No silenciar, enfrentar
Desde que asumió la presidencia, Donald Trump se negó a usar la cuenta oficial de Twitter @POTUS (President of the United States), siempre se dirigió a sus seguidores a través de su cuenta personal @TheRealDonaldTrump por lo que podría decirse que desde allí se manifestó como un ciudadano y no como el presidente de los Estados Unidos. Esa sola sutil diferencia se vuelve una jugada maestra muy bien pensada que hoy podría servirle de coartada para el impeachment que enfrenta. Pero lo curioso no es la perspicacia que tuvo el excéntrico millonario que presidirá hasta el martes al país más poderoso del mundo para prever que sus picantes e infundados comentarios podrían traerle un problema legal a futuro, sino como reaccionaron los otros millonarios poderosos, los dueños de Silicon Valley, que arrancó con Jack Dorsey (CEO de Twitter) y siguió con el conglomerado Facebook (Facebool, Instagram, Whatsapp) y hasta Snapchat, Tik Tok, Twitch, Google, Andriod y Apple: todos le suspendieron de forma permanente los canales de comunicación y cualquier intersticio por el cual podría colar su opinión el inefable Donald. Lo que en los gobiernos en los cuales no se garantiza el voto se llama censura.
Todo un debate se abrió en torno
de la libertad de expresión y a la primera enmienda (que garantiza la libre
expresión) sobre si es correcto o no censurar y bloquear todo comentario que no
resulta cómodo de digerir o incita a la violencia. El mismísimo Jack indicó que
cuando se trata de contenido peligroso es justo bloquearlo para mantener a los
usuarios de la red social contenidos en información que sea fidedigna. El sueño
húmedo de todo paternalista que quiere explicarle a la gente que es una idiota
y que él mismo va a masticar la información por nosotros para que no caigamos
en trampas malintencionadas. En adelante los usuarios de redes sociales y
sistemas Android y IOS sólo vamos acceder a la información que previamente un
grupo de jóvenes millonarios y cancheros que hacen yoga mientras trabajan,
revisaron por nosotros y nos dijeron “si, adelante, podes leerlo, no hay
peligro”. Con este mero acto volvieron a darle la razón a Donald Trump: las
redes sociales dejaron de ser un lugar de expresión colectiva, un ágora, sino
que pasaron a ser medios de comunicación hechos y derechos que editan y
recortan a gusto y piacere lo que consideran que sus usuarios están preparados
para consumir. Entonces como decía el presidente norteamericano, deben tributar
al fisco como medios de comunicación y sobre todo, deben hacerse cargo legal y
penalmente de todo lo que allí se publica. Los disruptores jóvenes que en su
momento trajeron una idea innovadora, se aburguesaron y pasaron a ser parte del
establishment.
La justificación de la empresa
privada y la de “la casa se reserva el derecho de admisión y permanencia” no
tienen sentido en un terreno que es manejado por un monopolio de tres chicos
que, aunque son competidores, son amigos entre sí y que cuando uno hace una
cosa los demás se alinean.
Me recuerda a mi juventud en el
pueblo donde nací, en un momento en el que había un solo bar al que podíamos ir
a tomar algo los fines de semana y en ese lugar se ejercían el derecho de
admisión: sólo entraban los que tenían onda ¿qué onda? ¿Quién la definía? El
dueño del lugar o eventualmente el patovica de la entrada. Una noche, más de la
mitad de la gente del pueblo que quería salir se quedó afuera por no aplicar a
los cánones requeridos y cuando estábamos dentro (porque yo fui uno de los
privilegiados al que admitieron entrar) una lluvia de piedras golpeó paredes y
ventanas que nos obligó a todos a guarecernos debajo de las mesas. Los que
habían quedado afuera estaban manifestando su enojo. Todo terminó con policía y
represión. El bar se adjudicó ser un lugar privado que decide quien ingresa y
quien no, entonces uno pregunto “¿Y nosotros a dónde vamos?”. Esa era la
pregunta clave, el derecho de admisión se puede ejercer siempre y cuando haya
una oferta suficiente que pueda solventar la demanda.
