Nunca les importó Santiago Maldonado
Valeria Luiselli escribió uno de los libros del año que tituló “Desierto sonoro”, una novela que narra la historia de una familia ensamblada que se ve atravesada por el drama de los niños desparecidos en la frontera entre México y Estados Unidos en manos de las fuerzas policiales. En toda la historia los diálogos no abundan, el viaje a auto través del desierto de Arizona crea una leve pero constante tensión en los cuatro tripulantes: el silencio entre ellos dice más de los que les pasa internamente que lo que dicen efectivamente. El silencio habla, el desierto se vuelve sonoro.
A veces uno habla más por sus silencios
que por sus discursos. Si pensamos en niños, desapariciones, fuerzas policiales
y violencia institucional, hoy, a algunos, no tantos como me gustaría, se nos
viene la imagen de Facundo Astudillo Castro, esa imagen que se usó para
buscarlo y que su madre posteó cuanto pudo en sus redes y nos desgarró el
corazón, de nuevo, a algunos, porque es importante decir que esta vez ante un
caso de desaparición forzada lo que abundó fue el silencio. Y del mismo modo
que en el libro de Luiselli uno podía inferir que esa pareja que viajaba en
silencio a través del desierto de Arizona estaba por terminar es que podemos
inferir que el silencio que hicieron muchos ante la desaparición de Facundo
Astudillo Castro sólo demuestra que nunca les importó realmente la desaparición
Santiago Maldonado, como nos quisieron convencer en el 2017.
Hace 3 años un joven desaparece,
la última vez que fue visto fue en el contexto de una protesta que fue
reprimida por gendarmería donde abundaron todo tipo de prácticas ilegales por
parte de las fuerzas del Estado. Inmediatamente el caso tuvo resonancia
nacional, la sociedad se levantó con el reclamo “¿dónde está Santiago
Maldonado?”. La frase se multiplicó en las paredes de la ciudad de Buenos Aires
(que en muchos casos aún continúan), los escritores y periodistas llenaron las
revistas digitales con reflexiones melancólicas que espesaban el aire con la
sensación de terrorismo de Estado. Se denunció a cuanto funcionario se pudo, se
los increpó en vivo, aparecieron en los móviles de los noticieros reclamando la
aparición del joven. Los actores, que en ese entonces publicaban videos todas
las semanas con un reclamo distinto para el gobierno de turno, hicieron al
menos 7 versiones distintas para este caso. Docentes organizaron en un acto
patrio la recreación de la policía haciendo desaparecer al joven frente a un
público de niños que miraba atónito el terror. Personalidades de todo tipo y
color y ciudadanos de pie se sumaron a extensas cadenas de tweets en las que
informaban su nombre, su edad y se preguntaban por el paradero del
desaparecido, algo así como “Soy Juani Martignone, tengo 37 años y me pregunto
¿Dónde está Santiago Madonado?”. La ministra de seguridad y el presidente de
ese entonces recibían miles de arrobadas exigiéndoles respuestas del caso.
77 días después de su
desaparición, un cuerpo aparece en el mismo lugar donde se había rastrillado
una y otra vez. Cuando la autopsia determinó que Santiago se había ahogado solo,
el reclamo bajó mil trescientos tonos, ya no importó si un chico que no sabía
nadar se metió en un río helado porque la forma en la que lo reprimían era
brutal. Caída la coartada que se había implementado de una nueva instauración
de terrorismo de Estado (textuales de periodistas y políticos) y comprobados
todos los falsos testigos que habían sostenido esa idea, la sociedad, los
periodistas y la oposición apuntaron a otras causas y Sergio Maldonado, el
hermano de la víctima, dejó de tener cámara. Había que encontrar nuevos
argumentos para sostener “Macri basura, vos sos la dictadura”. Santiago ya no
les servía.
Hace 5 meses un joven desaparece,
la última vez que fue visto fue en el contexto de cuarentena super estricta
cuando la policía le labró un acta por violar el DNU presidencial. Pasaron casi
60 días para que la policía le tome la denuncia a la madre y casi 80 para que
el caso tome algo de estado nacional. Algo, porque esta vez no hubo cientos de
notas lacrimógenas de periodistas, ni sospechas de terrorismo de Estado, ni
videos de actores, ni reclamos directos a los funcionarios, ni maestras
organizando actos escolares con el caso, ni largas cadenas de tweets
preguntándose “¿dónde está Facundo Astudillo Castro?”. Los más “osados” se
atrevieron a preguntar con el cuidado de no arrobar a nadie, y algunos muy pero
muy poquitos de los ayer reclamaron por Santiago hoy trataban de marcar que la
única responsabilidad era de la “maldita policía”. Se desgarraron todos los
músculos haciendo fuerza para despegar de toda responsabilidad a cualquier
funcionario de gobierno. Pero sobre todo abundó el silencio.
