Lo que no repudias, vuelve

“¿Dónde están las feministas?” claman quienes sienten que los reclamos de las que se muestran como feministas son débiles o simplemente no existen cuando el acusado es alguien que pertenece a sus huestes. Es rarísimo que cada vez que pasa un hecho de violencia machista que se circunscribe dentro del anillo de pertenencia de las feministas mainstream, desde la más ínfima hasta las peores atrocidades, siempre encontramos a muy pocas autoproclamadas feministas que emiten una opinión, un comentario o un repudio. Y siempre son las mismas dos o tres.

¿Por qué si se están violentando a las mujeres le exigimos explicaciones a las mujeres y no a los varones que son quienes violentan? Algo de lo que esconde la pregunta que reclama el repudio de las feministas cuando se denuncia a ciertas vacas sagradas, es la idea de una situación autoinfligida: un día salieron las mujeres a reclamar, cuando nadie se los exigió, lo hicieron porque estaban hartas y lo hicieron con furia y vehemencia; mostraron los dientes, la ira, y cuando nos fuimos adentrando en lo que reclamaban nos dimos cuenta que tenían suficientes razones, las comprendimos, nacieron los aliades, ser feminista se puso de moda, nacieron los escraches, machete al machote, cállate varón, yo te creo hermana, todo aquel que recibió una denuncia pasó a ser culpable hasta que se demuestre lo contrario, invirtiendo la carga de la prueba a como lo dicta la ley en nuestro país; llenaron calles con mareas verdes, introdujeron el término “deconstruir”, ayudaron a que la más simple de las chicas pueda plantear cuestiones de género hasta en la caja de un supermercado, denunciaron en gang, abrazaron a las víctimas, postearon “Mira cómo me pongo”, se hicieron cargo de sus cuerpos y exigieron su autonomía ante los demás; y cuando el acusado es alguien del riñón partidario que cooptó el movimiento de mujeres: silencio atronador, y las dos o tres de siempre que terminan hablando solas, pedaleando en el aire, sin marea verde o de otro color que las acompañe. Las más culpógenas retorcerán sus músculos para emitir un comentario que repudie, pero a la vez no tanto, que diga generalidades y no vaya al hueso como Congreso en plena marcha del aborto. (ver tweet de María O’donnell intentando repudiar a Pedro Brieger sin siquiera nombrarlo)

¿Cómo se pasa de 100 a 0? ¿Por qué Juan Darthés es un escándalo con puestas en escena y con José Alperovich apenas coberturas, o “habrá que ver” “que la justicia lo defina”? Es entonces que la pregunta original cobra sentido. ¿Molesta la violencia machista o molesta la violencia machista cuando la ejercen sólo quienes están en la vereda de en frente? Los gritos exacerbados para unos y el silencio, los reclamos velados o flojitos, para otros, hace que muchos se pregunten por qué no se aplican las técnicas que nos enseñaron con algunos machitos privilegiados.

El caso de Pedro Brieger data de hace tiempo y es altamente probado: tiene decenas de víctimas que dieron testimonio. Entre las víctimas, muchas pertenecen a ese grupo que se empoderó y se sumó a denuncias colectivas y ajenas, montadas en una ola que hacía una marea que todo lo arrasaba; nunca pudieron contar en primera persona lo que habían vivido, aun cuando muchas lo estaban haciendo, aun con la compañía, en la desgracia, de otras a las que les había pasado lo mismo y lo sabían, porque, en los pasillos, se sabía. En un momento tan efervescente, el silencio las pudo con lo propio, pero les dio la fuerza suficiente para gritar por lo de otros. ¿Solidaridad? ¿miedo? ¿vergüenza? ¿complicidad? Difícil de saber por qué quienes tenían todo para hacer una denuncia, incluso la valentía que mostraban, no la hicieron en su momento y esperaron que el periodista Alejandro Alfie inicie, con mucha dificultad, una investigación, que dio a conocer a través de la red social X y logró el testimonio de cinco mujeres que contaron con pelos y señales los tipos de acosos y exhibicionismos a los que se vieron sometidas. Recién ahí volvieron al ruedo, al activismo, a la lucha que parecía olvidada, aun cuando el elefante estaba en la habitación. El caso de Pedro Bieger dolió y tocó fibras íntimas del movimiento de mujeres por varios puntos: no fue denunciado por mujeres, sino que el que le dio visibilidad fue un varón que las buscó, las escuchó y les creyó; varias de las víctimas pertenecían al movimiento feminista que azuzaban la denuncia y arremetían sin piedad; y por último, Pedro era un aliado a la causa, se había colgado su pañuelo verde, militado las causas feministas, hablado en lenguaje inclusivo para no ofender, mientras, tras bambalinas, no podía mantener en paz su pito con las mismas compañeras de lucha, política y partidaria.