Si tenemos 10 chicos que quieren
jugar al futbol no podemos elegir sólo a los 3 que nos caen bien por el mero hecho
de ser el dueño de la pelota, a no ser que haya más pelotas para que los 7
restantes puedan jugar también con quien se les antoje. El historiador y
periodista Carlos Pagni dijo en la única entrevista seria que le hizo la Revista
Barcelona
que el dilema de la libertad de expresión se resuelven con mucha cantidad de
voces hablando al mismo tiempo sin restricción alguna y a la vez con mucha
educación para que quien quiera consumir pueda discernir cuál de todas esas
voces es la más conveniente escuchar. De eso se trata la libertad.
Cuando a Trump y a sus seguidores
les apagaron los micrófonos, todos migraron a la red social Parler
que les prometió libertad indefinida para expresarse, hasta que Andriod y IOS
la bloqueó para sus sistemas operativos. Cualquier parecido con China no es
mera coincidencia.
¿Pueden, si quieren estos
señores, callar para siempre a Donald Trump y a su séquito de fanáticos? El
escritor uruguayo Eduardo Galeano nos decía en “La celebración de la voz
humana” (de “El libro de los abrazos”) que “…cuando nace de la necesidad de
decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla
por las manos, o por los ojos, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos
algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por lo demás celebrada o
perdonada”.
Claramente no se va a detener,
los discursos de odio y anticiencia que prolifera el presidente de los Estados
Unidos y los Trump supporters seguirá corriendo por las catacumbas, por la
clandestinidad, por los márgenes, o bajo tierra, o como sea, pero no se
erradicará y por el contrario se hará más y más grande, porque cuando a alguien
no lo dejan hablar automáticamente se lo coloca en el papel del mártir
incomprendido, el que “dice la verdad que incomoda y por eso lo quieren callar”.
La clandestinidad le da más fuerza al discurso y más entidad de verdad, por
esta idea de que nadie la quiere enfrentar, que la quieren borrar.
“Te contamos lo que no quieren
que te enteres, lo que no salió en ningún lugar. La verdad que nadie se atreve
a decir” Así arrancan montones de usuarios de Youtube con millones de
seguidores. Esa censura es su certificado de legitimidad, desde El
Presto y El Tipito enojado hasta Revolución Nacional Popular o Resistiendo
con aguante. Todas se amparan en que sus sub versiones de la realidad
es la verdadera porque hay alguien que no quiere que te enteres. Y listo, así
caen millones y millones. Si aplicamos a la regla de Pagni, la tecnología trajo
la multiplicidad de voces, pero no así el fortalecimiento de la educación para
entender por qué todas esas cuentas no tiene sustento alguno. Y si seguimos en
el camino de mantener las escuelas cerradas en un contexto que ya se cargó a 2
millones de pibes fuera del sistema educativo, el futuro será, claramente, un
lugar peor.
Si hay un dúo en nuestro país que
se fortaleció con su discurso desde la ultratumba y lo llevó a un movimiento de
masas que aun nadie toma nota porque están preocupados en ver que censuran para
chapear su moral, es el dúo de Agustín Laje y Nicolás Márquez. Dos profesionales,
politólogo y abogado respectivamente (uno de ellos con un pasado muy oscuro e
inexplicable), que son abiertamente racistas, machistas, homofóbicos y
anticiencia. Se plantan ante el mundo como contrarios a las ideas de masas y
como mártires a los que no les dan voz. Los pequeños videos rápidos y de
información cortada y poco precisa que cuelgan en las redes y las conferencias
que empezaron a dar hace años atrás en pequeñas salitas hasta lograr llenar
grandes auditorios, les fue dando una legitimidad que no conoce de género ni
edades, incluso gente que se dice muy culta ha caído en los encantos del
discurso de estas dos personas. A fines del año pasado la periodista Viviana
Canosa presentó en su programa de TV en canal 9 a Agustín Laje como el
personaje que no quieren escuchar porque es que realmente tiene la verdad, y se
esa manera dio explicaciones de por qué el aborto debía clandestino.
¿Podría el canal, siendo privado,
haber censurado a Laje por emitir juicios infundados y la mayoría ya refutados?
