Lo que el covid nos dejó
Tengo tres dosis de vacuna de covid aplicadas y aun así tuve covid ¿es eso posible? Perfectamente. Parece una obviedad, pero a vista de la reacciones en esta última ola, es necesario volver a aclarar. Partiendo del mismo punto podemos ver lo siguiente: Argentina (todo Latinoamérica, pero Argentina en especial) es uno de los países con más porcentaje de población vacunada del mundo, incluso más que Europa; CABA una de las ciudades más populosas del país tiene al 87% de su población mayor de 3 años con el esquema completo de vacunación (primera y segunda dosis) y en todo el país se está llegando al 70%, aun así hoy figura entre los países en los que más casos de covid positivo registra ¿es eso posible? Perfectamente.
De los diez días decretados de
reposo y aislamiento decretados por el médico que me siguió, sólo tres tuve fiebre
que gradualmente fue bajando, los siete días restantes los pasé con dolores de
cabeza, congestión y un poco de dolor de garganta; nunca perdí el olfato y el
gusto, que, para un gordo como yo, sería terrible. Si lo vemos a nivel país, de
la explosión de casos positivos, multiplicados constantemente, sólo el 0,04%
tuvieron un desenlace fatal, menos que otras enfermedades que vemos más
lejanas. Las camas de los hospitales, que durante la primera ola llegaban al
90%, hoy rondan el 5% y correspondiente a internaciones leves, porque ya han
salido varios directores de los hospitales más grandes del país a aclarar que
no tienen casos de covid en terapia intensiva.
La diferencia entre cómo viví mi
enfermedad y cómo lo está viviendo el sistema de salud argentino, claramente,
la hicieron las vacunas. Ser uno de los países con el mayor porcentaje de
población vacunada nos pone en una situación de privilegio a la hora de
convivir con el virus, sin embargo, de alguna que otra manera nos encontramos nuevamente
con el colapso ¿qué nos pasó en estos dos años? ¿Qué no aprendimos para volver
a estar estallados de casos y con el personal médico trabajando a cinco manos
sin dar abasto?
Convengamos que el principio fue
conflictivo: nos pidieron encierro mientras ellos festejaban a escondidas; trucharon
filminas y datos de otros países para hacernos creer que estábamos mejor que
todo el mundo; organizaron eventos multitudinarios sin un solo cuidado; nos
prometieron una vacuna y trajeron otra que, en ese momento, no estaba avalada
por nadie y hoy todavía no la acepta ni la OMS; se vacunaron primero ellos y
sus amigos; mintieron respecto de la vacunación pediátrica en otros países; y
nos dieron mucha, muchísima cuarentena, hasta el empacho. Decir, desdecir,
publicar datos que no son, pedir una cosa y hacer la otra, sólo trajo
confusión; y cuando la nueva ola llegó, nos encontró igual de perdidos que en
la primera.
Nadie tiene muy en claro qué es
un contacto estrecho, cuándo testearse, cuántos días deben pasar entre una cosa
y otra, cuando ponerse un barbijo, cuál es un síntoma, qué es tener covid con
todas las vacunas puestas. En este descalabro de ignorancia al que nos
sometieron, lo que reina es el pánico, que además de la importancia de
vacunarse, fue lo que mejor y más efectivamente transmitieron a la sociedad.
El peronismo tiene la ventaja de
tener militantes en todos los rubros, y de la misma forma que en el kirchnerato
se necesitó de los periodistas militantes, durante la pandemia se consiguió un
tendal de científicos militantes, que más que dar una visión científica,
buscaban explicaciones científicas para cualquier medida que adoptase el
gobierno; no cuestionaron ni una sola. Adictos al encierro, a vigilar y
castigar, a señalar al que tiene el virus, se transformaron en una murga del
miedo que lo único que hace es alarmar y alarmar y alamar a la población. El miedo
mezclado con la ignorancia es un coctel fatal, y la población, aturdida,
confundida, empobrecida y cansada de encierros, hace lo que puede o lo que el
miedo le permite, por ejemplo hoy, abarrota los centros de testeos de covid, a
veces, sin razones válidas.
El argentino perdió mucho en la cuarentena más larga del mundo: perdió familiares, poder adquisitivo, trabajo y años de momentos vividos con sus seres queridos. El fantasma de volver a encerrarnos, resuena en la idea de perder sobre lo ya perdido, o sea, perder más aún. Pero de fondo suena esta murga terrorista, responsable de tenernos un año en el encierro que agita el fantasma de nuevos encierros, que arengó la idea de que para ir a hacer un trámite al banco, antes nos traten como narcotraficante en un aeropuerto y tengamos que justificar que no somos parte de ese 10% malo de la población argentina que aún no le hizo caso a la autoridades y no se vacunó. Dejamos que traten como potenciales portadores de algo que nos lo hacen ver cómo malísimo, a no ser que demostremos lo contrario. Nos asustan con nuevas variantes, que no son más que una resaca porque la idea primera es el miedo.
Tanto yo, como todo aquel que
conozco que pasó por el covid en esta nueva ola, vivimos la enfermedad como una
gripe, como un resfriado, y hasta algunos sin síntomas. Si vamos a los números
de vacunados, de internaciones, de fallecidos o de camas de terapia intensiva,
se comprueba numéricamente: el covid pasó a ser una enfermedad completamente
controlada ¿por qué entonces todavía reina tanta histeria? ¿Por qué todavía se
carga las tintas con miedo y con acusaciones de irresponsabilidad a una persona
que lleva una enfermedad que se ha vuelto una gripe? ¿Por qué seguir apelando
al miedo para que la gente se agolpe en un guardia a exigirle un test al
personal de salud, que dio todo en las anteriores olas y lo bastardearon
igualmente? ¿Por qué esa necesidad de confirmar que tienen un mal adentro si
hoy estando vacunados no es tan mal? ¿Por qué ese pánico a que algo malo
sucederá si la vacuna nos protege de todo lo malo que eventualmente podría
traer?
Si después de dos años con casi
el 90% de la población vacunada, tomamos a la enfermedad como el primer día,
eso significa que durante todo ese tiempo no hicimos nada. Creer que estamos en
el mismo lugar porque nos vemos en el espejo europeo donde la gente elige no
vacunarse, es la mayor y más efectiva campaña antivacunas.
Creer que podemos tomar al covid
de un modo distinto al que lo tomamos apenas apareció porque somos uno de los
pocos países que tiene vacunada a casi toda su población con esquemas completos
y hasta con refuerzos, es honrar el esfuerzo que hicimos yéndonos a vacunar,
que otros pusieran su tiempo para vacunar masivamente, que el gobierno haya movido
todo el aparato estatal para honrar su tradición sanitarista; es creer que las
vacunas sirven para algo, que no es más que empezar a tener un vida más normal.
Volver a la normalidad es volver
a vivir sin miedo, vivir sin que nos marquen. Cuando el gobierno, en campaña,
habló de la vida que queremos, quizás es algo que se parece a esa normalidad.
Publicado por Juani Martignone
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