Hay día, hay ministerio y cada vez hay menos mujeres
El 8 de marzo pasado, mientras algunas festejaban, otras reclamaban y algunos les compraban flores a sus chicas, viví una situación que me hizo comprender más aun la dimensión del reclamo de las mujeres, por lo que me tomaré el atrevimiento de compartir esta anécdota personal con la mayor discreción y privacidad que el hecho amerita.
Hace unas semanas cuando me
propusieron que el relevamiento estructural de un edificio en Mendoza lo
hiciera una chica, me emocioné y acepté sin dudar. El rubro en el que trabajo
está muy masculinizado y una tarea como ir a un edificio, subirse a la terraza,
tomar medidas e identificar los elementos estructurales, tales como vigas y
columnas, está exclusivamente reservado a los varones, a los torristas, a los
silleteros, a los estructuralistas; el sólo hecho de pensar que en ese mundo
también había una mujer, mantenía en mí, encendida esa llama que pretende un
mundo con mayor igualdad de condiciones. Le pasé mi número e inmediatamente
comenzamos a contactarnos para coordinar el trabajo.
El viernes 5 de marzo fue a hacer
el trabajo de campo, me llamó un par de veces desde muy temprano por cuestiones
organizativas y antes de que termine la mañana me envió un mensaje diciendo que
había terminado todo. Esta piba es un huracán, pensé, alimentando la ilusión de
que por fin los trabajos destinados a los varones también los podían hacer las
mujeres; también podía ser un fiasco, pero inconscientemente bloqueaba esa
idea. Aun así, como la prioridad es el trabajo, le pedí que me pasé un croquis
de lo que había visto (manejar esto trabajos a distancia requieren de mucha
interacción para que la persona que está viendo por uno, vea lo que uno
pretende ver). No aspiraba a más que un dibujo a mano alzada con algunas
medidas y con los elementos que nos interesaba identificar, hablando en
criollo, un plano dibujado en el momento sin necesidad de escala o de proporción,
pero sí con los datos necesarios. Podría colgar la imagen me envió pero quiero
evitar la humillación. El dibujo de un edificio cual casita, con árboles y
camino, pretendía ser el relevamiento estructural; si le agregaba un sol, era
el típico dibujo de casita que hicimos todos en el jardín de infantes.
Me sentí entre defraudado y
decepcionado porque creí que una mujer podía estar a la altura de un varón a la
hora de relevar un edificio y no que iba a la altura de una niña de 4 años a la
que llevan a la plaza para que dibuje lo que ve. Calculo que esta chica (de la
cual me reservaré el nombre) notó esta decepción en mí cuando hablamos por
teléfono e inmediatamente me ofreció volver el lunes, que si yo le explicaba
bien qué necesitaba, ella iba a hacer todo lo posible por cumplir con lo que
necesitaba. Efectivamente es un huracán, va para adelante aunque no llegue a
los efectos deseados; si fuera un maestro de primaria y tuviera que completar
su boletín, le podría: “valoro tu esfuerzo pero no cumple con las
expectativas”. Como era muy tarde para cambiar de sub contratista, acepté su
propuesta de volver el lunes, no sin antes darle un decálogo entero de todas
las cosas que necesitaba que viera y cómo necesitaba que las viera y las
presente posteriormente. Corté el teléfono sin fe.
El lunes 8 de marzo, bien
temprano me avisó que estaba en campo y consultó si podía hacerme una
videollamada porque tenía ciertas dudas sobre algunos elementos y quería que le
dé una mano. Acepté y cuando la imagen apareció en mi pantalla, vi a la chica y
detrás a una nena de unos 10 años, “Primero que nada te pido disculpas, me vine
con mi hija porque no tengo con quien dejarla, soy mamá sola y hoy no le toca
ir a la escuela” arrancó la conversación cuando yo estaba juntando mi alma en
pedazos. Hablamos un rato, me mostró unas imágenes, le expliqué cómo
diferenciar una viga de una pared común, con lo que estábamos viendo, cómo
tomar las medidas, nos saludamos y cortamos. Pensé que una mujer nunca iba a
estar a la altura de un varón si es ella quien se tiene que encargar del
cuidado de los hijos; si es ella la que no puede elegir cuando ver o no a sus
hijos, se hace cargo y ya; si es ella la que tiene que combinar su trabajo
profesional con los cuidados de la casa y de los hijos aunque no quiera, aunque
no pueda, aunque esté cansada.
