Todos nuestros héroes se desvanecen

 Lorde pegó en mi vida porque era un compendio de todas las desilusiones que supe tener. Una milennial a destiempo. De un pueblucho perdido en Nueva Zelanda, la cantante adolescente se pregunta por ese mundo hermoso que nos prometieron y a medida que crece no lo encuentra; por el contrario, descubre que no existe y no existirá. Como una especie de Smashing Pumpkings o B´jörk que, cuando estábamos a pasitos de cambiar de milenio, nos advertían que en el mundo los autos no iban a volar sino que ni siquiera íbamos a poder comprarnos uno. Si Lorde hubiese nacido 15 años antes habría estado en esa tónica. “Livin’ in ruins of a palace within my dreams” (Viviendo en ruinas de un palacio dentro de mis sueños) de la canción Team o “The men up on the news they try to tell us all that we will lose” (Los hombres de las noticias tratan de decirnos todo lo que perderemos) de Buzzcut season podrían ser tranquilamente una canción del grunge de fines de los 90 que después se bautizó como milennial por esa angustia que nos dio atravesar ese milenio en el que el futuro al final no llegó.

Sin embargo en una frase del tema Perfect places, en el que se la pasa puteando “What the fuck are perfect places?” (¿Qué carajos son los lugares perfectos?) dice algo que la vuelve ultra contemporánea: “All of our heros fading” (todos nuestros héroes se desvanecen). Esa sola frase la trae al presente, porque a diferencia de hoy, en los 90 todavía nos quedaban héroes. Cantantes, bandas, actores, humoristas, periodistas, personajes de la cultura entera que tenían esa dosis de anarquía justa para que, a pesar de vivir bien insertos en la sociedad, no se vendían a nadie y escupían denuncias sin importar a quien manchaban. Más bien, manchaban a todo aquel que se cagaba en nosotros, en los jóvenes, en la gente común, en los que laburan, en los más desfavorecidos. No tenían la obligación en la que hoy se ve empujada nuestra casta artística, de explicitar su voto, de apoyar un político o a un partido político, tiraban sin pensar en la pertenencia.

Hoy eso se terminó. Vivimos en una era donde “lo personal es político”, algo así como que toda nuestra inclinación y actividad política depende únicamente de quienes somos, de nuestra identidad. O sea que a alguien como yo, solo debiera interesarle lo referido a los derechos LGTB; no economía, no instituciones, no política exterior, sólo derechos LGTB. Es en este contexto que el arte ya no es una expresión de época sino una expresión de lo más íntimo que le pasa al artista, que al exponerlo nos dice que esa es su manera de hacer política. Todas las índoles de la vida han pasado a tomar partido. No tomarlo es de tibios. Quejarse de todo es no tener ideología. Esa anarquía moderada que teníamos a fines de los 90 y Lorde reedita en el siglo XXI, ha muerto. Hoy el voto se canta como antes de la ley Sáenz Peña, porque se supone que ese es el aval que nos da legitimidad.

En estos tiempos radicalizados, es raro encontrar un referente político que englobe todos nuestros intereses ideológicos. Es raro que no caigan en contradicción. Es raro que puertas adentro no descubramos que eso personal no es lo político que pregonan. Quizás, era raro. Hoy la fragmentación que nos trajeron sobre todo las redes sociales, ayudaron a que cada artista le hable a un público bien definido que tiene los intereses específicos que al artista también le interesan. En otras palabras, el público es más acotado, pero eso sí, es seguro. De esta forma es muy probable que una piba que escuche Futurock lea a feministas como Florencia Freijo y nunca jamás se enteren de la mirada feminista de Pola Oloixarac. Gana Futurock, gana Flor Freijo, pierde la diversidad y la multiplicidad de lecturas.

En esta movida se subieron los artistas. Tras analizar los resultados de focus groups descubrieron los gustos y deseos del público que los escuchaba y allí apuntaron, a lo seguro. En épocas donde Fito Páez no puede vender fenomenalmente sus discos como lo hizo con El amor después del amor, simplemente porque hoy ya nadie compra discos, se enfoca en un público que le brindar fidelidad: dijo que le daban asco los porteños que votaron a Macri y se metió a todos los kirchneristas en el bolsillo; ya no se arremete a la aventura de decir “yo ya no pertenece a ningún itsmo” como lo dijo en Al lado del camino porque entonces no conoce quien lo escucha. Si dice que pertenece al kirchnerismo, sabe que el kirchnerista lo escuchará. Sabemos que como prueba hace falta sólo un botón, basta con citar el suceso de ventas del libro de la vicepresidenta Cristina Kirchner: no fue un best seller por su calidad literaria, ni tampoco fue comprado por gente especialmente lectora, simplemente apuntó a lo seguro, al público que le iba a comprar.

