Meñique, Cersei y un juego de tronos donde poder es poder
El rey de los Westeros ha muerto y hay que designar quien se quedará en el trono. Meñique es un viejo armador político desde las sombra, lo que acá llamamos un rosquero. Gracias a su cintura política, logró armar una casa, lo que sería un partido político, que no tiene poder real, pero aspira a tenerlo. Meñique, con su casa inventada, se mueve por la Fortaleza roja como un real soberano. Cersei es la reina consorte. Accedió al poder básicamente por ser extremadamente rica, esto la catapultó a transformarse en la esposa de un rey que acaba de morir y al que todos lo recuerdan como quien que trajo la paz. A Cersei se la ve siempre hermosa y disfrutando de las banalidades de los lujos del capitalismo, pero nosotros los espectadores, sabemos que ella es la estratega, una adicta al Trono de hierro que maneja cuanto hilo tiene a su alcance para mantenerse en King´s landing.
Meñique y Cersei discuten. Ella
se burla del emblema de su casa inventada y sin poder: un ruiseñor. Se burla
porque aunque sabe que en la línea sucesoria él tiene más poder de decisión,
ella tiene el poder real: tiene el linaje de una casa tradicional, maneja la
voluntad de sus hijos y de sus lacayos fieles y además tiene el dinero
suficiente para comprar al que necesite; eso sí, tiene la cola un poco sucia:
un amorío extramatrimonial con su hermano gemelo que no es oficial, pero todo
el pueblo sabe y reprueba. Meñique le recuerda eso. Le recuerda que para
quedarse con el trono vacante es necesaria la prudencia, que ya no van más los
excesos del rey putañero y fiestero que acaba de morir. Le deja en claro que él
sabe exactamente eso que a ella le podría hacer caer el gobierno, incluso
llevarla a prisión; le dice “El conocimiento es poder”. Cersei queda perpleja,
pero como es una mujer de impulsos rápidos, enseguida da la orden a sus lacayos
de agarrar a Meñique; sus lacayos responden automáticamente. En una fracción de
segundos, va por más y pide que le corten la garganta; uno de los lacayos saca
una daga. Cuando el filo apoya la garganta, Cersei dice entre risas “Cambié de
opinión” y obliga a los lacayos a retirarse unos pasos atrás; el mensaje de
apriete ya está dado. Cersei se acerca con cara victoriosa a la cara de Meñique
y le dice “Poder es poder” dejando en claro que por más malvada, estúpida y
portadora de un espeso prontuario, ella es la que tiene el poder.
Mucho se ha escrito intentando
comparar la serie Game of thrones con la política actual, pero a veces un juego
de tronos tan macabro y dónde vale todo, es difícil de igualar en un mundo donde
ya no se corta la cabeza del oponente para poder ocupar su lugar (salvo cuando
hablamos de los casos de oriente medio). Sin embargo, seguir los sucesos
políticos de los últimos días fue como estar viendo una serie donde las
acciones superaban a la ficción: idas, vueltas, giros inesperados en la trama,
traiciones, fuego cruzado, fuego amigo. Cuando lo compararon en Twitter,
no dejé de ver a Alberto como a Meñique: el armador de las sombras que de un día
para el otro queda a cargo de un gobierno; y a Cristina como a Cersei: la reina
suprema (si siguen cuentas ultrakirchneristas se encontrarán que la han
ascendido de Jefa a Reina) con el poder real conferido por su historia y por un
núcleo duro de seguidores que la acompañan diga lo que diga, aunque eso se diga
se contradiga a las 48 horas que lo dice, cosa que esta semana pudo comprobarse
con claridad.
