Las marchas de las que me gusta participar
Eran casi las cuatro de la mañana de ese 15 de julio de 2010 cuando los festejos confirmaban los rumores: el matrimonio entre personas del mismo sexo era legal. Yo tenía 28 años, era mi primera marcha y en esa plaza repleta de gente de todas las edades, ideologías políticas, sexos, cuerpos, colores e historias, hacía un frío que calaba los huesos. Pero a ninguno pareció importarnos, de hecho por momentos sentí que era un viernes más en la Plop de aquel viejo teatro de Flores, la misma gente, la música, el glitter, las mismas expresiones desfachatadas de lo sexual. Ese mismo día a las nueve de la mañana estaba sentado en el escritorio de mi trabajo como si nada hubiera pasado. Hacía apenas dos meses que había empezado ahí y no podía darme el lujo de arrancar faltando, eso sí, me di el lujo de haber ido casi sin dormir. Pero no me costó, quizás porque la euforia todavía era dueña de mi cuerpo, o quizás por haberme sentido parte de algo grande, algo de todos y de nadie a la vez, alg