Las delicias de la monarquía argentina
Sólo después de haber metido el cuerpo sin vida de apenas 18 años de Úrsula Bahillo en una bolsa negra, el Estado recibió a su madre, Patricia Nasutti, rodeado de cámaras de fotos, de TV y de periodistas. Con esto se pretende dejar a las dieciocho denuncias previas como una simple anécdota. En la misma semana el ex presidente Carlos Saúl Menem muere a los 90 años, en la tranquilidad de su casa, rodeado de sus seres queridos y con la convicción de haber vivido una buena vida. Faltaban apenas diez días para que declarase por una causa que lo acusaba de haber hecho volar por los aires un pueblo entero para tapar las pruebas de la corrupción. La diferencia que condena a los Bahillo Nasutti y condona a los Menem, es que los últimos pertenecen a una clase política que se comporta como la más absolutista de las monarquías.
Como sucediera allá por el siglo
XV en Francia en tiempos del “Rey Sol” Luis XIV, la monarquía argentina se mueve
bajo el mismo lema del excéntrico monarca: “El Estado soy yo”. De esta forma
pertenecer a esa clase nobiliaria que gobierna un territorio, los dota de
privilegios por encima de cualquier mortal que se encuentra por fuera. La
pandemia que algunos vaticinaron que nos volvería mejores personas, más
solidarios y de la que aprenderíamos a vivir con lo necesario, vino a hacer
todo lo contrario: desnudó y expuso de manera cruenta y obscena las
desigualdades de la sociedad en la que vivimos; nos demostró con hechos
irrefutables esa verdad que sabíamos pero que no hacíamos los tontos, que es
que en la Argentina hay ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda, sólo
esas dos calificaciones. Si quisiéramos llevarlo al terreno de las metáforas
encajaría bien la frase de la fábula de George Orwell “Rebelión en la granja”
que reza que “Todos los animales son iguales pero hay animales que son más
iguales que otros”.
La proyección de esta película de
desigualdades donde se mostraban a la luz del día las delicias de la vida de la
monarquía argentina podría decirse que empezó con el debate por el ajuste de
salarios. Mientras se discutía un aporte extra de parte de las personas más
ricas del país para paliar la fenomenal crisis económica y sanitaria en la que
estábamos inmersos, y mientras la población trabajadora entera (salvo los
empleados estatales) vio reducidos sus ingresos por la imposibilidad de
trabajar (como a la fecha le sucede a los trabajadores de los cines) o bien por
reducción de sueldo debido al parate laboral, los sueldos de los políticos
quedaron fuera de toda discusión. Sus salarios que triplican al salario del más
afortunado de un trabajador en relación de dependencia no podían verse
afectados ni siquiera de modo simbólico y como un gesto a la sociedad a la que
tanto esfuerzo le estaban pidiendo, porque ellos y sólo ellos lo merecían más
que nadie por trabajar de sol a sol para sacarnos de esta situación, entre las
que se encontraban todas las trabajadoras del ministerio de la mujer que no fue
capaz de conseguir que una chica víctima de violencia de género no tenga que
denunciar dieciocho veces a su agresor y morir en el intento. Victoria Donda
diría en un programa de TV que por el contrario, por su trabajo, merecen más
sueldo “Yo quiero que Ginés más” dijo y ante la pregunta de Flavio Mendoza por
la situación de los médicos respondió “Los médicos merecen nuestro respeto”.
A la monarquía más sueldo. Al
pueblo, respeto.
Con la cuarentena avanzada, y
aunque muchos ya no lo recuerden por el síndrome argentino de la memoria a
corto plazo, llegó un momento en que la gente luego de meses de salir apenas
unas cuadras a ver a una cajera de supermercado cual astronauta empezó a exigir
más grados de libertad que fueron denegados sistemáticamente bajo el paraguas
del terror de la muerte por covid y el manoseo de la moral individual por ser
poco empáticos con aquellos a quienes el virus mata. Fue en ese momento que
apareció la foto de la impunidad degenerada del presidente abrazado a un
sindicalista histórico junto a su familia, sin barbijo, riendo y comiendo un
asado en la quinta de Olivos mientras uno estaba intentando explicarle a su
abuela de 94 años qué botón tenía que apretar del zoom para que pudiese ver las
siluetas de sus nietos que su vista le permite porque si nos juntábamos aunque
sea cinco minutos nos transformaríamos en los asesinos de nuestra propia ascendencia.
