El sueño húmedo de Hitler
El estallido de un nuevo conflicto entre Israel y Palestina dejó bien claro uno de los rasgos de la población: el antisemitismo se lleva en sangre. En estos días leer un tweet de Gabriel Solano (dirigente histórico del Partido Obrero) es exactamente lo mismo que leer un tweet de Juan José Gómez Centurión (líder del partido de ultra derecha NOS). Las ideas que tienen dirigentes como Cristina Fernández sobre el judaísmo desde su famoso análisis del “Mercader de Venecia” a las declaraciones actuales a través de los comunicados oficiales del Instituto Patria, son idénticas a las ideas del líder del partido pro nazi Frente Patriota de Alejandro Biondini. Ambos tienen en su imaginario al pueblo judío como un pueblo avaro, mezquino, que dirige el mundo tras bambalinas y que pretende la conquista del mundo. Un relato. El mismo relato que utilizó Adolf Hitler para convencer al pueblo alemán del peligro que implicaban los judíos y que le permitió, primero, ponerlos a todos en guetos, y luego, exterminarlos bajo la llamada “solución final” con la que se cargó a 6 millones de judíos y que hoy conocemos como Holocausto, un término goy, ya que lo correcto sería decir “Shoá”.
Es sabido que a los relatos se
los combate con datos y es paradójico que en tiempos como estos en los que
estamos a dos golpes de tecla de esos datos la población siga repitiendo
relatos conspiraniocos fácilmente desmontables. Porque aunque muchos crean que
el antisemitismo o la judeofobia son cuestiones de odio o de piel, en realidad
es el indicio de la profunda ignorancia de los pueblos. Basta solamente con
entrar a portales muy accesibles y sencillos como Wikipedia para comprobar
que el mapa que se viraliza sobre cómo los judíos fueron ganando terreno, es
falso. Claro que hay sutilezas, matices y variantes pero cuando sólo mostramos
un mapa en el que el pueblo judío va ganando terreno sobre un “pobre” pueblo
palestino estamos alimentando la idea de su propósito de conquista del mundo,
el sueño húmedo de Hitler.
Tener una discusión sobre el
verdadero origen de las tierras denota que todos los que fuimos criados bajo
una de las tres religiones monoteístas más importantes, en cuanto a cantidad de
fieles en el mundo, sólo estudiamos para aprobar. El judaísmo, el cristianismo
y el Islam tienen el mismo libro de origen: el pentateuco o antiguo testamento.
Todos deberíamos conocer el origen del pueblo de Abraham, la expulsión de sus
tierras, la diáspora, la esclavitud en Egipto, la liberación de Moisés, los 40
años en el desierto buscando otro lugar para vivir. Tuvieron que pasar siglos,
siglos y siglos para que en el contexto de la primera guerra mundial, el
imperio británico derrote al otomano y conquiste los territorios en cuestión,
fundando una nueva colonia a la que nombraron Palestina, el mismo nombre que
utilizaban los romanos para expulsar a los pueblos judíos de Judea.
Pero insistir con un origen que
todos querrán discutir y que no contempla a las personas y a los pueblos y a
las culturas que actualmente viven allí no tienen sentido. Más aun cuando esta
discusión ya fue saldada por la ONU (o sea casi todas las naciones
del mundo) al finalizar la segunda guerra mundial cuando instó a Gran Bretaña a
entregar los territorios que había colonizado en 1918, y había llamado
Palestina, para crear el primer y único Estado judío del mundo: Israel. Pero
sin dejar de atender que en ese territorio al que muchos judíos habían vuelto
luego de ser perseguidos en toda Europa y toda Rusia, también vivían pueblos
árabes, por lo que se demarcaron dos territorios en los que se debían construirse
dos Estados-Nación: uno judío y otro palestino, en el que compartirían
Jerusalén. Los judíos crearon Israel en Mayo de 1948 y los palestinos no
aceptaron la división, o todo o nada y atacaron a Israel inaugurando una guerra
que les haría perder más territorio aun (de ahí viene parte del mapita que se
comparte que se comparte sin contexto y deja en el aire la idea conquistadora
de los judíos). A la fecha y pese a todos los esfuerzos de Yasir Arafat, los
palestinos no se han podido poner de acuerdo en la creación de un
Estado-Nación, la llegada de grupos terroristas al poder como Hamas
complican la unidad.
La creación de un Estado judío no
responde a deseos de dominación del mundo de parte del judaísmo sino a tener un
lugar que los acoja y los reciba, pensemos que venían de un tiempo en el que más
de dos tercios de los judíos habían sido eliminados por el simple hecho de ser
judíos. Hoy Israel es un Estado que da asilo y pasaporte a todo aquel que tenga
origen judío y se sienta perseguido en su propia tierra.
