Ganar batallas con furia

Estaba en la pista del boliche bailando una Britney furiosa cuando me di cuenta que al lado mío estaba La Romi Scalora, siguiéndome los pasos. Le pregunté si era ella y actué como un cholulo que se mezcla con un groupie: le dije que la extrañaba en la radio, a lo cual me respondió que pagan muy poco (nada sorprendente que una radio que se pasa de progre precarice a sus columnistas); le confesé que nunca la había visto en Bendita y que adoraba todos los comentarios que hacía en redes sobre Gran Hermano, y que, yo también, era de esos que nos sentíamos defraudados con la deformación obscena del formato y con la burda intención de la producción del programa de definir una ganadora hace meses y hacer todo lo posible para que eso suceda y para que el público la elija. “Hoy la violencia es cool” dijo decepcionada La Romi mientras nos pasamos un enorme vaso con lo que estábamos tomando. La violencia es una moda con la que ninguno estaba de acuerdo. El boliche era una fiesta gay que siempre nos había servido como espacio de resistencia a la sociedad que nos imponía sus modas, sus estilos de vida aprobados. “Sigamos resistiendo en estos lugares” dijo y después se abrió el telón y una Britney con un mono de cuero rojo bailó junto a una con una serpiente amarilla y a otra con uniforme de colegiala. Bailamos, cantamos a los gritos la música que sólo es cool en esos boliches, en los que se resisten a las modas.

Juliana Scaglione, conocida por “Furia” en la última edición de Gran Hermano Argentina, quedó lejos de ser la ganadora del juego; hasta donde sé, ninguna competencia premia un sexto puesto, no entran ni en el podio, salvo que hablemos de niños de jardín de infantes a los que hay que darles una medalla a absolutamente todos porque es más fácil eso que desactivar un berrinche; de ese modo, infantilizando, se comporta el canal que trasmite el programa tratando de decirle a una perdedora que es la mejor jugadora de la edición para que no monte una escenita. Friendly reminder: es bueno que te enteres que las competencias tienen un único ganador (una persona o un equipo, dependiendo del tipo de juego). Haber ganado notoriedad, plata, amigos o una experiencia única, no te transforma en ganador de nada, simplemente adquiriste algo, positivo quizás, de la competencia en cuestión. Cuando somos adultos, no hace falta entregar el premio al mejor compañero, al que nunca faltó, al que siempre presta los útiles, no necesitamos trofeos de consuelo, a veces, sólo necesitamos ganar.

 



Furia no está más en la casa “La casa más famosa del mundo” porque así lo quiso “El supremo” según los latiguillos de cuarta que se usan contantemente en el programa para infundir de épica a un producto costosísimo, de baja calidad, pero efectivo a nivel comercial; de hecho, yo, soy un ejemplo de fiel seguidor del formato desde 2001. El paso de Furia por la casa nos dejó un rosario de puteadas, gritos por doquier, constantes y bien sonantes, discusiones infantiles en las que gana el que grita más fuerte, momentos de violencia que jugaban siempre con el límite de lo físico y la banalización de enfermedades y condiciones que desperdigaban cataratas de ignorancia, que nunca fueron advertidas por el conductor, la producción o “El Gran Hermano”, quizás por el favoritismo que exudan en esta edición por la participante, haciendo extremadamente evidente aquella idea que siempre giró alrededor del programa que dice que está todo arreglado, armado y guionado. Vimos en esta mismísima edición, durante la gala, videos explicativos y lacrimógenos, que pretendían educar a los participantes y a la sociedad, de por qué había ciertos “chistes” que no son graciosos si ofenden a una comunidad basándose en el desconocimiento. Pero claro, eran otros participantes, cuando fue Furia la que tiró una frase que cala profundamente en la ignorancia que pretendió, hace más de veinte años, mantener a los portadores de VIH en el antro de los parias, la respuesta del conductor a una ex participante que lo apuntó fue “Explicáselo vos cuando se vean”; con ella no había necesidad de educar ni de transmitir un mensaje a la sociedad tan importante como que el VIH no se contagia por cercanía, por eso decir reiteradas veces “No se acercan a mí como si tuviera HIV” sólo alimenta un prejuicio viejo y tira por tierra incluso, que hoy, con los nuevos antirretrovirales, alguien que conoce su diagnóstico y se trata y se encuentra indetectable, tampoco contagia aún teniendo sexo sin protección. Menuda información que se perdieron de dar en el programa más visto de la televisión argentina, en un país donde los índices de casos de gente que vive con VIH están entre los más altos del mundo occidental, descontando África, y todos aquellos que aun no conocen su estado serológico, porque los argentinos, cada vez que podemos, nos jactamos de gay friendly, pero los médicos, a los únicos que mandan a hacerse el test de VIH, es a los varones homosexuales; los varones heterosexuales sólo se lo hacen cuando se van a casar porque están obligados, y las mujeres si logran dar con un ginecólogo/a que se los recomiende. El VIH y la homosexualidad masculina y el contagio irracional son un prejuicio tan enfrascado en este país como el de los judíos para el que el programa sí alertó a la participante mientras todos estábamos viéndolo.

