Niño, que eso no se dice, eso no hace, eso no se toca
De mi infancia recuerdo a mi mamá en la cocina escuchando a Magdalena tempranísimo y algunas canciones de Serrat, otras de Valeria Lynch. Fue en esos principios de los 80, a sus casi 40 años, que Joan Manuel Serrat irrumpió con una canción de la que me daba la impresión que se escuchaba en todos los hogares argentinos como se escuchaba en el mío. Algunas frases de “Esos locos bajitos”, en casa, se usaban como un mantra del mismo modo que algunos pasajes del Martín Fierro. Fue con el tiempo que entendí que cuando Serrat decía “Niño, que eso no se dice, eso no hace, eso no se toca” estaba siendo irónico. Fue cuando estudié el Mayo Francés y pude entender que un joven Joan Manuel había sido influenciado por ese movimiento que versaba el “Prohibido prohibir” (cuya canción homónima también sonaba en mi infancia de la mano de Sandra Mihanovich) y entonces lo plasmaba en una canción en la cual se quejaba de la educación que había recibido su generación en la que se les prohibía decir, tocar y hacer. Quizás como un anhelo de libertad real en la que no hay zonas vetadas, palabras como maleficios o pensamientos ofensivos; como una forma de acercamiento al mundo real, para entenderlo, para criticarlo, para cambiarlo.
A nivel cultural, ese mayo de
1968 en Paris, el Mayo Francés, fue un pedido de liberación, un reclamo a los
padres, a los Estados paternalistas, para que nadie direccione un camino, ponga
anteojeras y proponga una única mirada, una única forma de ver el mundo. No es
casual que por esos tiempos se esté dando fuerte lo que luego se conoció como
la segunda ola del feminismo. Liberarse de los corpiños, sexualmente,
intelectualmente. Simone de Beauvoir, Jean Paul Sartre, Michel Foucault
apuntaron a abrir puertas que habían sido cerradas por nocivas, abrir todo y
con todo afuera iba a ser más fácil discernir entre el bien y el mal.
Algunos dicen que la época actual
es un nuevo quiebre en el paradigma cultural, una tercera ola del feminismo,
una cultura digital en la que la información está a dos golpes e tecla de
nuestra mano; la buena información, la mala información, la información que
llena exactamente nuestras expectativas o nuestras teorías, incluso la más
alocadas. Sin embargo en este festival de información, la política cultural
indica que cuantas más puertas se cierran, más sana nacerá una sociedad.
Volvieron las palabras prohibidas, la dictadura de los pensamientos
políticamente correctos, la cancelación de cualquier elemento cultural por el
mero de hecho de ser ofensivo. Transgresión, provocación, incomodidad, ofensa,
dejaron de ser herramientas para pensar sino motivos válidos para censurar. La
censura está bien vista, si hay “un buen motivo”, quién y cómo se determinan
esos motivos y bajo qué argumentos, no es un tema en el cual hoy se quiera
ahondar, basta que una postura se haga fuerte para que se fagocite a las demás
y no requiera mayores explicaciones o reflexiones. En nombre del “bien común”
que propone esa única postura le dicen al niño que eso no se dice, que eso no
hace y que eso no se toca. La ironía de los 80 de Serrat, hoy es ley.
Esta era se rige por la que la
ley de la cancelación y la censura, que no se hace siempre igual y de cualquier
forma, o con las viejas formas conocidas. Antes la censura venía de la mano de
algún dictador, de algún régimen o Estado que censuraba y cerraba la puerta a
distintos pensamientos por “el bien común”, hoy es al revés. Como ese niño de
padres hippies que con sus actitudes pide a gritos que le pongan un límite, la
censura y la cancelación viene a pedido de hordas de ciudadanos que quieren que
algo se prohíba o se cancele porque compite con la forma de ver el mundo que
ellos tienen. Exigen que los Estados determinen políticas públicas para
ordenar, educar y direccionar lo que ellos no son capaces de contagiar o con lo
que no son capaces de afrontar porque molesta, porque ofende, porque les
perjudica.
