La radicalización de los excluidos

 “Buenas, vengo a hacer un descargo porque escucho mucha gente decir esto de ‘¿hacía falta que la marcha sea ahora? ¿No podían esperar? ¿Hacía falta que sea justo ahora donde está la curva, el pico de contagios?’ Y yo les quería contestar y decir que, en mi opinión, sí, era y es muy necesario que salgamos a la calle cuando pasan estas cosas, porque es ahora que están queriendo reformar la justicia para salvar a unos cuantos; es ahora que Facundo Astudillo está desaparecido hace un montón y todavía no se sabe si su cuerpo fue encontrado; es ahora que la gente está sin laburar hace más de 5 meses y no tiene un ingreso; es ahora que se espera un 60% de pobreza en jóvenes en la Argentina; es ahora que están pasando todas estas cosas. Entonces, si nosotros esperamos a que termine la cuarentena, no salimos más; o si esperamos a la vacuna, vamos a estar acá hasta Marzo del año que viene. Y estas cosas no pueden esperar. No podemos esperar a que nos quiten toda la libertad, porque es ahora que te quieren meter preso por juntarte con amigo; es ahora que te meten preso por salir a pasear a tu mascota. Esto está pasando ahora y no puede pasar más. Entonces, no, no podemos esperar. Esto es ahora o nunca”

 

https://twitter.com/Camy_Clusi/status/1295875293169831940?s=20

 

El 18 de agosto mientras algunos se pusieron la gorra para buscar cuanto debía de patente la dueña de un Audi que decidió manifestar en contra del gobierno, Camy Verdún colgaba este descargo en su cuenta de Twitter. Aunque tiene muchos elementos criticables el discurso de la twittera, es claro que dista bastante del relato de una ultraderecha rancia “bolsonarizada”, como calificó Julia Mengolini a los manifestantes de la marcha que se dio el 17 de agosto en varios puntos del país. También es cierto que el grueso de los que se expresaron en las calles el feriado no alza enérgicamente y con vehemencia la bandera de Facundo Astudillo Castro o la del 60% de niños pobres en el país, básicamente son opositores porque se cumple la vieja teoría de Di Tella que en este país la derecha no es una opción y hoy después de mucho tiempo parece estar bien representada.

 

 

Pero entonces ¿cómo es que una chica que brega por algunas causas que son las que se publican en Prensa Obrera y sólo las siguen los partidos de izquierda termina en una marcha convocada y protagonizada por la derecha? Pensemos qué partido en la Argentina podría contener a esta chica. Si arrancamos por la izquierda podríamos suponer que la intervención del Estado en la propiedad privada y las ideas adolescentes de no pagar deudas contraídas y sobre todo la poca fuerza electoral que hacen que desde el vamos sea una causa perdida, podrían ahuyentarla. Ahora si pensamos en una opción populista como el peronismo probablemente no le atraiga su obsesión por acallar opositores, la doble moral que se traduce en valores endebles que los hacer gritar cada 30 segundo por Santiago Maldonado cuando son oposición y hacer silencio sepulcral por Facundo Astudillo Castro cuando son oficialismo y por supuesto su poco apego a las instituciones y a la conformación de la república. Y si seguimos en el tren de suponer, probablemente tampoco le agrade el hecho de que la policía pueda disparar a sospechosos por las dudas como propone un partido de derecha o dejar la suerte de miles de personas a la perinola del mercado. Podríamos asumir que tanto esta chica como a los muchos que en un momento intentaron aunar en el proyecto fallido que los llamo “la ancha avenida del medio”, están completamente excluidos de las propuestas electorales.

La paradoja es que quien supo recoger a la mayoría de esos excluidos fue la mismísima derecha que hoy en nuestro país (como en Estados Unidos) está siendo llevada a cabo por un partido que sabe usar muy bien el relato populista como es el macrismo. Un populismo de derecha o como algunos nos gusta llamar: el kirchnerismo invertido, que refiere a una fuerza de igual magnitud e intensidad pero con sentido exactamente opuesto.