Si seguimos los últimos siete
días de cualquier cuenta o medio de comunicación kirchnerista, de los tantos
que hay, nos vamos a encontrar con un sábado y domingo auspicioso y exultante
de militancia acérrima a Alberto: él nos cuida, él trae vacunas, ya estamos
saliendo porque él no está sacando, vamos a la vida que queremos, vamos unidos
porque somos la unidad; un lunes de desazón y esperanza: fue poca gente, la
damos vuelta, al menos Alberto no se enojó e hizo subir el dólar (aquí valdría
una aclaración que requiera explicar un mínimo de economy for dummies, pero
entiendo que si alguien lo repite no está siguiendo una estructura lógica, por
lo tanto, no vale la pena aclarar la payasada); un martes un miércoles de
incertidumbre, de no saber a quién elogiar; un jueves y viernes de furia y
reclamo para con aquel que hasta hace pocas horas llenaba sus timeline con sus
agradecimientos: Alberto inútil, escucha la voluntad popular, la gente se está
muriendo de hambre y no tomaste acción. De repente empezaron a decirle todas
las cosas que el pueblo le decía a Alberto en reiteradas oportunidades durante
estos casi dos años pero que ellos excusaban con el mantra “pandemia mundial”
(aquí también valdría otra aclaración porque cuando una epidemia pasa a ser
mundial se llama pandemia, pero la respuesta predeterminada era: pandemia
mundial). Si lo sabían de antes ¿por qué no acompañaron los reclamos cuando los
cierres ahogaban psíquica y económicamente a la gente o las escuelas cerradas
acrecentaban las desigualdades de base a términos siderales? Quizás si se
hubieran unido al reclamo de las necesidades insatisfechas en cuarentena por el
gobierno, se ahorraban el mal trago de que la urnas les demuestren que mientras
el pueblo la estaba pasando mal, ellos estaban en Narnia y no quedarían hoy
con un tufillo espantoso de malos perdedores.
En efecto, en una semana la
dieron vuelta. Dieron vuelta el relato. El señor que nos cuidaba ahora era un
insensible social y la exitosa gestión de pandemia resultó ser desastrosa y la
unidad del peronismo resulto ser una bolsa de gatos, con una diferencia: ya no
arreglan las cosas a los tiros como en Ezeiza o cargándose a Rucci, ahora
aprendieron de las bellas mieles de la extorsión. Todos estos cambios radicales
de discurso nos dejan liberado a que pensemos que para ser peronista no es
necesario desarrollar una ideología base, rectora, que evalúa los hechos con
ese lente y trata de explicar la realidad y encontrarle soluciones, sino que
basta con ser leal. El partido que tiene un día para festejar la lealtad de sus
seguidores, sólo les exige que cuando un líder dice izquierda, todos sus fieles
salgan a vitorear a Chávez y a Evo; y cuando el líder dice derecha, vitoreen a
Mazur y a Mayans. Yo, que estoy en una edad en la que de a poco estoy
despidiendo de este mundo a aquellas personas que creía eternas, vengo a
recordarles la finitud de los seres humanos: un día Cristina no va estar para
decirles a quien vitorear ¿y quién va a tener la muñeca para dirigirles sus
relatos cuando haya que atravesar situaciones complejas y vergonzantes si no
empiezan hoy a desarrollar una idea que pueda mantenerse en pie
independientemente si quien gobierna es Alberto, Cristina o Dylan?
Asumir una derrota electoral es
parte de saber gobernar, el kirchnerismo lo supo bien cuando Macri no tomó bien
haber perdido una elección primaria (más allá de la idea disparatada que tenían
de que dio la orden de que exploten los mercados). Gobernar también es saber
convivir, convivir con la oposición y también con las facciones internas. Creer
que un dirigente que extorsiona a otro dirigente dentro de una misma coalición
de gobierno por una diferencia de pareceres poniendo en riesgo la
institucionalidad de un gobierno débil que entre súplicas dijo que todavía le
quedaban dos años más, no es gobernar. O sí, pero al modo que lo hacía Cersei
en Game
of thrones: poniéndole un cuchillo en la garganta al otro para
explicarle que ella tenía el poder, sólo que acá le puso todas las renuncias de
sus “lacayos” para vaciarlo, apretarlo, ahogarlo y darle a entender que por más
política fiscalista que quiera ejercer “Poder es poder” y es ella quien lo
tiene.
La dama hizo su jugada y ganó: de
todos los ministros que pusieron a disposición su renuncia, sólo uno se fue, y
el presidente echó a todos los ministros que tuvieron la deferencia de
aguantarle los trapos cuando la cosa se puso fea. Sabina Frederic que fue la
primera en twitear apoyando a Alberto y en hacerse presente en la Casa Rosada,
también fue la primera en salir expulsada. El fiel de Santiago Cafiero, que
hasta el momento sólo había demostrado ser un chico muy lindo que no podía
armar una frase de complejidad simple, también fue sacado de una patada, a
pesar de que nos había jurado y perjurado que el presidente no tenía
intenciones de hacer cambios en el gabinete. Pero como la fidelidad se paga, lo
mando a la cancillería, porque parece que hacer política exterior en este país
es un premio consuelo. Quizás con sus ojos logre enamorar al mundo como supo
enamorar a muchas de sus militantes a las que antes les hacía mojar bombachas,
pero que hoy su inutilidad se las seca.
