Deconstruyamos la cultura
Tras ver una imagen en blanco y negro de una representación del Titanic hundiéndose, Terry Jones aparece en primer plano informando a la tripulación que les habla su capitán, indica que deben acercarse a los botes salvavidas sólo las mujeres y los niños. Acto seguido, la escena se abre y ve como Terry, que ya está vestido de mujer, intenta ponerse una peluca rubia, de fondo se lo ve a Graham Chapman, con su evidente altura, vestido de niño. Es en ese momento que entra John Cleese vestido de indio nativo diciendo que es lo único que pudo encontrar. Terry rectifica el mensaje a la tripulación “sólo deben acercarse a los botes salvavidas mujeres, niños y pieles roja”. Con escena de por medio del Titanic hundiéndose cada vez más, aparece Michael Palin disfrazado de astronauta, es lo único que encontró. El capitán Terry se vuelve a dirigirse a su tripulación: “sólo deben acercarse a los botes salvavidas mujeres, niños, pieles roja y astronautas”. Para completar Eric Idle aparece con un sofisticado traje de hombre renacentista incorporándose al grupo que se va a salvar del hundimiento del Titanic, entonces el capitán rectifica el mensaje por última vez “sólo deben acercarse a los botes salvavidas mujeres, niños, pieles roja, astronautas y hombres renacentistas”
El sketch es del año 1972 y
corresponde al mítico programa de televisión “Flying circus” del afamado grupo
llamado Monty Phyton. Este grupo inglés que supo reconfigurar el humor
de la época mediante lo bizarro, lo absurdo y el chiste bien tonto pero con una
fuerte carga de crítica social creando un nuevo tipo de comedia, que con el
tiempo se llamó “pytonesque” y que en Argentina se pudo ver en el programa de
Alfredo Casero, Fabio Alberti y Diego Capusotto “Cha cha cha”. Entre todo lo
gracioso de la caras de los Pyton habiéndose disfrazado de lo primero que
encontraron para poder tener un lugar en el bote salvavidas del Titanic, de
fondo se puede leer una crítica bien clara: los que tienen el poder (el
capitán, en este caso) siempre van a buscar la forma de salvarse ellos primero,
harán lo imposible, incluso decir que es más importante salvar del Titanic a un
hombre vestido renacentista por sobre los demás.
Cincuenta años después de aquel
show, la vacunación para el coronavirus en Argentina es la copia más fiel de
aquel sketch de los Monty Phyton. Cuando el país se empieza a hundir y sólo hay
poquitos botes salvavidas algunos buscan la manera de encajar en la prioridad
para salvarse, aunque sea tan evidente como que Chapman con una altura de 1,90
metros no es un niño por más que se vista de tal cosa o que Terry con una
peluca de plástico amarillo nos quiera convencer de que es una mujer y debe
salvarse antes que nadie. Y lo peor aún, que la prioridad universal se
modifique para que encaje en los trajes de indio, astronauta y hombre
renacentista que pudieron conseguir. Eso mismo parecen acá. Ante el escándalo
de la vacunación por debajo de la mesa de personas repletas de privilegios, la
flamante ministra de salud explicando que es una prioridad que el hijo del
sindicalista Moyano de 20 años tiene por prescripción vacunarse y la creación
de un rango de prioridad muy poco claro que se hace llamar “personal
estratégico” que hace que personas como la community manager de 32 años del
ministro Guzmán y el ministro Guzmán de 38 años deben vacunarse, recuerda a
este paso de comedia. Que el vocero y amigo del presidente porque tiene
cercanía a él, se vacuna, pero Santiago Cafiero no, vaya uno a saber por qué;
que Taiana se vacuna porque debe viajar, pero Todesca que también viaja, no;
que Zannini se vacuna porque para cuidar el tesoro es necesario estar bien
inmunizado y que su mujer también lo hace porque no hay nada más estratégico
que ser la mujer del hombre que cuida el tesoro de un país, una bofetada de
privilegios; eso sí, Fabiola, la mujer con la que el presidente duerme todas
las noches no necesita ser vacunada. Entre todos estos sis y nos
“cuidadosamente estudiados” para no enfermar a los indispensables que gobiernan
el país, la ministra que debe cuidar la salud de todos los argentinos es tan
poco importante, tan poco estratégica, que no se vacunó y ayer dio positivo de
coronavirus. De fondo se escucha “ministerio, salud es ministerio”. Más
pytonesque no se consigue.
