La ley y la trampa

En febrero el trapero y streamer Lit Killah reversionó una vieja canción del folklorista Chaqueo Palavecino llamada “La ley y la trampa”, sólo que ahora, curiosamente o no tanto, se llama “La trampa es ley”. La canción además de ser un éxito, rescata el espíritu de la original: la idea de que hay una ley reinante, pero la tentación los lleva a hacer trampas. El Chaqueño dirá que fijó las reglas, que las hizo ley, pero al morder la manzana, clara referencia bíblica, cayó en la tentación y no se dio cuenta que evitando la ley caería en la trampa. Lit Killah agregará que ahora que cayó en la tentación no puede salir de esa adicción, la de vivir haciendo trampa, naturalmente. Ambos dicen y recalcan que el mundo está lleno de puras leyes y puras trampas.

 

 

La trampa, la viveza criolla, están en el ADN argentino ya desde el Martín Fierro, y lejos de seguir criticándola o de repudiarla, se la pondera. Un tramposo es un vivo, alguien inteligente, alguien a quien festejar y por qué no, respetar. Seguramente hay que ser muy inteligente para ser un buen tramposo (o tramposa también, simplemente uso el genérico que la lengua castellana conoce y que sabemos que hasta la fecha es el más efectivo en cuanto a uso del lenguaje). La inteligencia nunca está en discusión. La discusión siempre está en qué uso se le da a esa inteligencia, si para hacer buenas y mejores leyes o buenas y mejores trampas.

No soy parte de los libertarios fans de Milei que creen que la política, hablando de la política partidaria y estatal, es algo a erradicar, que más política empeora las cosas; por el contrario, estoy convencido de que más política hará que tengamos una mejor política, y una mejor política hará que tengamos un país más justo, con todo lo que la palabra justicia engloba. Es justamente la política partidaria y estatal la que moldea, fija y se encarga de hacer cumplir las leyes. Por eso, si tenemos una clase política más inteligente, tendremos más y mejores leyes que hagan de nuestro país un país más justo. Incluso no es necesario puras leyes, como cantan Killah y Palavecino, con una pocas leyes inteligentemente pensadas, bastará.

Hay una gran discusión que hoy también es abordada desde el cotolengo que promueve a Milei y compañía, que discute cuán inteligente es nuestra clase política, por qué un político que a duras penas terminó un secundario pero tuvo la palanca justa, cobra más y tiene más beneficios que quien destinó más de la mitad de su vida al estudio, al trabajo o a la investigación. Es una discusión válida si no se diera en los términos que suelen darla, y con los argumentos que suelen darla. En nuestra clase política encontramos un gran porcentaje de personajes que escalaron los niveles más altos del sistema estatal sólo por el hecho de ser buenos militantes partidarios. Salvo algunas excepciones, como Raúl Alfonsín o Cristina Kirchner, desde el 83 hasta acá, a ningún presidente se le pudo preguntar qué libros leía o cuáles le habían marcado el rumbo porque no tenían respuesta, como así tampoco, a ninguno, se le pudo preguntar por sus trabajos o logros previos a la gestión que estaban ejerciendo que no sea la militancia o la carrera en los estamentos del Estado. Muy distinto a lo que sucede con los ministros, de los cuáles podríamos nombrar dos como ejemplo que tuvieron grandes logros previos a su gestión pública y hoy sus trabajos en la gestión pública empiezan a ser reivindicados, como Lavagna y Aranguren.

Del mismo modo que sucede con los ministros, la política argentina está llena de gente muy inteligente, de hecho, una de las cuestiones de género que discute con muy buen tino el feminismo es que todas las mujeres que son parte de algún estamento del Estado están muy calificadas para el puesto que ocupan, a veces sobre calificadas, mientras que los varones ingresaron a lo más alto teniendo un muy buen contacto. Si, también están las que llegaron por ser las “esposas de”, pero aún ellas también están muy calificadas para esos puestos. Convengamos también que no hace falta tener títulos avalantes o un pasado infestado de logros para ser una persona muy inteligente, por lo que podríamos concluir que, en líneas generales, la política de nuestro país cuenta con un número importante de gente con una inteligencia alta.

El punto de discusión está en dónde y para qué se utiliza esa inteligencia, si para las leyes o para las trampas. Podríamos tomar dos ejemplos recientes. La mentada y festejada ley de alquileres fue un producto de nuestra inteligente política que se juntó, creó comisiones, debatió y promulgó una ley que alguien con pocas luces notaba que iba a fracasar. La situación posterior a la ley dictaminada es claramente peor. La inteligencia no fue bien usada para hacer leyes. La última división del bloque oficialista, entre gallos y medianoche, que hizo la vicepresidenta Cristina Kirchner para poder obtener una banca más en el Consejo de la Magistratura que le dé el poder suficiente de veto y quórum, es un acto de inteligencia despampanante para el uso de la trampa. Cambiar las reglas previamente acordadas con el único propósito de ganar el juego. Pocas leyes, puras trampas.

Del mismo modo Milei, el kirchnerismo también es un cotolengo férreo que no supera el 30% de los votos electorales y que responden a su jefa política y espiritual a capa y espada en una reedición de la obediencia debida: si Cristina pide que voten a Alberto, lo hacen sin cuestionar; si pide que le festejen la trampa, tampoco la cuestionan, festejan.

Una parte importante de la población argentina es plausible a festejar la viveza criolla, la inteligencia al uso de la trampa. No faltaron personajes que no se alinean a la vicepresidenta y que festejaron la inteligencia para salirse con la suya, aunque en el fondo crean que está mal. Algo así como cuando todos festejamos cuando Cersei en Game of thrones hizo explotar la Bahía de Baelor para no ser juzgada por los crímenes que cometió. Como espectador de la serie me pareció una jugada magistral, malévola y magistral, pero claro, es una serie. Si un presidente que cometió actos de corrupción hace explotar “accidentalmente” el Palacio de justicia con todos los testigos de sus ilícitos adentro, me parecería un escándalo de proporciones enormes porque entiendo la diferencia entre una serie y la realidad.

Ver la realidad argentina como si fuera Game of thrones o Borgen es un acto del que se pueden dar el lujo aquellos que todavía no se encuentran dentro de la mitad de la población del país que es pobre; son quienes tienen todo tan resuelto en sus vidas que les parece gracioso que mientras el 60% de los niños son pobres y todo indica que así morirán, los políticos pueden estar jugando a ver quién hace más trampa para quedarse con la mejor tajada para que le festejen la jugada magistral. Para los pobres, para aquellos a los que la inflación nos respira en la nuca sentimos que ese mapa estratégico que Cersei marcó en Fortaleza Roja es el que nos contiene a todo nosotros mientras algunos a quienes no accedemos mueven sus piezas de ajedrez. Y entonces se fortalece el discurso nefasto de Milei.

Como si fuera un presagio, la actualidad transformo a la vieja canción “La ley y la trampa” en “La trampa es ley”. Y la viveza criolla o inteligencia para mover piezas, siempre implica un perjuicio a la población, a los que nos encontramos representados en un dibujo en ese mapa estratégico. Y lo más gracioso es que dentro de un tiempo, quienes hoy festejan las jugadas son los que se preguntarán en el futuro cómo es que estamos tan mal, cómo llegamos hasta acá, o por qué todo es tan difícil. Y la respuesta correcta sería: porque cuando las cosas se estaban gestando, vos estaban disfrutando de una serie.            

 

Publicado por Juani Martignone

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