Desaparecidos en democracia
Las crónicas de los últimos días cuentan que el hombre recibió un whatsapp de un número desconocido amenazándolo a él y a sus hijos, aludiendo al deplorable desempeño que tiene en su trabajo en un club. No le dio mucha importancia, siempre hay locos dando vuelta, se dijo. Vino un segundo mensaje y cuando llegó el tercero el hombre empezó a preocuparse. El viernes se acercó a la comisaría más cercana y radicó la denuncia. El sábado siguiente, a menos de 24 horas de pisar el cuartel policial le avisaron que habían encontrado al culpable: un socio enojado al que lo demoraron, le secuestraron el teléfono y le iniciaron un proceso.
A diferencia de Úrsula Bahillo
que tuvo que hacer 18 denuncias y recién cuando el novio la mató, la policía y
la justicia empezaron a ocuparse, a este señor le costó sólo una denuncia y
esperar menos de un día en su lujosa casa. Será porque este señor es Marcelo
Tinelli.
Ayer se cumplió un año de la
última vez que se vio con vida a Facundo Astudillo Castro. Esa vez se lo vio subiendo
a un patrullero de la policía bonaerense en la ruta por violar el DNU
presidencial que imponía una cuarentena estricta. Como su apellido es Astudillo
Castro y no Tinelli tuvieron que pasar 3 meses y medio, y con una gran presión
social mediante, para que al fin encuentren unos huesos de él en un cangrejal.
Ni el Equipo argentino de antropología forense pudo determinar con
exactitud cómo es que murió, a pesar de que nada indica que se hubiera
suicidado y hay una serie de desprolijidades no aclaradas de parte de la
policía, las clásicas perlitas de la bonaerense: mensajes incriminatorios entre
oficiales y el intento de borrarlos; pertenencias de Facundo en un viejo
calabozo en desuso; la desaparición de la tarjeta SIM del teléfono de Facundo;
el registro del GPS del patrullero en la zona del cangrejal donde se
encontraron los huesos, muy lejos de su zona de asignada; las amenazas a la
novia y al hermano de Facundo; el lavado de pruebas clave. Aunque la verdad
pareciera estar más cantada que “Despacito” todavía la justicia no encuentra
pruebas suficientes para determinar qué sucedió.
Lo esperable hubiese sido que
después de semejante escándalo en el que está involucrada la policía bonaerense
al menos haya habido un intento de corrección dentro de la fuerza, un atisbo de
interés sobre la causa por parte del gobierno nacional y provincial para, al
menos, maquillarla simulando preocupación. Ya habíamos visto estos intentos con
el Caso
Cabezas, con La masacre de Ramallo y con el Caso
Axel Blumberg (Luciano Arruga no tuvo la misma suerte porque tuvo la
desgracia de desaparecer en el momento en el que el kirchnerismo ganó con el
54% de los votos, iban por todo y al parecer este país era una panacea y si
opinabas lo contrario eras un antipueblo). Como el año 2020 parece ser un año
inexistente, es bueno recordar qué sucedió con la bonaerense. Primero: el jefe
de la fuerza, Sergio Berni, está más empoderado que nunca. El hombre que dice
que su única jefa es Cristina parece ser un huracán que se lleva puesto todo a
su paso, nada parece hacerle mella. Es capaz de decir cualquier barbaridad en
televisión abierta y no sufre ni una sola consecuencia, de hecho, un caso que
en cualquier país normal hubiera costado su cabeza, acá le pasó sin pena ni
gloria. No obstante eso, después lo vimos ir a abrazar a la madre de Úrsula
Bahillo mostrando indignación. Porque algo hay que reconocerle a este gobierno:
ante las reiteradas fallas de un sistema no son capaces de rediseñar políticas
públicas, pero sí de mostrar indignación como si no fueran ellos mismos los
encargados de hacer que eso cambie. Segundo: con el cadáver caliente de Facundo
(y de otros 67 pibes más) la bonaerense se sintió con el derecho de ir a
amedrentar al presidente de la nación a la residencia de Olivos. Pero como la
culpa nunca es del chancho sino de quien le da de comer, increíblemente el
presidente acató sumisamente su reclamo y en 5 minutos le sacó sin consultar, y
en medio de una crisis sanitaria, un tercio de los fondos que le daba de
coparticipación al distrito donde vive casi el 10% de la población argentina, para
dárselos a la policía que amedrentaba, rompiendo para siempre la armonía
transversal que había logrado la pandemia y por supuesto la confianza de los
porteños a los que cada decisión que tomó en adelante, parece castigar
particularmente a quienes vivimos en la ciudad de Buenos Aires, por ese simple
hecho: vivir en la ciudad de Buenos Aires. Luego llegó el plot twits también
más cantado que “Despacito”: un policía bonaerense sigue cobrando un salario
por debajo de la línea de pobreza. Lo que quedó claro con esto, es que entre
pibes que desaparecen y fuerza policial involucrada en casos de desaparición,
el gobierno decide apoyar a la fuerza policial sin pretender cambios, por el
contrario, tratando de cumplirle los caprichos, como en un noviazgo de
adolescentes.
