Estúpida y sensual censura


Para emular el modo de relatar de alguien que nos gobernó por muchos años voy a contar lo que viví el último martes 20 de marzo. Estaba en la peluquería retocándome el color (real, lo de la peluquería y lo del color también) cuando en esas largas esperas me topé con el informe del cual todos venían hablando, el de Amnistía Internacional Argentina, así que me dispuse a leer las 44 páginas del informe. Por supuesto lo leí por completo pero de movida el título me alarmó, se llama “El debate público limitado”.

¿Acaso vivimos una era en la que está cercenado el debate porque se está limitando la libertad de expresión? ¿O justamente quieren limitar un poco la libertad de expresión para tener un mejor debate? Si tenes el temple de leer las 44 páginas del informe, quizás veas que ambas cosas están mezcladas todo el tiempo, cuando en realidad ninguna de las dos suceden como tal. Cómo siempre prefiero que cada uno saque sus propias conclusiones, dejo el link para descargar el informe:


Si lo leíste o si no, el informe se basa netamente en Twitter, en las agresiones allí vertidas a diario y en el efecto de trolling, todas cosas que para los que somos usuarios son bastante viejas. Quiere dar cuenta que ante la gran cantidad de trolls y de bots twitteando se agrede a ciertas personas con el fin de invalidar su discurso y eso provoca el amedrentamiento y el posterior silencio de las voces disidentes.

Confieso que me resultó bastante curioso que Amnesty de cuenta hoy del efecto trolling. Los que venimos de hace tiempo con Twitter vimos que durante el kirchnerismo al emitir una voz contraria al gobierno de ese momento te ganabas una catarata de mentions tildándote de “cipayo” “gorila” “vende patria” “te da letra Magnetto” “tenes las manos manchadas con sangre” “queres que vuelva la dictadura” “devolve los nietos”. Y después del 2015 con Macri, el hombre que vino a cerrar la grieta, nada cambió todo está exactamente igual, en realidad con algunas diferencias, ya estamos bastante más curtidos y ahora los que te responden cuando algo no te gusta del actual gobierno son los que en sus bios profesan “yo apuesto al cambio” “anti K” “amo a mi país” “fuerza leona” “resista Mauricio”. O sea, los dos extremos de una misma cuerda. Nada cambió. Amnesty se dio cuenta ahora.

Lo que tampoco cambió entre el gobierno anterior y el actual es la fenomenal libertad de expresión que vivimos, cada uno puede opinar de lo que quiere, como quiere, con argumentos o no, con datos o no, con razón o no, con insultos o no, tildando a alguien de gato, de yegua o de cualquier animal de zoológico que más guste. Y creo que de eso se trata. Las redes sociales, y en especial Twitter que es el opinódromo por excelencia, nos ponen a nosotros como protagonistas para decir lo que nos venga en gracia. Hace no mucho tiempo yo recuerdo que los canales de televisión eran un puñado que alcanzaba una mano para contarlos y los “periodistas estrellas” eran los dueños de la verdad. Si Neustard decía que la telefonía debía ser privatizada todos creían que así debía ser. Hoy no. Carlos Pagni en una entrevista dijo “Ahora estoy escribiendo sobre la reforma electoral que quiere sacar el gobierno y puede haber un cientista súperespecializado en ese tema de universidad equis que con un tuit me destruye la nota. Y en el mundo donde se leen esas cosas es un papelón. Antes no existía eso; antes, ese tipo lo comentaba con sus amigos en un café pero nunca llegaba a decir `Mira, éste es un tarado, mira lo que está diciendo’. Hay más intercambio, más comunicación. Por supuesto que en esa masa de información, descubrir la verdad o detectar el sentido es más trabajoso. Te somete a desafíos más grandes” (Publicado en La Nación 3 de Marzo de 2018).

Y esto no es ni más ni menos que la democratización de la comunicación, todos nos convertimos en pequeños productores de información, difusores de contenidos, ensayistas del día a día, aun cuando eso que tenemos para gritarle al mundo no es de lo mejor, ni lo más acertado o inteligente que digamos. Quizás eso es lo que molesta en las esferas que hasta ahora manejaban la comunicación o las elevadas opiniones. De hecho Umberto Eco expresó su furia contra este cambio de paradigma “Las redes sociales le dan derecho a hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas” (Publicado en La Stampa en Junio de 2015). El problema parece ser que no todos pueden opinar de todo, sino que para hablar de ciertos temas antes debes presentar credenciales. Esto dice Amnesty en sus recomendaciones cuando propone que el Estado debe controlar los comentarios de los trolls, los bots y los que parecen trolls, bots, lo retwiteadores seriales, los faveadores, los influencers. Como si para esta organización que dice abogar por las libertades personales la opinión debe ser calificada y si ignoras del tema tu derecho a hablar no será garantizado. Cuando leo estas propuestas recuerdo un texto de Eduardo Galeano “Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada” (La Celebración de la voz humana/2 de El Libro de los abrazos, diciembre de 1989).  

Es justo decir que no solamente decimos sino que también leemos y en ese punto Amnesty tiene razón al alertar que nos encontramos ante el flagelo de los trolls y las fake news (noticias falsas) Pero ¿quién no compartió alguna vez una? El mismísimo Reynado Sietecase, citado en el informe por ser víctima de trolls, confesó haber compartido una fake news sobre un acto en homenaje a Santiago Maldonado en Nueva York. Pero la existencia de estos elementos no hacen el debate más limitado sino más complejo, un desafío, como dice Pagni. En todo caso el problema no está en la enorme masa de contenidos y el libre acceso a ellos sino en cómo utilizarlos, cómo digerirlos, cómo educar a la población para entender que cuando hay rondando una noticia sobre un matadero de ositos panda en Ranelagh, antes de compartirla, debemos chequearla. Pero este punto, el de la educación de la sociedad para consumir contenidos no es algo que parezca interesarle a Amnesty, es más rápido y más efectivo cortar las voces poco calificadas.