A la monarquía asados en quintas.
Al pueblo la pantalla partida del zoom, en su monoambiente.
Cuando la psicosis y la paranoia
mermaron y el mundo empezó a parecerse a algo de lo que conocíamos previamente
a encerrarnos, nos dimos cuenta que había que juntar toda la mugre que quedó
después de la fiesta, algo así como cuando la ola se retrae y deja toda la
basura que mar acarreaba y nosotros no veíamos. Entonces llegó la presidenta
del ente estatal que se encarga de marcarnos qué es discriminación y qué no, de
nuevo, Victoria Donda, a decirnos que su empleada boliviana no era alguien
capaz de hacer por sí misma, el que, según ellos, era un simplísimo trámite
diseñado para percibir un ingreso si tu empleador no podía pagarlo. Pero como
en este caso la empleadora es esa misma que se negó a reducirse siete pesos de su
salario e incluso pedía más para Ginés, y además debía tapar al menos cinco
años de precarización laboral (justo el rubro más discriminado laboralmente y
¿a quién va a reclamar? ¿Al INADI?), entonces indagó en su conciencia y su
psiquis funcionó como la del monarca del siglo XV “El Estado soy yo” y ofreció
puestos pagados con dinero público como si fueran scones que ella misma había
horneado. Por supuesto que ante la explicación de la apropiación de Estado como
propio no lo comprendió y siguió adentrándose en explicaciones cada vez más
oscuras, porque si hay algo que tiene la clase política es conciencia de clase:
ellos hacen porque pueden y ese poder creen que es correcto ejercerlo de ese
modo.
A la monarquía la vista gorda
ante la evasión y poner gente a dedo. Al pueblo más impuestos y tirar
curriculums implorando meritocracia.
La primera alarma la tiró Beatriz
Sarlo en un programa de TV de cable al decir que prefería morir ahogada de
covid antes que aceptar una vacuna por debajo de la mesa. Con esta frase metía
una denuncia gravísima que hasta el momento se venía gestando por redes
sociales y rumores de barrio: había gente que tenía acceso privilegiado a un
bien escaso como la vacuna; y como era de esperar, nuevamente, esa gente
privilegiada pertenecía a la clase política, a esta gran monarquía absoluta
argentina. Veíamos por redes, a jóvenes militantes de “La Cámpora” vacunarse
impunemente frente a una cámara que luego se convertiría en un posteo de Instagram,
sin ser médicos, maestros, policías o algún grupo de riesgo; se publicaba la
nota de un intendente de una localidad ignota que apenas arañaba los 40 años
que se había vacunado él, su mujer y su chofer; contaban las crónicas
periodísticas que en ciertas localidades se vacunaba a personal médico fuera de
ejercicio y sin edad para correr riesgo; llegaban rumores de los pueblos que
fulano había hablado con mengano que conoce al puntero político que maneja la
campaña de vacunación y había conseguido vacunarse sin inscripción y sin acusar
si quiera los 30 años. La frutilla rancia que coronó todo este festival de
podredumbre que se venía denunciando y se intentaba tapar con la épica
vacunatoria de una azafata llorando y Víctor Hugo relatando un viaje de avión,
la pone el periodista Horacio Verbitsky, que fiel a su instinto delator, como
hiciere en los años 70 y 80 al traicionar a sus compañeros montoneros, contó
entre risas y libre de cuerpo, intencional o accidentalmente, que había un
vacunatorio VIP en que se vacunaban salteándose todas filas que le habían
puesto al populacho, ricos, poderosos y amigos de la casta política que iban
desde un subversivo como él (sic) hasta el número dos del enemigo preferido del
kirchnerismo, el diario Clarín. Sea cual fuere su intención, en su relato
demostró que él pertenece a los ciudadanos de primera, que hay ciudadanos de
segunda y que no hay nada de malo en eso; se autoproclama “subversivo”
aprovechando su privilegio por encima de los comunes y preside una ONG que se
encarga de dictar la moral sobre los derechos humanos cuando en ese pequeño
acto demuestra que hay humanos con más derechos que otros. Ese mismo día la
página del gobierno de la ciudad de Buenos Aires colapsaba por la cantidad de
personas mayores de 80 años que pretendían anotarse para recibir una vacuna que
escasea en el mundo y que les puede salvar los pocos años de vida que les
queden. Si tuviéramos que definirlo con una sola imagen podríamos recurrir a
“Los juegos hambre” cuando el pueblo debe matarse literalmente entre sí en una
arena para asegurarse la comida de un año mientras desde el gobierno central lo
miran por TV empachándose de deliciosos platillos y vomitando para seguir
comiendo.
