No hay justicia, hay venganza

Hay momentos en los que tenemos la dicha de ver a nuestra sociedad moviéndose al unísono, acompasada al mismo ritmo, demostrando esa famosa unidad que tantos políticos estúpidamente proponen y nunca logran, y salvo honradas excepciones, si tuviéramos la capacidad de salirnos de ella y verlas completamente de afuera, nos daría pena o vergüenza ajena. Si las imágenes del delfín que sacaron de la playa en Santa Teresita nos llenaron de cringe, las reacciones de una sociedad que apunta con todos sus dedos índices a la vez a los acusados en el juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa, muestra sus más bajos instintos: el de la sed de venganza a como dé lugar. Al parecer, esa es la única forma que sabemos brindar justicia, y creemos que cuanto más ensañada es, más justicia se hizo.

Estoy en plena conciencia que en este contexto en donde el “Qué se pudran en la cárcel” es la frase más escuchada de cualquiera que ve apenas de refilón el juicio, no es para nada celebrado decir que nada de todo eso es ni siquiera justo, incluso es la forma más grande de injusticia, sí, para los acusados, que, al menos yo, los considero personas. Hoy que el  tema de los juicios y la justicia está bastante en boga porque le tocó rendir cuentas a una persona que no le gusta rendir cuentas con las instituciones sino sólo con sus adoradores, pero si hacemos un parangón entre cómo se comportó la justicia con ambos acusados podemos encontrarnos con ese instinto, que, en estos casos, es el que deberíamos aplacar para llegar al veredicto más justo que podamos dar.

La obviedad de lo sucedido, da por sentado que podemos poner en nuestro discurso palabras que sería bueno que esperen ser confirmadas. Es obvio que esos chicos mataron a Fernando, tanto como es obvio que Cristina Fernández malversó fondos públicos, pero hasta que la justicia no se expida nadie podría ponerles el mote por delante a los acusados. En los medios, los abogados, en las redes, y muchos de quienes lo cubren, escuchamos decir “los asesinos de Fernando” (así, sin apellido, para lograr más cercanía con la víctima), sin embargo nunca escuchamos frases del estilo “la ladrona Cristina acaba de prestar declaración” (si podemos escucharlo en las calles, en los bares, en los taxis, nunca de modo formal) y si alguien lo hiciera, un periodista específicamente, se le tiraría todo un colectivo por no respetar la presunción de inocencia. Justicia para unos, justicia para otros. Podemos recordar, y hasta lo podemos ver, que Cristina durante todo el juicio y desde el momento se la denuncia, esperó en libertad y hoy espera a apelarlo en total libertad también aunque ya se haya determinado que había sido parte de una matriz de robo de dinero público. Los acusados del asesinato de Fernando Báez Sosa, esperan desde el momento que alguien los señaló como asesinos, presos una comisaría que ni siquiera tiene las condiciones higiénicas para los tres años que viene pasando encerrados allí adentro. Bastante en concordancia con el “Qué se pudran en la cárcel”.

La justicia en este país es irregular y no se otorga a todos de la misma forma. A pesar de lo que piensen sus groupies, fue bastante más benévola con Cristina que con la población común; y a pesar de lo que piensen todo el mainstream que sigue el caso, la justicia está siendo bastante más vengativa con los ocho acusados del asesinato a diferencia de lo que con la población común. Pero tanto para unos, como para otros, nunca basta, el único sentido de justicia lo tiene el pueblo, y para unos Cristina debe estar libre, recontra libre y no pagar ningún precio por nada, hasta deberían pedirle perdón de rodillas; y para otros los acusados del asesinato de Fernando Báez Sosa deberían estar presos, recontra presos, hasta deberían pedir clemencia de rodillas por un vaso de agua. Esa es la justicia popular, que pregonan el kirchnerismo y la izquierda psiquiátrica argentina, es la juzga más movida por la venganza que por el raciocinio, es la justicia norteamericana, es la que te puede poner a un ejército de Eduardos Feinman a juzgar a Cristina y ensañarse a mas no poder, o poner a un ejército de ingenieros Blumberg a juzgar a los acusados del homicidio de Báez Sosa y ensañarse a más no poder.

Cuando el delito es alevoso, impactante, cuando el acusado no se comporta como lo que esperamos de un acusado y se pone altanero y cuando ante lo obvio no muestran un atisbo de arrepentimiento (la madre de Fernando dijo que no los notó arrepentidos y Cristina hizo un dixit de su frase clamado “no me arrepiento”) la sociedad se endurece más, le cuesta alejarse de lo sucedido y se vuelca a la forma más primitiva de intentar hacer justicia, se vuelca a la venganza. Eso demuestra los resultados de los juzgados populares en los países que tiene juicio por jurado.

