Reflexiones sobre héroes y tumbas

Desde hace ya mucho tiempo que Diego Armando Maradona era un ídolo argentino, una persona vista como un semidiós caminando entre mortales. Su muerte sólo le dio el pase para elevarse al panteón de los dioses del olimpo, lugar que ya sabíamos de antemano que iba a ocupar. Nada nuevo y brillante se esperaba de él porque todo el mérito necesario para ocupar ese lugar ya lo había hecho. Con el dolor que le puede llegar a causar a sus devotos, la muerte, fue el trámite que le faltaba para su esperada beatificación.

Les guste a muchos y les irrite a muchos otros, lo cierto que el último 25 de noviembre Maradona pasó ser indiscutidamente, uno de los ídolos culturales de Argentina. En todas las discusiones que rigen en torno a su figura, subyace la idea de si semejante personaje, con sus luces encandilantes pero con sus sombras profundas y tenebrosas, es quien debe representar a nuestro pueblo, o más bien, a la argentinidad. La respuesta es sí, y eso confirmará las aspiraciones de unos y obligará a los otros a enfrentarse con esa parte indeseable de nuestra idiosincrasia que queremos eliminar, o que bien, jugamos a hacer de cuenta que no existe para evitarnos tener que hacer algo al respecto.

Maradona no se hizo un lugar a las patadas en el olimpo de los ídolos argentinos, fue el pueblo quien lo puso en ese lugar. Como persona que carece de ídolos y cultura futbolera, me cuesta entender bastante las pasiones que despierta, pero puedo asociarlo rápidamente con algo que nadie, ni sus más férreos detractores, se animan a refutar: su talento innato. Puedo entender también, que fue el artífice de reivindicaciones que el pueblo argentino necesitó en un momento dado, como la de recibir por primera vez en la historia la copa del mundo de manos de personas que no fueran militares de facto, o la de hacer una especie de justicia poética frente a 11 jugadores de una nación que hacía poquitos años se habían cargado a unos cuantos niños en una guerra que hoy en nuestro país sólo está en la memoria colectiva, y con mucha suerte, apenas dos días al año: el 2 de abril y el 10 de junio.

Estas bondades y significancias que marcaron a fuego la presencia de Maradona en la historia argentina pude notarlas recién cuando leí la carta homenaje del presidente de Francia,  Emmanuel Macron, que para recordar al fallecido escribió una especie de memorabilia que en pocas palabras pudo delinear su importancia tanto en el deporte como en el valor simbólico que implicó, incluyendo también algunas críticas. Destacó que el único lugar donde libró revoluciones fue en el campo de juego, nunca afuera de él.

 

https://www.ole.com.ar/maradona/emmanuel-macron-carta-despedida-maradona_0_myEQA02J4.html

 

La diferencia del centenar de artículos extensos que escribieron todos los periodistas y escritores argentinos con plumas maravillosas, como la de Gabriela Cabezón Cámara, a la del jefe del Estado francés, es que todas están apuntadas a contar un relato épico de un héroe impoluto, apelando a un mundo de sensaciones futbolísticas, nacionalistas y populares, que si nunca las viviste, como es mi caso, te resultan completamente ajenas y sólo ves una oda de un poeta enamorado de un ídolo, llorando su partida. Poco podes enterarte al leerlo del por qué pretenden erigirlo como genio y figura, ya que para eso, hace falta algo más que sentirlo. Esto sucede por la misma argentinidad que tiene como metáfora a Maradona: no tenemos la capacidad como pueblo, de ver a los personajes de nuestra historia como personas imperfectas, que pudieron hacer maravillas de otro mundo, como también haber cometido atrocidades desdeñables con la misma intensidad. La historia revisionista argentina que nos enseñan nos obliga a contarla como si fueran cuentos infantiles con héroes y villanos, y lo peor es que dependiendo de quién te la cuente, el héroe puede pasar a villano y viceversa. Tal es así, que hace más de 100 años que como sociedad no nos podemos poner de acuerdo si Sarmiento fue el presidente que nos educó o el ser más despreciable que se sentó en el sillón de Rivadavia.

Somos selectivos, sesgados, forzamos la historia para hacerla encajar en la idea que tenemos preconcebida, tendemos a la idealización y somos bastantes reticentes a la autocrítica. La figura de Maradona no escapa a todo esto.