Así es como todo se va lavando de sentido, y los que veíamos fascinados a Alfredo Casero en Cha cha cha durante los 90, haciendo el absurdo de la política y de la sociedad, hoy lo tenemos que ver como un férreo soldado macrista, alienado con el hijo de un millonario que tuvo el capricho de presidir una nación y gritando “queremos flan” como un oligofrénico.

Hace unos días se cumplieron 20 años del lanzamiento del mítico disco de Shakira, Laundry service (servicio de lavandería) que la ubicó en la cúspide del mundo. Como fanático de Shak y como Laundry service es mi disco preferido, a pesar de Donde están los ladrones, volví a escuchar a la Shakira de 20 años atrás. Youtube me fue llevando por una artista que perdimos, una Shakira de 18 años que se quejaba del caretaje de las fiestas de quince, que cuestionaba a la iglesia, que incluso se oponía al aborto o Carlos Marx y Jean Paul Sartre. Hoy tenemos lo que el público espera de ella: una colombiana que mueve las caderas como colombiana. Por la breve investigación que hice, casi que puedo afirmar que la última gota de política en una canción de Shakira está en Hips don’t lie (Las caderas no mienten) cuando dice junto a Wyclef Jean dice “Why the CIA wanna watch us?” (¿Por qué la CIA nos quiere espiar?). Pero como todos recuerdan de esa canción la parte que dice “En Barranquilla se baila así” el mercado ganó y hoy Shakira solo baila como si estuviera en Barranquilla mientras nos cuenta que está “Rabiosa”.

Hasta acá podríamos decir que el mercado mete la mano y el arte se rinde ante sus encantos. Prefieren vender que dejar un mensaje. El último bastión, el que siempre se jactó de no venderse al maldito mercado, siempre fue el rock, o al menos eso es lo que siempre esperé de esa música, de ese estilo de vida; porque crecí creyendo que ser rockero era una especie de anarquismo eterno, de un Charly pintando con aerosol las paredes de su casa con 50 años o tirándose a la pileta desde el balcón de un hotel. Hasta que un día entré a Instagram y vi que el Indio Solari likeaba los posteos de mano dura y de militarización del inefable Sergio Berni. Hubiese esperado del Indio que honre con su música la vida de Facundo Astudillo Castro, sin embargo, se alió con el que todavía nos debe una explicación de qué pasó con ese pibe que pagó con su vida al romper la cuarentena que había impuesto papá Alberto. Hubiese esperado del rock que nos diga que votemos a quien votemos el mundo ya está cagado, porque el planeta está hecho mierda; porque los políticos se miden el ego y a la gente se la pasan por el culo; porque afanar es algo que ya no le importa a nadie, si lo hace un pibe chorro o un político. Pues me equivoqué, el Indio Solari salió a hacer campaña por un político que ni siquiera es del distrito en el que vota.

 


¿Ganó el mercado? ¿El Indio y todo el rock se vendieron? ¿Ganaron los políticos y los negocios por sobre el rock? Yo creo que no. Creo que les pasó lo que nos pasa a la mayoría de las personas que envejecemos: nos resulta más sencillo ser parte del estabishment. Pertenecer al statu quo es más sencillo que vivir rebelándose.

Entonces ¿el rock murió? ¿Acaso Lorde tiene razón y nuestros héroes se desvanecen? Tampoco creo eso. Creo que se desvanecen los héroes de otros tiempos y emergen nuevos. Gente que hace un arte que incomoda, un arte que no está dentro de los cánones pero mantiene ese espíritu de anarquía moderada que un adolescente espera. Quizás los héroes de hoy son L-Gante que aspira solamente a ser millonario, o BZR que logró ganarle al sistema y se hizo famoso sin moverse del cuarto donde duerme todas las noches en Ramos Mejía. No lo sé.

Los viejos héroes deben desvanecerse para emerjan nuevos. Enojarse con eso es no comprender que vivimos en medio del cambio de un paradigma. Como el que los milennials vivimos en ese fin de milenio en el que todo iba a cambiar. Aprendamos a soltar a los viejos que nada nuevo tiene para aportar y abracemos a los nuevos que vienen a incomodar. Y quizás sean ellos quienes con su arte nos peguen un cachetazo de realidad por lo que acaba de pasar con el tiro en la cabeza de Lucas González.         

 

Publicado por Juani Martignone

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