Juventud de 40 años
Un periodista de espectáculos de un programa radial decía que no entendía el último disco de Rosalía, que no entendía qué quería decir con “motomami” o “saoko”. Todos los presentes en el programa asintieron, acordaron que eran un cúmulo de pavadas. El programa se da una de las llamadas “radios jóvenes”, no se trata de Magdalena tempranísimo en radio continental sino lo que se supone que es la radio faro de la juventud. Esos periodistas, animadores, tienen en promedio 40 años, van de los +30 a los 50, y se supone que son los que mejor reflejan lo que “siente la juventud”, o sea, lo que sienten personas menores de 30 años. El error en la matrix aparece cuando estos personajes que tienen el monopolio del micrófono de la juventud no entienden las cosas que hace la juventud, como cantar motomami o votar a Milei.
Entre los que se arrogan el
derecho a llevar la voz de los jóvenes y los verdaderos jóvenes hay un gap de
aproximadamente 10 años, podría decirse que casi no los separa la división
técnica de una generación, sin embargo entre los +30 y -30 hay un abismo que nos
separa. Cada vez que escuchamos a estos +30 hablar de los -30 y luego
escuchamos lo que dicen y hacen los -30 nos damos cuenta que están mirando otra
película, o que no la entienden o que proyectan sus propios deseos de lo
aspiran de la juventud, en una juventud que en realidad está en otra sintonía
completamente distinta.
Cuando le consultaron a Rosalía
qué quería decir con motomami, respondió que sólo quería divertirse. Si
escuchamos el disco “motomami” completo nos damos cuenta que todo es un
sinsentido total, un delirio con el único fin de divertirse. Palabras graciosas
sin significado que encajan bien con otras palabras graciosas sin significado y
que hacen un sonido llevable, gracioso, divertido, glamoroso. Esta juventud de
40 años no concibe la idea que los jóvenes no tengan nada interesante por
decir, que no se quejen del sistema, que no denuncien los males de la verdad y
el amor. Necesitan que la juventud sea ellos que esperan, que adopten la
bandera que a ellos les llegaron de grandes y por las cuales ya no pueden
luchar. Les es más cómodo creer que la juventud es Wos, al que llaman “wosito”,
cantando en contra del neoliberalismo y pidiendo que se vaya Macri, o los
discos anteriores de Rosalía en los que hablaba de las realidades de chicas
obligadas a casarse contra su voluntad; hoy que Rosalía quiere simplemente
pasarla bien, no la dejen, le exigen la solemnidad.
Es habitual escuchar entre los
+30 decir que las nuevas generaciones tienen otra cabeza, que están más evolucionados
y largan un decálogo de ideales que les adjudican a los -30 pero que en
realidad responden al ideal de futuro que ellos esperan. El abismo entre los
que se dicen jóvenes y los verdaderos jóvenes está en la falta de escucha. Los
jóvenes, la juventud dejó de ser menospreciada para ser protagonista, sin
embargo no se le da voz, se habla por encima de ellos corrigiendo qué es lo que
debe decir un joven. Si un chico dice “gordo” se lo corrige: “cuerpo no
hegemónico”. Y después salen a decir que la juventud ya no está preocupada por
el cuerpo como lo estaba nuestra generación. Lo cierto es que eso no es un
reflejo de lo que siente la juventud sino la proyección de lo que esperamos de
la juventud. En definitiva, los +30 son tan conservadores como lo eran nuestros
padres cuando tenían +30. Nos quieren imponer una mirada del mundo, explicarnos
cuántos pares son tres botas, contarnos que la generación de ellos ya está
perdida pero que las nuevas la pueden salvar si siguen al pie de la letra todas
las indicaciones que dan ¿por qué no lo hicieron ellos si son tan capos? Es la
misma pregunta sin respuesta que les hacía a mis viejos. La película es
exactamente repetida.
No sé si lo más saludable es que
un joven de 40 años actúe como un joven de 20, pero al menos podría ejercitar
la escucha, preguntar qué les pasa sin querer moldear su discurso o su
pensamiento; escuchar sin juzgar. Nosotros ya fallamos, no tenemos autoridad
moral para darle lecciones a los pibes, de mínima tendríamos que pedirles
perdón por el mundo de mierda que le estamos dejando como herencia mientras
nosotros jugábamos a hacer la revolución. Creer que los jóvenes no tienen nada
por decir, es lo mismo que siempre creyeron los adultos de los jóvenes. Podemos
hacer la diferencia intentando aguzar el oído para escuchar qué dicen. Si lo
afinamos y si por ejemplo nos concentramos en la música que escuchan, nos vamos
a dar cuenta que, en efecto, tienen muchas cosas por decir y que las están
gritando mientras nosotros tratamos de hacer esfuerzos por llenar el mundo de
algodones y que nada les ofenda a “nuestres niñes”.
