Desde Rusia con amor (heterosexual)
La oficina donde trabajo se preparaba para ver el mundial, mientras acomodábamos las sillas frente a una pared que proyectaba lo que sería el partido de argentina en el mundial de fútbol 2018, mi jefe me pregunta informalmente, como para sacar un tema de conversación banal, si conocía Rusia, que alguien tan viajado como yo, seguramente no se perdió de uno de los grandes atractivos turísticos del mundo. “¿Vos querés que me maten?” respondí y vi su cara de asombro y descreimiento. Le conté del derrotero y la persecución que viven los homosexuales rusos bajo el amparo del Estado desde leyes que prohíben la “propaganda homosexual” hasta campos de concentración de gays. Mucho no me creyó y empezó el partido.
Al día siguiente me cuenta
sorprendido que tras nuestra pequeña charla estuvo googleando sobre la
homosexualidad en Rusia y confirmó mis dichos. No podía creer que un país
potencia, un país siempre en la escena internacional e influyente tuviera leyes
del medioevo. Tras esta anécdota consulté a varios amigos heterosexuales (porque
entre el mundo gay es vox populi) y me di cuenta que hay un gran
desconocimiento sobre la persecución de homosexuales rusos. Los más politizados
llegaban hasta el autoritarismo de Putin, el envenenamiento de opositores y la
oligarquía estatal, pero de los homosexuales nada. Todos asocian la caída de la
cortina de hierro con la recuperación de libertades, más aún cuando no existe,
ni existió, un régimen comunista en el mundo que no haya condenado y perseguido
la homosexualidad; la caída de la URSS comunista para darle el paso a la Rusia
ultra capitalista supone la adquisición de derechos, entre ellos los sexuales.
La homofobia del Estado ruso es
desconocida porque se mueve del mismo modo que en el persigue a los opositores
de Putin: en las sombras. Se legisla sobre un hecho puntual, pero el grueso del
movimiento persecutorio se hace a través de células paraestatales y secretas;
todos saben que eso existe, pero no hay manera de comprobarlo, incluso se
siembra el terror suficiente para que nadie se atreva a denunciar. Nosotros
conocemos muy bien estas prácticas, hemos estudiado bastante lo que sucedió en
la última dictadura militar donde las detenciones no eran registradas en las
comisarías, todos sabían que algo sucedía y que había cosas en las que mejor no
meterse y que muy pocos se animaban a denunciar por miedo a las represalias o
al descreimiento en una sociedad que, en cierto modo, avalaba lo que sucedía. En
el libro Los rusos de Putin Hinde Pomeraniec hace un viaje etnográfico a
Rusia en el que le pregunta a la gente, desde la traductora que la acompaña
hasta un diplomático, sobre las denuncias de persecución de homosexuales en
Rusia y todos niegan que tales cosas sucedan o hablan de mitos infundados; acto
seguido le dan una explicación en la asocian la homosexualidad con la
pedofilia, demostrando que la sociedad rusa, básicamente es homofóbica. La cosa
cambia cuando, acompañada por una periodista extranjera, se meten en un antro
LGTB, un espacio seguro donde gays y lesbianas pueden ir a tomar algo sin que
los persigan; la historia del Andrei, un chico con el que habla en el bar, deja
notar el terror que corre para un chico gay del interior de Rusia que viaja a
Moscú y se encuentra con un espacio clandestino aunque el miedo todavía está
presente.
