Revolución como antónimo de violencia

Se nos enseña historia haciendo un recorrido por los hechos bélicos que cambiaron o torcieron el rumbo de una sociedad. Pasamos horas fanatizados viendo una temporada tras otra de Game of Thrones. Las películas de guerra son siempre taquilleras y desde que recuerdo se estrena una nueva por año y si sos de mi generación estoy seguro que al menos viste tres de esas películas completas. Quizás este combo más algún recuerdo nostálgico de la rebeldía adolescente que tuvieron nuestros mayores es que se instauró en nosotros el axioma de que las revoluciones que cambian algo de verdad no son pacíficas, no piden permiso, atropellan, se imponen y tienen que tener lógicamente un componente violento. Y la verdad que hasta la mitad del siglo pasado podríamos decir que era cierto pero un día llegó la máxima expresión de la violencia: la bomba atómica. Aunque algunas cosas ya venían cambiando y otras aun no lo han hecho ese hito marcó un antes y un después. Se crearon las Naciones Unidas para fomentar el diálogo entre países; se incorporó el término de genocidio, las culturas anteriores no tomaban nota de las grandes matanzas de seres humanos; empezó a nacer el concepto de “crimen de lesa humanidad”; y se empezó a ver con mejores ojos la idea de la “No violencia”.
En 1930 India seguía siendo una de las tantas colonias británicas en las que lideraba la supremacía del inglés blanco por la del indio nativo. En marzo de ese año Mahatma Gandhi inicia una marcha pacífica hacía el océano Índico la cual se denominó la “Marcha de la Sal”. El gobierno británico tenía el monopolio de la sal, la gravaba con fuertes impuestos y prohibía la obtención autónoma de la misma ya que con sólo poner un poco de agua salada en un cuenco al sol obtenías ese tan preciado mineral. Por esta razón, la gente más pobre que necesitaba de la sal para el refrigerio de las carnes debía pagar mucho dinero por ella ya que si atrevía a obtenerla por su cuenta podían detenerla.
El 5 de Abril cuando Gandhi por fin llega al océano toma un poco de agua en cuenco desafiando no sólo a la ley sino a todo un imperio con un simple gesto pero muy simbólico. Detrás de él, miles de manifestantes hicieron lo mismo. El gesto se multiplicó en todo el país y las autoridades no se quedaron atrás, arrestaron a todos y cada uno que violara la ley del abastecimiento de la sal y ninguno se resistió. Meses después cuando llevaban más de 60.000 indios detenidos por “robarse la sal” el Virrey británico se vio obligado a tomar reflexionar y levantó la prohibición del auto abastecimiento de la sal en India.
Diecisiete años después de este hecho tan simbólico que no ejerció el mínimo de violencia, la India se independizó de los ingleses. Gran Bretaña solita se fue y les dejó el lugar para que ellos mismos se gobernaran. Quizás deberíamos preguntarnos por qué si a ellos que lo único que hicieron fue juntar agua en un tarro les devolvieron las tierras y a nosotros que fuimos a los tiros a Malvinas todavía no las quieren ceder.

5 de abril de 1930 fin de la marcha de la sal

Llegando más a la actualidad pero aun en el siglo pasado una revolución fenomenal dio sus frutos después de casi medio siglo. En 1990 en Sudáfrica caía el régimen conocido como Apartheid, un sistema de segregación y discriminación racial que consistía en la separación de los espacios públicos como así también los derechos sociales de los negros y los blancos. A pesar de ser una minoría sólo los blancos podían votar, ser profesionales, tener comercios, u ocupar puestos en el gobierno. Además existía una fuerte separación en las ciudades donde se delimitaban los espacios que podían ocupar los blancos y los que podían ocupar los negros, como bancos en las plazas, colectivos, hospitales, veredas, playas y todo tipo de espacio público que se imaginen. Por supuesto existía una resistencia negra a este sistema, lo cual tiene lógica si tomamos en cuenta que la mayor parte de la población se veía gravemente afectada.
Entre esta resistencia, también no violenta, se destacó un líder llamado Nelson Mandela que manifestación tras manifestación terminó preso, pero fiel a su estilo pacífico sus seguidores no trazaron un operativo poniendo bombas en algún lado para luego exigir la liberación de su líder, simplemente continuaron marchando en paz.
La respuesta no fue rápida, pero si efectiva. Después de 30 años en prisión el presidente electo lo liberó de manera legal y cuando en 1994 asumió como presidente en su gabinete puso a varios a blancos para la sorpresa de algunos. Cuando se le preguntó por qué Mandela aclaró que no quería la supremacía de ninguna raza por sobre otra quería que todos convivieran en armonía sin importar el color de su piel. Quizás deberíamos preguntarnos por qué a veces nos rapta la idea de que el juego de poder se invierta y el oprimido pase a ser opresor o al revés, en vez de pensar en una convivencia en donde nadie quede en el papel del oprimido trabajando a la par, negros y blancos, varones y mujeres, heterosexuales y LGTB.

