolos en las márgenes aun teniendo los bienes materiales que se requieren. Y para tener esa justicia social no hace falta robar las arcas de una multinacional, basta con vulnerar al que apenas tiene un poquito más que ellos y que se considera seguro en lo que pudo construir, de esta forma le muestra que al final de cuentas no son tan distintos, ambos son vulnerables.
Si ahora nos ponemos en los zapatos de un jubilado clase media o clase media baja, que trabajó toda su vida probablemente muchas más horas de las que hoy estamos acostumbrados, aprendiendo un oficio y por el camino correcto, que vivió y repuso a todas las crisis a las que en este país nos llevan, que luchó por tener un techo para en el futuro tener al menos una seguridad, que durante su adultez mayor debe ingeniárselas cómo sobrevivir con la miseria que los gobernantes deciden que le corresponde para ajustar sus cuentas fiscales mientras le venden la épica de que piensan en ellos, que por más que quieran insertarse viven en un mundo para el cual no sirven, no sirven para los trabajos, no sirven para manejar la tecnología, no sirven para adaptarse a los cambios y se los juzga por no tener una pensamiento actual y tampoco es valorada la experiencia que nos pueden aportar, así y todo entran y les roban, y los torturan por ser viejos, y no una vez, varias veces ¿qué haríamos? ¿Nos quedaríamos en el molde dejando que todo pase porque tres sociólogos nos dicen que está mal? ¿O saldríamos a defender, incluso de forma inconsciente, eso poquito que tantos años nos llevó construir a través de vientos mareas, crisis y políticos corruptos que viven countries o torres blindadas en Puerto Madero que no tuvieron que trabajar ni la mitad de lo que nosotros hicimos?


 
Estamos en un conflicto de pobres contra pobres. Y es bueno saber que en ambos casos, en general, no hay premeditación, sale el instinto humano de defenderse, de hacer esa justicia que se les niega a unos a otros por ser parias. Tanto a los chorros como a los jubilados la sociedad y Estado se le caga de risa en cara todos los días, entonces ¿Quién va a defenderlos si no lo hacen ellos mismos con sus propios medios?
Tantas veces se repite una y otra la presencia o no de Estado, pues en este caso está más ausente que nunca. Un Estado no está para ser el padre de una sociedad a la que tiene que cuidar cual niño indefenso y tirarle unos mangos cada tanto para calmar el hambre. Tenemos un Estado para que como sociedad nos sintamos dignos de pertenecer a ella y no tener que vivir la injusticia de ser marginales porque entonces obviamente vamos a salir a buscar esa justicia, siendo chorros, o asesinos de chorros, o policías coimeros, o maestras vagas que se toman mil licencias en pleno ciclo lectivo. De alguna u otra manera los parias intentan hacer justicia en esa sociedad que los tiene como parias y que el Estado cree que lo arreglará dándoles futbol gratis por TV.
Llegar a esta situación es el indicio de que el Estado está ausente y desconexo totalmente de la sociedad que representa. Y no es un problema de este gobierno o el anterior, estar llegando a la cuarta generación de asistidos nos habla de por lo menos desde la vuelta de la democracia no hubo un solo gobierno que se ocupara de estos problemas de manera efectiva por más que se autopubliciten como sororos, y convengamos que a unos pocos el tiempo no les faltó. La culpa no tienen los chorros ni los que hacen justicia por mano, la tiene un tercer actor que lo único que nos ha brindado en casi 40 años es una tierra en la que los pobres disparan contra los pobres.
Es cierto que en un mundo cada vez más desigual y frente una cuarentena que desnudó cada vez más las desigualdades es difícil pararse a pensar estas cosas y es más rápido y sencillo tomar partido por uno u otro pero si no lo hacemos de una vez, mañana vamos a ser nosotros los chorros o los que salgamos a buscar justicia por mano propia.         

Publicado por Juani Martignone
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