Un rosario de privilegios
Eran épocas de restricciones estrictas, hace poco más de un año, cuando me entero que una amiga muere en una sala de partos apenas después de parir. Los protocolos de covid la dejaron sola y aislada, y una falla en el corazón, que nadie vio, porque nadie podía verla, la dejó sin vida en esa habitación con un hijo recién nacido y una familia completamente destrozada. En tiempos de pandemia la única atención médica posible era la referida al famoso virus que viene rigiendo nuestras vidas hace más de año y medio, las atenciones por otros menesteres no importaron o no se escucharon, la normativa era clara: tapate la boca y quédate en tu casa.
Casi como una parábola, nos fue
aislando cada vez más, volviéndonos más ermitaños tendiendo a resolver por la
vía virtual todo lo posible y evitar el contacto humano, incluso obviando ir a
los médicos por la cosas que habitualmente íbamos. Las muertes inexplicables se
sucedieron una tras otra. Las personas de mediana y alta edad que gozaban de
aparente buena salud antes de la pandemia, morían en cuestión de días. La única
explicación era el virus que nos asecha (la misma explicación que se nos da
para tantas otras cosas de forma fundada o no). Así fue que de a poco
desaparecieron los últimos vestigios de mi fallecido padre: los últimos amigos
que le quedaban se transformaron en un mensaje de whatsapp que informaba de su
repentina muerte en soledad, tal como sería la despedida de sus restos. Así fue
también que mi metabolismo se desconfiguró por completo, lo que obligó a mi
médica a instarme a hacer al menos un poco de actividad física para evitar
cataclismos futuros ¿Cómo hacerlo en un monoambiente de menos de 20 metros
cuadrados y en una época donde salir a correr era visto como una actividad
criminal? Si había dos muertos más de coronavirus en Lanús, la culpa era del
tipo que había salido a correr a Palermo.
Diecisiete meses después nos
enteramos que todo el fatídico año 2020 no fue igual para todos. Ya lo veníamos
palpitándolo: gente que se tomó aviones privados para pasar la cuarentena en
lugares más amenos, cuando nadie podía hacerlo, y sin sufrir una sola
consecuencia; gente que no estuvo dispuesta a perder siquiera un solo centavo
de su salario por el simple hecho de que ellos mismos se lo asignan; gente que
pudo despedir a sus familiares con todos los seres queridos que quiso; gente
que pudo darse el lujo de no pagarle a su empleada doméstica por no ir a
limpiar el inodoro a pesar de la directiva que tanto pregonaba por redes. Esto
era sólo la punta de iceberg.
Mientras mi metabolismo se
desordenaba por el sedentarismo, como el de todos los que fueron acusados de
asesino de viejos por hacer actividad física, la primera dama de la Nación
recibía asiduamente a su personal trainer para mantenerle a punto la figurita,
y no sólo eso, también recibió con frecuencia al esteticista para que le
hiciera el lifting de pestañas y no se viera en pijamas y desaliñada o con los
pelos crecidos y fuera de lugar, como nos veíamos nosotros cuando hacíamos las
videollamadas. Mi peluquero que me enviaba mensajes durante la cuarentena para
ir a cortarme el pelo a domicilio porque había conseguido un certificado de
circulación y tantos meses sin ingresos lo estaban matando, fue obviado por mí.
Unos cuantos meses después, cuando lo volví a ver, le dije que no había recibido
los mensajes, cuando en realidad no quería incumplir ninguna de las normas que
creía que regían para todos. Le estaba enviando mensajes a la persona
incorrecta, yo no tenía la inmunidad de Fabiola.
Toda la batalla que hasta el día
de hoy se libra para determinar si es importante que los niños tengan
presencialidad en la escuela, a pesar de haber puesto a los docentes como
prioridad de vacunación, no corre para Dylan, el perro estrella del presidente,
que no perdió ni una sola de las clases presenciales de su adiestrador. Tu hijo
no, el perro del presidente sí.
Si sos como yo, y hace más de 2
años que no ves a tu abuela porque es una persona muy mayor y decidis
protegerla, y el año pasado pasaste unas fiestas raras, porque ella no estaba en
la mesa y además eran pocos, quizás te consuele saber que para todos los amigos
presidente no fue tan así, porque el 30 de diciembre pasado hizo un asado con
más de 60 amigos al que el libro de visitas de la Quinta de Olivos tituló “Evento
quincho Frente de todos” donde se leen nombre de funcionarios, pero también
periodistas y amigotes del presi. Para vos, fiestas para no más de 10 personas;
para el presidente, las que quiera, 60 o 100 también si hubiese querido.
Ninguna explicación de las poquísimas
que dio (porque recordemos que son impunes con conciencia de su impunidad,
saben que diga lo que se diga no pagaran consecuencia alguna) no es acertada,
porque ni Dylan, ni Fabiola son funcionarios públicos, no cobran un salario del
Estado, ni tienen una función en nuestro sistema de gobierno, los
contribuyentes con nuestros impuestos no tenemos la obligación que sostener sus
estándares de vida ni privilegios; y todos aquellos que fueron al Quincho
Frente de Todos pueden ser funcionarios públicos, pero no estaban
cumpliendo funciones gobierno yendo a hacer un brindis para despedir el año a
la Quinta de Olivos. Estas son una muestra más del extenso rosario de
privilegios que tiene los que están en poder por sobre cualquiera, porque
mientras los políticos hacían unas fiestitas, Paolo Roca se quejaba que no lo
dejaban irse a Disney con sus nietos en su avión privado o peor aún, hoy no los
dejan volver y los tienen varados. Y a cuenta de los hechos todo daría a
entender que lo hacen por el mismo motivo que lo hacía Luis XIV: “Porque el
Estado soy yo”. Con una diferencia sustancial, el linaje de la monarquía
francesa de terminó con la cabeza de María Antonieta en la guillotina, acá en
el peor de los casos, se vuelven a la casa y dentro de unos años se vuelven a
presentar a elecciones como si nada hubiera pasado y el día que mueran los
enterraremos con honores y revisiones históricas.