La ley de propaganda gay
promulgada por el Estado ruso que prohíbe toda manifestación pública por parte
de los homosexuales, como así también la prohibición de música, cine y
literatura que exprese historias o relaciones homosexuales, ha legitimado la
homofobia por parte de la sociedad rusa, lo que generó grupos radicalizados a
la caza de homosexuales. La práctica más habitual que se denuncia, es la
utilización de perfiles falsos en sitios o aplicaciones de citas, para levantar
homosexuales y emboscarlos, bien para que reciban una golpiza por parte de otros
civiles o para trasladarlos a centros de detención en los que claramente se
encuentra el Estado detrás y en las sombras. Esto fue denunciado por el medio
ruso opositor Novaya Gazeta y luego se extendieron en una investigación más
exhaustiva La BBC y The Guardian. La denuncia de estos
campos de concentración, particularmente en Chechenia, parte de la Federación
Rusa que preside Putin, fue avalada por organismos de derechos humanos como Human
Right Watch y Amnistía Internacional (aunque este
último con ciertos reparos). Aun así la sociedad es reticente a creer estas
historias que suceden tras bambalinas y que son difíciles de comprobar, en
parte también, porque la influencia de la ley de propaganda gay, la Iglesia
ortodoxa y los líderes musulmanes que ganaron la batalla cultural en la que se
asocia homosexualidad con pedofilia; los detenidos en esos campos que fueron
devueltos, denuncian que luego sus familias no quieren tener nada que ver con
ellos, motivo que llevó a Ramzan Kadyrov a afirmar que en Chechenia, territorio
que lidera, no existe la homosexualidad, por eso no se la persigue. Todo esto
bajo el paraguas de protección del presidente Vladimir Putin que dijo suelto de
cuerpo que las denuncias son infundadas porque en Rusia no está prohibida la
homosexualidad. Un genio de la retórica.
Para que todo régimen autoritario
tenga éxito, siempre son necesarios actores sociales que lo legitimen, desde
actores y periodistas hasta líderes espirituales y sociales; en nuestro país mucho
se dijo del rol de las películas de Palito Ortega durante la dictadura y la
generación de una conciencia católica, recta y puritana. También hay casos más
exitosos en los que los mismos líderes de los sectores oprimidos son los que
avalan al opresor generando más duda aun de aquello que se denuncia en las catacumbas.
Este rol está gráficamente plasmado en la novela de Philip Roth The
plot against America (“La conjura contra América” dependiendo de las
traducciones) donde cuenta de un líder judío que apoya fervientemente a un
presidente norteamericano alineado al nazismo, porque muchos creían que todas
esas denuncias de persecución de judíos por parte de los nazis eran mitos que
no habían sido comprobados. La novela de Roth es una ucronía, una historia
paralela que imagina si Estados Unidos se hubiese aliado al eje, pero sirve
para ejemplificar cómo muchos judíos, en efecto, creyeron que la persecución
era nada más que un mito porque no había datos oficiales, porque Auschwitz era
simplemente una fábrica o porque había grandes personalidades judías que
apoyaban el régimen.
Argentina tuvo muchos referentes
que miraron para otro lado o hasta apoyaron a la última dictadura militar que
hoy dicen no saber nada. Lo que no teníamos hasta hoy es un referente de la
lucha LGTB que se alinee o miren para otro lado con lo que sucede en Rusia con
los homosexuales. Bruno Bimbi es un periodista que desde el diario Clarín
militó en 2010 el matrimonio igualitario a la par de los poquitos que íbamos a
tratar de llenar la plaza del congreso pidiendo el matrimonio igualitario. Escribió
dos libros Matrimonio igualitario y El fin del armario donde entre otras
cosas denunció la situación de homosexuales en Rusia. Luego se fue como
corresponsal a Brasil hasta la llegada de Bolsonaro que lo obligó a volverse
asqueado por sus comentarios homofóbicos y hasta aseguró no volver nunca más
mientras él gobierne. Comenzó a mostrar su cercanía con el peronismo, se
deslumbró con la llegada de Alberto Fernández al punto de elogios empalagosos y
comenzó a trabajar en la agencia estatal Télam, conocida por ser ultra
kirchnerista. Las simpatías de Bimbi a nadie le preocupan si luchamos por un
país en el que todos seamos libres de quien sentimos qué debemos ser, lo que se
nota es que su simpatía por el gobierno le nubla la visión de un régimen que antes
veía claramente y denunciaba con vehemencia. Como corresponsal de la gira de
Alberto Fernández en Rusia para Télam sólo se dedicó a contar lo
linda que es la nieve, lo fuerte de la presencia Putin, las estatuas parecen de
Lenin pero no son Lenin. Ni una sola mención a que mientras él gozaba de la
nieve rusa en un viaje pagado íntegramente por el Estado Argentino, tres
cuadras más atrás podrían estar chupando a un pibe por el simple hecho de ser
homosexual.