Ahora sólo restaba que me pasase
el nuevo croquis que prometió enviármelo por la tarde porque esta vez le
pondría esmero. Cuando cerca de donde trabajo se empezaban a escuchar los
primeros sonidos de la marcha por el día de la mujer, recibí un plano
meticuloso, dibujado con lapicera y regla en una hoja escolar, con cotas de
medición y elementos estructurales bien identificados; un trabajo bastante más
decente que muchos de los que me hacen llegar los relevadores varones que hace
años están en el rubro.
A esta chica no le falta
inteligencia o capacidad, le faltan oportunidades que la pongan a la par de un
varón para competir por los trabajos que, aunque pueden ser los más duros, son
mejores pagos que los que habitualmente se le asignan a una mujer. Le falta la
posibilidad de poder salir a trabajar sin tener que estar pendiente dónde y
cómo dejar a su hija; le falta la posibilidad de que alguien se tome el trabajo
de explicarle cómo se hace ese trabajo que nunca le damos y que no confiamos
porque creemos que lo va a hacer como una nena de jardín de infantes. Le falta
lo mismo que le falta a todas las mujeres y que es por lo estaban manifestando
el lunes en la Plaza de los Congresos aunque ella crea que no; porque un dato
que omití es que cuando el viernes 5 me ofreció volver a acercarse el lunes 8
de marzo, yo le pregunté si no iba a estar de paro de mujeres, a lo que me
respondió “esas son cosas que hacen allá, las porteñas, acá tenemos que parar
la olla”. Algo así como que marchar es un lujo burgués.
Con la llegada de Alberto
Fernández al gobierno hace 15 meses, desembarcó el tan celebrado y mentado Ministerio
de las Mujeres, Género y Diversidad y con él la promesa de trabajar por
un país más inclusivo y con las mismas oportunidades para las mujeres y las
minorías. A la fecha sólo ha demostrado que su mejor habilidad es organizar
estos lujos burgueses con la cara de Milagro Sala como portada. Conversatorios,
discusiones filosóficas, abordajes, asesorías y lenguaje inclusivo; mientras
tanto, cuando en diciembre de 2019 teníamos la escandalosa cifra de una mujer
muerta cada 36 horas por cuestiones de género, hoy pasamos a una muerta cada 23
horas y nada parece escandalizarnos.
Era bastante chico cuando leí “El
banquete” de Platón y lo que más me asombró fue cómo muchas de las discusiones
que se planteaban en la antigüedad seguían vigentes en el momento que yo lo
leía. Con el tiempo logré ponerlo en contexto y entendí que ese banquete era la
imagen de un grupo de intelectuales privilegiados reunidos debatiendo problemas
existenciales rodeados de lujos y majares, hablando desde la propia
experiencia. Hoy el ministerio de las mujeres tiene esa misma imagen, la de caterings
y debates mientras afuera a las mujeres las matan sólo por el hecho de nacer
mujeres. Estos simposios están bien si de filósofos se trata, como Platón y sus
amigotes del banquete, pero de los roles ejecutivos lo que se espera son
políticas reales que reviertan injusticias basadas, claro, en lo que los
filósofos debaten. El debate, el conversatorio, el lenguaje inclusivo, como
política de un ministerio en medio de una realidad atroz que mata mujeres como
moscas, o en el mejor de los casos no les da siquiera oportunidades para que
una mujer de cierto privilegio pueda desarrollarse en un trabajo como se
desarrolla un varón porque debe cuidar sus hijos o porque nadie le da
capacitación, no es un rol ejecutivo, es correr el eje hacia un lugar más cómodo,
más burgués. Quizás Elizabeth Gómez Alcorta es muy buena para gestionar y participar
de los debates de mujeres, género y diversidad, para ejecutar políticas que
acorten brechas género viene demostrando hace 15 meses que no está capacitada.
