Cómo destruir al feminismo en diez días

Después de que el kirchnerismo, en el 2010, se anotara como un poroto propio la sanción de la ley de matrimonio igualitario, hordas de putos y tortas y todas las diversidades bajo la bandera arcoíris volcaron su devoción irrestricta a la señora de Kirchner y todo lo que ella proponga; incluso consiguió la fidelidad de aquellos que, dos días antes de ese frío 10 de Julio, la odiaba o no la junaban.

Como pasó, y sigue pasando, con todas las banderas que el kirchnerismo apropia, para la opinión pública los únicos que defienden, amplían y tienen derecho a hablar en nombre de la diversidad son los kirchneristas; “no se puede ser puto y derecha” nos decían a los que adheríamos orgánicamente, asumiendo de manera ramplona, nuestra ideología. Por eso, de manera fácil y rápida, se dijo que todos los putos éramos kirchneristas porque debíamos serlo. A la mayoría no me costó convencerlos de mí no adhesión política al movimiento de retórica montonera que le dio una pátina de progresismo blanco y puritano propio de la izquierda norteamericana, que se adjudicaba el verdadero sentir nacional y popular, llamado kirchnerismo; pero a muchísimos aún me cuesta, porque cuando una ideología se asocia a un partido político, quitarla es como destruir un átomo.

Después del 2010, como era previsible de un partido que quiere apropiarse de una causa para crear la conciencia de que es propia, las marchas del orgullo pasaron de ser un reclamo extremadamente festivo exclusivo de la comunidad LGTB, a ser una marcha plagada de carteles y consignas partidarias. Hubo años en los que no se pidió por los medicamentos del VIH, pero sí se pidió por la liberación de Milagro Sala cuya homofobia había sido explícita. Y si algo demuestra lo duradero de esta asociación del kirchnerismo con la comunidad homosexual, es que en la última marcha, la del 2023, se escuchaba en la calle una de las consignas que cuya bandera blande el espectro K, como “Palestina libre” para invitarnos a la lucha y resistencia por su existencia de un país como Gaza en el que eventos como marchas del orgullo no existen simplemente porque a todos los que ahí estábamos nos habrían colgado en plaza mucho antes. Pollos militando por la existencia y perduración de KFC. Y del mismo modo que sucedía en las marchas, la palabra pública, en medios y redes, de la comunidad homosexual fue tomada por la militancia kirchnerista, para afirmar la idea que son sólo ellos los nos defienden, los que trabajan por y para nosotros.

De fondo estábamos los demás, los que no comulgábamos y nos veíamos obturados por un kirchnerismo LGTB que era minoritario, pero muchísimo más ruidoso. Después del enojo por la bandera de identidad apropiada y de años de dejar de participar del único espacio propio, como la marcha del orgullo, volví, a modo de resistencia, para evitar que me roben un espacio que no tiene un partido político asignado, porque de lo que trata es de vivir con la diversidad, sexual, política, social; un espacio donde los putos dejamos nuestros enconos con las tortas para abrazarnos y defenderlas como hermanas. Decir “acá estoy” en una turba de gente que grita desaforadamente su pleitesía a Cristina por considerar que ella y sólo ella nos dio la posibilidad de casarnos.

Algo parecido sucede hoy con el feminismo. Después de que la mismísima reina del partido kirchnerista en 2015 haya dicho que la marcha de “Ni una menos” no pretendía abogar por los derechos de las mujeres a no ser asesinadas y desechadas como algo inanimado, sino que era una marcha opositora a su gobierno, y tras bloquear sistemáticamente la, apenas, posibilidad de debate del derecho al aborto legal por cuestiones personales, por gobernar como si el Estado fuera de ella, al estilo Luis XIV y su frase apócrifa “El Estado soy yo”, en 2019, hicieron un rebranding, dijeron que volvían mejores, que volvían mujeres, que sus hijas les habían explicado cómo pasar de furioso pañuelo celeste a furioso pañuelo verde y tomaron la palabra pública para explicarnos, desde el kirchnerismo, qué era el patriarcado y cuáles eran las luchas feministas; hoy sabemos que era sólo un repintado de para volver a como dé lugar para tomar el control del Estado mientras adentro, mantenían las mismas figuras y estructuras patriarcales rancias que de la boca para afuera decían combatir, de hecho pusieron a una de esas figuras como presidente, y lo hizo una mujer.

Nada de este rebranding hubiese sido posible sino contaban con el apoyo irrestricto de un grupo de feministas cooptadas o de kirchneristas devenidas en feministas por puro hype. Y aunque feminismos los había de todos los tipos y colores, del mismo modo que pasó con la causa LGTB, el feminismo kirchnerista siempre fue el gritó más fuerte; y la asociación de un movimiento noble y universal, un mínimo derecho humano, pasó a ser asociado con un partido político que vestía de verde para la ocasión, para el pase directo a las oficinas estatales que tanto les gustan (el peronismo es el partido político que más tiempo gobernó en esta última democracia) y que tanto les ayudan a sus economía personales mediante chanchuyos que no pueden evitar como un adicto al paco. Después vendría la aprobación de la ley de aborto legal que salió como por un tubo cuando los peronistas que habían votado negativamente dos años atrás recibieron la orden de votar a favor y se subordinaron, as usual. Con un hito comprobable y con un elenco estable que hablaba de feminismo desde el Instituto Patria, los derechos de las mujeres pasaron a ser sólo ampliados y defendidos por el espacio que comprende “el campo nacional y popular”. El mismo flagelo que recibimos los putos diez años antes: si antes ser puto era ser peronista, ahora ser feminista era ser peronista.