El problema de pretender escuchar
la música joven es que primero debemos dejar el prejuicio de la música: ya no
se toca como tocaban Los Piojos, hoy la música es como la que hace L-Gante, esa
que no entendemos y decimos que es todo un chiqui chiqui (casualmente lo mismo
que decía mi viejo de Damas Gratis en los 90 cuando eran ultra marginales,
muchísimo antes de que se escuche en Centro Cultural Matienzo y los inviten a
participar del Primavera Sound). Si escuchamos la música joven, nos vamos a dar
cuenta de su obsesión por los dólares, el dinero, los lujos, lo fancy; que no
pretenden que las redes sociales censuren a los haters sino que están
dispuestos a darle batalla o a simplemente ignorarlos; que no asumen la diversidad
de “todes les cuerpas” sino que están dispuestos a llenarse de plastic y
tatuajes para parecerse al ideal con el que sueñan hoy, mañana quien sabe; que
no tienen una conciencia de posteridad, de futuro más verde y ecológico sino
que viven el ya, el ahora mismo, porque el mañana cada vez está menos
asegurado; que no honran a sus antepasados porque ni siquiera les interesa conocer
su historia familiar; que hablan en inglés mezclado con castellano, con voces
latinoamericanas, lenguaje barrial y el estrictamente correcto, pero no que no
hablan ni por casualidad es el lenguaje inclusivo.
Si nos guiáramos estrictamente por
lo que nos cuentan los +30 de la juventud, el futuro será un mundo inclusivo,
ecológico, de respeto, de gente desprendida de dinero, que hablará en lenguaje
inclusivo y comerá sólo verduras y pan de masa madre. El futuro será un lugar
magnífico. Las nuevas generaciones nos salvarán. Sin embargo, de cada 100
chicos que ingresan al colegio secundario sólo 16 se gradúan en tiempo y forma,
sólo 2 son de familias pobres, el resto, son todos del tercio más rico de la sociedad.
Y aquellos que se gradúan, lo hacen con los conocimientos básicos,
basiquísimos, que necesitan para comprender la vida. Los trajimos a un mundo en
curva de decadencia, en la que no hay una esperanza de que cambie. Por eso
viven el ahora más de lo que lo vivíamos nosotros, porque hoy hay mucho menos
futuro que ayer. Cuando me tatué por primera vez, pensé muy bien dónde me hacía
el tatuaje para que no se me viera y pudieran tomarme en un trabajo más o menos
bueno; hoy se tatúan la cara porque no están pensando en que alguien los va a
contratar para un trabajo formal o en una oficina, en un país donde sólo el 20%
de la masa total tiene un trabajo con garantías ¿qué esperanza les damos para
que ellos sean de ese 20% si les damos una escuela que acentúa las desigualdades
que traen de base? ¿En serio estamos dispuestos a convencerlos de que la
política es la única herramienta de transformación de una sociedad en
decadencia, cuando en nuestro país la agrupación de “jóvenes” es La Cámpora
cuyos líderes son todos señores mayores de 40 años que viene de familias
acomodadas y que nunca tuvieron que salir a la calle a ganarse el mango?
En un país donde 7 de cada 10
chicos nacen en hogar pobre, tienen poco acceso a la educación, y si acceden es
de mala calidad, con padres que no les pueden asegurar el plato de comida del
día, es obsceno creer que esos jóvenes están interesados en ocupar su tiempo
analizando las reflexiones profundas que dan famosos panza llena en Caja
Negra, o emocionarse con las historias de vida del hijo de Andrián Suar
y Araceli Gonzalez en PH mientras Andy Kusnetzoff se
emociona, o que Sole Barruti les cuente por qué es mejor comer un snack de
dátiles cultivados por pueblos originarios y con agua de lluvia recuperada que
un Capitán del espacio. Hay una disforia de edad y de condición social:
Barruti, Kusnetzoff, Caja Negra y todo lo que se
encuentra en ese mismo arco que llama a sí mismo progresista, son adultos de 40
años, a los que les dicen jóvenes, y pertenecen al decil más rico y más
cultivado de la sociedad. Escucharlos sólo ellos, como discurso aspiracional,
es lo más parecido a la idea de una aristocracia.
Pero a los pibes ni siquiera les
importa eso, ni siquiera les importa que no los escuchen y hablen en nombre de
ellos como un ventrílocuo. Ellos saben que nacieron en la mismísima mierda y no
están dispuestos a limpiarla, la quieren pegar y salvarse solos, no como
sociedad, la misma sociedad que no les dio nada, ni siquiera la escucha.
Quieren cadenas brillantes, como L-Gante; quieren que el Estado no le saque los
dólares que cobra a través del laburo que hace en Youtube y consumen
millones, como Bizarrap; quieren que no les exijan solemnidad y que los dejen
ser felices en el único día de vida que tiene asegurado, como Rosalía.
Motomami, motomami, motomami. Saoko, papi, saoko.
Publicado por Juani Martignone
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