El feminismo local, por ejemplo, decidió enfocarse en las alegrías que le trajo “El Diego” al pueblo sin siquiera hacer mención a las acusaciones de pedofilia o a las de violencia de género, física, simbólica, psicológica y económica, que ejerció siempre que tuvo un rato libre ¿Para qué recordar toda esa oscuridad justo en el momento de elevarlo al olimpo? Dejémoslo para otro momento. Cuando ya esté bien instalado en el panteón de próceres nacionales ahí ya no habrá lugar para críticas, y todas estas historias sigan viajando por catacumbas de la mano de la gente que es acusada aguafiestas y de no entender el incuestionable “sentimiento popular”. Dejemos sentado el precedente para que el día mañana cuando se esté velando al futuro Barreda sólo podamos hablar de lo prolijo que te hacía el perno y corona porque si hablamos de “lo otro”, es obvio que no estamos de acuerdo. Shhh, hoy no es el momento. Hoy sólo se permite que sufran quienes lo adoran, a aquellos que sufrieron su existencia, hoy no les toca. Nunca les toca.

Ni siquiera les tocó a las otras mujeres del difunto. La única que tuvo un lugar en la oda de elevación fue quien fuera su esposa oficial, la que tuvo que soportar todo el machismo y aguantar, como aguantan todas las mujeres, en pos de tener el hogar intacto, la que todos sentimos que es la única que verdaderamente amó porque así, todo se trataría de una gran historia de amor. La gran historia de amor que nos gusta.

“Dejennos duelar en paz” decía una autoproclamada feminista que elegía vitorear al campeón para tapar a las pesadas de siempre que de lo único que quieren hablar es de misoginia y patriarcado, demostrándonos otro rasgo bien argento: la hegemonía tiene la palabra, y cuando hablan, las disidencias, se callan.

La hegemonía, esa argentinidad que construye nuestra idiosincrasia, encuentra justificación en un concepto tan caprichoso como sagrado que es “el sentir popular”, y al que nadie puede oponerse ni criticarlo por la misma argentinidad que nos rige. Si el pueblo lo siente, para el pueblo lo que es del pueblo, sin más. La cultura popular es cultura y por lo tanto se asume como buena siempre ¿cómo alguien podría atreverse a cuestionar la cultura popular? ¿Cómo alguien se arriesgaría a ser tildado del crimen más grave que puede ser acusado un argentino, el crimen de ser “antipueblo”? La cultura popular con la que yo me formé constaba de un presidente que montado en una Ferrari Testarossa recibiendo a los Rolling Stones en la quinta de Olivos, haciendo piruetas con los Harlem Globetrotters y reemplazando como conductor a su periodista favorito cuando este se enfermó en el único programa político de la época llamado “Tiempo Nuevo”. Después esa cultura popular fue pasando por Tinelli cortando polleritas en prime time, Rial haciendo cámaras ocultas para sacar del closet a famosos no asumidos y música indiscutiblemente popular que nos hacía cantar con toda la boca abierta y arengando con los brazos “Me enteré lo puta que sos, que te gusta la pija y que sos más fácil que la tabla del dos”.

Cuando estos eventos, a fuerza de surcos ineludibles, buscaban hacerse un lugar en mi personalidad, Maradona ya no era de los que aportaban a la mentada cultura popular a través del deporte, sino que era de los personajes que estaba en esas fiestas fastuosas entre Ferraris y Rolling Stones en la quinta presidencial; era de los que estaba envuelto en una historia de jarrones, cocaína, Samanthas y Natalias; de los que acusaba cual Rial a otros jugadores de “haber debutado con un pibe”; de los que sacaba a los paparazzis de la puerta de su casa a los tiros o a una jovencísima Paula Trapani a manguerazos de agua fría; de los que desahució y humilló en público a toda mujer que tuvo y después se arrastró pidiéndole perdón; y de los que se burló hasta del hijo de un embajador al que se le había escapado una tortuga. Eso también es cultura popular, eso también nos forma, y, al parecer, eso no puede ponerse en tela de discusión porque para algunos significa que no entendes orígenes, contextos o antropología, algo que se supone a los 12 años lo deberías ver con claridad y no salir exultante a desparramar misoginia.

