Nos siguen educando para la vergüenza

Tenía algo más de 25 años cuando esa tarde noche, mis viejos subieron a lo que siempre fue mi habitación en la casa familiar. Era un fin de semana que había ido a verlos, estaba recostado y ellos dos se sentaron al borde de mi cama mirando hacia mí: querían hablar. Yo estaba  grande para sermones, no dependía económicamente de ellos, ni vivía ahí. Creí que no tenían derecho a hacerme planteo alguno. Estaba equivocado. Arrancaron la charla diciendo que no hacía falta que yo dijese una sola palabra, que ellos “ya sabían”, que desde siempre lo supieron y que a pesar de la decisión yo tomase, si iba a contárselo al mundo o lo iba a ocultarlo toda la vida, lo importante era que en esa, que era su casa, mi casa, la casa de todos Martignone, yo podía ser quien yo era, sin simular, sin fingir o impostar. Querían asegurarme que al menos allí dentro yo fuera libre, fuera quien soy, sin pedir disculpas o dar explicaciones por ello.

Mi salida del clóset fue más bien un trabajo de mis padres en el que abrieron las puertas de placard, me tendieron la mano y me dijeron “Salí tranquilo, nosotros estamos acá”. Este momento que es traumático para todo homosexual, que muchos planean, muchos no se animan y otros le tienen miedo, en mi caso fue bastante más sencillo porque yo no fui quien tuvo que juntar todo el valor que necesita para hacerlo, fueron mis padres quienes lo tomaron por mí en aquella nochecita al enfrentarme.

Quien no es homosexual no se da una idea de lo que significa para uno salir del closet, la liberación que provoca. Después de eso, la piedra que uno lleva en el esófago desde que tiene uso de razón, desaparece y por fin empieza a respirar. Es un nuevo nacimiento. A partir de ese momento, uno se siente igual a los demás, siente que ya nunca más tendrá que esforzarse en cambiar los géneros cuando cuenta una historia amorosa, que no tendrá que fingir interés por las chicas delante los amigos, que no tendrá una vida llena de gente y salidas pero de forma paralela y oscura como si fuera mala o prohibida, que ya nunca más pasará por la incomodidad del “¿y para cuando una novia?”. De algún modo, con la salida del closet buscamos la aceptación de que por sí, ya contábamos con no tenerla, y aunque muchas veces no se da, podemos poner en palabras años de cargar con una culpa injusta: esto es así, le guste a quien le guste.

La salida del closet es un tema de homosexuales, que básicamente se resuelve entre homosexuales porque somos los únicos que pasamos por esto. Ningún heterosexual tiene que contarle al mundo su heterosexualidad porque desde que nace ya la asumimos. Es entre nosotros que nos preguntamos cuándo salir, cómo salir, qué ganamos saliendo y cuál es la forma indicada de salir del closet. A lo largo de mi vida he escuchado historias de todo tipo respecto a salidas del closet, desde la más hermosas, hasta las más tétricas; y habiendo pasado tantos años de aquella salida con mis padres, puedo llegar a la conclusión que no sé cuál es la mejor manera de salir de una vez por todas del placard. No sé cómo, cuándo, ni exactamente qué se gana saliendo. Sólo sé, que salir siempre es mejor que estar adentro y valoro mucho a cada uno que salió, sea de la forma que sea. Porque una vez que estamos afuera, toda esa ilusión de que ya nada malo puede pasarte, se esfuma con el primer pibe del que te enteras que lo cagaron a trompadas por puto; con el primer travesticidio que lees en los medios de catacumbas que son los únicos que tratan nuestros temas; en la primera discriminación laboral que escuchas; en el techo de cristal que te diste cuenta que no te deja ascender en tu laburo por más empeño que le pongas, porque en tu escritorio no hay un portarretrato con una foto de tu familia tradicionalmente constituida.

Decimos que se requiere de valor para salir del closet porque seguramente es más fácil tener una vida “normal” para el afuera y una vida homosexual secreta. Nosotros más que nadie conocemos a esa gente tiene sus vidas “como Dios manda” y a la noche nos vienen a buscar a nosotros para ser felices, pero también sabemos muy bien que no son ellos quienes corren los riesgos de que los maten por putos o los discriminen a diario, aunque seguramente corran otros riesgos. A ese valor de salir ante el mundo a decir quien uno es, aunque todo siga siendo hostil para nosotros, por el mero hecho de intentar ser más libre e intentar ser un poquito más feliz, no hay manera de juzgarlo. Toda salida del closet es valorable, por lo que se arriesga, por lo que se juega, en mayor o menor medida, y en pos de lo que se pretende ganar, también en mayor o menor medida.