En su libro “¿Por qué funciona el populismo?” la politóloga María Esperanza Casullo nos cuenta como el populismo no entiende de ideologías sino de relatos, de lo que ella llama el “mito populista”. Explica cómo este relato viene a darle entidad a un pueblo que se siente excluido de un sistema que no lo contiene. Funciona tanto para Cristina Kirchner cuando le da entidad a todos los grupos que fueron oprimidos en los sangrientos 70, como así también le funciona a Mauricio Macri cuando les da la palabra los que el inconsciente colectivo (no tan inconsciente) condenó con el mote de represores. Casullo cuenta cómo estos líderes se erigen como aquellos que vienen hacer justicia por el pueblo (lo que ellos definen como pueblo) que en unos casos serán los que quieren ver gratis el futbol que les robó la oligarquía y en otros casos serán los que quieran comprar dólares que los políticos que se robaron todo les prohibieron. Lo que no indaga la autora es por qué estos populismos tienden a radicalizarse cada vez más.

La derecha en Argentina, el macrismo, adoptó un discurso liberal que reza la libertad de que cada uno de ser lo que quiera y pensar en lo que quiere, un terreno fértil para incluir a cualquier colectivo que pretenda ingresar. Un ejemplo claro es cuando se debatió la ley de aborto legal en la que Macri no quiso imponer sus valores contrarios y dejar que cada quien de su partido pueda decidir lo que se le antoje sin una línea de valores marcada del partido. Y aunque muchos se quieran convencer de que es el liberal clásico, la reencarnación mismísima de Adam Smith (al que seguramente nunca leyó), el macrismo, en realidad, se consagró como un partido que los norteamericanos llaman “catch all” (tomar todo). Lo que antes se le criticaba al partido que se preciaba por tener entre sus filas a Estela de Carlotto y a Sergio Berni, hoy vemos que en el kirchnerismo invertido están tanto Silvia Lospennato como Elisa Carrió en el mismo espacio. Ambos se pelean por tomar a todo aquel que ande suelto y alistarlo en sus ejércitos militantes radicales.

Pero el catch all no funciona solamente por la ambición de un partido de incluir al primero que le venga a golpear la puerta o se encuentre huérfano de representación, también es responsabilidad de quien elige no escucharlo. Y esta última marcha opositora fue el ejemplo más claro. El oficialismo, en su mayoría devenido en un kirchnerismo justificador hasta de un violador de bebés con tal de que esté en su partido, estuvo días buscando personajes que hayan marchado el lunes 17 de agosto que expresen esos mensajes que esperaban escuchar para confirmar sus prejuicios, y por supuesto lo encontraron: gente pro militares, machistas radicales, millonarios queriendo irse a Miami, anti vacunas, gente que abona teorías conspirativas. Todo lo que estaban esperando. El problema es que cuando uno busca algo que espera encontrar no está muy abierto a encontrar cosas, y fue como se les escaparon todas esas personas que abonan el mismo discurso de Camy Verdún, que pueden no ser muchas pero que son la oposición que los corre por izquierda.

Este ejemplo no es el único ni propio de esta época. El autismo que tuvieron las organizaciones de derechos humanos con todos los familiares de personas víctimas de la guerrilla, hicieron que aquellas personas a las que su hijo se les murió por una bomba que pusieron Montoneros en un tren terminen buscando refugio en el único espacio que supo abrierle las puertas: el que defendió al terrorismo de Estado. Del mismo modo que lo que fue una ¿socialdemocracia? hoy esté virando a la derecha al punto de poner en riesgo a toda una población en una marcha poco original.

La indiferencia y la falta de proyectos políticos que contengan posiciones más moderadas solo hacen que aquellos que sienten excluidos de todos los relatos encuentren un espacio en grupos radicalizados, y por ende, se terminen radicalizando. El tema es que la radicalización que tanto les sirve a políticos, perjudica y erosiona cada vez más el debate político. La bolsonarización y el chavismo, agradecen.  

 

Publicado por Juani Martignone

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