A este staff de sororas que monopolizaban el micrófono del feminismo se sumaron peronistas de ley como Julia Mengolini y Ofelia Fernández como también feministas que venían hace años militando los derechos de las mujeres como Malena Pichot, desde el humor, y Dora Barrancos de años y años de estudio en el CONICET, pasando por personajes como Gabriela Cerruti cuyo discurso pro aborto intentó tapar a fuerza de repetición de retórica al de Silvia Lospennato del PRO, hilvanándolo con otro hito del relatos kirchnerista como las Abuelas de Plaza de Mayo y asegurando que la nueva militancia venía a hacer justicia por ellas, las viejas, las que antes no supieron, mediante una revolución que pretendía llevarse todo por encima como en una guerra, caiga quien caiga y con todos los daños colaterales necesario, como así también personajes como Galia Moldavsky que cada vez que habla del tema lo hace como si fuera la dueña del feminismo, la que nos cuenta como el feminismo es una masa uniforme y homogénea como la del mazapán en el que todas piensan como ella.

Fue gracias a estas mujeres que el feminismo se asoció con el kirchnerismo, que le dio la etiqueta de primer gobierno feminista al que lideraba un hombre acusado de gatero y golpeador y una mujer que cuando tuvo el poder no tiró ni una migaja a igualdad de género. Es por eso que hoy al verlas modificar el discurso para encaje dentro una lógica que no dañe a su partido, hace pensar algo que siempre supusimos: para ellas el peronismo es más importante que el feminismo, aunque ese peronismo sea liderado por viejos meados, gateros y violadores.

El caso de Dora Barrancos puede equipararse con el de los científicos que fueron estrellas durante la pandemia: la fascinación de ser escuchados por el presidente, la tilinguería de debilidad ante el poder. Esta escucha, después de años de no poder salir del ostracismo, hace que los cientistas, tanto sanitarios como sociales, entreguen sus causas de base para obsequiárselas al partido que los escuchó; y pasen a ser militantes obcecados: entre ciencia y peronismo, peronismo; entre feminismo y peronismo, peronismo. Así, como a nivel de periodismo científico le pasó a Nora Bär, a nivel cientista social pareciera pasarle a Dora Barrancos, que décadas anteriores venía estudiando en soledad al patriarcado y cuando Alberto Fernández la escuchó y la puso a cargo de un estamento estatal, entregó todos sus estudios y los puso a favor de la causa, peronista, claro. Escuchar que una feminista pura cepa como Dora intente minimizar una denuncia por violencia de género tratando de desacreditar a la víctima acusándola de desequilibrada, alcohólica y además agregarle la carga peyorativa de tóxica, que habitualmente siempre recaen sobre las mujeres. Entre elegir a una supuesta víctima sin poder y a un ex presidente, elije asegurar taxativamente que el hombre, el poderoso no sólo por género sino por posición que ocupa y ocupó en la historia del país, es completo inocente. Tantos años de estudio, tantas víctimas escuchadas para creer de antemano una versión conspiranoica de un tipo que, a medida que pasa el tiempo, cada vez encaja más en el perfil de un machirulo de manual. Si esa es la respuesta que puede dar una científica que lidera una institución como el CONICET entonces Milei tenía razón, se está gastando plata en gente que no estudia bajo método científico, sino que defiende causas por corazonadas, por militancia política.

En el caso de Julia Mengolini, más conocido porque la gente ve más la TV y el streaming que los papers científicos, intentó hacer una práctica muy habitual en el kirchnerismo cuando la evidencia destrona su relato: el rulo retórico. Retorció el argumento de maneras inverosímiles para justiciar por qué ahora, en el caso en el que se acusa de violencia de género a Alberto Fernández, por primera vez en toda su trayectoria en el feminismo ella no le cree a la mujer y confía en el hombre al que le puso el voto y lo militó hasta cuando cerró escuelas a mansalva, también con rulos retóricos, para eludir que esa política recayó especialmente sobre las mujeres. En el programa de streaming que tiene en Cenital Ernesto Tenembaum y María O’donnel, Julia repitió lo que había dicho en su radio previo de recalcar que a las mujeres borrachas no se les puede creer simplemente por borrachas, porque lo olvidan todo. Lo dijo frente al silencio impertérrito de los conductores, que en el caso de Ernesto es habitual, deja que el invitado de se eleve o se hunda solo, pero es curioso en el caso de María que nunca, y muchísimo más en un caso donde está relacionado el feminismo, deja pasar inadvertidas especulaciones tan machistas como las de Julia. Es conocido el caso del vendaval que armó cuando un senador, en su programa de radio, dijo que no le podía dar entidad a esas mujeres porque eran unas “mal cogidas”; ahora Julia dice que no le puede dar entidad a Fabiola porque es una “borracha” y del otro lado hay silencio.

