El mérito es sólo de ellas

“Macri calentó la pava y Alberto se tomó el mate” dijo el politólogo Andrés Malamud refiriéndose a la ley de aborto legal voluntario, en las formidables charlas que tiene junto a María Esperanza Casullo en el podcast “Ágora” de @elDiarioAR. Los politólogos analizan a quien le corresponde el mérito de un logro tan importante porque la sociedad siempre busca héroes para agradecer los derechos que les dan como si fuera un regalo y no como algo que verdaderamente corresponde. El patriarcado cala tan hondo que necesitamos de una figura paternalista que se compadezca de nuestras desventuras y nos “ayude” tirándonos una soga, y estas figuras siempre son varones que actúan como padres compasivos: Macri y Alberto son varones. La única mujer que tuvimos como presidenta electa por el pueblo para tal puesto durante dos mandatos seguidos no sólo desoyó este reclamo sino que lo obstruyó por cuestiones personales (en la biografía autorizada “La presidenta” de Sandra Russo cuenta que haber perdido un embarazo la había hecho ponerse en contra del aborto). Fue recién en 2018 cuando Macri habilitó el debate y el tema aborto tomó estado en la agenda pública, que la actual vicepresidenta Cristina Fernández logró deconstruirse gracias a gestiones de su hija Florencia.

La forma de hacer política en Argentina es paternalista, es la imagen de un padre bonachón que se agacha nos acaricia la cabeza y nos pregunta que necesitamos para acto seguido venir con eso y reglárnoslo. La construcción de estos paternalismos tienen como fin un agradecimiento eterno que les asegura el sueño húmedo de todo político: ganar las siguientes elecciones. Es hasta el día de hoy que me siguen recriminando el hecho no votar al peronismo aun “habiéndome dado la posibilidad de casarme con un hombre”. El caso de Cristina es distinto: gobernó como una madre, con todo lo bueno y malo que eso implica. Todo el relato lo generó en torno a su persona: se estuvo triste por Él cuando ella estaba triste por Él; se odió a Clarín cuando ella odió a Clarín, aun cuando todavía escribían allí periodistas de la talla de Ismael Bermúdez; nos enamoramos de los próceres de los ella estaba enamorada; y, como buena madre, cada vez que quisimos hacer algo distinto a lo que ella pensaba le estábamos haciendo un daño directamente a su persona. Un maternalismo puro y duro.

¿Por qué nos cuesta ver las ampliaciones de derechos como logros colectivos y siempre tenemos que ponerle el nombre y el apellido de quien nos lo “otorga”? ¿Por qué nos cuesta ver que detrás de cada derecho hay detrás un grupo que actuó y militó, a veces en profunda soledad, para que por fin se discutiera en el Congreso y en la sociedad entera?

Miles y miles de chicas coparon las plazas envueltas en pañuelos color verde manifestando y exigiendo el acceso a un derecho para todas cuando quizás las mayoría de las allí presentes tenía el acceso y la contención necesaria para hacerlo. Lo hacían por las que no tenían acceso, lo hacían por el puro interés colectivo dejando de lado todos sus privilegios personales. En 2018 se quedaron noches enteras sin dormir bajo la lluvia y el frío que calaba los huesos. En 2020 tampoco durmieron bajo el calor abrasador del fin de año y el riesgo latente de una pandemia que no da tregua. Se colgaron los pañuelos verdes en sus mochilas y se enfrentaron a que las miren mal por eso, en sus trabajos, en los colegios, en un bar al que entraban. Soportaron todo tipo de ciberataques de señores, pero sobre todo, de señoras con vidas conformadas que las llamaron asesinas, matabebés, insensibles y les publicaron cuanta foto terrorista apócrifa encontraron para amedrentarlas. Fueron tomadas de punto por la violencia mediática de señores adultos como Eduardo Feinmann que las usó para burlárseles, confundiéndolas con información falaz y haciendo el acto más vil y machista de la televisión argentina del siglo XXI. Le exigieron al presidente que cumpla con su promesa de campaña cuando ya había anunciado que nada era más urgente que la pandemia y lo pusieron entre las cuerdas, aun cuando muchas lo habían votado. Nada las paró y así siguieron hasta el 30 de diciembre de 2020 cerca de las 4 de la madrugada en las avenidas principales de la Ciudad de Buenos Aires se escucharon bocinazos que despertaron a toda la población: la interrupción voluntaria del embarazo se había transformado en ley.