Hoy, con Furia fuera de la casa, podemos ver, que lejos del tugurio del encierro no logró reflexionar ni ápice de lo que hizo y dijo. Lo mira, se ríe, dice que es show, que generó contenido para el canal y no le toca una sola fibra íntima, ni aun, cuando deja hablar a otro y ese otro intenta explicarle por qué algunas de sus actitudes son dañinas para el público que la consume. Cuando le preguntaron por sus dichos del VIH, explicó de dónde venía esa frase retrógrada que usaba constantemente y consideró que sólo eso era un buen justificativo para que siga emitiendo mensajes prejuiciosos. Luego se disculpó, también empujada por una periodista, pero lo hizo del modo en el que la disculpa no es una reflexión personal sino una sensibilidad extrema del otro; usó la frase “Si alguien se sintió ofendido, le pido disculpas”: el modo más vil de disculparse porque no reconoce el error; en esos casos hasta es preferible que no se disculpe y que se siga mostrando como la ignorante del tema que es. El tema es que Furia no puede disculparse reconociendo un error porque no ve en ella error alguno, sufre un alto grado de psicosis donde se ve como la mejor persona del mundo, tal como le dijo en un momento de intimidad pública a Verónica Lozano. La diferencia entre el neurótico y el psicótico es que el neurótico comprende que hay algo que está haciendo mal pero no lo puede evitar. Por ejemplo, yo todas las noches, hagan 20 o 2 grados, abro las ventanas de toda mi casa, aunque sea tres centímetros, porque tengo pánico a que haya una pérdida de gas, aunque sólo tenga un único artefacto que usa gas y esté siempre con la llave de paso cerrada; tengo una neurosis grave con el tema, lo sé, pero no lo puedo evitar, el miedo puede más. En cambio, un psicótico, como Furia, no se da cuanta que hay algo que está haciendo mal, vive en una realidad en la que no comprende que no es real lo que cree. Para tomar el mismo ejemplo, si fuera un psicótico, estaría asegurando que con llaves de paso cerradas un único artefacto pierde gas igual y no se va a ir por las cuatro rejillas de ventilación cruzada que hay porque el no está asegurado que se escurra por las hendijas.

No reconocer la violencia que podemos desperdigar mientras nos movemos puede ser peligroso para nosotros mismos o para terceros. Cuando, además, esa violencia la desperdigamos en el programa de televisión más visto de la Argentina, que sobre todo ven los más chicos, el problema pasa a ser más grave. La pregunta que siempre nos hacemos es ¿es posible que la violencia que se ve por televisión se derrame a la sociedad y crea que puede actuar del mismo modo? ¿Estamos seguros que los televidentes comprenden que estamos frente una ficción, tal como asegura Furia al referirse a que todos los participantes son un personaje? De la misma forma que hemos visto a niños festejar cumpleaños temáticos de Milei, como motosierras y cagando a martillazos una maqueta del Banco Central, también vimos cumpleaños temáticos de Furia donde quizás algún chico se vio movido a pechear a un compañerito o gritarle e insultarle porque así lo hace su ídola de la televisión y así gana en las placas de eliminación.

Las personas que fueron contratadas como panelistas y hoy cumplen el rol de defensa ciega de Furia, como el fandom perverso que logró conseguir la ex participante, que se animó a apedrear a los autos de la gente que no hablaba bien de su adorada, creen que todo el mundo que ve Gran Hermano entiende que es show en el que es divertido ver gente violentando a otra porque así se gana, al mejor estilo de Los juegos del hambre, y que nada de eso tiene que ver con la vida; y en el caso de que tanto Laura Ubfal, como Eliana Guercio o Gastón Trezeguet, consideren que aquella violencia que vemos en prime time es un mero reflejo de la sociedad violenta en la que vivimos, alientan a que esos perpetradores de la violencia sean los ganadores del juego, porque la violencia o los discursos violentos no son buenos, pero sí son efectivos, ganan batallas. Milei sentado en el sillón de Rivadavia es un ejemplo claro de eso.

Sería injusto culpar a los panelistas devenidos en fanáticos o a los votantes de un Milei que prometía romper con todo lo preestablecido. Yo también fui de los que apenas comenzó esta última edición de Gran Hermano me puse del lado de Furia porque traía un aire nuevo, alguien que por fin decía las cosas sin pelos en lengua y venía a romper las versiones lavadas anteriores en las que siempre ganaba el bobo, pero lindo y hegemónico. Del mismo modo que pasó con Milei a nivel país, había un hartazgo de que siempre dos o tres se enquisten en los puestos ganadores y sea imposible moverlos, que todo sea predecible para mal y que siempre todo caiga para el mismo lado. Estoy más de acuerdo en que Milei o Furia no son quienes nos trasmiten la violencia que tenemos dentro macerada por los años de injusticia, sino que más bien creo que son el reflejo de una sociedad que está con la violencia a flor de piel y ellos funcionan como catalizadores. No es la función que espero de un presidente o de la televisión, sino que entiendo que lo que hacen los países que viven en democracia es pedagogía constante; educan por todos los lados que pueden para que la sociedad elija tener cada vez mejores gobiernos y, por ende, mejores Estados. La furia, aunque es efímeramente eficaz, sólo es catártica. El problema que tiene los adalides de la catarsis colectiva, es que una vez que expulsamos toda la mierda afuera, estamos más tranquilos y exigimos resultados. Eso le pasó a Juliana Scaglione, a Furia, y hoy está fuera de la casa porque sus gritos ya dejaron de ser un clamor de justicia y se tornaron un ruido espantoso que no es más que eso: ruido. Y como bien dijo el panelista Ceferino Reato, de eso mismo debe cuidarse Milei.  

 

Publicado por Juani Martignone.

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