La Argentina de los vivos
La impunidad desmedida mostrada de forma obscena, solo es comparable a las épocas del menemismo. Cuando el país debutaba en la actividad cartonera, el presidente manejaba Ferraris Terstarossa o comía con los Rolling Stones. La respuesta también olió a menemato, “me equivoqué de discurso” sonrisa, aplaudidores y pasemos a otra cosa. Aunque mucho se quiso llevar la conversación al valor de sus relojes o carteras, Cristina Kirchner jamás demostró y enrostró sus privilegios, y si alguno aparecía lo llevaba con culpa, al menos en su discurso. Mauricio Macri nunca cargó con culpa sus privilegios, pero sus vacaciones fueron en Europa recién cuando ya no estaba en poder y su mujer, Juliana, siempre acosada y tildada de banal, usó sólo vestidos de diseño y manufactura argentina para recorrer el mundo de forma protocolar.
La foto del presidente Alberto
Fernández festejando el cumpleaños de su mujer Fabiola, va más allá. Exuda
todos los privilegios de casta de una clase política aristocrática gobernando
un país de índices subsaharianos, al mejor estilo del menemismo. Pero a la vez
horada la palabra del presidente, de ahora en más ¿quién va a acatar gustoso
medidas incomodas y antipáticas cuando las pida un presidente que cuando las
dictó para todos, él estaba de fiesta? A pasitos de una variante más
contagiosa, la Delta, la Argentina de los vivos que el presidente venía a
terminar volverá a florecer, porque quien dicta las normas es el primer vivo
que nos muestra que no las cumple y no toma dimensión de lo que ello significa.
Pide disculpas como alguien que no quiere pedir disculpas, despersonalizado,
rápido y corto para salir del tema. Decir “no debió haber sucedido” es como
decir “No debería haber hambre en el mundo” sólo que la primera tiene un
responsable concreto que además preside la nación y que además dictó las normas
en pos de cuidar a la población, y la segunda refiere a un sistema de
responsabilidades.
Todas las personas con daddy issues que durante el 2020 proclamaban a los cuatro vientos que “Alberto te cuida” incluso llegando a justificar las medidas más represivas y coartantes sólo porque lo hacían para cuidarnos, hoy se tiene que enfrentar con que ese señor bigotudo que nos retó en cámara para hagamos lo que él decía porque el virus nos iba a matar, puertas adentro se pasaba esas reglas por donde ya sabemos. Ese es el problema del valor de la palabra. Si Alberto no hubiese dicho nada, no hubiera hecho una épica enorme de todos los esfuerzos que teníamos que hacer incluso hipotecando nuestra salud mental y el futuro de nuestra juventud, para salvarnos de una pandemia, la foto quizás nos hubiese parecido una más de las delicias de la clase política que vive en otra sintonía y que somos conscientes de ello.
Pero Alberto habló. Y no fue
dulce y cariñoso para explicar en lo que nos estábamos embarcando. Cuando quiso
explicar por las buenas, lo hizo con filminas con datos mentirosos y cuando
explicó por malas, golpeó la mesa y nos retó “La Argentina de los vivos que se
zarpan y pasan por sobre los bobos, se terminó” “Si lo entienden por las
buenas, me encanta. Si no, me han dado el poder para que lo entiendan por las
malas”. Llamó idiota a un surfer que persiguió con la policía, amenazó con
cagar a trompadas él mismo al hombre que golpeó a un guardia de seguridad
cuando estaba rompiendo la cuarentena, le abrieron un proceso a un remador
olímpico por practicar canotaje soloo en el río en plena restricciones, asoció
a los runners con asesinos cuando dijo “¿querían salir correr? Después no se quejen
si suben los números”, acusó a los niños discapacitados de no entender las
normas sanitarias y todos sus errores se
los endilgó a la pandemia. Todo esto mientras estaba, literalmente, en un
cumple.
