El tercer menemato

Son los 90. Los Rolling Stones hacen su gira, presentando unos de sus discos más icónicos, Voodoo Lounge, que los trae por primera vez al país. Nuestro presidente se mueve como una celebridad. Menem se pone un traje color clarito y los recibe. Fotos, sonrisas y cena en la quinta de Olivos: la famosa pizza con champagne que luego se volvería un mito cual marca de agua de la década menemista. Podría asombrar, o no, tener un presidente cholulo, lo cierto es que por esos tiempos la imagen de exuberancia y de fiesta alegre de parte de la clase gobernante, era la normalidad. De la misma forma y con el mismo desparpajo, el primer mandatario jugaría al basket, su deporte favorito, con los Globetrotter (un equipo famoso de aquellos tiempos que se caracterizaba por su jogo bonito); se subiría a una Ferrari Testarossa para llegar en dos horas a Pinamar y que luego se la prestaría al mismísimo Shumacher; ayudaría a Madonna prestándole el balcón de la Casa Rosada para que filme la película Evita, previo un encuentro con ella; y también pasaría tardes con las supermodelos Claudia Schiffer y Naomi Campbell, como así también con la estrella infantil del momento, Xuxa.

Culturalmente hablando, la era menemista fue una fiesta de excesos a cielo abierto. Una fiesta televisada y para algunos pocos. Políticos, funcionarios, empresarios, artistas y deportistas de elite se mezclaban entre sí, brindaban con importados champagnes y posaban para las revistas con ropa de marcas europeas. Un empresario de la noche, como Omar Fassi Lavalle, podía ser a la vez un funcionario público y un cantante popular, como Palito Ortega, gobernador de una provincia en la que no había vivido los últimos 30 años. Fue el momento en el que Scioli dejó de ser un motonauta para ser un político y Reuteman un corredor de Fórmula 1 para el mismo fin. Gabriela Sabtini entrenaba con Menem y tanto Moria Casan como Graciela Alfano admitieron varias veces su participación en las fiestas presidenciales; la vedette Yuyito Gonzalez, incluso, afirma haber tenido una relación de amante con el presidente. Mientras tanto, al país desembarcaban los shoppings, las siliconas, los viajes a Disney y un peso valía un dólar.

La vida se veía maravillosa a través de la televisión y las revistas, sin embargo, fue en los 90 también, cuando por primera vez las personas salieron en grupo a revisar la basura para ver si encontraba algo para comer o vender: nacían los cartoneros. Menem hablaba de instalar plataformas espaciales en el país para ir a Japón en menos de una hora a la vez que un kamikaze se inmolaba frente a la AMIA, dándonos el título de ser el único país de Latinoamérica en haber sufrido un atentado terrorista; previo ya se había puesto una bomba en la Embajada de Israel y posteriormente habían bajado al helicóptero en el que viajaba el hijo del presidente, accidente en el cual murió y quedó impune en plana presidencia y a la luz del día y a la vista de todos los que estábamos acostumbrados a ver sólo glamour en la política.

A los que salimos a la vida durante los 2000 nos tocó llegar al fin de fiesta, a los globos desinflados, a los platos rotos y a hacerse cargo de limpiar el banquete que otros habían disfrutado. Nos dimos cuenta que la carpa de la fiesta menemista se había montado sobre un lodazal y que durante la fiesta se sabía, pero nadie dijo nada y siguió bailando al ritmo del carnaval carioca, para no cagar el momento. Hasta el día de hoy nos preguntamos ¿qué estaban haciendo cuando Menem montaba una fiesta para pocos frente a sus narices? ¿Por qué lo empezamos a juzgar cuando ya estaba de salida y con honores? Nadie responde con sinceridad. A la mayoría le pasó a lo que los pobladores originarios de estas tierras: les vendieron espejitos de colores. Los más cínicos, hoy se atreven a darnos lecciones de que no hay volver a aquellas épocas sin hacer la mínima mea culpa de haber apoyado semejante fiesta, al menos con su silencio.

De adolescente uno cree que saber la historia no sirve para nada, es aprender de memoria hechos que nacieron y murieron en el pasado. De grande, más bien de viejo, y al ver lo cíclico de los hechos históricos, uno comprende que aprender nuestra historia, tenerla presente, es una forma de no volver a caer en errores que ya se cometieron en el pasado. ¿Dónde estabas cuando algunas actrices, afines al gobierno, se reunieron en privado con el presidente para pedir por su situación laboral mientras a vos tampoco te dejaban trabajar y te metían preso si salías a la calle? ¿Cuánto pataleaste cuando te enteraste que mientras a los únicos que podían salir a las calles eran los que paseaban perros y nos comíamos los últimos víveres del almacén, el presidente le festejaba el cumpleaños con amiguis y en secreto a su querida Fabiola? ¿Cuánto te indignó que mientras los hospitales estaban estallados para hacerte un hisopado, Mayra Mendoza se operara en la clínica más cara del país, en una habitación como de hotel y posaba para la foto con la vicepresidenta y el staff médico sin el barbijo que a vos no te dejan sacarte en una función de teatro de 2 horas? Estas podrían ser algunas de las preguntas que nuestra posteridad podría llegar a tener atragantada, de la misma manera que a nosotros se nos atragantan las de los 90 con nuestros padres y abuelos.

