El patriarcado no se sostiene sin sumisas

Alberto Fernández aun no presidía el país, pero ya era el presidente electo de los argentinos. En la facultad de Derecho de UBA la escritora feminista, Ana Correa, presentaba el libro “Somos Belén” que narra la historia real de una chica tucumana que estuvo 3 años presa por sufrir un aborto espontáneo dentro de un hospital (para poner en claro: una chica va a un hospital, experimenta un aborto espontáneo allí dentro, sin buscarlo ni quererlo, y las autoridades sanitarias la denuncian por matar a su “bebé”; entonces la chica va presa). En medio de la presentación y algarabía que quedaba de resaca de aquel intento de legalización en el 2018, irrumpe entre una marea de pañuelos verdes el flamante presidente electo. El mensaje parecía claro. El gesto era elocuente. Las esperanzas para un 2020 con aborto legal se renovaban con el cambio de gobierno. El puñado de feministas que participaba, de intensa militancia en cuanto intersticio de comunicación tenían, abrazaron al presidente. Un abrazo, que la historia nos contó después, que fue más simbólico o de pacto, que afectivo.

El caso de Belén (es un nombre ficticio porque se protege su identidad) fue posible gracias a que Tucumán es una provincia que ha violado y viola sistemáticamente los derechos humanos, con especial hincapié en lo que son los derechos de las mujeres. Tucumán se declaró orgullosamente “provincia provida” e impidió cuanto aborto legal o voluntario se quisiera hacer alguna mujer. Un caso emblemático y últimamente resonante fue de la nena de 11 años violada por el abuelastro que solicitó el ILE (interrupción legal del embarazo en caso de violación, vigente en Argentina por más de 100 años) y se negó y se la obligó a parir. Esto fue y es posible, porque quienes comandan el feudo tucumano son señores dignos hijos del patriarcado, como el archicatólico Juan Manzur, o bien como José Alperovich, el senador acusado de violar a su sobrina que fue protegido por el peronismo con una licencia. Los patriarcados no son un germen espontáneo que crece cual cáncer de maligno que es, son sistemas sostenidos por personas, porque así les conviene.

Juan Manzur, el hombre que hace todo lo posible porque el patriarcado sea un sistema aun robusto, hoy es el nuevo Jefe de gabinete de ministros. O sea, es el jefe de la ministra de mujeres, género y diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, la misma que lo denunció en el pasado por obligar a parir a esa niña de 11 años; que, lejos de renunciar a responder a tan emblemático personaje, estandarte de la negación de las mujeres, los géneros y la diversidad, esta meta puño y sonrisas con el tucumano. Seguramente a ella también le convendrá sostener este sistema patriarcal, porque para dinamitarlo desde adentro se necesitan acciones concretas, y a la fecha no ha podido hacer absolutamente nada para que la cúpula gobernante del país no se transforme en este nido de conservadurismo rancio y machista en el que se ha transformado. No vamos a contarle las costillas de la brecha de género que se acrecentó en la pandemia mientras ella aplaudía con ahínco cada decreto presidencial con Luciana Peker sentada al lado. Pero a Eli le pusieron un ministerio entero para evitar que estas cosas pasen y no solo no pudo, sino que le fue funcional y se conformó con la promesa de un futuro distinto por parte de un presidente débil, en el momento de su mayor debilidad, tal como twiteó. Las denuncias y los gritos en contra del patriarcado que esperábamos de la ministra se transformaron en puños con Manzur y en promesas vagas de un presidente vago como Alberto Fernández. Quizás su silencio se deba a la hipótesis que vertió en Twitter la escritora Gabriela Cabezón Cámara: “El patriarcado no se sostiene sin sumisas”.