A la monarquía una vacuna a
domicilio y sin espera. Al pueblo anotarse en una lista de espera cual Ticketek
para comprar la entrada para ver a los Stones.
El peronismo resolvió el problema
como lo resuelve el peronismo: apartó al que se mandó “la macana” que a su vez
antes de irse aclaró que su secretaria se había mandado “la macana” e
inmediatamente entró Marge Simpson pidiendo que olvidemos todos nuestros problemas
con un gran tazón de helado de vainilla. Nuevamente cuando la corrupción queda
expuesta no se trata un sistema sino de una persona con nombre y apellido y
muerto el perro se acabó la rabia, mañana la épica gubernamental será que
“Alberto es el hombre que tuvo el valor de apartar a alguien que había hecho
las cosas mal aun siendo su amigo”. De la red de corrupción con un bien escaso
en medio de una pandemia que no da tregua, no se dirá nada, en el ministerio
nadie vio nada, nadie sabe nada, incluso quien organizó la comitiva que iba a
acompañar al presidente a un viaje a México y los vacunaron antes que a
cualquiera, ahora tampoco sabe nada, y por supuesto nadie sabe cómo es que el
mismo sindicalista que comía asados con el presidente sin barbijo y cuando
nadie podía salir a la esquina también se vacunó, vacunó a su esposa y a su
hijo de 20 años. Al parecer el único que había pergeñado todo eso era Ginés y
hoy Ginés ya no está. Para quienes no lo recuerdan o no lo vivieron, hace unos
cuantos años, cuando gobernaba Néstor Kirchner sucedió algo por el estilo, en
el baño de Felisa Micelli encontraron un ladrillo de dólares que no pudo
explicar, la apartaron y nunca más se supo nada ¿terminó la corrupción con la
renuncia de Felisa? La historia se cuenta sola.
