A dos centímetros de Varsovia

Tuvimos suerte que el covid no arrasara primero con todos los viejos para creamos que era una enfermedad de la tercera porque gracias a eso, nos dimos cuenta que nos podía tocar a todos. Con otras pandemias no tuvimos la misma suerte. Fue tan brutal la forma en la que el SIDA arrasó con los varones homosexuales en los ’80 que al día de la fecha sigue en el ideario colectivo que se trata de una enfermedad de homosexuales y no una pandemia que nos toca a todos por igual. Cuando los heterosexuales o lesbianas me dicen que el SIDA ya no es un virus asociado a la homosexualidad, por el simple hecho de que ya no se le dice más “peste rosa”, les pregunto “¿Cuántos test de VIH te hiciste en tu vida?”. Salvo aquellos que bajo prescripción médica o quienes se casaron por civil y los obligó la ley, el 99,9% de los heterosexuales y las lesbianas, nunca se hicieron un test de VIH; mucho menos, tienen la habitualidad de incorporarlo en los análisis de chequeo anual, si es que lo hacen. Este hábito heterosexual y lésbico responde a una sola cosa: creen que ellos no están expuestos al virus como lo estamos nosotros. Sin embargo, ninguno de esos heterosexuales y lesbiana se sorprende cuando los homosexuales comentamos a viva voz que nosotros nos hacemos un test anual, que es lo que el Estado otorga de forma gratuita en cualquier institución sanitaria pública o privada. Indirectamente asumen que es una enfermedad de homosexuales, por eso ven lógico nuestros extremos cuidados.

Un heterosexual que habla de cuidarse cuando tiene sexo habla de pastillas anticonceptivas y ahora de vasectomía; no hablan de forros. La pareja estable, el coito interruptus, la fiabilidad de una persona heterosexual, el sexo únicamente vaginal, son algunas de las excusas que fortalecen la idea de un heterosexual para no hacerse un test de VIH. Los homosexuales con pareja estable, con coito interruptus y con toda la fiabilidad que nos puede dar una pareja sexual, nos hacemos el test igual; le tememos al odontólogo, a aquel falopero que nos cogimos una vuelta, hasta a la jeringa descartable. A nosotros se nos grabó a fuego y con sangre de las maricas ochentosas y noventosas que el SIDA nos mata y que hoy en día, con todos los tratamientos, lo primero, siempre es saber. Para los heterosexuales es un tema tabú.

La pandemia del coronavirus pareciera no haber generado tal consciencia en la población, parece que no tenemos los suficientes muertos para que nos quede grabado y entonces la vivimos como una novedad. La excusa favorita de quienes deben manejarla es que “nadie sabe cómo manejarse en medio de una pandemia de un virus desconocido”. Ni la historia, ni la actualidad los interpela, porque en los ’80 y ’90 el VIH también era un virus desconocido que se había dispersado en el mundo rápidamente a modo de pandemia; y en la actualidad la pandemia persiste, convivimos con ella, e incluso hemos aprendido a controlarla y a respetar a quienes portan el virus. Por esta razón, es que algunas propuestas resuenan arcaicas después de tanto que se ha avanzado: a nadie se le ocurriría pedirle un test de VIH a una persona cuando entra a un boliche porque si está infectado podría levantarse a alguien y contagiarlo, o bien para fomentar el hecho de que toda la población se realice un test anual para conocer su estado serológico y no andar desperdigando por ahí el virus de inmunodeficiencia humana; de hecho, la ley en nuestro país, y en los países occidentales más desarrollados, protege la intimidad de las personas y castiga a quien se le ocurre, por ejemplo, hacerle un test de VIH a un postulante para un trabajo. Pues con el covid no pasa lo mismo, el patova de la entrada al recital de Dua Lipa se va a enterar mi situación sanitaria respecto de uno de los tantos virus que rondan por el mundo cuando me pida el pase sanitario.