Para los que tendemos al
laicismo, la idea sola de un Estado religioso nos hace ruido, pero demuestran
su antisemitismo aquellos a quienes sólo les molesta un Estado judío, porque
nadie reclama con tanto ahínco la toma de tierras en Roma para crear el Estado
Vaticano y que sus bancos sean los más espurios del mundo, como tampoco son tan
intolerantes con la cantidad de países árabes que son Estados islámicos y que
son gobernados por leyes y personas religiosas. Molesta el mismo que viene molestando
hace más de 5000 años.
El camino al antisemitismo es
sencillo. Capaz alguna vez tuvimos un jefe judío que no nos aumentó sueldo y lo
odiamos, y llegamos a nuestra casa envueltos en ira y nos cruzamos con un meme
que nos decía que los judíos son avaros porque pretenden hacerse mega ricos a
costa de empobrecer a los pueblos y así conquistar el mundo, y todo nos cerró.
Nuestro jefe no nos aumenta el sueldo no porque todos los jefes son así, sino
porque es judío. En ese momento la propaganda es tan fuerte que no podemos
pensar siquiera que el judaísmo es primero un pueblo y después una religión,
como cualquier otro pueblo, como cualquier otra religión. Con tradiciones
vetustas y anacrónicas y con la contención de sus fieles del mismo modo que
podría hacerlo un evangélico; con personas que van a la sinagoga todas las
semanas como las abuelas que no se pierden un domingo de misa y con gente que
la hicieron judía y nunca más se interesó por la religión como muchos de los
que fuimos bautizados y después no pisamos nunca más una iglesia. Con una
diferencia, si mis papás me bautizaron, fui a misa y capaz tengo un rosario
colgado, nadie me va a acusar de avaro, ladrón y querer dominar el mundo aunque
pertenezca al religión que tiene más presencia en el mundo y más injerencia
sobre los Estados tiene (no hace falta que recuerde el rol de la iglesia en el
debate del matrimonio igualitario o el aborto legal). Hacer el ejercicio de
pensar el judaísmo como el cristianismo es un buen termómetro para saber cuánta
tolerancia tenemos ante lo judío.
Aquellos que creen que después de
5000 años sin tierra el judaísmo es una secta porque tiene sus festejos, comen
sus knishes, sus pletzalej, reviven su historia, y llaman a su abuela “bobe” no
se cuestionan ni un poco a todos aquellos que le dicen “nona” a su abuela
porque su tatarabuelo vino en un barco de Italia, comen la pasta todos los
domingos y gritan mucho en la comidas familiares aduciendo que es porque “somos
bien tanos”. Les indigna que vivan recordando el genocidio del holocausto mientras
ni se inmutan cuando todos los 24 de marzo en nuestro país recordamos un
genocidio bien criollo. Cuestionan los 6 millones de judíos exterminados
asemejándose a los que cuestionan los 30.000 desaparecidos en la dictadura.
Dicen que hay algo de psicótico en aquellos judíos que quieren ir a conocer la
Tierra Santa en el mismo momento que le ponen un “me encanta” a la foto de
alguien de origen vasco que fue a Eukalerría o alguno con un apellido como el
mío que se emocionó al llegar a un pueblo perdido en Génova porque de ahí
vienen sus genes.
Otro gesto que en apariencia es
inocente, pero que en realidad denota el profundo antisemitismo naturalizado,
es el creer que por el mero hecho de ser judío una persona debe estar
completamente de acuerdo con todas las decisiones que toma el Estado judío, que
de por sí, algunas son muy controvertidas: la fuerte militarización; la
protección desmedida a todos aquellos judíos ortodoxos, con planes sociales,
eximición de servicio militar obligatorio, e inmunidad en varios niveles; la
segregación de todo los ciudadanos árabes, impidiéndoles el voto, la libre
circulación si no es con varios permisos especiales, no respetando sus idiomas
y sus culturas; y una de las más conflictivas: la promoción, mediante
subsidios, de la ocupación de territorios en disputa como Jerusalén este o
Cisjordania. Es tal la desinformación que se elige tener de aquellos lares que hace
proliferar esa idea de que todo ciudadano israelí está a favor de esas
prácticas. Basta con ver cualquier medio de la zona, que hoy se pueden leer en
cualquier idioma, o incluso ver cualquiera de las series israelíes que están en
Netflix
o HBO
(Shtisel, Poco ortodoxa, Our boys), para enterarse que estos temas generan
debates profundos en los habitantes de Israel, no les pasa desapercibido, no
todos están de acuerdo.
Acá, en Argentina, periodistas judíos
como Hinde Pomeraniec, Ernesto Tenembaum, o sociólogos como Diego Tajer,
también judío, fueron vistos como bichos por no replegarse al discurso oficial
de Israel, como si fueran ovejas extraviadas del plan maestro de dominar del
mundo y marquen una diferencia. De nuevo, si hacemos el ejercicio de pensarlo
en el catolicismo ¿Acaso yo que nací, crecí y me eduqué en el rito católico,
hoy no lo practico, pero conservo ritos, no estoy habilitado a discutir el
silencio del Estado Vaticano ante los casos de curas pedófilos? ¿O soy menos
católico (no practicante) por eso? Claramente los católicos no corremos con ese
estigma. Creer que toda persona de origen o apellido judío es automáticamente
defensora de todas las decisiones que toma un Estado judío porque es parte de
un plan de conquista del mundo, es un acto de profunda judeofobia.