Todo este revoleo de privilegios
obscenos no fue el tema descollante de estos días, sino el de una visita en
particular que recibió cartas de adhesiones de absolutamente todos los entes
estatales y todos los entes no gubernamentales de clara afiliación partidaria
oficialista. Un verdadero tema de Estado Nacional. Las escandalosas
infracciones a las normas perpetradas por el mismo que las diseñó demostrando,
una vez más, que la Argentina es un país de castas encubiertas, nos pasa por al
lado para discutir un tema que creemos urgente: la violencia de género sufrida
por una actriz en particular. La clara violencia simbólica que recibió la
actriz Florencia Peña al asumir por parte de un funcionario público que su
visita ilegal a la Quinta de Olivos correspondía a una actividad sexual, es una
muestra más del rol que nuestra sociedad le asigna a la mujeres y el halo de
sospecha en el que siempre las cubrimos, por el mero hecho de ser mujeres, ya
que jamás se nos ocurriría que Marcelo Tinelli fue a Olivos, también manera
ilegal, a hacerle “el favor” a la mujer del presidente, primero porque nunca
asumimos que los varones también se prostituyen y segundo, porque tampoco nos
atreveríamos a insultar la virilidad de nuestro presidente varón.
La misoginia, en una sociedad patriarcal como la nuestra, es clara, es parte de nuestra cultura, por esta razón es que las coberturas y las consecuencias pretendidas en este caso, tienden a la exageración, como si fuera un problema fundamental que no nos permite avanzar y no una conducta y una forma de pensar que hay que cambiar muy de a poco. Para hacer una analogía, podríamos decir que la palabra “puto” utilizada como insulto en todo cántico de cancha, refuerza la idea de la homosexualidad como lo malo, como aquello de que avergonzarse, sin embargo, no lleva horas y horas de televisión, ningún homosexual se siente extremadamente ultrajado en su condición y mucho menos, nadie pretende que se prohíba el uso de esa palabra como insulto. Se marca, se intenta generar conciencia y ladrillo a ladrillo vamos construyendo una cultura más inclusiva.
Uno de los graves problemas de la
Argentina es la impunidad y también lo es la deshonestidad, el hecho de existir
una cuarentena vip para políticos, en cualquier lugar del mundo habría sido
inaceptable (Ejemplo: el ministro salud de Reino Unido, Matt Hancock, renunció
a su cargo por haber besado a una asistente rompiendo las reglas del
distanciamiento social que el mismo había impuesto y al abandonar el cargo dijo
“Se lo debemos a la gente que se sacrificó tanto en esta pandemia, ser honesto
cuando los defraudamos”), mientras que acá debemos doblegarnos a la idea de que
ésta es la normalidad y a la asunción de que cualquiera en su lugar lo haría
porque todos somos deshonestos, sólo que no se nos da la oportunidad para serlo.
Esto debería ser un tema a discutir para intentar mejorar como sociedad.
La sociedad profundamente
machista y patriarcal, también lo es. Pero para discutirlo en serio, no podemos
sólo solidarizarnos con una actriz por el mero hecho de ser conocida o caernos
bien a todos, el reclamo sesgado y direccionado en un solo caso como si ese
fuera el único importante en un país donde una mujer es asesinada cada 20 horas
por cuestiones de género, es contraproducente, porque de nuevo sale a relucir
el privilegio: sólo puede reclamar quien es amigo del gobierno, de la misma
manera que sólo pueden entrenarse ellos o sólo ellos pueden reunirse como
quieren y con quien quieren. El resto, simples mortales de otra casta, debemos
acatar y ni siquiera podemos acceder a la justicia que le corresponde a
Florencia Peña.
Discutir los problemas de vivir
en una sociedad patriarcal sin siquiera mencionar que el oficialismo encubre
sistemáticamente a ex gobernador Alperovich y no lo entrega a la justicia tras
haber violado a su propia sobrina; o sin mencionar la situación de
vulnerabilidad de las empleadas domésticas, especialmente por ser mujeres, tal
como la que vivió la ex empleada de la funcionaria Victoria Donda; o sin
mencionar los derechos cercenados de la parturientas durante los encierros
masivos que había determinado el gobernador Insfrán en la provincia de Formosa;
o sin mencionar que la ministra de género ponderó a un presidente que emite
declaraciones claramente homofóbicas y machistas, como el presidente de Perú; o
sin mencionar que la cuarentena tan extendida en el tiempo sólo acrecentó la
brecha de género, la violencia y le asignó los roles de cuidado a las mujeres y
de educación de sus hijos en el país que más tiempo cerró las escuelas, tras
soportar que se las acuse de querer sacarse los hijos de encima (una asunción
tan desafortunada y grave como la que sufrió Peña); no es discutir una sociedad
mejor, es discutir nada más que el caso de Florencia Peña, o sea, el caso de
una privilegiada.
El escándalo de las visitas de
Olivos nos vinieron a mostrar que los entrenadores físicos, los educadores, los
cumpleaños, los festejos de fin de año, las visitas nocturnas y los funerales,
fueron sólo para unos pocos privilegiados. Y también nos demostró que los
reclamos por violencia género que importan, también son los de ellos. Una
cuenta más del rosario de privilegios que llevan colgado.
Publicado por Juani Martignone
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