Maradona representa tanto la argentinidad que sus adscripciones políticas son el fiel reflejo de la media argentina: abrazar a dictadores en nombre del progresismo. Claramente no le podemos exigir a alguien sin educación política (Maradona y todos los que alaban dictaduras porque se identifican con la “izquierda”) que sea un faro respecto de democracias liberales, violencia institucional y crímenes de lesa humanidad, no se lo exigimos ni siquiera a gente extremadamente formada en educación política, con años de trayectoria y que cargan con el mote de intelectual, cuando salen a defender regímenes autoritarios “porque la gente está tan contenta que lo vuelven a votar”.

Pasa a ser triste cuando es la misma política la que se encarga de tomar a aquellas celebrities que no ven diferencias entre Nicolás Maduro y Françoise Miterrand para darse algún tipo de impulso o legitimidad. El funeral que elevaría a Maradona al panteón de los ídolos indiscutibles argentinos, es el claro ejemplo. Un gobierno que se encuentra en los primeros puestos de los rankings de los peores que administraron la pandemia, con una economía destrozada, con escuelas cerradas y con un tendal de violaciones a los derechos humanos básicos, buscó redimirse y obtener la foto de ser quien armó la oda para elevar al ídolo al olimpo mientras la TV pública lo transmitía minuto a minuto. La pandemia que antes se usaba para acusar de asesino a un runner, ya no importó; exudar la desigualdad crónica del país mostrando un velorio masivo cuando en lo que va del año 40.000 familias no pudieron despedir a sus familiares por no ser tan ricos como un banquero o tan famosos como un jugador de futbol, tampoco. Pero todo devino en una nueva falla de gestión. A la utilización política se la tapó redoblando la apuesta con más utilización política: exponer internas sucias por Twitter, tirarse acusaciones cruzadas empiojando los hechos y echarle la culpa (como siempre) a la gente, a la familia Maradona (a la mujer “que lo organizó”, también como siempre) y al adversario político que terminó denunciado penalmente. Tan vil, tan de la política argentina sucia, que no podía ser de otra manera la despedida de este mundo de quien fuera la gran metáfora argentina.

 

 

Pero Maradona, no sólo es Maradona por representar eso que somos, sino que también lo es porque su sola persona representa lo que todo argentino que no se anima expresar: soñar con algo, hacer el mérito suficiente y ascender en la escala social. Si el deporte profesional es el lugar donde la meritocracia hace arrancar a todos de la misma línea de partida, Maradona fue el ejemplo vivo de que funciona. Este sistema, que últimamente nos enseñan a odiar, pero que está bien presente cada vez que vamos a pedir un aumento de sueldo, nos da la esperanza de que si queremos, podemos transformar por completo nuestra realidad, y lo vemos reflejado cada vez que pasaban ese viejo video en el que un pibe de una villa soñaba con jugar un mundial.

Debemos reconocer que los argentinos somos exigentes con nuestras figuras, nos encanta ponerle un micrófono en frente a Susana Giménez para preguntarle qué opina de la inseguridad como si fuera una voz autorizada en el tema y ellos responden, por ego o porque como Tinelli quieren hacerse un lugar en la fuente inagotable del Estado cuando su programa ya no se mire como se miraba antes. Como sea, ellos caen en el juego, nosotros caemos con ellos y después todo queda tan desdibujado que ya no sabemos qué pensar de aquellos que alguna vez nos dieron alguna alegría. Los ídolos no se crean solos, nosotros somos parte involucrada en la creación y del mantenimiento posterior. Atrevernos a cuestionar a nuestros ídolos no puede ser un sacrilegio, porque cuando lo hagamos, puede ser tarde.

Maradona es el fiel reflejo de los argentinos. En él podemos vernos como pueblo cuando vemos su talento, su resiliencia, sus constantes caídas, su viveza criolla, sus “trampas” para sacar algún beneficio, su destreza para evadir al fisco aunque no le haga mella pero sólo por considerarlo injusto, su conexión con los orígenes y también su machismo y misoginia.

Diego Armando Maradona es el ídolo que mejor representa a la argentinidad ¿no nos gusta cómo nos representa? Pues entonces hagamos algo por cambiar esa argentinidad, porque de eso él no tiene la culpa.  

 

Publicado por Juani Martignone

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