Si algo nos enseñó Twitter cuando empezamos a nadar en ese mar de cosas interesantes y de fakes en igual medida es preguntarse antes de dar por sentado. Cuando leímos que Nancy Dupláa había dicho que quería que al país le vaya mal para que fracase Macri y vuelva Cristina, lo primero que hicimos fue ir a crequear la noticia, y en efecto, era falsa. Y lo hicimos porque muchas veces antes compartimos alguna frase de alguien que tomamos por buena y saltó un nobody a decirnos que estábamos errados y nos expuso ante todos. Aprendimos. Y no sólo a chequaer la información sino también a ver de dónde viene, quien tiene información fehaciente y quien es un troll, o un bot. Quienes usamos mucho Twitter combatimos mucho a los trolls porque es el principio de la autodepuración que promueve la red. Otra cosa que se le escapó a Amnesty. Incluso tampoco mencionó que hace aproximadamente unos 6 meses a todos los twitteros nos bloquearon las cuentas y tuvimos que seguir una serie de pasos para comprobar que realmente no éramos bots.

Pero quizás el problema no sea los verdaderos usuarios de Twitter que sabemos quién es quién dentro de la red, sino aquellos que lo leen de afuera, lo que ven los tweets en el noticiero de la tarde y se indignan, quizás sea por eso que como caso testigo toman a una persona que no tiene cuenta de Twitter. O sea, que una señora se sintió ofendida por lo que decían de ella en una red social de la cual no participa y ahora propone callar a todos los que no saben quién es ella realmente. Mariela Bielski es la vocera de Amnesty que se sintió ofendida porque en esa red social se hablaba mal de ella y acusó a todos de trolls, haters y difundidores de fake news, lo que no dice es que en el momento en el que más se la atacó fue cuando se confirmó que la afirmación que ella había jurado sobre que a Santiago Maldonado lo había hecho desaparecer la gendarmería era falsa. O sea cuando nos enteramos que la vocera de una agrupación internacional de prestigio había hecho circular una fake news sin un solo dato certero sembrando el pánico en la sociedad.

Y en todo caso a Bielski se le podría haber dicho que si alguien la difamaba por Twitter podría haberse creado una cuenta y desmentirlo como lo hace el periodista Hugo Alconada Mon que también fue mencionado en el informe pero omitiendo que desmiente con argumentos cuando lo difaman. Porque la libertad de expresión te da la posibilidad de decir lo que quieras pero también de aclarar o desmentir cuando consideras que se está diciendo algo injustamente sobre vos. La libertad va en ambos sentidos.

Soy usuario de Twitter desde el 17 de Octubre de 2010, uso mi nombre y mi apellido, o más bien mi apodo y mi apellido (@JuaniMartignone), tengo una foto de mi cara aunque con el pelo más largo y escribo todo lo que pienso casi a diario, desde cosas banales hasta serias. Con el tiempo he cambiado de opinión y ya no me rio de las cosas que antes me causaban risa. A lo largo de estos 8 años he recibido todo tipo de insultos por pensar distinto y nunca me amedrentaron, respondí a cada uno como si fuera una persona real, me banqué que me bloquee desde Sofía Gala hasta gente que ni conozco sumando más de 20 personas que ya no puedo leer. Tengo una colección digital de las puteadas que me escriben. Y aunque con muchos me enojé nunca deseé que dejaran de existir. No me da miedo de opinar, por el contrario, elevo la apuesta y tiro cataratas de tweets, porque sé que del otro lado puede haber un intelectual, un gordo en calzones twitteando desde el sillón, o un fake, pero cuando se quiere decir algo nada lo para ¿O acaso se callaron las víctimas de las dictaduras en Latinoamérica incluso sabiendo que los podían ser borradas de un plumazo?


El problema no es una red social (una de las menos usadas en Argentina) que promueva el decir por decir, el problema es que se quiera plantear que no podemos decir por decir. O el problema está en Facebook que te incita a compartir tus gustos personales y luego después los filtran para vendernos porquerías, o peor aún, el famoso nuevo algoritmo que utiliza donde solo te muestra aquellas cosas con las que te sentís a gusto, allí nunca vas a tener un completo desconocido que te noquee con algo que desconocías y te saque de la zona de confort. Pero bueno Facebook parece ser inofensivo para Amnesty.

Cuando Gutemberg inventó la imprenta la iglesia se opuso rotundamente porque temía perder el monopolio del conocimiento, hoy tenemos las redes sociales para llegar a cualquier lado. En 2013 le escribí un tweet a Aníbal Fernández y me bloqueó, ahí me di cuenta que como sea le había llegado y no le había gustado. Quizás sea ese el motivo del informe de Amnesty, el miedo de que cualquiera llegue a cualquiera para decirle cualquier cosa y lo saquemos de su zona de confort y pierdan esos monopolios que tienen.

Estamos en un cambio de paradigma que pocos comprenden y nos obliga a debatirlo, pero para mejorar la calidad del debate público debemos aprender a debatir y no eliminar a aquello que no sabe hacerlo. Porque como dirían Sartre y Beauvoir, todos tenemos plena libertad, está en nosotros reflexionar sobre cómo la utilizamos.    



Publicado por Juani Martignone

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