Si la referencia del humor
absurdo inglés no se entiende y nos cuesta ver el trabajo de los años 90 de
Alfredo Casero porque hoy se transformó en un furibundo macrista, recurramos a
una película argentina por excelencia. “Esperando la carroza” es una película
que siempre odié porque muestra a personajes gritones, mezquinos, desiguales,
envidiosos, crédulos, estúpidos y con buena suerte gracias al azar, pero debo
reconocer que como crítica social es una fiel radiografía de los argentinos.
Todo el affaire de las vacunas podría resumirse en la escena en la que Antonio
Musicardi, el más pudiente de la familia, regresa de una casa en la que intenta
buscar a Mama Cora con una empanada en la mano y mientras come, dice “¿Sabes lo
que tenían para comer? Tres empanadas. Me partieron el alma. Tres empanadas que
le sobraron de ayer para dos personas. Dios mío, qué poco se puede por la
gente”. En un contexto de escasez mundial, los que más privilegios tienen se
comen parte de lo poco que hay mientras ponen cara de compungidos diciendo que
comprenden tu situación y trabajan a destajo para revertirla. Si fuera Brandoni
y fuera “Esperando la carroza” sería gracioso, pero como es la realidad muestra
eso que subyace a la comedia: el profundo cinismo.
Las explicaciones del gobierno y
aduladores que en otras circunstancias estarían envueltos en indignación, no
tardaron en llegar, y todo se reduce a la cultura argentina “y somo´ argento
que se le va a hace´” como si fuera un orgullo parecerse a Musicardi o una
maldición congénita que corre por nuestra sangre y no la podemos evitar o
cambiar. El tema es que la cultura es una construcción, se construye todos los
días con las acciones que ejercemos y con las que elegimos no ejercer, y aunque
muchas actitudes las tengamos automatizadas porque así nos moldeó nuestra
cultura, siempre tenemos la posibilidad de cambiarla. Sólo hay que tener la
voluntad de hacerlo, replanteárselo, cuestionárselo y reconstruir a futuro, o
como nos enseñó el feminismo, deconstruirse.
Veamos este caso con la misma
perspectiva que las feministas durante todos estos años nos enseñaron. Hace
apenas unos días leíamos en las crónicas del femicidio de Úrsula Bahillo, que
Matías Ezequiel Martínez, el femicida, tras haberla apuñalado llamó a su tío y
le dijo “Me mandé una cagada”. Quince puñaladas tras una serie de amenazas de
muerte no son “Una cagada”, un error, un accidente, un “se me escaparon”, son
deliberadas. Encerrar a Martínez, someterlo al escarnio público y empapelar el
país con la cara de Úrsula no va a terminar con los femicidios, hace falta
cambiar algo, cambiarlo radicalmente, ya no importa cómo nos criaron y cómo es
nuestra cultura, debemos reformularla para no vivir en una sociedad en la que los
varones son quienes gozan de privilegios, escudándose en lo que llaman
“cagadas”. Cuando el presidente separó de su cargo de ministro de salud a Ginés
González García acusó que su amigo Ginés se había mandado “una cagada”, había
un cometido un error. Organizar un vacunatorio para personas allegadas al
poder, vacunándolas a escondidas, entrando por puertas traseras sin que nadie
los viera y manteniendo en secreto semejante privilegio que significa en este
contexto de pandemia, es un acto deliberado que poco puede adjudicarse a un
error, porque los errores o son accidentales o son por ignorancia, no se dan
con plena conciencia de que lo que se está haciendo es algo malo. Responder “me
mande un cagada” ante un acto bien intencional es responder como lo hace un
femicida. Separar a Ginés de su cargo, someterlo al escarnio público, empapelar
el país con la cara de Verbitsky no va a cambiar el hecho de que vivimos en un
país pornográficamente desigual si no pretendemos cambiar todo este sistema. Ya
no suma que al discurso de rechazo al sistema de vacunas por izquierda del ex
ministro le siga un “pero” y una lista de todo los logros que hizo previamente
como no sirve decir que Martínez mató a Úrsula pero antes le pagó un helado y
la llevó al cine y le decía todos los días que la quería.