De esta panacea virtual donde las
mareas de información chocan contantemente, surgen los ejércitos, o
ciberejercitos, dispuestos a conquistar todos los mares con su única visión del
mundo. La censura o las cancelaciones están a cargo de ejércitos que virtuales
que a fuerza de hashtags pretenden direccionar el pensamiento de los demás,
explican el mundo con 140 caracteres o con 15 segundos de una storie y a quien
se atreva a contradecirlos o hacer largas reflexiones sobre alguna postura y
sus contradicciones, le devuelven hashtags, muchos hashtags, hashtags para no
pensar, para no debatir, para que el enemigo se canse y de tanto escuchar el
hashtag lo repita, aunque no entienda mucho, aunque no esté del todo
convencido. Sumarse a un hashtag da chapa, es el comprobante ante la sociedad
que ahí hay compromiso aunque puertas adentro hagamos todo lo contrario. Lo
importante es domar al adversario, los tweets citados cuando alguien fue domado
son los más exitosos en las redes. No hay tiempo para la reflexión, el mundo
nos pide correr rápido y así de rápido nos vemos obligados a adoptar una
posición.
Todo este paradigma actual
debería ser un festival para George Orwell que con sus libros 1984
y Rebelión
en la granja predijo todo lo que hoy sucede, sin embargo, la diferencia
está en que no es un Gran Hermano el que nos habita y nos censura lo que
podemos decir, pensar o hacer, es la misma sociedad la que lo pide, la que
logra tener un ejército suficientemente populoso para tomar las calles y
exigirlo, luego habrá gobiernos más o menos permeables a adoptar esas posturas.
Con el tiempo se podrá analizar cuánto mejoraron la calidad de vida de la gente
lo que se pidió vehementemente y los Estados accedieron de forma populista; el
tiempo dirá si, que el gobierno nacional haya adoptado el lenguaje inclusivo en
instituciones como el ANSES, mejorará el final de vida a
un adulto (¿adulte?) mayor, que cobrar
más de los u$s150 que hoy cobran. Siguiendo con la analogía de escritor inglés
podría decirse que hoy vivimos el momento en el que el chancho mayor repetía y
repetía en el estrado de aquella rebelión en la granja eso que terminó por
contagiar a todos los animalitos y las ovejas balaron lo que escuchaban, de
tanto escucharlo; eso sí, siguieron comiendo la misma miseria que ya comían.
El arte es el lugar de
transgresión, de la cachetada para que empecemos a pensar que no todo es tan
así como dicen los ejércitos de personas o el saber popular o la página web en
la hay una información que lo confirma, pero en esta época de censurar por el
bien común, se castiga a la artista Marianela Perelli por hacer una torta del
cuerpo de Jesús para ser comida y se castiga al ministro de cultura de la
Ciudad de Buenos Aires, Enrique Avogadro, por comer de esa torta, ya que ofende
la religiosidad de muchas personas; los niños piden a gritos que saquen de
todas las currículas educativas los Cuentos de amor de locura y de muerte
de Horacio Quiroga por ser violentos, por “fomentar” los asesinatos indebidos,
y los padres festejan cuando se sacan, porque “con mi hijo no te metas”; se
envía a un juzgado a Ariana Harwicz a dar explicaciones de si ella es o no una
pedófila por haber escrito Degenerado una novela en la cual el
protagonista es un señor mayor que viola y mata a una niña, contado en primera
persona. El arte nos daba figuras para podamos entender qué es un asesinato, un
accidente, la veneración de la muerte por parte de la religión o la pedofilia
sin tener que salir a hacerlo nosotros mismos para comprobarlo, sólo que el
arte requiere de una sensibilidad que no se puede resolver en 140 caracteres
para que después una famosa lo publicite en sus cuentas de Instagram de la misma
manera que publicita una estafa piramidal por la cual le pagan.
Y así como en las redes sociales
surgen los que doman a otros en sus pensamientos y los domados y los
cancelados, también surgen los basados; esos que emiten una opinión polémica
que está por fuera de todo lo socialmente aceptado. La función del basado es
romper con la postura de lo que todos dicen y repiten, sin importar tampoco
cuan fundamentado esté. Para ser basado, que es algo muy bien visto en la
juventud, lo importante es decir algo polémico, algo que escandalice, no
importa qué o si tiene un fundamento o una idea detrás, así surgen los Milei,
las Vivianas Canosas, los Feinman.
En una sociedad que está ocupada
en promover políticas para prohibir, quien se opone brutalmente aunque sea de
una manera sonsa, es el único aval de que se puede ser realmente libre. Quizás
la solución no era cerrar puertas, cancelar y prohibir, quizás esta tercera ola
debió escuchar un poco más a la historia que nos precedió y lo único que
deberíamos prohibir era la acción de prohibir, como en aquel Mayo Francés,
pero, como dirían en las redes, ustedes no están preparados para esta
conversación; básicamente porque no entra en un hashtag.
Publicado por Juani Martignone
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