Milei no salió de un repollo

Antes, pero sobre todo después de que el partido de ultra derecha conservadora Avanza Libertad sacara un 17% en la Ciudad de Buenos Aires, todas las revistas sensibles que dictan clase de consciencia social desde un pedestal enclavado en el centro de Palermo rúcula, se preguntó con espanto de dónde surgían estos movimientos. Algo así como, qué pasó que un día estábamos tan bien viviendo nuestro giro a la izquierda que de repente tenemos una derecha violenta, retrógrada y conservadora.

Algo de esto indaga el periodista Pablo Stefanoni en su libro “¿La rebeldía se volvió se derecha?”. Pablo apunta a la adolescencia ávida de encontrar fórmulas distintas de lo pre establecido para poder rebelarse ante el sistema, y relata con precisión cómo los grupos más radicalizados de derecha vieron este hueco, éste público sin referentes y metió allí para su conquista. Enamoró a un grupo rebelde oponiéndose a todo lo políticamente correcto. Sin decirlo, Stefanoni asume que ser progre hoy, es ser parte del establishment, y que el espíritu del rock, hoy se encuentra en estos neoconservadores que autoproclaman liberales.

En un debate que el periodista tuvo para la Feria de editores de 2021 con Ariana Harwicz sobre sobre este mismo tema, se desprendió un nuevo rasgo de la mano de la exquisita escritora ¿Acaso no será que la izquierda y el progresismo están dando el terreno fértil para que surjan estos nuevos grupos radicalizados? La literatura de Ariana es una literatura incomoda, puede ponerte en el papel de una madre que empieza a sentir deseos por su hijo púber para denunciar las condiciones de hacinamiento en las que vive gran parte de la población actual; o bien ponerte en los zapatos de un viejo pedófilo, un paria en un pueblo que goza de un cierta fama cuando lo linchan por haber violado y matado a una niña, para denunciar la sociedad con sed de venganza en la que vivimos. Literatura como la de Ariana, que claramente tienen una mirada progresista, corre peligro de ser cancelada; eso es lo que ella denuncia. Denuncia que la izquierda perdió la transgresión para volverse un jurado que define entre lo que está bien y lo que está mal: cancela aquello que está mal, al punto de bastardearlo; impone un modo de hablar para que nadie se sienta ofendido; promueve estilos de vida que los popes del progresismo en la intimidad no viven; y en su afán de tratar a todos de manera amable no denuncian aquellas cosas que efectivamente están mal.

Harwicz habla de la necesidad de incomodar para poder pensar. Se opone a que se dejen de mostrar los horrores de la shoá en las escuelas secundarias francesas (ella vive en París) sólo por el hecho de que hay grupos que puedan sentirse ofendidos. Ofender, incomodar para pensar, ésa es la técnica que aprendieron a usar los grupos de derecha ultra radicalizada y conservadora para hacerse un lugar en la sociedad, de la mano de lo más jóvenes. Esta derecha que viene a denunciar a una progresía que se ha vuelto puritana y censora por ser quien hoy tiene la llave de la buena conciencia social; la alguna vez supo tener la iglesia; la alguna supo tener la ciencia.

El momento actual, gobernado por esta progresía, está marcado por conversaciones en las que repetimos “Esto hoy no se puede decir”, nos ponemos un corsé y nos evitamos decir algo que queremos decir pero no lo hacemos por miedo al otro, a su reacción, a su ofensa. En este contexto es muy simple que cualquiera que nos prometa un poquito de la libertad perdida, que no se adapte a los buenos usos y costumbres que dicta la academia del buen pensar, tenga un éxito para nada despreciable. Ese es el caso de Milei y compañía. Compañía en la cual podemos encontrar casos espeluznantes como el de Victoria Virrauel, defensora de genocidas de la última dictadura militar, homofóbica y anti feminista, agitando banderas de libertad (?)

Ahora bien ¿Quién le da alimento a estos conservadores disfrazados de libertarios para que se puedan erigir como los garantes de las libertades individuales? Podemos ver algunos puntos.