 



El hueco argumental que encontró Julia para salvar al macho peronista de una acusación tan grave en la que siempre estuvo del otro lado, es hacernos sentir que si hasta el día de hoy, quienes la escuchamos, creímos que cuando las feministas decían “Yo te creo hermana” se estaban refiriendo a creerle a la víctima, entonces no entendimos nada, somos unos idiotas que tomamos literal una frase, que según Mengolini, era apenas ilustrativa, algo así como para ponerle punch a una causa, pero eso no implica creerles a las mujeres, mucho menos si son borrachas o mal cogidas o despechadas. Y también es curioso, porque quienes seguimos en caso de Thelma Fardin, creerle a esa chica años y años después en un delito dificilísimo de comprobar, era crucial. Fueron Julia y sus séquitos feministas quienes salieron a batallar a cualquiera que ponga en duda la palabra de Thelma aludiendo su inestabilidad emocionalmente o algunas de las cosas que hoy sí se atreve ella a decir de Fabiola.

Es posible que en el momento de Thelma no hayan percibido que en este país existe la presunción de inocencia, a pesar que varios lo hayamos dicho en reiteradas oportunidades, y que ahora, recién ahora, lo estén notando. No es eso lo que dice Julia. Ella afirma siempre haber respetado la presunción de inocencia y que la frase “Yo te creo hermana” no presumía nada. ¿Entonces debemos pensar que cuando a los represores de la última dictadura militar se les pedía “Juicio y castigo” no era la pretensión de cárcel sino una imagen ilustrativa para que se los investigue respetando su presunción de inocencia? Porque si es así, la mayoría de los represores están presos sin condena y varios tienen más de 75 años, si se les respetara la presunción de inocencia, y Mengolini la respetara a ultranza, estaría militando por su libertad haciendo visitas a la cárcel con los diputados de La libertad avanza. No se puede subestimar a la militancia que arengaste diciendo que nunca entendieron bien el concepto. Es más honesto intelectualmente y como persona y compañera, asumir que se equivocaron que en aquellos momentos se envalentonaron y cuando acusaban a un hombre lo destruían socialmente sin importarle su inocencia, pero ahora recapacitaron y entendieron que eso estuvo mal, que violaron todos los derechos que tiene un humano, incluso un violador, para defenderse, porque vivimos en un Estado que debe impartir justicia, no venganza envuelta en un pañuelo verde.

En este tren subestimativo de la gente que las siguió, que las escuchó, que se repreguntó, que se acercó al feminismo, al final del día se encuentran con personas que no son capaces de hacer la mínima autocrítica, que no saben decir “me equivoqué”; encuentran un frente canchero y soberbio que siempre quiere tener la razón. Que cuando fue mainstream les creyeron a todas las que eran sus hermanas, las de su familia, pero cuando les tocó la violencia a las víctimas judías en el ataque del 7 de octubre de 2023, donde el terrorismo gazatí, a cargo de Hamas, utilizó la violación y vejación del cuerpo de la mujer como arma de guerra y, lo que ellos dicen y el kirchnerismo avala, fue “resistencia”, ninguna feminista de las que tiene comprado el micrófono se solidarizó, incluso Judith Butler, el equivalente yanqui a Dora Barrancos, pidió pruebas para creer, pidió que se investiguen los cuerpos de esas mujeres revictimizándolas, todo lo que sea necesario, para poder ganarse el apoyo de un feminismo que odia a los judíos de la misma manera que el oficialismo del Tercer Reich alemán. El feminismo ruidoso, el que la sociedad asume que es “El feminismo”, les creyó a las víctimas hasta que los acusados empezaron a ser sus amigos, los jerarcas peronistas y los ayatolas islámicos, recién ahí repensaron la presunción de inocencia; aunque, como Julia Mengolini, no lo reconozcan.

La causa feminista, honesta de por sí, se erosiona cuando quienes hablan en nombre de ella no reconocen errores obvios a la vista de todos, subestiman a sus seguidores, defienden a quien sea que les haya dado un puesto en el Estado aun contradiciendo todo lo que estudiaron y militaron por años. De a poco, a la sociedad que se alertó en el 2015 con el Ni una menos, le van quedando pocos elementos que le den credibilidad a las Barrancos y a las Mengolinis. Y cuando un loco desaforado venga a decir que eso del feminismo no existe, que es una mentira para apoderarse del Estado para ganar elecciones, para defender a los propios, y que pretenda destruir todo, nadie lo va a detener, nadie se inmolar por las que cuando les convino se inmolaron por violentos para defender un único partido político y no una causa. De eso también serán responsables; del inicio y del fin.          

 

Publicado por Juani Martignone.

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