Mal, pero acostumbrados

En estos días de calor extremo, la pregunta casi obligada en oficinas, ascensores o en charlas con amigos, era si tenían luz. Una pregunta cuya respuesta esperable era la negativa, y que en caso de aún tener energía eléctrica nos desprendía un suspiro de alivio y un agradecimiento a algo superior “Qué suerte que no se te cortó”. En estos días de calor extremo, tener luz en nuestras casas es una cuestión de suerte.

Que afuera haga 43 grados de temperatura y no tener siquiera para poder enchufar un ventilador, que toda la comida se te pudra en segundos, que tengas que subir doce pisos por escalera, que no puedas trabajar o tener que buscar algún bar con luz para que te permitan cargar tu teléfono para sobrevivir al menos conectado y dar aviso si te estás muriendo del golpe de calor, realmente enoja y enoja mucho. Los argentinos tenemos el indignómetro con baja tolerancia: ante un problema, por más pequeño que sea, nos indignamos. El tema es qué hacemos con esa indignación, cómo la canalizamos, qué sacamos en limpio de eso. La respuesta la encontramos en esas charlas banales en oficinas, ascensores o con amigos: cuando preguntamos al otro si tiene luz con la misma normalidad que le preguntamos qué hizo el fin de semana, implica una sola cosa: nos acostumbramos.

La indignación nos dura lo que dura un trending topic en Twitter: twitteamos una o dos horas enojados y después pasamos a otro nuevo tema que nos despierta igual indignación, pasando el tema anterior al cúmulo de normalidades anormales que nosotros, los argentos, estamos acostumbrados a surfear.

Nos enojamos con la inflación. Cada mes que se publica el índice de inflación, decimos con total naturalidad “Che, no baja”. Hace más de 3 años que no baja, pero ya nos acostumbramos a que, siempre que podamos, tenemos que comprar muchas latas de atún porque sabemos que sí o sí el mes próximo van a estar más caras. Podemos pagar un pollo con papas para dos $1200 y una pizza a $2000 y no podemos identificar con claridad si uno nos estafó y el otro nos regaló o ambos están ganando o ambos perdiendo, porque perdimos totalmente la noción de cuánto valen las cosas. Nos acostumbramos a pagar en un lugar una leche a $60 y en otro y de otra marca, el doble; y nada podemos hacer.

Tener previsibilidad de cuáles pueden ser nuestros gastos, nos arma un corral de los límites a lo que podemos acceder con lo que ganamos. Sin embargo la única previsibilidad que tenemos que en el mediano plazo vamos a poder acceder a la mitad de lo que accedemos hoy, y por eso nos lo gastamos, por eso compramos enlatados y nos endeudamos a muchísimas cuotas, porque sabemos que cuando comamos esa lata y terminemos de pagar esas cuotas, esos productos van a salir muchísimo más. Indigna que tras 3 años consecutivos de estar en el top 3 de los países con inflación escandalosamente alta, desde el gobierno festejen que el 2021 cerró con un índice inflacionario algunas décimas más abajo que el gobierno anterior. Algunas décimas pero siempre superando la obscena cifra del 50%. Indigna pero nos acostumbramos, pues así es el juego de la grieta.

En este contexto inflacionario en el que los pesos valen menos que los billetes del Monopoly, es lógico que quien quiera ahorrar para en el futuro tener alguito mejor, recurra a una moneda fuerte como el dólar. Ahora bien, el gobierno desesperado por la falta de dólares, ya que nuestro país no los genera y cada vez tiene más cerradas las exportaciones para que ingresen nuevos dólares, decidió prohibir la compra a toda persona que durante la pandemia haya cobrado su salario mediante el ATP o algún plan similar. O sea, el plan de salvataje que pidieron los empresarios para pagar salarios en el contexto de encierro prolongadísimo, lo terminaron pagando los trabajadores al privarlos de ahorrar en una moneda que no pierde valor, por una decisión que tomaron sus empleadores. El hilo siempre se corta por lo más fino. Todo lo contrario al concepto de justicia social. En su momento nos indignamos, hoy nos acostumbramos a que en este país el gobierno va a hacer todo lo posible para que no ahorres. Para ganarle poder recurrir a las criptomonedas, a los bonos, o a ese familiar que es empleado estatal al cual no le cortaron el beneficio de poder acceder al dólar para asegurarse los ahorros en una moneda que no se devalúa al 3% como nuestros queridos pesos argentinos. La casta más viva que nunca.

Y si hablamos de casta, este concepto que popularizó el personaje liberalote Milei y que el gobierno parece empeñado en demostrar que es cierto, la última noticia que la confirma vino de la titular del PAMI, Luana Volnovich. La historia tiene todos los condimentos para afirmar que los políticos están por encima de la gente común y que gozan de privilegios de una aristocracia estatal. Tras habernos acostumbrado, previa indignación, a que no se puede ahorrar en dólares (salvo que decidas arriesgarte a ir a un cueva) y que no hay otra forma de comprar un pasaje para vacacionar en el exterior que yendo a la agencia de viajes con todos los dólares juntos y de una, para pagar el pasaje sin ninguna facilidad, lo que convirtió al hecho de viajar al exterior en un privilegio de los muy ricos, Luana nos demostró que ella es de las poquísimas privilegiadas puede hacerlo: tuvo los dólares suficientes para pagar el pasaje al contado y además tuvo los que llevó para gastar en una exclusivísima isla de México.

