La única buena noticia del 2022
Podrán decir que en un pueblo perdido del vasto país que tenemos, una comunidad comprometida y organizada, logró en este 2022, que se va, algo tan bueno y tan trascendental, para hoy y para la posteridad, por lo cual se podría decir que es una buena noticia para los argentinos, pero le guste a quien le guste, o bien no le guste, como a mí, la única noticia que fue capaz, por escándalo, de fagocitarse absolutamente todo a su alrededor, movilizar masas como nunca antes y hacer que todo el mundo hable sólo de eso (éste es un ejemplo) es que la selección argentina ganó su tercera copa en el mundial de fútbol. A mí más que nadie, me hubiese gustado que la gran noticia del año fuera otra, recordemos que vivimos en un país donde todo aumenta exactamente al doble de un año a otro y en algunos rubros más, pero sobre todo me hubiera gustado que no haya una sola buena noticia cómo lo único que el país pudo producir con más o menos con decencia y de lo que nos podemos sentir orgullosos, porque no significa otra cosa que, todo lo que hicimos durante el año, o no cumplió las expectativas o directamente no sirvió.
Está claro que el sportwashing
funciona, funcionó una vez más, con la efectividad a la que nos tiene
acostumbrados. Si tu país está flojo de papeles en cuanto a derechos humanos
como Alemania en 1936, buenas son las olimpiadas, o como Rusia en 2018 bueno es
el mundial de fútbol, o como Qatar en 2022 bueno es el mundial, o como en 1978,
que es el sportwashing que más deberíamos tener presentes los argentinos, por
el mundial de fútbol tapó todos y cada uno de los gritos de desesperación de
los desaparecidos a apena unos metros de donde se pateaba una pelota frente a
los ojos del mundo. Lo que comprueba, una vez más, que esta práctica de
sportwashing, de baño de deporte para lo feucho que tenemos, es que el muy efectiva
para quienes la organizan, hoy todo el mundo puso a Qatar en el planisferio,
pero también es efectiva para quienes compiten y necesitan un “por ahora
hablemos sólo de deporte”, y mucho más para aquellos que ganan.
Por supuesto que nadie es tan
cruel como ese movimiento de madres que quieren decirle a sus hijos la verdad
de los regalos de Navidad rompiendo toda ilusión posible en los cinco minutos
de vida que dura la niñez en una persona ¿Quién podría oponerse a ver a todo un
pueblo feliz festejando como se vio en las imágenes de la 9 de Julio y en todo
el país? Al menos no está en mí semejante acto de mezquindad, y a pesar de que
he leído cantidades y cantidades de notas y reflexiones sobre el mundial (éste
texto es una más) mi hipótesis, contrafáctica, por supuesto, es que no hubiese
importado venir de un año de mierda para ponerse feliz por ganar un mundial; si
el año hubiera estado plagado de logros, el festejo hubiera sido igual, quizás
no con tanta intensidad, pero sí de una magnitud despampanante, porque en el
tema del futbol argentino y los mundiales excede al año 2022, le queda chico:
ganar este mundial es, de algún modo, recuperar una gloria perdida por
momentos, arrebatada por otros, volver al status natural en el que siempre los
argentinos creen que se encuentran a nivel futbolístico.
Pero por más que en un país recontra futbolero como el nuestro, año bueno o año malo, haya provocado semejante reacción y festejo, los peligros de tener una única buena noticia en todo un año, es que nadie se va a acordar de las malas ni de las muy malas. Esas noticias seguirán pasando por debajo de nuestros pies en ríos subterráneos y cuando exploten las napas y la mierda salga a borbotones nos vamos a preguntar ¿dónde estaba yo mientras todo esto pasaba? La respuesta no va a ser excluyente, hace tiempo que miramos otras cosas para no mirar lo que realmente nos pasa y el mundial va a ser una más de las cosas, una que al menos trajo un alegría desmedida a 99% de la población del país. Pero si tenemos a un pueblo entero viendo un mundial de futbol y nada más, podemos decir que este mundial, el de Qatar 2022 con la selección argentina como ganadora, vino a destronar discursos históricos y otros nuevos que venían a plantearse como la nueva hegemonía.
El feminismo esconde su hipocresía bajo el paraguas de la contradicción.
