No es la generación cristal

 Lola Latorre anunció que cerraba su cuenta de Twitter y su fandom sub 20 apoyó la moción. Escapar de los comentarios negativos es, en apariencia, la solución a la crueldad del mundo. A diferencia de su madre, Yanina, que es conocida por ser una guerrera todoterreno de la palabra que no se calla ni en los peores momentos revoleando tweets de todo tipo y tenor justificando hasta lo injustificable, la pequeña Lola no pudo soportar que algunos usuarios se burlen de ella. Fue demasiado para la joven influencer.

Al juzgar por las justificaciones que vertió para cerrar su cuenta en la única red social libre de censura previa, Lola espera que allí se refleje el mundo que le sienta más cómodo, el que aspira o en el que está acostumbrada a vivir. Recibió insultos, comentarios de desaprobación a su trabajo con frases violentas y acusaciones de anorexia. Consideró no estar “lo suficientemente fuerte para soportarlo” (sic). Con 19 años la hija de un millonario jugador de fútbol y una irreverente mediática, que vivó en distintos lugares del mundo y se educó en colegios de elite a los que no todo el mundo tiene acceso, no está lo suficientemente preparada para afrontar un mundo ¿hostil o real?

Las redes sociales no son un grupo de buenos amigos, un reducto de bondad ni un faro de moral. Son el reflejo del mundo en el que vivimos, sólo que amplificado y de rápida llegada. Por momentos tampoco es la realidad sino lo que fingimos ser, porque si algo nos dan las redes es la posibilidad de ser quien queramos ser. Un espacio ampliamente democrático donde todos tienen la posibilidad de decir lo que se les antoja, incluso mentir, incluso afirmar datos que no han sido del todo corroborados, y todos nos enfrentamos a ver eso. ¿Acaso no existían estas opiniones o estas formas de pensar previo las redes sociales? Claro que sí, sólo que ahora las vemos y nos tenemos que hacer cargo de eso. Hacernos cargo de la inmensidad y diversidad de opiniones y discursos que existen en este mundo y que antes no veíamos.

Para evitar que las Lola Latorre se sientan ofendidas podríamos hacer un red social calificada, donde para opinar se exija una formación, donde tengamos que demostrar previamente la forma que tenemos de argumentar, donde nadie pueda ofender a nadie y además donde demos un mensaje al mundo sobre los males que lo aquejan como las enfermedades, ya sea la anorexia u otras. Sería una red social exclusiva, exclusivísima; representaría un mundo responsable y letrado pero muy chiquito; tan chiquito como el mundo en el que vive Lola.

Si quisiéramos podríamos transformar nuestras redes sociales en ese grupo de amigos chiquito que represente nuestro mundo o el mundo que nos gusta, podríamos tenerlo lleno de gente que sólo nos adule, que piense como nosotros y que sepa desde qué posición hablamos cuando hablamos; sólo habría que poner nuestras redes como privadas o la nueva herramienta it de los twitteros oficialistas: restringir quien responde a tus tweets; porque como bien sabemos si algo no gusta, es mejor no verlo ¿no? Es sabido que contrastar tu opinión con otra opuesta nunca suma ¿no? Que sólo hablar con tu círculo de pertenencia e ideológico no radicaliza tus opiniones y las enajena ¿no?

Siempre cuento que el día que entendí el poder y la responsabilidad que tenían las redes sociales fue el día que me bloqueó en Twitter Aníbal Fernández. Un comentario mío que no le gustó eligió no escucharlo nunca más, no debatirlo, no retrucarlo, no educarme en el caso que lo haya necesitado, simplemente silenciar mi voz. Este hecho me hizo entender dos cosas muy importantes. La primera es que Twitter es tan democrático que un nadie como yo con apenas 32 años y un manojo de broncas atragantadas por lo mal que la estaba pasando, podía decirle al mismísimo jefe de gabinete de ministros de esa época (rol que cumplía Aníbal en ese momento) lo que pensaba y le iba a llegar sin tener que pedirle una cita previa. Recibir ese bloqueo me dio la pauta de que había leído mi opinión sobre sus dichos y no le había gustado, algo que en otros tiempos era imposible de pensar: un ciudadano común siendo escuchado inmediatamente por un político de alto rango con sólo dos golpes de tecla. Tranquilamente podría haber sido un community manager, algo raro para esas épocas en las que las redes sociales eran una novedad, aun así el impacto es el mismo. Lo segundo que me hizo entender el bloqueo, fue que cuanta más libertad hay, más duele y hacemos lo posible para acotarla para que deje de doler. Seamos un Aníbal Fernández bloqueando a un nadie que no le pareció que la seguridad no era una sensación o una Lola Latorre bajándose de un espacio en el que la gente le dice que canta horrible y que tiene que comer un poco más.