Está muy bien reconocer que
estamos insertos en una cultura desigual y ventajera, lo que no debemos aceptar
es justificarnos con la cultura desigual y ventajera como excusa. Como nos pasa
con el patriarcado, no debemos asumir que es así y ya, que así nos criaron o
que así es nuestra cultura. Debemos reformularla, deconstruirla, para que no
siempre los ricos y los políticos gocen de privilegios que pueden enrostrarnos
incluso en los momentos de más angustia y escasez para después escudarse con
que es un error o porque “los argentino´ somo´ como somo´” o “¿quién no se
salteó una fila o tomó un atajo aprovechando su privilegio?”. Me recuerdan a
los señores mayores que hartos del discurso feminista y cuando creen que
entraron en confianza te confiesan “¿Quién lo le dio un correctivo a su
mujer?”.
Hay que estar muy infestado de
privilegios para no querer cambiar este sistema cultural, para no estar harto
de intentar hacer todo bien, ser la mejor persona que uno puede ser y que
mientras, vengan otros que por amiguismo, cuna, o por estar en el momento justo
en el lugar indicado, te pisotean como alambre caído y además tienen el descaro
de hacértelo notar. Estamos hartos del mismo modo que las mujeres están hartas
de que las maten. La desigualdad es dolorosa, no nos pidan que nos acostumbremos
porque la cultura es así.
Podría enumerar todos los
esfuerzos que hicimos como sociedad para mantener a flote este Titanic mientras
la clase política no se redujo ni un solo privilegio ni a modo simbólico, ni
para decirnos con un gesto “Acá estoy, con vos, también haciendo un esfuerzo”.
En cambio, los vimos modificar el comunicado de quienes eran merecían prioridad
acorde como estaban vestidos para subirse ellos primero a los botes salvavidas.
Porque sí, todo se redujo a un sistema de meritocracia: la community manager de
32 años que retwitea que están reconstruyendo el país merece más salvar su vida
que tu abuela de 80 años que hace un año está encerrada sin ver a nadie porque
le dijeron que afuera estaba la muerte, porque la política fue asustar,
amedrentar con denuncias, o perseguir a un surfer que no cumplió lo que Alberto
dijo.
Después de todo esto, lo mejor que hacen es preguntarse por qué hay indignación y acusar de sobreactuación, demostrando una vez más que no les pesan absolutamente nada sus privilegios, que alguien que reclama por desigualdad es un exagerado en un país donde la mitad de la población es pobre y que ante una pandemia que viene volteando muñecos a más no poder, las pocas vacunas que supimos conseguir, se las reparten ellos primero entre risas cínicas y canticos partidarios.
Seguramente muchos de nosotros
tenemos o tuvimos la posibilidad de conseguir el traje de hombre renacentista
para lograr un lugar en un bote salvavidas en algún momento, pero tomar eso
como elemento de jactancia es no importarnos ni un poco que hay otros que se
van a morir ahogados. La desesperación por salir a buscar un disfraz de lo sea
para salvarnos es un acto de egoísmo que es justo replantárnoslo, no
justificarlo. Arrancar nuestro discurso con “No seamos hipócritas, todos alguna
vez…” es la forma más elegante de justificar que fuimos unos soretes pero al
menos estamos siendo sinceros. ¿Y si nos esforzamos en dejar atrás eso de ser
unos soretes? ¿Y si hacemos como cuando nos replantamos nuestros privilegios de
varones para repudiar nuestro pasado e intentar no volver hacerlo en el futuro
y nos cuestionamos por qué elegimos ser ventajeros? Todo el mundo tendrá una
buena excusa, los machistas también las tienen para no cambiar.
Es cierto que las tentaciones
están a la vuelta de la esquina, que en un país construido en una lógica en la
que es más sencillo hacer todo mal que todo bien, es indigno quedar siempre
como el idiota, el tonto del bote. Intentar ser una mejor persona, más honesta,
es un trabajo que cuesta mucho, que conlleva muchos debates internos, pero si
no lo hacemos de una vez, nos vamos a ver perpetuados en una historia en loop
de personajes que “por excepción se mandaron una cagada”. Y toda nuestra
indignación sólo habrá servido para llenar de palabras este texto o cargar el
aire con nuestros gritos. Nada más.
Publicado por Juani Martignone
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