De más está decir que hay tantos feminismo como mujeres y personas que
adherimos a él, pero hay uno muy particular en Argentina, que es el feminismo
mainstream, uno al Malena Pichot es la madama que decide si entras o no y se
escucha por Futurock, que se la pasa parado encima del banquito del arte del buen
vivir feminista, de lo que ellas llaman “la buena moral” (cualquier parecido
con un autoritarismo no es pura coincidencia), levantando el dedo para acusar,
castigar, o torcer la vida que, en efecto, puede ser nociva para igualdad de
género o al menos merece un profundo debate, pero siempre castiga a los de
abajo, al kiosquero, al obrero de la construcción, al barrabrava, al padre de
familia que está todo el día afuera laburando; un feminismo que pega bajito,
pega a donde sabe que puede pegar y va a doler, pero que ante los grandes, a
los verdaderamente grandes, nunca pega, los esquiva, busca la forma de
justificarlos y la mayoría sucumbe en ellos, más aún en este gobierno de machos
y mujeres fálicas, que las fue comprando una a una con algún tonguito estatal,
con un salario fijo asegurado, haciéndoles creer que están haciendo la
revolución. Basta con ver quienes tienen un tipo de subsidio estatal para
promoción del feminismo para darse cuenta que esos reels de Instagram donde nos
bajan línea cual evangelio, nunca van a pegar arriba, te van a pegar a vos, al
pelotudo heterosexual que le va mal en el laburo, que se empezó a cuidar con
los amigos de hablar del culo de las chicas, no porque su mujer se ponga celosa
sino porque es un cerdo machista que las trata como objeto y está a dos grados
de separación de Mangieri, y que tiene un hijo trans que lo detesta porque es
ausente y no lo trata en lenguaje inclusivo como a él o ella o elle le
gustaría; al que en estos días salió a tener que pedir perdón por no ser negro,
puto y coya, y tener una familia y vida tradicional.
Este feminismo que le escupió, con
moco incluido, en la cara a Maluma por aceptar el dinero de jeques qataríes
para cantar en la apertura del mundial, se quedó bien callado cuando el
seleccionado argentino aceptó participar de un mundial cuestionado de sobornos
a troche y moche para limpiarle la cara a una dictadura teocrática y mostrarle
al mundo que es un lugar esplendido para disfrutar del evento, al menos eso
hicieron notar todas las feministas que fueron a cubrirlo o a alentar al
equipo. De la misma manera que Dua Lipa se negó a cantar en Qatar o el
seleccionado uruguayo que se negó a participar de mundiales anteriores que se
hacían en países flojos de papeles o los turistas europeos que no fueron a ver
el mundial dejando tribunas vacías demostrando sus límites éticos, nuestro feminismo
mainstream le podría haber exigido lo mismo a Scaloni y compañía, pero claro,
el riesgo de pegarle a Messi es más alto que el de pegarle a Maluma, entonces,
vaya esa piña para el cantante lindo y hueco y de lo otro, nos hacemos las
boludas. Esto demuestra que para este feminismo que copa las redes sociales y
no se atreve a criticar a los grandes barones de la política que le pueden
sacar el programita que las financia, el problema no es machismo ni el
capitalismo, sino el tamaño de la pija que se las pueda coger, se la van a
agarrar con vos, conmigo, con nosotros, con los pito cortos que no podemos
hacer nada más que cargar con la culpa que ellas nos ponen en la espalda, y a
los peces gordos los van a justificar o se van a enajenar cantando “Muchachooos”
(no muchaches) y lo van a catalogar como contradicciones que todos tenemos.
Pero si hay oportunismo de fondo no es contradicción, es hipocresía.
La meritocracia no está tan mal. El derrotero que tuvo que atravesar
la selección, y Messi particularmente, hasta llegar a conseguir el premio
máximo, o al menos el más ansiado, pudo darlos a una cinta corrida del proceso
de la tan defenestrada meritocracia. Hubo intentos de menospreciar el mérito de
un Lionel Messi que viene hace años buscando esta victoria, diciendo que en
realidad no era él sino Maradona desde el cielo dándole una mano, consecuente
con la idea de que en el mundo no lleguen al éxito quienes hacen el suficiente
mérito para llegar, sino que alguien desde arriba te dé una mano para que todos
lleguemos al éxito, llámese Diego, Dios, Tarot o Estado. Sin embargo, para la
desazón de Kicillof y Cristina Fernández que, a días de ganar el mundial, se
presentaron a darle pompa a la inauguración de un estadio llamado Diego
Maradona, en clara marcada de posición, para los chicos que hoy vieron a
Argentina campeón, Maradona es un recuerdo de sus abuelos porque en la mayoría
de los casos ni siquiera sus padres lo vieron a Diego campeón del mundo.