Después de Aníbal me bloqueó Sofía Gala, Después Luis D´Elía, después Calú Rivero, después Fernando Dente, después Malena Pichot, después Alex Freire, después Úrsula Vargues, después Manuel Quieto y todos los fanáticos de “La mancha de Rolando” y así siguieron los fanáticos de Radiohead, los del Indio Solari y una cantidad enorme de desconocidos a los que les hice una carpeta digital en la que colecciono los screens de los bloqueos y al lado pongo los motivos, la mayoría es no soportar la diferencia. Esto nos da la pauta que la actitud de Lola Latorre no debe adjudicársele pura y exclusivamente a la llamada generación de cristal, estos chicos nacidos en el siglo XXI que viven en la burbuja de confort que sus padres les arman para que el mundo no duela. La actualidad parece no estar preparada para recibir miles de opiniones distintas y palabras que no sean de aceptación. Los más adultos buscarán artilugios más elegantes para quejarse de esas voces que no les gustan y los llamarán “trolls pagos”. A quienes nos interesan mucho las opiniones de una formidable y madura escritora como Claudia Piñeiro sabemos que para encontrarlas primero debemos leer una cantidad de tweets previos en modo de queja hacia los trolls que la acosan. Es muy común que gente llena de privilegios y que no pertenece a una minoría, no esté acostumbrada a un mundo que tiene sus aristas hostiles, la desaprobación unánime y la gente que nos “acosa” cual troll simplemente por no estar de acuerdo con nosotros.

El problema surge cuando este ejercicio exhaustivo de ser sommelier de opiniones ajenas y por consecuencia transformase en un bloqueador de cualquier atisbo de ofensa se nos vuelve en contra como le pasó a la mismísima Lola Latorre: en un vivo de Instagram con su amigo y compañero de reality, Lucas Spadafora, se burlaron de los temblores estilo enferma de Parkinson que tenía la jurado del show, Nacha Guevara. Del mismo modo que ella sintió que al acusarla de anoréxica se le estaba faltando el respeto a quienes lo sufrían, otros sintieron que ella hizo lo mismo respecto del mal de Parkinson. Y claramente no se equivocaban.

¿Está mal burlarse de algo incluso cuando no se conoce bien del tema? La verdad que no está ni bien ni mal. Eso hicieron previamente con ella y la llevó a cerrar todo para acallar las voces. Lo realmente importante es asumir las responsabilidades de lo que uno dice e intentar avanzar un paso más, ni enojarse y bloquear, ni victimizarse y llorar; convertir ese acto en un aprendizaje. Eso fue lo que le propuso una señora que no nació con redes sociales y con el impacto que estas generan. Nacha Guevara con sus 80 años recién cumplidos no aceptó la fragilidad de los chicos y los instó a fortalecerse.

 

 

La veterana actriz y cantante cruzó a la joven Lola y al joven Lucas en pleno programa de TV en vivo: “He escuchado hasta el cansancio que están tristes, que lloran, que no pueden vivir más. ¿Ustedes pensaron en algún momento cómo la pasé yo, o las personas que se vieron burladas en los medios por tener una enfermedad? Que se llama Parkinson. No es una marca de zapatillas (…) No son chiquitos. Son jóvenes de 20 años que pueden elegir presidente, que podes parir, que si hubiese una guerra te mandarían a la guerra, que pueden viajar libremente por el mundo, que pueden tomar todo tipo de elecciones (…) Bajen al mundo chicos” y lejos de victimizarse les ofreció juntarse con gente de Parkinson para qué entiendan de qué se estaban burlando, para educarse y educar a sus followers. Bajar al mundo, de eso se trata, con todo lo bueno, lo malo y lo complejo que tiene comprender que donde vivimos que a veces es no es como esperamos, básicamente porque es diverso.

 

https://www.youtube.com/watch?v=n3-0Df-w2F4

 

Repito, el problema no es la generación de cristal sino las demás generaciones que los mantenemos de cristal y que de a poco nos vamos cristalizando para exponer cada vez más nuestras fragilidades y escondernos en la impunidad que nos da la victimización. Cuando los alumnos de las universidades norteamericanas se quejaron de la discriminación que recibían las minorías no tuvieron la culpa de la respuesta que los adultos les supieron dar: los safe places. “Espacios seguros” en el que cada clase es sólo compuesta por una minoría, de esta forma tienen clases sólo de mujeres, clases sólo de negros, clases sólo de judíos, clases sólo de homosexuales. En esos espacios cerrados nadie discrimina, tampoco nadie tiene contacto con el mundo que les es distinto. Le rodeamos las aristas del mundo con algodones para que no duela, para que no tengan que enfrentarse a una chica con anorexia si no son anoréxicas o no tengan que enfrentarse a una vieja con Parkinson si son jóvenes y saludables. Y de a poco los adultos empezamos a exigir que otros también nos llenen todo de algodón porque a nosotros el mundo también nos duele.

Los proverbios ingleses son mis favoritos. Hoy, que no sólo los centennial sino todas las generaciones parecen haberse vuelto de cristal, es bueno recordar aquel que dice “Prepare the child for the road, not the road for the chlid” (Prepara a los niños para el camino, no el camino para los niños) Porque el mundo no siempre es el safe place que estamos esperando que sea, tanto grandes como chicos.                     

 

Publicado por Juani Martignone

Todo el contenido, como las responsabilidades derivadas es propiedad de quien firma.

Comentarios

  1. Muy acertado Juani! Y acá te dejo un poema para la ocasión:

    Joy and woe are woven fine,
    A clothing for the soul divine:
    Under every grief and pine
    Runs a joy with silken twine.
    It is right it should be so:
    Man was made for joy and woe;
    And when this we rightly know
    Safely through the world we go.
    William Blake (Auguries of Innocence)

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    1. ¡Hermoso! ¡Me encantó el poema! ahora quiero leer a William.
      Gracias por tu comentario Pau.

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