Está claro que no es bonito tener covid, tampoco es bonito tener VIH. También está claro que desde el momento que se desarrolló una vacuna para el covid y con los altos niveles de vacunación (la Ciudad Autónoma de Buenos Aires superó el 79% de su población total con dos dosis aplicadas y avanza fuertemente con una tercera dosis) el coronavirus ha dejado de ser una enfermedad letal; del mismo modo que cuando se desarrolló un tratamiento para el VIH, dejó de ser letal si el paciente toma a diario una pastilla como lo hace un diabético o un hipertenso. Repito, aun no siendo letal, no es agradable contagiarse de nada.

Los que muchos no saben es que el VIH tiene distintas cepas y cualquier tratamiento no es efectivo para las distintas cepas, sin embargo aunque el covid tiene varias cepas también, las vacunas desarrolladas son igualmente efectivas para cualquiera de ellas. La variante ómicron que está levantando el número de casos y alimenta los sueños húmedos de quienes se fascinan con vivir encerrados, demostró ser más leve que las anteriores variantes y aunque los casos crecen, las muertes por esa causa, no. En Argentina, poca gente muere de SIDA, sin embargo mantiene un gran número de infectados que no puede bajar desde hace décadas: se estima que el 4% de la población argentina vive con VIH. Digo, se estima, porque como todavía está la concepción de que ésta es una enfermedad de homosexuales, el 30% de los infectados no conoce su diagnóstico porque nunca en su vida se hizo un test. Es gente que podría desarrollar el SIDA y morir o podría contagiar a otros sin saberlo, aun así a nadie se le ocurre violentar la intimidad de las personas para obligarlos a que se hagan el test o cercenarle libertades para fomentarles el cuidado personal.

Vacunarse es rápido, sencillo, gratis y salva vida; testearse de VIH es rápido, sencillo, gratis y salva vidas. Con uno nos quieren obligar, con otro hasta dejamos de hacer campañas de concientización. Yo recuerdo que cuando era adolescente nos inflaban la cabeza con el uso del forro, Juan Castro terminaba todos sus programas diciendo "No seas forro, usa forro". Hoy se acuerdan los primeros de diciembre como condescendencia a los putos que se contagian de SIDA y es un bajón.

Otro de los errores del pasado de los que no aprendimos, es la estigmatización, el impulso botón de acusar al enfermo y el juicio moral que hacemos de quienes se contagian el virus al acusarlos de irresponsables. Hace unos cuantos años cuando los que hoy nos dan clases de alta política vivían embriagados de la fiesta menemista y el SIDA todavía causaba estragos, un cura de alto rango de la iglesia católica, el monseñor Quarrachino, propuso la idea de llevar a todos los homosexuales a una isla para que vivieran en libertad y bajo sus propias reglas, pero lejos de ellos, los responsables, los que no se contagiaban pestes. Un propuesta que estaba a dos centímetros de ser el gueto de Varsovia: un espacio amurallado donde llevaban a los judíos para que vivieran como querían pero separados de los no judíos, los buenos, los responsables; lo disfrazaban de ser respetuosos de la libertades individuales (dentro de las murallas podían hacer lo que querían) en la llamada “solución final a la cuestión judía”, pero no era más que el paso previo al campo de exterminio. Es por eso, que hoy nos corre un escozor frío por la espalda cuando periodistas de renombre como Alejandro Bercovich proponen ideas como aquellas para solucionar “la cuestión antivacunas”: encerrarlos a todos en una isla desierta y que allí, tengan la libertad que quieren en su propia irresponsabilidad. Esto no justifica el escrache que recibió después, pero era obvio que quien decidió no vacunarse, no iba a tomar sus ideas de segregación con alegría y una sonrisa en la cara.

 


Este texto no pretende ser antivacunas, todo lo contrario, pretende que todos tomen consciencia de la importancia de vacunarse como así también la importancia de conocer sus estados serológicos. Esto es una crítica a la utilización de métodos represivos para concientizar porque estoy convencido de que la letra con sangre, no entra. Hace un tiempo el ex premier británico, Tony Blair, en un debate sentenció que la solución de casi todos los males es “educación, educación y más educación”. Probablemente tengamos que volver a las épocas en las que en las escuelas se enseñaba a cuidar la salud y las que en todos los medios habidos y por haber nos inflaban la cabeza con la importancia de cuidarnos. Las persecuciones nunca nos han llevado a buenos puertos.       

 

Publicado por Juani Martignone

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