Está claro que para llegar al
nivel de una selección es necesario algo de talento, pero el talento sin
trabajo es un barco que naufraga rápido o es un camino tan inconstante, como la
bajada de las musas, que no asegura el buen puerto. De la misma manera que Stephen
King dice que la única forma de ser un buen escritor es escribir mucho y leer
mucho, básicamente trabajar mucho, para ser un buen jugador de fútbol
necesariamente debe existir mucho trabajo, las crónicas del trabajo en pos de
un objetivo que pudieron leerse sobre Alexis Mac Allister, lo confirman.
Trabajar durante años, insistir,
caerse, levantarse, que te critiquen, que te exijan más y más, sentir que todo
está perdido, volver a insistir, pegar una, errar diez, trabajar más duro,
cambiar de estrategia, sacar a lo que no nos sirve para avanzar, volverse un
obstinado, focalizarse sólo en el objetivo, y finalmente llegar, es una película
que si nos la proponen para un trabajo la consideramos cruel y puteamos a este
sistema de meritocrata, ahora, esta fue la película que se vio con Messi y su
objetivo de levantar una copa mundial y nos parece que fue de la mejor manera que
pudo haber sucedido, nos parece merecido y vindicatorio; pues entonces, el
problema no es la meritocracia, el problema es la desigualdad.
Ya no quiero un hijo doctor, quiero un hijo futbolista. Si seguimos
hablando de meritocracia, no hay mito más meritocrata que el mito de la
educación que hizo grande a nuestro país, el de la educación que a medida de que
uno la consume, la avanza, le hace escalar en la escala social, en la
económica. En algún momento, en nuestro país, quien más estudiaba era quien más
alto llegaba, quien se podía dar el lujo de cumplir sus objetivos, aunque sean
modestos. La conocida parábola “M´ijo el dotor” es la representación más
gráfica de una sociedad que aunque fuera pobre, aunque fuera analfabeta,
confiaba que metiendo a sus hijos en una escuela, y que estudiando mucho, no
sólo iba a progresar él sino toda la familia. El trabajo duro, durísimo a
veces, que da tantos beneficios como satisfacciones y que supone, porque en
este país lo fue, que la posibilidad de acceder a esa carrera dura de la
educación es completamente transversal sin importar el lugar donde naciste, el
poder socio económico, incluso sin importar la educación que hayan recibido tus
antepasados; cualquiera podía entrar y si trabajaba, salía doctor: una eficaz
máquina cultural y social.
Para quienes hoy creen, con
motivos, que quien nace pobre a dos cuadras del Colegio Nacional Buenos Aires
tiene diecinueve mil veces más chances de ser presidente de la Nación que un
pobre que nació en Pampas en infierno, aquel mito de la educación está roto,
rotísimo. Y no sólo está roto porque sucesivos gobiernos desde la vuelta de la
democracia se encargaron de romper la educación o desinvertirla o invertir mal
y desproporcionado, sino que la sociedad perdió la fe en la educación. Si
seguimos hablando de doctores, podemos ver cuánto gana uno en el distrito más
rico del país como lo es la ciudad de Buenos Aires y cuánto gana un empleado de
subterráneos. Comentarios como este último fueron los que llevaron a los
guerreros de la justicia social a querer igualarnos a todos y lo ven bien, el
tema es que ¿para qué estudiar? ¿dónde está el incentivo si es lo mismo un
burro que un gran profesor?
Sin la escuela como el faro al
que alguien puede acceder fácilmente para obtener un mejor pasar, el mito del
futbol vino a ocupar su lugar. Viendo la publicidad que armó la televisión
pública con el lugar de nacimiento de cada uno de los jugadores de la
selección, es fácil deducir que no importa el lugar del país en que naces, si
es una gran ciudad de la zona productiva y pujante del país o un pueblito perdido
en la Patagonia; si tenes algo de talento y trabajas duro, llegas. Basta apenas
hojear la historia de vida de algunos de los jugadores de la selección para
darse cuenta que además del lugar de nacimiento, la escala socio económica tampoco
cuenta en los elegidos para representar al país en un mundial, se puede salir
de un hogar bien pobre como el de Di María, o de uno bien rico como el Mac
Allister, o uno de clase media trabajadora como el de Messi; en este deporte,
en la alta competición, no importa ni tu origen ni tu billetera, importa lo que
haces dentro de una cancha y eso es un acto de igualación de oportunidades para
que a partir de ahí comience a funcionar la meritocracia, cosa que ninguna
educación pública puede hacer hoy en nuestro país. Y con ascenso social no me
refiero a las banalidades que le gusta a la prensa mostrar del futbol como los
tatuajes exuberantes, los autos de lujo o las mujeres tuneadas, me refiero a
que si no fuera por el fútbol, Carlos Tévez tenía el mismo destino escrito que
tenían sus amigos del barrio muertos por una bala de la narcotráfico, y hoy
tiene hijas que pueden vivir y estudiar en cualquier lugar del mundo porque
hablan el lenguaje del mundo y porque lo manejan de taquito, lejos de las balas
de un Fuerte Apache feroz. Pero no confundamos, el fútbol no tiene la culpa, solamente
muestra resultados, igualdad, mérito y grandes satisfacciones; la culpa la
tiene la educación que no está al mismo nivel.