 


Fue hace 30 años que un puñado de mujeres que no llegaban a llenar un monoambiente se pusieron en la esquina de la confitería “El molino”, en Rivadavia y Callao, para juntar firmas para un proyecto de ley que legalice el aborto voluntario. En ese momento no había un color del Pantone que las definiera, ni un pañuelo, ni un grupo importante de personas que las apoyara, eran parias, locas nadando en contra de la corriente en una sociedad abyecta. Las que las acompañarían todavía no habían nacido, o no las habían escuchado o en ese momento pensaban todo lo contrario o ni siquiera se habían puesto a pensar. Su trabajo fue de baby step, con muchísimos rechazos, muchísimas recaídas, fue recién que con esta nueva ola del feminismo, en el cual ser feminista se volvió no sólo moralmente aceptado sino bien visto, que se pudo darle impulso a este proyecto que lleva décadas en la cartera feminista y que por uno u otro motivo siempre fue boicoteado.

 


Varias cosas son ciertas. En Argentina, el feminismo no es una moda iconoclasta (solamente) es quizás la salida que se le encontró a un sistema que las estaba matando una a una como moscas (y las sigue matando, nada cambió) que en 2015 las llevó a un grito colectivo que profesaba con hartazgo “Ni una menos”. En ese momento la política no estuvo a la altura del sentir popular: a pesar ser gobernados por una mujer, calificó a la marcha de Ni una menos de 2015 como una marcha opositora (el hijo le reclama a la madre sólo para hacerla sentir mal). Después vinieron los varones, los padres compasivos dicen que escuchan a la hija chiquita, pero tampoco nos engañemos, hoy el feminismo es un movimiento multitudinario, ya no son las 3 locas en la esquina de la confitería “El molino”. Hoy actuar en pos del feminismo te provee automáticamente de un colectivo multitudinario de seguidoras y seguidores; o sea que, declararse feminista cuando nunca antes lo habías hecho y cuando incluso trabajaste en contra del feminismo, es posible que se trate de oportunismo si hablamos de los políticos (sólo ver los diputados y senadores que cambiaron radicalmente su voto lo confirma). Fue oportunista Macri, fue oportunista Alberto. Pero eso no quita la posibilidad de aprovechar la oportunidad, un movimiento no es mejor si son 3 mujeres luchando contra un sistema patriarcal en los 80 que miles luchando por lo mismo en siglo XXI. Las modas no son siempre malas, nos dan un empujón fenomenal para la aceptación masiva, para la gran llegada, para sumar fuerzas, para lograr eso que necesitamos. A veces tenemos que salir de la pose cool del rejected para asumir que si no fuera porque algunas discusiones se pusieron de moda en su momento, hoy no hubiésemos conseguido ni la mitad de los derechos que tenemos. Si en 2020 siguieran sólo las 3 mujeres en la esquina de la confitería nada de lo que vivimos hubiese existido, incluso ni siquiera este texto.

Entonces a la hora de hablar de mérito ¿Por qué buscamos adjudicárselo a los oportunistas de siempre y desconocer la lucha enorme y larga que nos trajo hasta acá? Es cierto que si Macri no hubiese habilitado la discusión el tema no se habría instalado en la sociedad (calentar la pava) y también es cierto que si Alberto no hubiera presentado el proyecto como jefe de un partido ultra vertical no habría salido la ley (tomarse el mate), pero son apenas partecitas de un gran movimiento que lo hicieron sobre todo las mujeres que no se cansaron ni un instante, que ante la negativa del 2018 volvieron a llenar las plazas en 2020 y se emocionaron hasta el llanto cuando la IVE se transformó en ley ¿Por qué tenemos esa manía de ser tan serviles al poder que necesitamos agradecerle a un papá que todo lo puede? ¿Por qué siendo una tierra sin monarquías queremos rendir pleitesía a personas que se hacen ricas ocupando una posición que pidieron ocupar y que son ellos quienes deben ser serviles al pueblo?

El mérito es sólo de ellas, a las que no les importó si gobernaba el peronismo o Cambiemos, gritó y exigió con el mismo ahínco. El movimiento de las mujeres no sabe de jefes o jefas, sabe de la exigencia colectiva, de la sororidad a pesar de las diferencias, del sueño de un futuro mejor y no de un futuro gobernado por una bandera partidaria específica. Comprendieron lo que como sociedad hace muchos años no podemos comprender: el consenso en la diversidad. En el mismo podcast “Ágora” María Esperanza Casullo reflexiona sobre la participación femenina en los puestos de poder y resalta que los discursos de las senadoras más jóvenes, tanto del oficialismo como de la oposición, cambiaron el tono machista al que esa cámara no había acostumbrado del “Veni que te explico cómo funciona” a “En mi provincia pasa esto y lo quiero cambiar”. La visión que nos enseña a que nadie es dueño de la verdad, sólo somos un cúmulo de gente con problemas que los queremos solucionar y nos organizamos y trabajamos juntos y en la diferencia para arreglarlo.

Los logros de las luchas colectivas pertenecen a los colectivos, que ningún político te robe eso.                   

 

Publicado por Juani Martignone

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