1960 marcha contra el apartheid en Sudáfrica

Ya en este siglo, entre el 2009 y el 2011 una revolución llegó a la instantaneidad de nuestros teléfonos. Las elecciones de 2009 en Irán despertaron fuertes sospechas de fraude (como para no) y contrariando la ley de ese país que prohíbe las manifestaciones, la sociedad salió a protestar igual copando Teherán. La represión, como no era menos de esperar, fue brutal, pero las protestas continuaron, y aún así nada cambiaba. Resultaba muy difícil hacer escuchar al líder supremo iraní la voluntad del pueblo ¿cómo hacerse escuchar? ¿Cómo contar lo que sucede en un país donde los medios son manejados por el Estado y controlan lo que se debe decir y lo que no? La clave estuvo en Twitter, el lugar donde no existe el dueño de un medio que elije una línea editorial o un Estado que requiera de los medios para hacer propaganda. En 140 caracteres los iraníes le contaron al mundo la injusticia que estaban viviendo. El mensaje le llegó por ejemplo a un chico como yo mientras se tomaba el 140 hasta Palermo para ir a trabajar.
A estas protestas y manifestaciones digitales que se dieron en Irán se las conoce como la “Revolución Verde” en parte porque era el color que representaba al candidato opositor que se vio perjudicado con el aparente fraude pero también por la connotación de esperanza que se le adjudica al color, en este caso esperanza de que algo cambie. Lamentablemente nada cambió en ese país, el régimen se encuentra intacto. Me preguntaran entonces para qué sirvió la protesta pacífica y mi respuesta es como inspiración. Entre al año 2010 y 2013 en varios países vieron desde sus timelines como los iraníes se habían animado a manifestar y los incitó a hacer lo propio en su patria. Fue así como Egipto terminó con una dictadura de 30 años, Libia con una de 42 años, Siria con una de 15 años, Yemen con una de 21 años y Argelia con una de 12 años. La llamada primavera árabe. Quizás deberíamos preguntarnos por qué elegimos enojarnos con los que no comulgan con nuestras ideas en vez de contagiar para que cada vez seamos más y más y que el cambio que logremos sea efectivo, real y no se desvanezca al primer cambio del viento.

2009 marcha de la revolución verde en Irán

Sobre todas las cosas creo que lo primero que deberíamos preguntarnos es cuan real es ese axioma que nos dice que las revoluciones que cambian los rumbos del mundo son siempre violentas. Podría hacer una larga lista de casos en los que hubo movimientos que se armaron para cambiar el mundo y no lograron más que una fuerte contraofensiva. Intentar violentar a quien nos violenta no es más que el ojo por ojo de la ley del Talión. Tener muy buenas razones para hacer un cambio no debería llevarnos a utilizar métodos violentos para imponerlo porque bien sabemos que el fin no justifica los medios. Y si esta es la lógica de las revoluciones entonces cobra sentido la teoría de los dos demonios.
Siento que vivimos un momento de revolución, un momento de revolución feminista, por eso me veo obligado a pensar que no quiero cualquier tipo de revolución a cualquier precio y caiga quien caiga porque revolución también puede transformarse en un antónimo de violencia. Quiero una revolución que se rebele pacíficamente al sistema preestablecido quizás como “La marcha de la sal”, una revolución que pretenda la convivencia entre unos y otros quizás como lo que se logró con el fin del “Apartheid”, y sobre todo quiero una revolución que no se imponga por sobre los demás sino que los contagie quizás como la “Revolución verde”, poco a poco, uno a uno, desactivando pequeños mecanismos de base que son los que en la escalada llevan a cometer atrocidades como los femicidios.
Es cierto que después de todas estas revoluciones pacíficas pareciera que hoy el mundo va en dirección a una guerra nuclear, pero si me dan a elegir yo prefiero un mundo que tenga más Gandhis y Mandelas y menos Trumps y Kim Jongs. Y eso está en nuestras manos.

Publicado por Juani Martignone

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