Lo curioso o más bien indignante,
es que todas las políticas de género que podría haber adoptado el flamante
Ministerio de las Mujeres son discusiones recontra debatidas y que no se
explica por qué se hacen oídos sordos reinaugurando el debate invisibilizando
todo el trabajo anterior que vienen haciendo distintos colectivos feministas.
Colectivos que advirtieron muy a tiempo que el encierro en las casas durante la
cuarentena sólo aumentaría la violencia de género, las violaciones
intrafamiliares y acrecentaría la brecha de género recayendo las tareas del
cuidado del hogar en las mujeres. Nada sucedió. Acataron a rajatabla las
recomendaciones sanitaristas sin ponerlas en cuestión, porque los debates se le
plantean al enemigo y nunca al amigo. Hasta sentaron a Luciana Peker en la
transmisión del parte diario de muertos por covid para asegurarnos que ningún
país había tenido una cuarentena con perspectiva de género como el nuestro.
Mientras tanto, los femicidios aumentaban exponencialmente. De las violaciones
intrafamiliares se obtuvieron pocos datos porque el detector principal de estas
prácticas, la escuela, se mantuvo un año cerrada, y allí tampoco hubo debate.
Tampoco lo hubo cuando liberaron violadores y los ubicaron a cuadras de la
víctima. Ni debate, ni políticas que lo reviertan, en algunas ocasiones sólo
mostraron indignación, pero como diría la periodista y escritora feminista,
Mercedes Funes, la indignación no es una política pública.
Los debates son conceptuales y
las políticas públicas inexistentes, todo se reduce a un dialogo cerrado entre
propios donde las opiniones externas no valen y los planteos que enfrenten a
sus aliados políticos se evitan porque es más importante su partido político
que las vejaciones que sufren las mujeres. Si no pasa el filtro partidario, ni
siquiera se pueden sentar a considerar el tema.
El caso más emblemático es lo que
sucede hoy en la provincia de Formosa. De todas las violaciones a los derechos
humanos que se perpetran en complicidad del mismísimo secretario Pietragalla,
son las mujeres las que más la sufren. El aislamiento en centros insalubres de
gente con o sin síntomas o con apenas contacto estrecho o con tres hisopados
negativos, ya había revelado la separación de las madres y sus bebés al momento
de su nacimiento; las imágenes de la mujeres de las comunidades wichis
escondiéndose en el monte para que “no les roben sus hijos” es una cachetada de
realidad que no la ve quien elige mirar a otro lado, porque con este tema,
estamos viendo la prueba más cabal de que las dictaduras suceden porque cuentan
con la complicidad de la población. No toda la población. La sociedad formoseña
alzó su voz, sobre todo las mujeres, lo que la escritora Maristella Svampa
llama como feminismos populares: feminismos que salen a la calle como portavoz
y principal afectadas de la injusticia sin ser del consciente de que se trata
de feminismo.
La respuesta fue la que el
gobierno nos tiene acostumbrados “operación mediática” “hecho aislado” la
invitación a dar vuelta la página y a los días la ministra Gómez Alcorta llamó
al gobernador de Formosa, Gildo Insfrán, para ayudarlo con su campaña de
purplewashing: lo hizo firmar un documento en el que se compromete a ser
feminista y ya está. Risas, saludos, clima de jolgorio y hasta allí llegó la
política pública del ministerio de las mujeres.
Repetir como un mantra inanimado que tenemos un día de lucha, o que tenemos ministerio, sólo como un hecho simbólico no va a cambiar la realidad, pero cambiará la percepción de la realidad de quienes lo repiten: gente que no ve atravesada la desigualdad de género en los problemas del sistema opresor formoseño o que cree combatir desde sus lujos burgueses un sistema que lleva a las mujeres a salir a trabajar con sus hijos en condiciones inferiores a los varones; gente que elige ser parte de ese sistema.
Cuando la desigualdad arrasa y
las mujeres caen muertas todos los días, la lucha debe ir más allá del cartel
ingenioso en una marcha para ser lo que originalmente es una marcha, un
reclamo: exigir respuestas.
Publicado por Juani Martignone
Todo el contenido, como las responsabilidades derivadas es
propiedad de quien firma.
Comentarios
Publicar un comentario