Por otro lado, el ala progresista que en teoría aspiran a la paz entre los pueblos, apena resurge un conflicto como este, lo primero que hacen es contar todos los excesos (repudiables, por cierto) del Estado de Israel ¿a cuento de qué? ¿De justificar los ataques a civiles por parte de grupos terroristas palestinos? Eso hicieron, por ejemplo, referentes del feminismo, demostrando que para ellas en algunos casos el “tenía la pollerita corta” sí es justificativo para violencia.
Resulta a veces inverosímil que
referentes autoproclamados progresistas pretendan que todo el territorio quede
en manos de Palestina porque alguna vez fue una colonia inglesa y que además es
un pueblo cuyas reglas viola todo tipo de derechos humanos, los de las mujeres,
los de las personas LGBT (históricamente la izquierda siempre fue homofóbica),
los de las disidencias. Personas defensoras de un único Estado Palestino no
sobrevivirían un solo día en un Estado teocrático islámico, serían colgadas en
la plaza principal. No hay cultura que justifique la crueldad, no hay progreso
si atamos las leyes civiles a los libros sagrados, no puede asegurarse un
Estado de derecho si gobierna una agrupación terrorista; sin embargo aunque
todas estas cosas suceden en Palestina, el progresismo se pone de lado. Flaco favor.
Tampoco es justo caer en una
teoría de los dos demonios. Entre tanta violencia uno debe sopesar qué es lo
que más le interesa para escoger un de los lados. En este caso tenemos:
democracia y teocracia; gobierno de políticos y gobierno de terroristas; Estado
de derecho y Estado que ajusta las libertades a los prejuicios de libros
milenarios. La religión de un lado y del otro pasa a ser una simple anécdota, y
hablar de distintas capacidades de fuego es un absurdo porque si fuera cierto
que uno de ellos es mucho más poderoso que el otro, ya hubieran ganado la
guerra y no tendrían que seguir construyendo búnkeres. Es por eso que el
comunicado de la cancillería argentina avergüenza por el grado de parcialidad y
por mostrar su profundo desprecio por el judaísmo, porque carga las tintas
sobre los israelíes sin siquiera aclarar que se estaban defendiendo de un
ataque terrorista, que del otro lado había un grupo terrorista y por bajarle el
precio a los misiles considerándolos “artefactos incendiarios” como si se trataran
de bombas molotov. Estos comunicados colaboran con el antisemitismo porque
crean en la población una idea. Cuando un grupo terrorista pone una bomba en la
torre Eiffel todos cambian sus fotos de perfil por una con la bandera francesa
y ponen “Je suis La France” y se solidarizan, a nadie se le ocurre recordar en
ese momento la crueldad de sus ejércitos en Afganistán o las terribles
ocupaciones que llevó a cabo en África. Son franceses, no son judíos, no
quieren dominar el mundo.
Creo que es importantísimo que
podamos dejar de venerar personas o países para permitirnos la crítica. El
Estado de Israel merece una crítica a fondo. No puede ser cierto que el único
lugar de todo medio oriente donde hace una marcha del orgullo gay, donde las
mujeres no están obligadas a usar velos, donde rige plena libertad de expresión
y donde se puede hacer política libremente, segregue de alguna forma (muy
cruel) a los pueblos árabes dentro de su territorio y además promueva la
ocupación de terrenos que deben devolver. Ahora bien, todo esto no se soluciona
con un ataque terrorista y mucho menos festejándolo, se soluciona con más
política, más diplomacia, más Estados que llamen a la paz y no Estados que
fogoneen un conflicto.
Entre todos los datos falsos que
se difunden de los judíos, nunca están los buenos, porque son reales. Pocos
saben que 19% de los premios Nobel fueron otorgados a personas de origen judíos
a pesar de ser el 0.2% de la población mundial. Que muchos mueren en la
pobreza, muchos no manejan nada, y muchos saben menos datos del judaísmo de los
que están en este texto. Que gracias a la colaboración de científicos israelíes
en Argentina un proyecto de una vacuna nacional contra el covid pasó a fase 3 y
es bastante esperanzador respecto de sus resultados.
El judaísmo tiene una celebración
muy importante e interesante llamada Yon Kippur, que es el día en el que
se pide perdón por los pecados para expiarlos. Ojala los judíos pidan más
perdón por sus destratos a los árabes, pero sobre todo, los no judíos por su profunda
judeofobia.
Publicado por Juani Martignone
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