Por todo lo antedicho sobre la implicancia que tiene la salida del closet para una persona homosexual, es que duelen, pero sobre todo hieren, los últimos comentarios que la FALGBT (Federación argentina de lesbianas, gays, bisexuales y trans) hizo en Twitter sobre la salida del closet de un ex ministro de la nación, más que nada porque viene de personas que también atravesaron por eso y son los últimos que deberían levantar el dedito para juzgar qué es ser o no abiertamente gay, o cuándo uno tiene derecho a considerarse abiertamente gay. Pertenecer a la comunidad LGBT no te da derecho a montar un juicio donde un grupo selecto de sommeliers de salidas del closet analizan con las “pruebas” en la mesa si un ministro puede o no considerarse abiertamente gay. Entiendo que hoy sólo miren Masterchef, pero esa no puede la lógica para analizar nuestras vidas. Porque si algo queda claro, es que si lo pudieron hacer con un ministro, también lo van a poder hacer con vos que sos, que trabajas en un call center y que le insinuaste tímidamente a tu vieja que nunca vas a tener una novia. Venga hacia el frente apoye en esta mesa su salida del closet y nosotros le decimos si es abiertamente gay o no para subir al balcón y pasar a la próxima ronda. Como reality quizás funcione, en la vida real se parece más Panem que a otra cosa.

Si pudiéramos hacer una analogía del movimiento LGBT con el movimiento feminista podríamos decir que la salida del closet es un gran “ahora que si nos ven”. Aunque no siempre se obtenga la aceptación deseada, salir del closet es pretender que desde ese momento en adelante nos vean como a una persona homosexual, para aceptarnos, para juzgarnos, como elemento para calificarnos o bien para que pase ileso, pero nunca para no nos reconozcan como tales. Cuando uno hace algún tipo de esfuerzo para mostrarse homosexual y desde su misma comunidad es invisibilizado, estamos frente a un claro ejemplo de discriminación que se vuelve más cruel y más vil porque no sucede afuera, sino que sucede con pares. Esto fue lo que le hizo la FALGBT cuando afirmó en su cuenta pública de Twitter que Alexis Guerrera era el primer ministro nacional abiertamente gay, olvidando que en el año 2019 el canciller Jorge Faurie mientras ejercía su función pública, en un programa de TV con Nancy Pazos, ante la pregunta de la periodista si ya había salido del placard, respondió “hace rato”.

 


Olvidos y equivocaciones tenemos todos, pero no es el caso de la FALGBT porque en cuanto le marcaron el “olvido” se puso su traje de jurado y decretó que lo de Faurie no era vivir abiertamente gay, su salida del closet había sido muy tibia, no tenía el suficiente impacto para que ellos considerasen que podían pasar al olimpo de los que viven abiertamente su homosexualidad, necesitaban más, más esfuerzo, como en un reality. Si cocinar, cocina cualquiera, pero sólo ellos que son los reconocidos chefs son quienes pueden decir si tu plato es digno de un restaurant, ahora parece que es la FALGBT quien nos dice si nuestro esfuerzo por salir del closet vale lo suficiente para afirmar que vivimos abiertamente nuestra homosexualidad, e incluso hasta pueden hacer chistes y reírse si nuestras salidas del armario si no están a la altura y la calidad que ellos pretenden; exactamente con en el reality.

 


Ante la cantidad de mensajes que la federación recibió por acto vil de juzgar la salida del closet del ex canciller Faurie, subió la apuesta y dio un decálogo, como una especie de manual de cosas que hay hacer en la vida para poder afirmar que uno es abiertamente gay. A todos los putos nos causa gracia cuando en el capítulo de Los Simpson donde Homero le dice Marge que Javier debió haber sido lo suficientemente gay para que él se diera cuenta a tiempo, debemos entender que esas personas existen, y están todas conformando una agrupación que en teoría lucha por los derechos de las personas LGBT pero en realidad es un multiplicador de estereotipos machistas y patriarcales como que un puto debe tener su correspondiente pareja y luchar como un loca por su derechos.

 


No existe una manera correcta de ser gay, ni de salir del closet. Los que tienen pareja, los que no; los que dijeron a los 20, los que lo dicen a los 60 y tímidamente; los que se comprometen con su comunidad y los que lo viven como algo complemente personal; todos son válidos. Ninguna forma de vivir la homosexualidad debe ser vergonzosa para que se la invisibilice. Uno de los más importantes militantes por los derechos homosexuales en nuestro país, Carlos Jáuregui, es conocido por una de frases que dice que “en una sociedad que nos educa para vergüenza, el orgullo es una respuesta política” y hoy, casi 30 años después nos siguen educando para sentir vergüenza, sólo que ahora de la formas en la que salimos del closet o como vivimos nuestra homosexualidad. El orgullo es una respuesta política, y es posible que no todos quieran ejercer esa vida política, y es justo. Lo que no se puede permitir, y mucho menos esperar de agrupación LGBT, es que no se respete.

Porque de lo que estoy seguro es que, saliendo del closet, lo que todos buscamos es que al menos se respete eso que decimos que somos. Ya sea, para ser celebrado o perdonado.       

 

Publicado por Juani Martignone

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