Romantizan la pobreza. Hace algunos años durante el último gobierno de Cristina Kirchner como presidenta, se desató un debate sobre el crecimiento de las villas en la ciudad de Buenos Aires. Se cuestionaba cómo una presidenta que absolutamente todos los días (aunque hoy nos parezca inverosímil, era así) hacía una cadena nacional hablando de lo bárbaro que le iba a la Argentina, que crecíamos a tasas chinas, cuando cada vez se veía más marginalidad. En ese entonces, Víctor Hugo Morales, que había pasado de ser el más antikirchnerista de los antikirchneristas a ser el más kirchnerista de los kirchneristas, salió a decir que la gente prefería vivir en una villa porque estaba cerca del Gaumont y podía pasar a ver una película buena por dos pesos. No se cuestionaba por qué esos beneficios sólo rigen en Buenos Aires y en las demás ciudades del país lo deben ver por TV, tampoco el hacinamiento, la falta de servicios, el medio ambiente contaminado, la poca posibilidad de conseguir trabajos dignos. Nada de eso. Vivir en una villa estaba bueno. No tocaba; se elegía. ¿Creen que para alguien que vive en una villa esos discursos convencen o son seducidos por aquellos que dicen que esas son retóricas que usan los políticos para no hacer nada por erradicar las villas y que te convenzas de que ahí vivís bien?

No pagar impuestos. Hay una idea de que en este país se pagan muchos impuestos que no es del todo cierta, ni del todo falsa. Si lo comparáramos con el caso de Mackenzie Bezos (La ex mujer de Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, que tras el divorcio se quedó con la mitad de la fortuna más grande del mundo) que decidió donar casi toda su fortuna a la investigación para la cura del SIDA y evitarse así tener que pagar toneladas de impuestos a la riqueza; entonces en nuestro país se paga bastante poco. Ahora considerando que una persona debe destinar casi el 30% del salario que gana, en impuestos y la vez después tiene que salir a pagar por salud, por educación y por seguridad porque el Estado es muy ineficiente para brindar estos servicios por los que te cobra; entonces en nuestro país se pagan muchos impuestos. El problema de los impuestos no es la cantidad sino quienes lo pagan, y en nuestro país sólo los pagan la clase media trabajadora. Los pobres están eximidos de pagarlo, salvo por el IVA que el gobierno “progresista” de Alberto Fernández lo volvió a instalar, o bien se mueven en sectores informales (economía en negro, llamada) que no paga impuestos. Los ricos pagan pocos impuestos, primero porque pagan lo mismo que alguien de clase media, es por eso, que ninguno toma la decisión de Mackenzie Bezos porque saben que nunca el fisco se les llevará tanto. Pero además los ricos pagan poco porque evaden mucho y muy bien; son los que pueden tener cuentas en paraísos fiscales, testaferros o muchísima guita guardaba en cajas de seguridad. Lo cierto es que como sociedad no tenemos una gran cultura tributaria, no pedimos facturas y preferimos comprar por Instagram o por showroom a personas que maquillan con glamour la evasión. ¿Y qué hacen los políticos para fomentar esta idea de que en nuestro país se pagan muchos impuestos? Por ejemplo, en campaña, la hoy candidata electa como diputada por la ciudad de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, prometió no aumentar ni crear nuevos impuestos. Al día siguiente de la elección, aumentaron (sí, por el índice de inflación, pero aumentaron). Menudo favor a Milei.

No denuncian los males de la ultra izquierda. Basta con leer de reojo cómo define el periodismo argentino, abanderado de la progresía, a los candidatos que quedaron para el ballotage en Chile: cuando hablan de Kast, dicen ultra derecha; cuando hablan de Boric, dicen centro izquierda. Si Boric fuera centro izquierda ¿qué sería del partido de la Concertación que tuvo como presidenta en dos oportunidades a Michelle Bachellet? Hablar de la simpatía por el comunismo extremo Boric y su contacto con Sendero Luminoso (un grupo guerrillero peruano comunista) hablaría de una ultra izquierda en términos en los que se cataloga a Kast, pero a la izquierda nunca se la condena con tanto ahínco. Y de esto el gobierno actual puede dar cátedra cuando denuncia todos los males de neoliberalismo, los excesos de Trump, la poca democracia que se respira en el gobierno de Bolsonaro y se calla las violaciones a los derechos humanos en Cuba o las libertades políticas cercenadas en Nicaragua y ni que hablar, todo lo que sucede en Venezuela, simplemente por ser de izquierda. Cuando la que comete los actos atroces es la izquierda, no se habla; no vale la pena recordar los gulags de la Rusia soviética teniendo tantos centros clandestinos de detención en una dictadura de derecha. Lo que uno calla también dice mucho de nosotros, y ahí se meten los Milei.  