 



Si algo nos han enseñado de feminismo Brieger y sus amigas, es que es muy difícil para una víctima hacer una denuncia. No es nada sencillo poner a disposición su cuerpo, su integridad, sus pruritos, ante los ojos públicos. En este caso, bastó que un varón, fuera del ámbito de la elite feminista, se atreviera a hacer la denuncia que nunca habían hecho a pesar de tenerla en la punta de sus dedos, para que, en menos de una semana, se reunan “las que corresponden” y junten una veintena de víctimas que sólo estaban esperando el llamado a denunciar de parte de alguien de la liga de la justicia feminista, alguien como Nancy Pazos, una verdadera feminista, alguien de adentro, alguien que no las quiere “ensuciar”. Y todo queda sucio, desprolijo, sin explicación y enturbia las aguas de una lucha que nació tan loable, que todos nos prendimos y así, también, todos nos decepcionamos. Salir, hoy, a hacer una denuncia que pudiste hacer cuando tenías los medios, el aparato estatal y el viento a favor para hacerla, sólo porque otro se puede robar tu bandera no habla ni de la sororidad, ni del respeto a las víctimas, ni de querer cambiar de raíz y de verdad y sistema patriarcal que nos perjudica, aún cuando esos depredadores están entre los nuestros. Todo empieza a oler como a un tongo, un grupito cerrado en el que sólo ellas deciden cuando es el momento de gritar, sacando a todo aquel que quiera darle voz a aquellas que no gritan, por miedo, por conveniencia o por soledad. También suena extraño que hasta hace dos minutos nunca habían emitido documentos colectivos, presentaciones o parafernalias fenomenales para reconocer que sus técnicas primitivas de la lucha, como el escrache, el creer sin pruebas, e invertir la carga de la prueba, transformando a alguien en culpable hasta que se demuestre lo contrario, no eran herramientas justas sino vengativas. Hoy, de buenas a primeras, no quieren machete para el machote Brieger sino que con un pedido de disculpas, les alcanza a la veintena de víctimas que nunca se había atrevido a contar las atrocidades que habían vivido hasta que Nancy las arrió. De nuevo, raro.

Entre tanta agua sucia, tanto que se deja librado al azar de las más viles elucubraciones, podemos encontrar un hilo rojo que cose a todas y cada una de las denuncias de violencia de género que no tuvieron la exclamación iracunda del movimiento feminista que obligó a que muchos se preguntaran, casi con sorna, “¿Dónde están las feministas?”. Si tomamos como vara la denuncia (probada) de Juan Darthés, podemos decir que figuras, quizás menos conocidas, pero con evidente mayor poder, casi no tuvieron coberturas difamatorias, ni de ninguna otra especie; recibieron el beneficio del silencio del movimiento. No nos expusieron a la ira que nos podía generar lo que hicieron casos como el de los militantes de La Cámpora que violaron en gang a una chica en un auto en pleno Palermo; ni a las vejaciones que sufrió la sobrina del ex gobernador José Alperovich de parte de él mismo; o a la doble humillación que recibió la víctima del intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, primero cuando el político abusó de ella y luego cuando el periodista militante Horacio Verbitsky le bajó el precio diciendo que era una prostituta. Revisando estos tres casos, por no nombrar el caso de Foier, Ezequiel Guazzora o Dante Palma y volviendo al caso de Pedro Brieger, resulta ser que el hilo rojo que los une es que todos tienen la misma afiliación partidaria: el peronismo.