Todo podría estar mejor si estas
líneas sólo fueran para Facundo, lo cierto es que mientras duró la cuarentena
los desaparecidos ascendieron a 500 y los muertos a 92, de los cuales 67
corresponden a la fuerza que lidera el súper macho Berni. Para Horacio
Pietragalla, el secretario de derechos humanos, no es una situación para
considerarse grave. Todavía no sabemos cuál es el número que al señor le
satisface para que considere arremangarse la camisa y ponerse a trabajar
¿30.000? Tampoco sabemos cómo es que se prepararon durante todo este tiempo,
con semejantes antecedentes, para evitar más desapariciones en las
restricciones cada vez más duras que reclaman. A lo mejor, más importante que
la cantidad de desaparecidos, es la calidad de desaparecidos, porque ¿qué
pasaría si desaparece “uno de los suyos”? El ejemplo de Santiago Maldonado lo
grafica muy claramente. Santiago tuvo “la suerte” de desaparecer cuando los que
gobiernan eran oposición y cualquier cosa era materia prima para justificar su
lema “Macri basura, vos sos la dictadura”. Todos nos preocupamos; todos
sentimos que algo horrible estaba sucediendo cuando veíamos la cara de Santiago
y nos íbamos enterando de la represión, la gendarmería, etcétera; los medios,
comerciales y los no comerciales, plagaron las pantallas con el tema; la presidenta
viva que más tiempo gobernó el país, se colgó su foto entre lágrimas; los
docentes hacían representaciones de la gendarmería “chupando” a Santiago; y los
que vivimos en la ciudad de Buenos Aires sabíamos que antes o después de ver
una función de teatro, todo el elenco se pararía en el escenario con un cartel
con la imagen de Santiago exigiendo su aparición con vida.
Por eso hablo de “la suerte de
Santiago”, suerte que no tuvo Luis Espinosa en Tucumán o Facundo Astudillo
Castro en la provincia de Buenos Aires, o cualquiera de los 92 muertos en
situaciones no aclaradas con las fuerzas del Estado. Tuvieron la desgracia de
desaparecer en el momento en el que los que les prestaban atención a estas
causas ya no tienen que desprestigiar a ningún gobierno porque son ellos quienes
gobiernan y los que al final de la función de teatro pedían unos minutos para
hablar de Santiago hoy te dicen desde sus cómodas casas, vía zoom, “Quedate en
casa” y “Tapate la boca”. Bien simbólico.
Uno bien podría asegurar que si
no sos rico y poderoso o no sos peronista o no sos Tinelli (que es más o menos todo
junto) tu desaparición no va a valer nada, pasará sin pena ni gloria aunque
haya sucedido en plena democracia. Pero lamentablemente debemos agregar una
condición más: tampoco debes pertenecer a lo que se considera una minoría
sexual. Tahuel de la Torre es un joven trans de 21 años que hace casi 2 meses
desapareció y hasta la fecha no se sabe más que dos adultos están involucrados
en el hecho pero no hablan. No tiene repercusión en medios, no interrumpe
funciones teatrales, la vicepresidenta no se conmociona, y aunque hoy tenemos
un ministerio entero dedicado a las diversidades con ministra, oficinas,
asesores, viáticos, difusión y recursos, recursos y más recursos, sólo puede
expresar alguna vez perdida algo de indignación en los 280 caracteres que le da
Twitter,
la verdadera política de Estado de este gobierno. Si Eduardo Galeano viviera, si
fuera argentino y volviera a escribir “Los nadies” debería incluir a los Facundo,
a los Tahuel, a los Luis, a los Luciano, a las Úrsula, a todos los que el
Estado no escucha mientras tatúa en el pecho de sus militantes la leyenda
“Estado presente”. Porque para el peronismo los que no somos peronistas somos
“sus nadies”
Hace un tiempo hablando con un
amigo kirchnerista sobre la corrupción me dijo que todos los políticos roban,
pero que él siempre prefería que quien le robe fuera un peronista, a que le
robe otro. Podemos asumir entonces que todos los gobiernos desaparecen personas,
pero para un peronista siempre es mejor que te desaparezca un gobierno
peronista (basta sólo con googlear “triple A”) y así se cumple la máxima
doctrinaria de un manera bastante nefasta. Quizás sea por eso del silencio de
la militancia peronista, la militancia autodenominada del sentir popular.
El problema es que ese silencio,
aturde.
Publicado por Juani Martignone
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