Muchos dirán que toda una carrera
intachable se arruina por un pequeño error al final de la gestión, pocos harán
un racconto
de lo sucedido en este último año: el ministro de salud dice el virus no va a
llegar y termina tomando las medidas ya con un caso en el país; la cuarentena
más larga del mundo que deja como resultado la mayor cantidad de casos de
muertos por millón de habitantes del mundo; los test que no sirven y sólo sirve
cuidarse para tapar que en realidad que los test no están; los premios de $5000
a los trabajadores de la salud para valorar su esfuerzo (si, $5000) que no se
hicieron efectivos o los cobraron a los premios o se los descontaron de
ganancias; los runners asesinos y los niños supercontagiadores como política
contrariando toda la evidencia científica mundial; que el día del niño el parte
de muertos y contagiados los de una payasa; que un laboratorio este haciendo el
experimento más grande de su vacuna en nuestro país y que al final no cierra
acuerdo y no nos entregue ni una sola dosis, aun con una ley hecha a su medida;
que el acceso a una vacuna que no tiene ningún aval internacional más que el de
ellos mismos y el de un ente estatal que se ve obligado por un ministerio a
recomendar su uso pero que nadie puede conocer por qué lo recomienda, como si
en la ciencia la fe en un instituto fuera suficiente; partidos políticos
haciéndose cargo de la inscripción a una vacuna, con el riesgo proselitista que
implica, porque a pesar de que tienen un Estado enorme que te salva y te cuida,
no puede ayudar a un viejo a anotarse por internet y mandan a sus facciones
partidarias a hacerlo; que con la recomendación de ANMAT alcazaba pero
festejaron recién cuando The Lancet publicó el peer review de
científicos del mundo contrastando datos y recién ahí vacunaron a todos los
suyos y organizan vacunatorios VIP del mismo modo que testeaban al hijo
Konrblihtt cuando sólo había dos test en el país. Si tuviéramos un poco más de
autocrítica y fuéramos más perspicaces, al momento de ponerle un nombre a toda
esta novela de la gestión de la triple G, podríamos llamarla como la mítica
novela de Gabriel García Márquez “Crónica de una muerte anunciada”.
Anunciadísima.
El lema es que “El Estado te
salva” pero ante la evidencia todo pareciera indicar que el Estado se salva así
mismo y el resto mierda, mierda. La política tributaria es obligar a la clase
trabajadora a pagar más impuestos bajo la palabra filantrópica “solidaridad”
pero ante la evidencia todo pareciera indicar que el Estado que se niega a
aportar parte de sus privilegios salariales y gasta para crear una línea de
beneficios en donde sólo llegan los que ellos deciden, o sea el Estado es cada
vez más corrupto; y después los politólogos se devanan el cerebro intentando
explicarse por qué los jóvenes de hoy se vuelven libertarios y quieren el
Estado mínimo y no pagar impuestos ¿alguno se puso en los zapatos de un
trabajador que cada vez paga más impuestos y cada vez tiene menos cosas porque
lo matan en la esquina por un celular, porque no le pueden brindar continuidad
educativa o porque no tiene acceso a una vacuna en plena pandemia?
La historia de la descendencia
del “Rey sol” Luis XIV tuvo un desenlace trágico. Su tataranieto Luis XVI
también gobernó creyendo que el Estado era él, la justicia de los mortales a él
no le tocaba, no necesitaba pan pues tenía pasteles y las fiestas en el palacio
de Versalles eran un escándalo de lujuria y excesos. Pero Luis XVI, el “Delfín
de Francia”, no reparó que tantos años de haber hecho hincapié en la educación
del pueblo le iba a jugar una mala pasada. La sociedad civil agrupada y reunida
por los intelectuales de la época tomó la bastilla en 1789, dando lugar a la
llamada “Revolución francesa” que destronó a la monarquía instaurando una
república bajo el lema “Liberté, igalité, fraternité” (liberta, igualdad,
fraternidad) con un cierre de los años de sumisión bien simbólico: le cortaron
la cabeza a María Antonieta, la reina de Francia y esposa de Luis XVI.
En Argentina a veces parece que nacimos para ser autómatas manipulables, por eso la clase política se maneja como una monarquía absoluta. No tenemos reparos en llamar “reina” a una dirigente política que dio menos explicaciones que cualquier trabajador que todos los años debe presentar su formulario de bienes personales ante la AFIP y tampoco se nos caen los anillos para decir que tal o cual dirigente nos dio tal o cual derecho como si los derechos no fueran eso, derechos; y como si las conquistas no fueran trabajos de una comunidad que reclama sino la dadiva de un dirigente con empatía.
A diferencia de Roberspierre nos
falta la educación para comprender que por más que el relato nos diga que al
votar a un candidato estamos haciendo la revolución bajando por Sierra Maestra,
si justificamos al candidato que nos gusta arrodillándonos ante él y rindiéndole
pleitesía, sólo somos eso que mantiene vivas a las monarquías: sus súbditos.
Publicado por Juani Martignone
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