Vivimos un tercer menemato en lo que culturalmente respecta. Las agrupaciones sociales de hoy luchan por la herencia de una chica rica con tristeza de apellido Etchevere. Los funcionarios del campo nacional y popular solamente usan tecnología exclusiva e importada, la única que no se ensambla en el país; usan Apple, porque pueden. La política se vuelve a mezclar con la farándula y las revistas del corazón se inundan de imágenes del romance entre Moria Casan y Pato Galmarini (ex funcionario menemista, justamente, y padre de Malena, titular de AYSA, y suegro de Massa, presidente de la cámara de diputados); por otro lado, también anuncian rumores de romance entre Aníbal Fernández, actual ministro de seguridad, con la millonaria heredera de un emporio de medios, la actriz ultra mediática Esmeralda Mitre. Los cargos se entregan por familiaridad, luego de haber dado la batalla en contra de la meritocracia, pues quien necesita el mérito para obtener un puesto cuando se tiene un buen contacto. Luana Volnovich se puede ir de vacaciones a una playa paradisíaca en tiempos donde salir del país es un lujo de ricos y lo hace llevando a su número 2, al que le sucede, que no es más que su pareja; Juan Cabandié, el hombre que se bancó la dictadura, puede ser tranquilamente ministro de medio ambiente por ser amigo de Máximo Kirchner; Victoria Donda titular del INADI; y Cecilia Nicolini puede pasar de negociar la compra de vacunas a ser protectora de la naturaleza o puede ocupar cualquier hueco que quede libre en alguna dependencia del Estado, porque no se deja sin trabajo a una amiga del presidente.

La provincia de Corrientes arde. Los que ayer se retorcían por los incendios forestales en el Amazonas de Bolsonaro, hoy están en silencio. Y el presidente que no tiene otra cosa que hacer, como si la posibilidad de un acuerdo con el Fondo o entrar en default sea una cuestión de cartas echadas, elige mostrarse jugando al fulbito en la playa. Si todo lo anterior no les alcanza, esta imagen es la más menemista del gobierno actual, es Menem recibiendo a Mick Jagger en la quinta de Olivos mientras Río Tercero explota por los aires.

 

 

La imagen, que parece buscada, muestra a una clase gobernante rodeada, ya no de lujos y excesos, pues el país es claramente más pobre y más decadente, pero sí de privilegios, los privilegios de pertenecer. Como si la premisa fuera hacer carne esa frase que dice que si hay miseria que no se note, desde el gobierno pretenden mostrar que acá nada malo sucede y lleva a un grupo de funcionarias de primera línea puede sacarse una foto cual Sex and the city (serie noventosa si las hay) posando naturalidad y pseudo glamour con un pie de foto que huele a título de Revista Gente. No sólo es menemista, se vuelve obscena cuando después de 2 años de cerrar escuelas, se pone en riesgo nuevamente el inicio de clases. Todas las participantes de esa foto son responsables del flagelo educativo que embarga el futuro del país, o lo militaron, o lo justificaron. Pero bueno, las chicas sólo quieren divertirse.

 

 

Durante la década menemista, pocos dijeron y denunciaron el flagelo cultural que estaba provocando la telvisazación de una fiesta para pocos, podría nombrar a Beatriz Sarlo y a su clásica etnografía Escenas de la vida posmoderna; libro que hoy es de culto en la universidades, pero que aquel momento partencia a un nicho muy chiquito. Hoy se lo ve como un libro premonitorio de lo que luego explotó, como si la ensayista fuera una especie de pitonisa griega que podía ver la degradación de la sociedad provocada por los pequeños actos que se sucedían. Pero Sarlo lo único que hizo fue sentarse en una plaza, en un bar, en una sala de fichines, o frente al televisor y observar. Observar y plasmar maravillosamente en un texto. Tener conciencia del mundo que nos rodea, a veces, no es más que observar. Se puede ser consciente de lo que nos rodea y adoptar el rol de silencio que toma el progresismo actual “porque al menos no nos gobierna la derecha”, siempre y cuando se sepa que el día de mañana nos pueden venir a interpelar, a preguntarnos, cuál fue nuestro rol mientras algo rancio se cocinaba, no 20 años después con la cosa ya juzgada, como sucedió con la década menemista; cuánto gritamos en el momento y cuánto elegimos callar.

Ustedes ¿Ya saben que le van a responder a sus hijos y a sus nietos cuando les pregunten qué hicieron cuando en el país se vivía el tercer menemato cultural?  

 

Publicado por Juani Martignone

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