Tan sólo un gesto simbólico

Nuestro mundo está mal. Todo lo que nos rodea está mal. Nos dicen que fue construido sobre bases que están mal. Es por eso que un grupo de jóvenes que en su momento conocimos como los guerreros de la justicia social (SJW: social justice warrior) vienen haciendo su trabajo lento, pero contante, de a poco ir mejorándolo e ir corrigiendo el mundo podrido en el vivimos. Y si algo nos han enseñado estos SJW es que, en esta era digital, las redes sociales son el medio más efectivo para hacer una práctica ya conocida y vieja, que es el escrache, pero que surte mejores efectos que en el pasado porque hay una única realidad: nadie quiere quedar expuesto en las redes sociales. En esta vidriera mundial e hiper democrática que son las redes hay una consigna tácita que todos respetamos: nunca mostrarse como uno es, sino como uno quiere que lo vean. Y por supuesto nadie quiere que lo vean como el artífice o arengador de uno de los males que rodea al mundo y que los SJW denuncian con ahínco.

Este fue el caso de la socióloga que se hizo famosa por tener millones y millones de personas que seguimos sus recetas de cocinas sencillas y que todos conocemos como “Paulina cocina”. Paulina (aunque ese no es su nombre, pero todos acordamos llamarla así) publicó en los últimos días un video explicando que al zapallo más común que en CABA se le dice zapallo anco, en muchas partes del interior se le llama “coreanito”. Ella supuso que era por su origen pero fascinada ante tal descubrimiento instó a sus seguidores a instalar en las zonas urbanas el nombre “coreanito” para el zapallo anco. Propuso ir a las verdulerías y pedir “coreanito” y que todos de a poco vayan adoptando el nuevo nombre. Si la intervención salía bien y el nombre se imponía, la misma Paulina iba a invitar a las fanáticas de BTS (la banda de pop coreana del momento) a cocinar junto a ella recetas con “coreanito”.

Algo no previo Paulina, y es que en la redes uno controla cómo se muestra, pero no controla cómo lo ven. Y fue entonces que un SJW, que están siempre a la orden del día para marcar el límite entre lo que está bien y lo que está mal, acusó a la socióloga cocinera de hablar así por no ser una persona racializada, por lo tanto, le estaba diciendo que tanto ella como su campaña eran completamente racistas. Quienes llegamos a leer el post, porque como se podrán imaginar, todo terminó borrado, pudimos comprender y empatizar con el testimonio de una chica descendiente de orientales que contó que no había día que no saliera a la calle y le digan “chinita”, contó que le dolía y le dijo a Paulina que no sabía lo que era estar racializada.

Paulina es una influencer, vive de la imagen que da a través de las redes, todas, porque está en todas, y sabe muy bien que un escrache de este tipo puede enterrarte para siempre, por eso bajó la publicación, la campaña y grabó un nuevo video pidiendo disculpas del modo que lo hace alguien que no quiere hacerlo, pero la situación lo obliga: “si ofendí a alguien, pido disculpas”. O sea, no cree haber ofendido pero comprende que puede haber alguien con extrema sensibilidad que haya tomado a mal lo que dijo y entonces se disculpa por ello.

Las redes volvieron a estallar, fanáticos y detractores cavaron la grieta correspondiente y se tiraron con de todo. Es cierto que la cocina está llena de gentilicios (milanesa a la napolitana, sopa inglesa, etc, etc) y suena a reclamo de generación de cristal sentirse ofendido por el uso de un gentilicio pero también podemos decir que cada palabra engloba un campo semántico que hace que algunas suenen distinto según la circunstancia. Por ejemplo: nadie que haya nacido en este país se ofendería con el gentilicio latino, pero muy distinto es si siendo argentinos vivimos en Estados Unidos y alguien utiliza el término “latino” para nombrar a un objeto cuando sabemos la carga negativa que tiene ser latino en Norteamérica. También podemos aludir a la tradición y al costumbrismo del interior que llama “coreanito” al zapallo anco y sabemos que esto es una oleada que puede no tener fin y que mañana todos aquellos llamados Carlos se sientan ofendidos porque en zonas del interior del país al tostado de jamón y queso se lo llama “Carlitos”.

Es una discusión profunda que Paulina con su habitual cintura logró desactivar a tiempo, un mero gesto simbólico (porque con esto no desactivo una matanza en masa de coreanos) que logró contentar algunos y dejar el tema como uno más del anecdotario de las redes en la que todo es fluido.

Otras discusiones del mismo tenor pasaron por estos días y tiene como protagonista a la harina Blancaflor y a su logotipo que tenía una negra en la portada del paquete. La imagen que puede parecernos simpática esconde de fondo todo un bagaje histórico profundamente racista en el que las tareas domésticas, entre las que se encontraba la cocina y por ende el amasado con harinas, estaba destina únicamente a las personas negras que a su vez eran esclavas. Por otra parte, la imagen le pone a la negrita unos guantes blancos, que era lo que los patrones y esclavizadores le obligaban a los negros a usar para que no tocasen su comida con sus manos negras.