Nada indica que ser peronista es automáticamente signifique ser un violador, abusadores o depredadores sexuales, los hay en todos lados y en todas las afiliaciones partidarias, solo que, del mismo modo que con el peronismo se es más benevolente respecto de la corrupción o de los gestos autoritarios, también se lo es respecto de la violencia de género. Estar bajo el paraguas del peronismo provee el silencio, al menos hasta que alguien decida meter la cuña y entonces se active el protocolo para no perder la potestad de ser los únicos autorizados a realizar un reclamo, eso sí, nunca con tanta estridencia como si fuera de un partido ajeno.

Cuando estaba sucediendo, entre el 2016 y el 2018, muchos advertimos del flagelo que sería que una causa justa y noble sea cooptada por partido político para hacerla carne de su bandera, cuando, hasta ese momento, sólo había despreciado los motivos. Si bien la cooptación de una causa por medio de un partido político trae más difusión y mucha trascendencia y resultados (basta ver que el aborto sólo salió cuando el peronismo abrazó la causa feminista, antes, cuando no estaba dentro de la agenda feminista, poco le importó el tema de las mujeres o ayudar a hacer que el aborto fuera legal), pero, del mismo modo, exige algo a cambio. Los partidos políticos con hambre de poder no adhieren a causas por puros ideales, lo hacen por algo a cambio, para ganar algo. El feminismo le trajo al peronismo un aire refrescante en un partido que la única juventud que podía mostrar eran los señores (varones todos) de más de cuarenta años de La Cámpora y el resto eran señores con aires feudales que gobernaban las provincias bajo preceptos del siglo XIX. Pero, como pasa en los partidos extremadamente verticalistas, como lo es peronismo, es que primero que los ideales van los intereses del partido; no desgarrarlo ni estropearlo; si hay mugre puertas adentro, se tapa bajo la alfombra, porque pueden abusarse sexualmente entre ellos, pero para un peronista no hay nada mejor que otro peronista, y el feminismo, la violencia de género o hablar con la “e” pasan a un segundo plano si la unidad o el prestigio están en juego. Así se callan durante años feministas que tuvieron todo para hacer una denuncia y se avivan recién cuando otras, las que no estaban en sus filas se animan a contar la verdad. Mientras tanto, soportaron estoicamente, como un soldado inmóvil que Pedro Brieger, el mismo que, como más leve, se masturbaba delante de ellas obligándolas a verlo, se pasee por todos los programas hablando de feminismo e igualdad de género sin poder refutarlo porque es un “compañero”. Ese precio tan caro que les hacen pagar, nos lleva a creer, con total certeza, que primero se es peronista y luego feminista o ecologista o militante por los derechos LGTB. Si algo está en juego en la causa madre, el peronismo, todas las demás causas secundarias no importan tanto como el partido, pueden quedar guardadas en un cajón por quince años como el caso Brieger. No hay ideales que sean tan fuertes como para ir a cuestionar al partido.

Subordinarse a un partido obturando los ideales anula todo tipo de autocrítica, lo que hace que el mismo partido no mejore, sino que se mienta a sí mismo. La falta de autocrítica es también el combustible eficaz para incinerar toda predica de ideales. ¿Y si en realidad nunca fueron feministas y sólo se sumaron a una ola de otras para juntar votos mientras puertas adentro escondían a sus violadores? ¿si el pañuelo verde fue sólo una vestimenta para inyectarle popularidad al partido? Así piensan los furibundos anti feminismo, los que principalmente son el electorado de Javier Milei; y motivos para pensar así no les faltan, alguien se los dio para pensar así, para que sus teorías crezcan y ganen adeptos y elecciones. Esos motivos se los da el silencio, entre otros, el silencio de las feministas cuando callan y hacen que otros se pregunten dónde están.

Pablo Neruda escribió una vez “Me gusta cuando callas porque estas como ausente”. Esa ausencia deja un lugar un lugar vacante que será ocupado por otro que, por lo general, viene a destrozar todo lo que hizo el desertor: lo bueno y lo malo. Quizás estemos en la puerta de una ola anti feminista, y quizás sea una ola auto infringida, porque si nos preguntamos dónde están las feministas, también están en sus silencios.        

 

Publicado por Juani Martignone.

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