107 días después de su
desaparición, un cuerpo aparece en el mismo lugar donde se había rastrillado
una y otra vez. Cuando la autopsia determinó que esos restos óseos encontrados
en el cangrejal eran del cuerpo descuartizado de Facundo, un tímido reclamo
pidió la renuncia del inefable ministro de seguridad pero esta vez fueron muy
cuidadosos de decir que se no trató de una responsabilidad de Estado o de
involucrar a otro funcionario de gobierno o al presidente y muchísimo menos
acusar de que esto es una dictadura. A diferencia de la anterior desaparición
forzada, en ésta se pidió prudencia y no utilizar esta muerte trágica para
operar en contra del gobierno. Un giro de 180 grados que los hace parecer que
no son las mismas personas o que sus ideales flamean al ritmo del punto
cardinal en el que sopla el viento.
En ambas historias hubieron
grupos que están convencidos de que les “tiraron un muerto al gobierno” y con
esa idea es que figuras que ponderan la intolerancia y la mano dura como
Patricia Bullrich y Sergio Berni crecen como referentes en esos grupos. El
mismo día que se encontraron los huesos de Facundo, Berni se paseaba por los
programas de televisión acusando a miembros de su propio partido de incitar a
tomar tierras y asumir que aspira a la presidencia, mientras publica videos de
él en su redes sociales cual Rambo haciendo ejercicio en su casa “preparándose
para librar las batallas que se le presenten”, de la misma forma que aseguró
que se curó el covid-19 con un remedio que no puede difundir. Claramente el
responsable de que Facundo Castro no desapareciera vive en una película de acción
clase Z y por más que existen algunos timidones que “osan” pedir su renuncia,
es más que claro que no lo hará por motus propio. Mucho menos podemos esperar
que lo haga su superior, el gobernador de la provincia de Buenos Aires Axel
Kicillof, que se quedó bien callado ante todos sus anteriores atropellos como
la cantidad de oportunidades en las que increpó a la ministra de seguridad
nacional por ser mujer y antropóloga. Goza de una protección política que él
mismo asegura que le es conferida por Cristina Fernández de Kirchner.
La ministra actual, Sabina
Fréderic, siente que no le debe explicaciones a nadie más que a la madre de
Facundo, intensificando esa idea de que no puede ver las cosas con claridad por
su condición de madre. Más claro: esta loca patalea porque nunca va creer algo
malo de su hijo. Se lo hicieron a Ada Rizzardo, la madre de María Soledad
Morales, se lo hicieron a Zulema Yoma cuando murió su hijo y ambas la historia
les terminó dando la razón, no estaban locas. En esta cruzada por sólo calmar a
la madre, el presidente Alberto Fernández, la invitó a la residencia
presidencial para escucharla y para no se vaya con las manos vacías le regaló
un cachorro hijo de su perro Dylan, algo así como “entreténganse con esto
señora a ver si le ayuda a pasar el duelo”. Ninguno asume que sea lo que sea
que haya pasado es responsabilidad del Estado que un chico salga en pleno
confinamiento, lo pare la policía en dos oportunidades y 100 días después
aparezca descuartizado. No es un tema de la madre, es un tema de la sociedad
entera que necesita saber si esta actitud policiaca que se desató en la
cuarentena está haciendo desaparecer personas por las fuerzas estatales.
“La investigación está en marcha,
nuestra única prioridad es saber qué pasó con Santiago Maldonado, mientras
tanto no voy a tirar a ningún gendarme por la ventana” Dijo la ministra de
seguridad de 2017 y generó furia y repudio. “No hay ningún imputado en la
causa. Se están recogiendo pruebas todavía y nosotros en este caso lo que hemos
decidido es que no haya intervenciones ni opiniones nuestras” Dijo la ministra
de seguridad actual y pasó desapercibido.
Las diferencias de varas con las que
se miden a unos y a otros son evidentes y eso lo único que demuestra es que
quienes miden tan desproporcionadamente según sus preferencias no son dignos de
ser escuchados. Son parciales y funcionales. En realidad los pinta de cuerpo
entero: cuando no emiten comentario alguno sobre las pymes que cierran todos
los días significa que nunca les importaron las pymes que funden; cuando se
callan frente al recorte de aumentos que ahora se hacen por DNU a los jubilados
que van muy por debajo de la inflación y de lo que les correspondería con
cualquiera de las dos fórmulas que en el pasado estuvieron en disputa,
significa que nunca les importaron los jubilados; cuando callan ante los chicos
que se caen del sistema educativo, significa que no les importa la educación.
Lo único que les importa es
ocupar el lugar de poder para hacer las mismas atrocidades que hacían los
otros, pero con tranquilidad mental de que lo hace uno de los suyos. Y lo vemos
cuando la actual vicepresidenta ayer como líder de la oposición se sacó fotos
con cara de consternación sosteniendo una foto de Santiago Maldonado y hoy está
sumida en el silencio. Sus intervenciones son para meter bocado (a pesar de que
el reglamento no se lo permite) para salirse con la suya haciendo comentarios
sarcásticos con los senadores que no le caen bien o apagar micrófonos para
monopolizar el discurso. Mientras tanto para las víctimas del covid, ni para
los dueños de pymes que funden, ni para los miles de argentinos que viven
angustias producto de la pandemia, ni para la familia de Facundo Astudillo Castro
tuvo siquiera una mínima palabra de apoyo y compresión. Silencio.
El tema es que el silencio, como
en ese auto recorriendo desierto, suena. Suena muy fuerte y desviste a todos
los que alguna vez se disfrazaron de eso que no son ni en sus aspiraciones.
Publicado por Juani Martignone
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