 


Claramente es una imagen que exuda una matriz ultra racista, pero es cierto que estamos hablando de prácticas que en nuestros país eran previas a la asamblea del año 13 (si, de 1813) cuando se abolió la esclavitud, capítulo aparte es la limpieza racial que se hizo en Argentina por la cual no quedó ni un solo vestigio de la raza negra. Es por eso que ver a la marca de la harina como una marca esclavista es un mero acto de revisionismo histórico de esos que le gusta hacer a Felipe Pigna. No podemos condenar hoy a una marca por una imagen que en el contexto en el cual fue puesta no generaba el revuelo que hoy genera, lo que podemos condenar es si aún sigue repitiendo esos patrones signados por la esclavitud en la actualidad o si decide cambiarlos. Y Blancaflor cambió. Otra batalla ganada para SJW que ahora discuten si las manos que están en el nuevo paquete deben ser una de un varón y otra de una mujer para no dar mensajes machistas, en fin, manos.

La imagen de una marca es también un símbolo, por lo tanto, cambiarla es un mero acto simbólico. Es deseable que las marcas puedan tener la sensibilidad suficiente para entender cuando una imagen o cuando un chiste quedó fuera de lugar. El periodista especializado en gastronomía, Rodolfo Reich, hacía estas aclaraciones y ponía un ejemplo bien gráfico “¿qué pasaría si al día de hoy una casa de préstamos de dinero tiene la imagen de un judío?”. No sé hasta qué punto ofende, pero creo que, a pesar de que en un momento nos pasó desapercibido, hoy está completamente desubicado. Tampoco sé cuánto impacto puede tener quitar estos emblemas de las portadas de los productos o si sólo es un gesto simbólico que a efectos prácticos no tiene ninguna relevancia.

Los gestos siempre son importantes porque demuestran una toma de conciencia de parte del que los hace, pero ¿podemos decir que somos un país menos racista porque ya no le decimos “coreanito” al zapallo anco y sacamos a la negrita de la portada de Blancaflor? Creer esto es de una ingenuidad tal que sólo se compara cuando el presidente Alberto Fernández decretó el fin del patriarcado por haber promulgado la ley de aborto legal.

En nuestro país, una funcionaria pública, de alto perfil mediático, hoy presidiendo la organización estatal que lucha contra la discriminación, mantuvo a su empleada doméstica durante años pagándole un mínimo en blanco y el resto en negro, dejó de pagarle el salario plena pandemia porque no se presentaba en el lugar de trabajo, cuando el gobierno al que ella pertenece hacía una bandera de lo contrario con ella a la cabeza, y luego para intentar enmendar el “error” le ofreció ubicarla en un puesto dentro del organismo que ella dirige como si fuera la mismísima dueña del Estado. Detalle: la empleada es peruana. Hoy esta funcionaria, sigue apareciendo en todas las comunicaciones oficiales como si nada de todo lo expuesto hubiera pasado, sigue siendo la gran señora funcionaria pública que no perdió un ápice de su status social y por supuesto tampoco económico, porque no renunció, no echaron y no le redujeron ni salario, ni recursos a modo de reprimenda.

Si alguno se pregunta cómo debían vivir las esclavas negras que se dedicaban a las tareas domésticas y les hacían poner guantes blancos pagándoles con comida magra y techo indigno, vayan a preguntarle a la ex empleada de esta funcionaria pública, porque hoy ya no tenemos paquetes de harina que remiten a imágenes previas al 1813 pero sí seguimos manteniendo las prácticas porque si algo se mantiene intacto es que los patrones gozan de plena impunidad.

Anoche el Congreso se iluminó de rojo para visibilizar el problema económico que trae la menstruación en las mujeres, y todas las feministas oficialistas se sintieron satisfechas del trabajo bien realizado. Anoche también el registro de femicidios sumó 4 víctimas nuevas, pasando de un femicidio cada 27 horas a uno cada 20 horas. Y a mí el rojo me recordó más a la sangre de mujeres derramada por cuestiones de género que al valor de una toallita femenina de la cual el 21% va a las arcas que después le pagan el sueldo a las funcionarias que esclavizan mucamas en siglo XXI o creen que cambiaron el mundo con luces rojas.

Los gestos simbólicos están bien, pero si no tiene consecuencias prácticas, reales y tangibles, sólo son eso: simbólicos. Y para lo único que sirven es para calmar la conciencia de los intelectuales que los pergeñan pero no los sufren.   

 

Publicado por Juani Martignone

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