La venganza es el motor que impulsa a una sociedad que pone en un juicio a la madre para escucharla decir todo lo que diría una madre que perdió a su hijo de forma violenta, para apuntar al golpe bajo. Típico de alguien como Burlando, que, para quienes no lo conocen, se hizo famoso por defender al hombre que chocó la camioneta en la que murió el cantante Rodrigo y lo dejó tirado en la autopista con un hijo de vida. Ese mismo abogado fogonea la venganza, exige verle las caras, porque no sólo quiere sentarlos en el banquillo de los acusados y la futura condena, quiere el escarnio público, que la gente los odie, que vitoree por sangre, por más sangre. Quiere pintar la escena como un crimen de clase, un crimen ricos contra pobres, cuando quien haya leído media página de una crónica de la vida de los acusados, sabe que son de clase media baja, casi cayéndose en la pobreza, pero el prejuicio porteño del rugby y la clase alta puede más, porque para quines sólo salen de la General Paz para San Isidro, tengo para decirle que fuera de eso existe otro mundo en el que rugby no es un deporte exclusivo de elite, el un deporte que une a la personas en comunidad, que enseña valores, que se juega en cárceles, que educa. Además, Burlando se esfuerza en mostrarlos como seres no humanos, sin sentimientos, con instinto asesino y una malicia intrínseca, que a esta altura de soirée está comprobadísimo que no existe, sino que es un prejuicio para justificar las cosas malas que nos pasan, algo así como que el diablo metió la cola, y no, el no hay tal diablo, ni demonio en el cuerpo, ni maldad congénita, los seres humanos no somos perfectos, podemos ser buenos y también podemos ser malos, el punto está qué hacemos cuando alguien hace algo mal.

 


A esta altura pareciera que Foucault escribió “Vigilar y castigar” completamente al pedo, porque la gente quiere castigo, castigo vengativo, quiere verle la cara a pibitos que no saben hacerse una salchicha ni lavarse un calzón, escupírsela y meterlos en una cárcel llena de transas, de narcos, de asesinos, de estafadores, para que salgan cuando tengan cincuenta años y a lo único que puedan aspirar es cometer todos los delitos que aprendieron en la cárcel, con el aderezo de un resentimiento que pesa quintales, con personas ya adultas que quieren vengarse de la sociedad que se vengó de ellos, porque tengo malas noticias para los amantes de que la gente se pudra en las cárceles y no tengan derecho alguno: el tiempo que una persona está presa, no es un tiempo de reflexión sobre lo mal que estuvo para con la sociedad y analizar cómo resarcirla (no necesariamente) o al menos cómo incorporarse a ella sin lastimar a terceros, es tiempo para pensar en una venganza como máximo y como mínimo no esperar nada de la sociedad que pidió que se pudran y por lo tanto, no creen que sea necesario cumplir sus normas.  

Si la lengua castellana, hoy tan defenestrada por el progresismo palermitano que se cree con la potestad de modificarla con reglas impuestas, nos dio dos palabras distintas, venganza y justicia, es porque, en efecto, refieren a dos cosas distintas y si estamos haciendo una, pues no estamos haciendo la otra. Avanzar sobre una hace una bola de nieve tan grande que va en detrimento de la otra. Si avanzamos sobre la venganza, va a traer más venganza y a la larga todo será injusto, lo contrario de justicia; si avanzamos con la justicia, traerá más justicia, la sociedad se volverá más justa y a la larga no será necesario pensar en una venganza porque la justicia funciona. Pues bueno, la justicia no funciona, los jueces transan con el poder a plena luz del día y otorgan beneficios o castigos en función de la cara, pero la solución sería mejorar la justicia, no reemplazarla con venganza.

“Argentina 1985” ganó el Golden Globe, el tema del juicio a las juntas volvió por suerte al discurso público. Para quienes no la vieron o no conocen el juicio, ninguno de los acusados mostró arrepentimiento de los crímenes de lesa humanidad que cometieron, sonrieron incluso con el veredicto; sabían que de una u otra forma se iban a vengar, porque la venganza es la forma que el instinto entiende como justicia. Pero este juicio viene de una bola de nieve en la cual la justicia no actuó y actuó la venganza. Los actos guerrilleros no fueron condenados por la justicia y cuando le quisieron poner un coto, Perón creó la Tiple A, una policía paraestatal para perseguirlos y desaparecerlos: venganza; la guerrilla se endureció y sus actos terroristas fueron más duros todavía: más venganza; la democracia no pudo y llegó la dictadura y los humilló, los violentó, los mancilló, los desapareció: más y más venganza; en 1985, ahí sí aparece nuestra película estrella, actúa por primer vez la justicia y le tocó lo que correspondía tanto a guerrilleros como a militares, pero después fue el mismo peronismo el que borró con indultos el único acto de justicia que podía hablar de nosotros orgullosos de nuestra sociedad. El problema de la venganza es que nunca muere, siempre se está cocinando, no importa los años que se esperen, en la cárcel o en una biblioteca, siempre se cocina y en 2003 movidos más por la venganza que por la justicia, reabrieron juicios para satisfacer el instinto de ver morir a Videla con 80 años cagando en un tacho en cárcel, y lo tuvieron. Hoy cada vez más, surgen movimientos revindicando la última dictadura y jurando venganza. Milei no sale de un repollo.

Quien me conoce un poquito sabe que todo el tiempo estoy leyendo y es difícil preguntarle a alguien al que le pasan treinta libros al año cuál es su libro favorito, sin embargo yo lo digo sin pestañar: “Matar a un ruiseñor”. La historia de un abogado antítesis de Burlando, llamado Atticus Finch que intenta hacer justicia en un estado del sur de Estados Unidos por un hombre negro acusado de violar a una mujer blanca, cuando toda una sociedad lo único que quiere es cobrarse venganza por los negros que odia, pretende mostrar la falla del juicio por jurados, pretende contarnos que las personas que nos creemos tan buenas y pedimos la sangre de otros también cometemos delitos a veces. En un pasaje hermoso del libro, le enseña a su pequeña hija que puede dispararle a los todos los grajos que quiera si es que logra alcanzarlo, pero que recuerde siempre que es pecado matar a un ruiseñor. Ojala que los Burlando que piden la sangre de los acusados del asesinato de Fernando Báez Sosa puedan leerlo también.     

 

Publicado por Juani Martignone

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