 


El patriarcado en Argentina goza de buena salud, por supuesto que por la acción de los patriarcas, pero también por el amplio margen de sumisas con el que contamos. Ahora bien, no podemos llamar sumisas a aquella empleada doméstica a la que el patrón, cada vez que puede, le toca el culo cuando pasa; esas a la que las milis de givré verde en la cara le piden que denuncie, sin comprender que esa chica corre el riesgo, no sólo de perder el trabajo, sino de no trabajar nunca más en su vida; y para alguien con una casa a cuestas, eso puede ser trascendental. Para que no haya patrones que se crean con el derecho de tocarle el culo a su empleada, debe producirse un cambio cultural que no se logra a base de transformarse en denunciadoras seriales sino que quienes denuncien sean quienes realmente tienen poder, esas a las que las milis de givré verde aplauden y le compran los libros que escriben. Poder que pueda generar un cambio, como el poder de un ministerio o el poder de tener un medio de comunicación y el prestigio que tienen algunas feministas para denunciar y generar real conciencia igualitaria. Llamamos sumisas a aquellas mujeres con poder que se callan ante el poder patriarcal; llámese Elizabeth Gómez Alcorta o todas las feministas que abrazaron a Alberto Fernández en aquella presentación de “Somos Belén” como Dolores Fonzi o Claudia Piñeiro, que hoy están ocupadas comentado realities de televisión, o que, como dijo Claudia, le aburre hablar de esos temas. Parece que era una moda que ya pasó y hablar de eso ahora es demodé.

En ala más dura de la militancia peronista, que bien supo bailar al son de la música que sonaba, en este caso, la feminista (recordemos que el peronismo tiene la capacidad de bailar el ritmo que le pidan según la circunstancia: guerrillero en los 70, neoliberal en los 90 o bolivariano en los 2000) no se quedó callada, por el contrario. Bailó y bailó con ganas estos nuevos acordes conservadores y de derecha que hoy toca el peronismo. Entonces tenemos a personajes como Julia Mengolini y Juli Strada, que no sólo le han abierto los brazos al peronismo machista y clerical, sino que además, hicieron una defensa férrea de por qué todos debíamos conservadores (emulando a Chimamanda Ngozi Adichie con su libro “por qué todos debemos ser feministas”).

El primer motivo es una mezcla de subordinación y valor militar y una concepción muy raulesca del feminismo. Aluden a que está bien que ahora todas las feministas se traguen al sapo Manzur porque la que lo pidió fue “La Jefa”, o sea Cristina Kirchner. Varias cosas quedan en claro: si La Jefa lo pide, están dispuestas a desandar todo lo andado y tirar todos sus valores a la basura por el simple hecho de conformar a la líder o por no creerse lo suficientemente inteligentes para refutarla. No se me ocurre mejor definición de sumisión. Por otra parte, buscarle una gota de feminismo a la designación de un patriarca a cargo de todos los ministros porque es una mujer quien lo pide, como si eso fuera credencial suficiente para considerarse feminista. Si así lo fuera, entonces deberían considerar que la propuesta de llenar el congreso de gente de fe, en contra del aborto, es una propuesta feminista porque quien la formula es la candidata Cintia Hotton, que es tan mujer como Cristina. Recordemos que Serena Joy fue la que diseñó Gilead. El problema está porque a Cristina se la asume feminista por el mero hecho de que les gusta Cristina. El deseo y los valores, se les mezcla con la realidad, porque Cristina está siendo más Cristina que nunca: una señora patriarcal que hace valer su poder como lo hacen los patriarcas, midiéndosela arriba de la mesa. Asumir que Cristina sólo bailó la música feminista porque era lo que se sonaba en ese momento pero no lo que más les gustaba, confronta sus ideales y los menosprecia. Desnuda que el peronismo también actuó de esa forma obstruyendo el aborto cuando Macri habilitó el debate, pero facilitándolo cuando descubrieron que estaba de moda ser feminista y les convenía tenerlas en el bolsillo y después volviéndolo a dejar a un lado cuando la cosa se les pone complicada. Las entiendo, no hay nada peor que sentirse usado. Nada peor que consideren tus valores como una fase, como una moda pasajera para entretenerse. Los homosexuales lo sabemos bien.