La herramienta de transformación de la realidad, nos estorba si
queremos transformar nuestra realidad. La política quiso meter la cuchara y
de nuevo todo se enchastró, como si siempre estuviera sucia y enmierdara todo
lo que toca. Los dimes y diretes, las idas y vueltas, el te digo, me dijo, le
dije, el oportunismo, el oficialismo, la oposición, a quien le conviene
políticamente, las elecciones 2023, el obelisco, la Casa Rosada, la foto; todo
un corso desacompasado que lo único que hace es meter ruido cuando la gente lo
único que quiere es ser feliz sin que nadie lo joda por su felicidad o que le
endilguen alguna adherencia político partidaria por el simple hecho de
contentarse con un triunfo. En una sociedad que cada vez vota más a Milei que a
partidos tradicionales, es lógico que no confíe en la política, en “la casta”,
y si para un festejo que no les perteneces, porque tengo el desagrado de
comentarles que campeones son sólo los que jugaron, entrenaron, etcétera, pero
no nosotros, los gordos que estábamos cantando canciones de La Mosca Tse Tse frente
a un televisor en que se veía a Messi meter un gol, mientas nos caían las
miguitas del pan de la picada en la panza; los políticos tampoco ganaron nada,
y es tan injusto que se suban ellos al olimpo de los héroes como se la suben a
Tini o a Antonella. La política no sólo se cuelga, estorba, ensucia, le pone
etiquetas, se ofende si no le rendís pleitesía y te acusa de desclasado, o va a
usar tu foto para en el futuro armar un relato que cualquiera puede creer verosímil
en esta Argentina amnésica. Lo vemos cuando Gabriela Cerruti sube a su cuenta
de Twitter un video en el que nos dice que este país en el que todos los meses
la leche un 7% no es una mierda porque “ganamos” mundiales, cuando nosotros, lo
único que hicimos fue hacer macumbas, creyendo que así Messi nos traería la
copa; otro agujero que dejó la rotura de la educación.
Lo que tiene esta selección, que
quizás no han tenido otras, es que no dejan de ser esos tipos comunes que lo
único que quieren es que no les rompan las pelotas, ni las feministas que los
acusan de hacer apología a la familia tradicional, ni la liturgia que les dice
que una fuerza poderosa, desde el cielo, patea por ellos, ni los intelectuales
que festejan plata mal invertida en la educación pero putean al fútbol, ni la
política que si no sucumbís ante ellos, te desprecia, te usa, te quiere hacer
sentir culpa de clase, cuando lo único que hiciste en tu vida fue laburar como
bestia para tener lo que tenes, y estos jugadores, campeones del mundo, en concordancia
con su espíritu de hombre común, esquivaron a la política, no fueron a
arrodillarse ante nadie, volvieron a su casas, festejaron con su gente,
tomaron, bailaron y se divirtieron, como lo haces vos, como lo hago yo, como lo
hicieron cuatro millones de personas que se juntaron y de volvieron a sus casas
en paz aunque no hayan visto nada, como cualquier de nosotros que sabemos que
si se mete la política, lo complica todo, lo burocratiza todo, y después te
usan para decirte que te dieron eso que tantas horas de laburo de costó.
Nace un nuevo mito futbolístico,
o renueva sus votos, ahora con más pruebas de sus milagros de las que antes
gozaba, pero el nacimiento de este mito enorme, indefectiblemente aunque sin
intención, destruye otros, y no lo hacer por acción directa, sino porque los
mitos que nos quieren inculcar ya estaban rotos, en declive, en retirada, se
pasaban de boca en boca, en forma de relato, sin una sola prueba de fe; y
mientras seguimos enfrascados debatiendo en 280 caracteres, cancelando el
pasado o bajando línea en videos de no más de tres minutos, otros están
laburando, se caen, se levantan, vuelven a laburar, salen campeones y hacen
grande un mito que hoy salpica de realidad.
Publicado por Juani Martignone
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