Claro que sí, pero le estaría haciendo un flaco favor a que mucha gente se
interese por saber qué es eso que se censuró e incluso con principio de verdad
porque “por algo no lo dejan hablar”.
Parados en esta posición, Laje y
Márquez para darse un baño de veracidad escribieron un libro llamado “El libro
negro de la nueva izquierda” que tiene como bajada “Ideología de género o
subversión cultural” y que tuve la paciencia de leer y estudiar con
detenimiento. Un texto que pocos de sus seguidores lo leen por excusas
variopintas, pero sobre todo porque es más fácil enterarse por un pictoline.
En él se habla de cultura, sin siquiera tener la capacidad de algo esencial
para entender los movimientos culturales: el pensamiento abstracto. Son
tecnicistas y legalistas hasta el hartazgo sin comprender que las ciencias llamadas
blandas (ciencias sociales) fueron las primeras ciencias que produjo el hombre
y le dio y le sigue dando sustento a las ciencias llamadas duras (técnicas). No
aplican puntos de contraste para explicar la veracidad de una idea, se basan en
opiniones de libros de opinión como pruebas contundentes e inexorables, dan por
entendido conceptos basándose en el saber o en la técnica según convenga, no
ubican sus pruebas en un contexto histórico ni circunstancial y todas las citas
que marcan o son apócrifas o las intervienen con cometarios personales o
remiten a páginas como “Tu secreto” donde todos los testimonios son anónimos
incluso fake (algo así como presentar al “Rincón del vago” como una fuente en
la cual nos basamos para hacer una monografía).
Este intento de tesis no puede pasar siquiera un examen de un colegio secundario de complejidad media. Sin embargo quienes lo siguen, eso no lo ven ¿por qué? Porque a todos nos falta la otra pata fuerte que Carlos Pagni dijo en esa entrevista: la educación. Una población educada no cae en fake news por más que las diga Laje, Márquez, El Presto, El tipito enojado, Revolución Nacional y Popular, Resistiendo con aguante o el mismísimo presidente de los Estados Unidos. Revisa, comprueba, contrasta, no se convence con tres minutos que vio scrolleando antes de irse a dormir. Tener una vida democrática implica esto también. Votar cada dos años con esta participación poco comprometida en el discurso público es lo que Guillermo O´donnell llamó “democracias de baja intensidad”.
La llamada paradoja de la
tolerancia que dice que no se puede ser tolerante con los intolerantes
demuestra que tenemos una “tolerancia de baja intensidad”, parafraseando al
politólogo O´donnell, porque la tolerancia o la intolerancia se aplica depende
de qué lado de mecha me encuentre. El tema será cuando a uno lo quieran
censurar, porque bien sabemos que todos tenemos ciertos grados de intolerancia,
el tema es poder vivir con eso sin salir a matar a los demás. Quienes plantean
que la tolerancia tiene paradojas no son tolerantes, son intolerantes que permiten
la existencia de sus parecidos. Bien intolerantes. La censura no es sólo una
cuestión ética sino también una cuestión efectiva porque al censurar los
discursos falsos o de odio sólo los hacemos más grandes, más legítimos, y un
día nos despertamos y vemos que Agustín Laje está diciendo en TV abierta que la
homosexualidad en realidad es sodomía y no nos explicamos cómo llegó hasta ahí,
como tampoco nos pudimos explicar cómo un ricachón que despreciaba a la gente y
conductor de un reality show de baja calidad llegó a gobernar el país más
importante del mundo.
Como contraposición a silenciar
estos discursos, lo más efectivo para desarticularlos es enfrentarlos, no
subestimarlos, no desconocerlos, no insultarlos, tomarlo como algo que requiere
la seriedad que exige y darle una respuesta a la altura de la situación que
deje al descubierto su falencia. Promover el debate de ideas, nunca acallar las
ideas.
Esto tiene un gran problema, para
poder debatir debemos estar bien preparados y este es un trabajo arduo y
complejo que requiere de mucha educación. De otro modo, el futuro será como lo
planteaba la película “idiocracia”. De nosotros depende.
Publicado por Juani Martignone
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