No debería molestar que alguien con su dinero haga lo que se le cante y gaste lo que se le antoje en vacacionar donde le gusta, lo que indigna es que a diferencia de ella, funcionaria pública, la clase trabajadora no pudo ahorrar en dólares, tampoco ahorrar para pagar el contado un pasaje al exterior, porque además fueron los políticos los únicos que no vieron sus salarios reducidos por la pandemia. Ahora entendemos por qué no quisieron ni siquiera hacer el gesto de reducirse su salario en solidaridad a la miseria que vivía la población para acatar las normas que ellos impusieron: la querían porque en estos 4 años tienen que aprovechar para darse todos los lujos que les otorga pertenecer a la casta política porque en la próxima elección pueden no estar. Chuparle la sangre a las finanzas del Estado todo lo más que puedan porque hoy están, pero mañana no lo tiene asegurado; son cuatro años para empacharse.

Tal es así que para coronar este banquete de aristocrático, nos enteramos que Luana viajó con su pareja que no es nada más y nada menos que el segundo en la escala de jerarquía del PAMI. Directora y vicedirector son marido y mujer, cualquier relación con una monarquía no es mera coincidencia. Recordemos sólo tiene 4 años y un solo Estado para exprimir a más no poder, hay que meter cuanto familiar puedan para asegurarle 4 años de salario que no se reducirá ni simbólicamente y además podrán acceder a dólares a libre demanda para no tener que ahorrar en una moneda que devalúa cada vez que avanzan las agujas del reloj.

Menudo favor a la teoría de Milei de que son una casta. Lo más paradójico e indignante es que hace unos cuantos meses, Luana, en plena marcha, lució una remera que rezaba la frase “Militemos el ejemplo”. Sí, se están riendo de nosotros: mientras la titular del PAMI estaba en la isla mexicana felicitaba y mostraba a unas abuelas que le agradecían que se habían podido ir a las Termas de Río Hondo.

 


¿Qué va a pasar con Luana o con el ministro Ferraresi que también vacacionó como si fuera Paolo Rocca? Nada, de a poco nos acostumbraremos a que en la posición que están son superiores a nosotros y tiene el derecho de escupirnos en la cara si se les antoja. Lo dejó bien en claro la portavoz de gobierno, Gabriela Cerruti, cuando dijo que no iba a hacer ningún comentario sobre el tema, y lo daba por cerrado. Unilateralmente lo cerró porque si hay algo que te caracteriza como casta es la certeza de que no tenes que dar explicación alguna, aunque los que te las pidan sean los que te pusieron en ese lugar y te paguen el salario sin retrasos. La prueba de esto es el caso de Victoria Donda que asumió públicamente que le pagó en negro a su empleada doméstica, que no la quiso blanquear y que a cambio le ofreció un puesto en el Estado como si fuera una empresa de la que ella es dueña. Después de la indignación, el gobierno dio por cerrado el tema y Vicky Donda sigue en el mismo lugar sin que se le haya tocado ningún privilegio y tampoco sin dar explicaciones.

Te dicen que tiene vocación de servicio al pueblo, pero no son capaces de contenerse al menos 4 años de darse la vida de un bon vivant, ni siquiera como gesto; rapiñan todo lo que pueden. Militan vacacionar en nuestro país, porque hay que amar nuestras bellezas naturales, pero ellos eligen bellezas extranjeras; militan poner en blanco a tu empleada doméstica para darle seguridades sociales, pero ellos la tienen en negro y si pueden, la meten en el Estado para no tener que pagarles de su bolsillo. Militan ideas para las practique el pueblo, no para que las practiquen ellos, algo así como el que milita la educación y salud pública pero ellos se van a las privadas “porque pueden” y de paso lavan sus culpas de clase, diciendo que les dejan el lugar que ellos no ocupan en el público a un pobre. La habitación de hotel que no ocuparán Luana y Ferraresi en algún destino local podrá ser ocupada por alguien que no puede, o no dejaron, pagarse un viaje al caribe. Qué humanos, cuánta justicia social.

Pero hoy estos temas no importan, Luana, Ferraresi, Donda, no poder ahorrar o vivir con 50% de inflación son cosas que no vamos a poder cambiar por más que nos indignemos, mejor acostumbrarse. Ahora nos indignaremos con un churrero que en Pinamar no lo dejaron vender en la playa y una mili con consciencia de clase se enfrentó para hacer justicia.

Si tienen la posibilidad de hablar con alguien que vive afuera, intenten explicar cómo es la normalidad de este país y se darán cuenta que nada es normal. Resignarse a nada cambiará es el producto de que antes nos acostumbramos a una realidad ilógica. Nuestro indignómetro es la térmica que salta cuando algo no está bien, pero si sólo queda en ese cacareo y después lo aceptamos, no sirvió de nada, no habremos puesto un límite y siempre lo correrán un poquito más a base de seguir acostumbrándonos.

Lo peligroso es que un día explote todo; y lamentablemente eso ya lo conocemos.             

 

Publicado por Juani Martignone

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