Mientras el presidente incumplía
las normas que el mismo había impuesto, la población común, la que no goza de
los privilegios de la casta política, se encerraba, se empobrecía, se fundía,
se le iba la cordura y le temía a todo lo externo, moría en la más triste de
las soledades, quedaba completamente fuera del sistema educativo, quedaba
varada en otros lugares del mundo sin certeza de cuando volver, reprogramaba
cirugías “no urgentes”, escuchaba a sus viejos apagarse del otro lado del
teléfono y se embarcaba en cumplir medidas dolorosísimas y costosísimas porque
lo importante era que afuera había una pandemia. Todos perdimos a alguien que
no pudimos despedir, todos sentimos que perdimos más de un año de nuestras
vidas, más aún, los que son más grandes. Perder un año a los 20 puede ser
anecdótico, perder un año a los 70 no es gratuito. El presidente y sus elegidos
no estuvieron en la misma que nosotros, los comunes, sin privilegios.
No sólo las normas se impusieron
y muchos a escondidas no las cumplieron se salió a perseguir a todo aquel que
no las cumpliera. Recordemos que un remero se pudo haber comido un garrón por
salir a practicar solo en el río, pero Facundo Astudillo Castro perdió la vida
perseguido por no cumplir una cuarentena que ni el mismo presidente que la
había impuesto la cumplía. A los jóvenes, a los pobres la pandemia les enseñó
que ellos están condenados a vivir diezmados (de comida, de educación) y
perseguidos. A los adultos que gobiernan, que para ellos no hay ley y pueden
disfrutar de todo lo que a los demás le quitan mientras festejan abrazados con
amigos degustando una torta que sale más que una cuota del IFE que pretendió
dar a la población para paliar la situación. María Antonieta se regocija.
Impunidad es esa consciencia de
que por más que haya todo un sistema, nada va a pasarte nada. Alberto lo sabe.
Por eso se sacan fotos en plena fiesta clandestina, porque sabe que nada
pasará. Por eso se da el lujo de decir que es el presidente que viene a ponerle
el fin al patriarcado, pero cuando la cosa se pone jodida, lo primero que hace
es echarle la culpa a la mujer, la caprichosa que quiso festejar y a la que no
se le puede decir que no porque ya sabemos cómo son las minas ¿no? Incluso,
para defenderlo, dijeron “¿qué iba a hacer? ¿Cagarla a trompadas para que no lo
festeje?” (Y acá nos volvemos a confundir a Alberto Fernández con Aníbal Fernández)
Hermoso lugar en el ponen a una mujer no tiene ningún tipo de función ni
responsabilidad pública, simplemente es la mujer que comparte la vida con el
presidente. A nadie le importa si Fabiola quería o no celebrar un cumpleaños,
lo que importa es que su marido, el presidente, el que dictó la ley que aquello
estaba prohibido, lo hizo posible, ya sea por acción, por omisión o
participación pasiva. Quizás es por eso, y porque es mujer que le pueden
endilgar toda la culpa. Típico de machirulo, ser un cagón que no hace cargo de
sus actos y se escuda detrás una mujer. En eso hasta la Cristina Kirchner
podría darle cátedra.
Nos dijeron que con ministerio de salud, escuelas cerradas, distancia social y responsabilidad ciudadana de esta íbamos a salir juntos. Les faltaba algo: ejemplaridad de la clase política. Ejemplaridad que no tuvo cuando no quiso siquiera bajarse cinco centavos de su salario de forma simbólica en un contexto del que todos saldríamos más pobres.
Si Alberto, paternalistas como él
solo, nos quiso cuidar como si fuéramos sus hijos, no entendió una regla básica
de la paternidad: los padres siempre dan el ejemplo ante los hijos porque su
palabra tiene valor. El problema no es que Alberto no pudo terminar con la Argentina
de los vivos, los vivos son los que hoy nos gobiernan.
Publicado por Juani Martignone
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