Hay que explotar el banco central. El jueves pasado entre gallos y medianoche el Banco Central, que desde los gobiernos de Cristina Kirchner como presidenta, responden al gobierno de turno, lanza la prohibición de la venta de pasajes e insumos al exterior en cuotas con tarjeta de crédito. O sea, que para comprar un pasaje a algún lugar del exterior del país se requiere tener los dólares, que en este país no se accede a ellos fácilmente de forma legal, o bien poniendo 600 billetes de 500 pesos uno sobre otro arriba de la mesa y de una. Claramente una decisión que, como sucede con los impuestos, afecta la clase media que necesita de la financiación para sentir que tiene algo de movilidad social ascendente. Los pobres no pueden aspirar a viajar en avión, los ricos lo pagan de una o alquilan jets privados ¿y quién se jode con esto? Otra vez la clase que trabaja y trabaja para tener un futuro apenitas mejor y siente que la política le pone palos en rueda. Tal es así que el jueves por la noche, en Twitter fue trending topic “explotar el banco central”. Milei lo veía desde su casa extasiado.

Los políticos son una casta. Bastaría con mostrar la foto de Alberto Fernadez en pleno festejo por el cumpleaños de Fabiola mientras toda la población estaba encerrada sin poder ver a sus viejos apagarse o muriendo en soledad, para confirmar que la política se mueve como una casta. Un grupo de selectos a los que las leyes no les tocan, los privilegios de los que gozan no se discuten y que además viven de los impuestos que aportan los trabajadores. Podríamos también mostrar la foto en la cumbre de por el clima en la que la Argentina llevó a más de 100 personas a Europa con todos los gastos pagos mientras somos un país cada vez más pobre y Canadá, un país de los 8 más ricos del mundo, fue con sólo 2. En la boca queda la sensación de que el ajuste siempre lo paga el pueblo trabajador (hoy la clase media resignará la posibilidad de vacacionar en el exterior para hacer una patriada y juntar los dólares que el gobierno se gastó para pisar un tipo de cambio irreal para ganar elecciones que finalmente, y aunque digan lo contrario, perdieron) mientras ellos no se ajustarán ni siquiera de forma simbólica sus dietas. Los privilegios de los políticos no se discuten, se discuten los de la clase media.

 


Los políticos son impunes. Hace unos días toda la comunidad se conmovía por un joven que salió de entrenar en su club de futbol y fue perseguido y baleado por la policía de la ciudad de Buenos Aires por el hecho de tener una cara sospechosa. Un pibe con cara sospechosa en un barrio sospechoso es digno de ser disparado por la cabeza, sin juicio previo, sin poder ejercer su defensa, sin apelar fallos. Cara de negrito y no hace falta ninguna prueba ¡pum! Y hoy no la cuenta. Ahora bien, si sos una persona que tiene otra cara, una oratoria de la concha del pato (sic Volosin) y una billetera lo suficientemente gorda para pagar al mejor y más caro penalista del país, no importa cuántas pruebas hayan en tu contra, tampoco importan cuán sólidas sean esas pruebas, se te dará la posibilidad de defenderte, de apelar, de hacer discursos puteando a todos los jueces que pretenden juzgarte, y lo más probable es que quedes libre. Es el caso de la ex presidenta, actual vicepresidenta, Cristina Kirchner que en el día de ayer fue sobreseída por la causa más sólida y en la que más comprobado estaba que lavó dinero de la obra pública a través de su cadena de hoteles de lujo. ¿Otro privilegio de casta?

Lo cierto es que el porcentaje obtenido por Milei y compañía es el porcentaje que siempre tuvieron estas ideas en nuestro país, incluso si lo contamos con en cantidad de votantes es levente menor. El 17% que hoy votó a Milei es el 15% que votó a la UCEDE en los 90 y a López Murphy en los 2000. Es la representación de esas ideas de ultra derecha conservadora que nuestro país siempre tuvo y que surgen cuando queda a las claras vistas que la centro izquierda (o los que al menos así se llaman a sí mismos) falla y nos meten en profundas crisis que no saben manejar porque creían que la economía se prendía girando una perilla.

También es cierto que vivimos una ola mundial de crecimiento de los discursos de ultra derecha, pero como Ariana Harwicz, mi pregunta no es qué está haciendo la derecha para conquistar, sino qué está haciendo la izquierda para desilusionarnos.   

 

Publicado por Juani Martignone

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