Bruno Bimbi no es como mi jefe, y
prácticamente la sociedad, que desconocen la situación, sin embargo cuando se
lo interpeló por su silencio a través de Twitter dijo que haber denunciado los
maltratos y las torturas a los homosexuales en tierra rusa sólo iba a empañar
la maravillosa gira que estaba haciendo el presidente Alberto Fernández. Entre
luchar por los derechos LGTB y luchar por Alberto, gana Alberto. Se escudó en
que lo odian por su afiliación partidaria, que lo persiguen los trolls
macristas y que el sólo estaba haciendo su trabajo de corresponsal: contar qué
bien le va a Alberto en una tierra donde todo es lindo, si sos heterosexual,
claro. Reafirmó su compromiso de no pisar suelo brasileño por Bolsonaro
tratarse de un homófobo, a pesar de que en Brasil no hay leyes anti propaganda
homosexual ni denuncias de campos de concentración de homosexuales, como sí hay
en el lugar tan lindo que visitó acompañando al excelentísimo presidente sin
que le haga nada de ruido todo lo que pasa en las sombras y sin siquiera hacer
una mención. Cuando despegó de Rusia y tras el repudio generalizado de su
romantización de un régimen que a personas como él y como al hijo del
presidente Fernández y como a mí, nos persigue, nos tortura y nos humilla,
twitteó algunas tibias salvedades y retuiteó algunas denuncias. El trabajo no
tiene ideología, salvo si se trata de Bolsonaro, pero una cosa queda clara: la
revolución se hace desde el sillón de la casa a través de Twitter y cuando
estas en un país que respeta tus libertades. Ojalá hubiese tenido la mitad de las
agallas que sí tuvo Natalia Oreiro, suceso en Rusia, cuando se animó a mostrar
banderas LGTB y a hablar del tema en el mismísimo suelo ruso donde gobierna
hace más de 20 años en homófobo de Putin.
Imaginemos por un segundo qué
hubiera sucedido si la prensa internacional en el año 1978 sólo se hubiese
deslumbrado con los papelitos de color celeste y blanco que tiraban durante el
mundial y se hubiesen maravillado con construcciones como el Estadio Monumental
o el Chateau Carreras, en vez de prestarles atención a unas “locas” que
denunciaban la desaparición de sus hijos, que sospechaban que detrás estaba el
Estado pero que no tenían pruebas para demostrarlo. La historia hubiera sido
otra. El valor de ese periodismo extranjero que decidió poner luz sobre un
secreto a voces fue lo que hizo la diferencia, lo que nos dio la posibilidad de
conocer una historia que hoy podemos repudiar. Esa fue la verdadera revolución,
la de gente valiente que se atrevió a hablar aun cuando era más cómodo y más
seguro adular al estilo Bimbi en Rusia. Bruno Bimbi tuvo la posibilidad de ser
esa prensa extrajera que le da voz los oprimidos, pero el brillo de Alberto Fernández
lo deslumbró.
No importan las afiliaciones
partidarias si no te alejan de tus ideales, ahora bien, cuando tu afiliación
partidaria te hace esconder eso por lo que tanto decis luchar, no podes
considerarte un referente de la lucha sino un afiliado de un partido político.
De a poco nuestras voces se apagan cooptadas por el partidismo. La política se
llevó un referente de la lucha LGTB. Uno más, y van.
Publicado por Juani Martignone
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