Este menosprecio se hace más evidente cuando exponen, entre los motivos para tragarse a Manzur a Aníbal y a toda la derecha rancia, que hoy, como la cosa se puso fea, no nos podemos dar el lujo de perder el tiempo hablando en inclusivo o pintando bancos de plaza de violeta en representación al feminismo, sino que hay que tomar acción y sacar de la pobreza a la mitad de la población argentina (por un lado, me conforma que después de tantos años, haya tomado nota). De esta forma queda bien en claro que todo lo que predicaron del feminismo como herramienta de igualación social, no es más que un discurso vacuo para ellos, porque creen que lo que va a salvar a la población es la doctrina de mano dura de Aníbal Fernández, en consonancia plena con Berni, y el acercamiento con las prácticas feudales, clericales y de fraude que tan bien maneja Manzur, o mejor aún, la visión del hombre que obligó a poner una imagen de la virgen en el congreso, como Julián Domínguez. En definitiva, nos dimos cuenta que para el kirchnerismo, el feminismo es un lujo burgués. Ahora que somos pobres por culpa de Macri, no nos podemos dar ese lujo. Creo que no hay nada más denigrante para el feminismo que esta visión que queda expuesta en el manejo de la crisis.

El último motivo al que se aferraron las militantes que demostraron que es más importante ser funcional a La Jefa que al feminismo porque La Jefa es una mujer, es el consuelo de que creer que al menos la ley de aborto ya está promulgada. En primera instancia podríamos decir que es una visión demasiado mercantilista creer que cedemos los puestos de importancia en un gabinete al patriarcado puro y duro, a cambio de una ley. Pero lo que la mayoría olvida, es que las leyes por sí mismas no son nada si no hay un organismo que las ejecuta. El caso más claro es el de la ESI en las escuelas confesionales. Ahora bien ¿en serio creen que el hecho de tener una ley firmada en un papel va a hacer que un grupo de adoradores del Papa se las garantice? ¿Saben cuántas leyes hay en Argentina que no se garantizan porque hay intereses superiores que las impiden? No se me ocurre visión más ingenua, pero si llegara a decir eso, el feminismo que pondera todo lo que dice una mujer y se condena toda la critica que se le hace a una mujer, me cancelaría.

Existe una mirada que nos dice que ocuparnos de las mujeres que callan, es hacerle el juego al patriarcado, porque de quienes realmente deberíamos ocuparnos es de los patriarcas que hoy coparon los puestos de gobiernos. De ellos nos hemos ocupado ampliamente, nos ocupamos en cada oportunidad que tenemos. Lo que llama la atención es que aquellas que también siempre se ocuparon de los patriarcas, al punto de hacer análisis exhaustivos de cada foto que Juliana Awada subía a su Instagram para acusarla de machista, hoy estén calladas. Porque el silencio que hacemos también habla de lo pensamos. Y el silencio en esta ocasión, en la que necesitamos nuevamente que se alcen las voces, habla mucho más fuerte que todos los cánticos en la Avenida Callao. Uno exige opiniones o posiciones a quienes en algún momento fueron sus faros, a quienes los guiaron cuando nadie los guiaba. Cuando pongo las noticias eligiendo una radio en particular, espero que ese tema que a mí me interesa, sea abordado. Al menos abordado, ni siquiera pido que concuerde con mi pensamiento. La libertad de vociferar a los cuatro vientos lo que uno piensa y que detrás te sigan miles, lleva consigo la responsabilidad de plantar posiciones cuando esos que te siguen están necesitando de tu mirada.

No le exigimos a la mujeres que den explicaciones, simplemente pedimos a las que supieron ser referentes que nos den nuevas referencias. Para no creer que esa enorme marea verde fue tan arrolladora sólo por el hecho de estar compuesta básicamente de sumisas que una Jefa les dijo que lo tenían que hacer. Porque eso sí es hacerle el juego al patriarcado.           

 

Publicado por Juani Martignone

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