Volvían mejores, volvían mujeres,
pero tras la jugada de la reina, el gabinete se parece más a una mesa de Polémica
en el bar que a Borgen: todos machos porteños (salvo
Soria y Manzur) discutiendo la política argentina mientras la mujer (Gómez
Alcorta y Vizzoti) está sentadita de fondo y si puede, mete bocado. Con Aníbal
Fernández en seguridad, queda más que claro que la política ya no va por el
lado de Frederic que tenía bajo el brazo el libro “Vigilar y castigar” de
Foucault, sino que va por el lado de Berni. Aníbal y Berni, dos arquetipos de
las clásicas mesas de Polémica en el bar. Ahora bien, el
gobierno que “les dio” el aborto legal a las pibas de pañuelo verde, le puso la
“x” en los DNI a gente como Dizy y obligó a todos los estamentos del Estados a
hablar con la “e” al punto de usar la palabra “mequetrefe” como insulto
sobrador, hizo un plot twist y le puso como jefe a la ministra de mujeres y
diversidad, a un señor que obligó a parir a una nena de 11 años, encarceló a
otra por un aborto espontáneo y declaró a su provincia como “la primera
provincia provida del país”. Claro mensaje. Cuando dijeron que volvieron
mujeres no aclararon qué mujer, capaz se estaban refiriendo a Cinthia Hotton.
Todos estos eventos que ahora nos
quieren mostrar como una jugada magistral de ajedrez, se parecen más a un corso
pretencioso donde la comparsa baila a punta de pistola de un Tony
el gordo local.
En algo la Jefa tiene razón: el
gobierno no tiene ni un ápice de sensibilidad social. Al parecer, la
vicepresidenta no tuvo oportunidad de hacérselo saber al presidente en estos
dos años o bien de torcer el rumbo. Quizás estaba esperando que se diera cuenta
con la cantidad de marchas que se hicieron para aflojen con las restricciones
de la cuarentena que estaba empobreciendo a todos, o con los padres que se
organizaron y rogaban que vuelvan las clases presenciales, o con los cientos de
denuncias de pibes desaparecidos en cuarentena, o con las miles de personas que
fueron a ponerle una piedra en la puerta de la sede de gobierno para darle
magnitud al drama de ser el país con más cantidad de muertos por millón de
habitantes igualando a Brasil que no tuvo un solo día de cuarentena porque
consideraban que era una gripezinha.
Es en este punto donde reside la
gran diferencia de la sensibilidad social como Cristina entiende a los reclamos
del pueblo. La campaña electoral cuando hablaba de volver a la vida que
queremos, mostraba una imagen de un fernet en una botella plástica cortada,
como si el pueblo quisiera acostumbrarse a la marginalidad y no se tratara de
miles de personas que la pandemia los sacó de la clase media para hacerlos caer
en la pobreza. Uso la palabra caer, porque la parte de la población que engordó
el número de pobres a la mitad de la población argentina, lo siente de ese
modo, siente que cayó y lo que pretende no es un plan para paliar los días desde
hoy a la eternidad, pretende volver a tener un trabajo, volver a ganarse el
pan. Los argentinos, con Cristina a la cabeza, somos especialistas en contener
la pobreza, no en erradicarla. Podemos ser solidarios con el señor que duerme en
la calle regalándole una frazada, pero no lo vamos a recomendar para un
trabajo. Si sensibilidad social es darle otros $10000 de IFE para que vayan
tirando, en vez de aflojarle con los impuestos a un tipo que tiene una pyme que
tuvo que cerrar por casi 2 años, de nuevo vamos a volver a los añorados años
kirchneristas donde la pobreza era digna pero no dejaba de ser pobreza, y la
clase media era enemiga y no un lugar aspiracional.
Cersei Lannister siempre fue mi
personaje preferido, porque a pesar de ser una bruta millonaria y malvada, su
ambición la hacía jugar forma sublime el juego de tronos. Y eso para la serie
estaba bien. Jugar a un juego de tronos donde la realidad es un país con la
mitad de su población es pobre, simplemente es malvado. Porque la política no sirve
para verla por televisión, sirve para vivirla día a día. Y a veces se la sufre.
Publicado por Juani Martignone
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