La creatividad dentro de la grieta


A esta altura está clarísimo que en nuestro país vivimos dentro de una grieta constante y sonante que gobierna absolutamente todos los índoles de nuestra vida, incluyendo lo que opinamos desde los bombardeos en Siria hasta una adolescente que no usa corpiño o bien, nuestros gustos desde los musicales, actorales, literarios hasta las comidas como el sushi o el choripán. Quien se encuentra en cualquiera de los lados de la llamada grieta tiene límites en su pensamiento y una obstinación férrea para no moverse de ese lugar. Particularmente no conozco persona alguna que se haya movido de un lado al otro de esta famosa grieta (y aquí no incluyo políticos ni periodistas que hay de a miles).
Uno de los últimos temas que parece que sólo se puede dirimir bajo los lineamientos que impone la grieta es el tema tarifas de servicios públicos. Quienes están de un lado te dirán que “es imposible seguir pagando valores irrisorios por los servicios como se venían pagando y que hay que actualizar para pagar lo que realmente valen”. Ahora bien, quienes se encuentran del otro lado dirán que “éste es un ajuste fenomenal, que mucha gente no llega a fin de mes teniendo que pagar tanto”. Si por un momento, y si es que te encontras de alguno de los lados, intentas abstraerte para verlo desde afuera, te darás cuenta que ambos lados tiene razón. Tienen razón en las expresiones no así en las posibles soluciones que presentan, por una simple cuestión: no son las únicas. No todo se reduce a pagar 7.000.000% más de un día para el otro o pagar lo mismo que hace 5 años.
Porque la grieta te puede quitar muchas cosas, amigos, parientes, lugares, gustos, pero sobre todo te quita la creatividad. Creatividad para pensar el mundo en conceptos distintos a los binarios que nos presentan asumiendo que todo es blanco o negro, Boca o River, o a muerte. Con esto no me voy a jactar de la persona más creativa del mundo pero cuando uno crece y se desarrolla en un país que desde siempre te enseña a pensar en términos maniqueos, la fórmula que me resulta más efectiva para pensar alejado de estos conceptos es ver ejemplos, cómo hicieron otros cuándo estos mismos problemas se les presentaron. No para copiar exactamente sino para que se abran nuevas líneas de pensamiento y quizás arribar a una solución mucho más creativa que incluya a ambos lados de una grieta que, en efecto, tienen razón.
Si queremos pensar el tema tarifas es lógico ver números y empezar a comprender que consumo promedio de un argentino se encuentra en los primeros 25 más altos del mundo, al lado de países fuertemente tecnológicos. Si miramos la misma tabla el consumo promedio de un vecino nuestro casi con los mismos usos y costumbres como un uruguayo se encuentra en el puesto 95. Por ejemplo, el 20% de los hogares de la Argentina tiene internet y el 75% de hogares de Uruguay tienen internet, pero un argentino consume más del doble de energía que un uruguayo. Por lo tanto podemos asumir que es cierto que el desconocer el valor de las cosas nos llevó al despilfarro, ahora si la respuesta a 10 años de irrealidad es ajustarlo en apenas 3, está más que claro que la cachetada será fuerte, muy fuerte, y en el medio muchos se quedarán en el camino.
¿La única salida que se le encuentra a salir del despilfarro es subirte de un día para el otro las boletas de los servicios en un 200% sacándote la poca previsibilidad que ya podías tener en tu economía doméstica? La respuesta claramente es no. Una palabra muy sencilla lo refuta: concientización. No se concientiza en vialidad sólo subiendo las multas, también las señales empiezan a ser más claras, la ciudad se adapta a ellas, obtener un licencia comienza a ser más complejo, se educa con campañas y en las escuelas. Por eso, si se pretende reducir el consumo de energía eléctrica ¿no estaría bueno arrancar facilitando el cambio de la lámparas domesticas por lámparas bajo consumo? ¿O ponerse estricto en los niveles de consumo con los que se fabrican los aparatos electrónicos? ¿O campañas para educar a la gente a no derrochar horas de agua en la ducha? Una cultura no se cambia en 3 años y mucho menos metiéndote la mano en el bolsillo.
Ejemplos hay muchos, desde el Reino Unido que desalienta el uso de energías fósiles como el gas para darle lugar a energías más limpias, más seguras, renovables y de fácil generación como la electricidad. O Noruega, donde el valor de la energía no es el mismo siempre, es muy cara cuando más se usa y baja de precio cuando el consumo es menor, por eso la gente no lava ropa o carga su auto eléctrico a la misma hora que tiene prendidas las luces, la PC, el televisor y el horno eléctrico, lo hacen cuando todos duermen, cuando no hay miles de oficinas y edificios públicos funcionando y por ende miles de sistemas de calefacción activos. Podemos también mencionar el sistema de tarifa plana que tiene Canadá el cual hace que muchas veces ganes acorde a lo que consumís y otras veces gane el Estado, quizás en el promedio sea el valor real del servicio pero te otorga la previsibilidad de saber que todos los meses pagas lo mismo y no como acá que cada mes la sorpresa es distinta e inexplicable.
Es muy real que en estos ejemplos los servicios son carísimos pero lo que también es real es que son de calidad, tema que quedó siempre por fuera de todas nuestras discusiones, pagáramos mucho o pagáramos muy poco. Cuándo el Estado transfería miles de millonadas a las empresas proveedoras de servicios en la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, estuvimos 40 días sin luz ni agua. Y ahora que las millonadas las pagan los usuarios esto no cambió ni un poco, basta con pasar por Caballito o Villa Crespo en Crespo en verano para ver cómo los generadores portátiles (elemento casi habitual en la zona metropolitana) están funcionando sin parar. Entre las preguntas que se hacen los del lado que quiere que pague el Estado y los que quieren que pague el usuario no se encuentra la pregunta de cuánto invierten la empresas proveedoras, porque si vamos a hablar del valor de las cosas, esas cosas deben valerlo.
Por último como nativo de una ciudad con olor a pueblo de la provincia debo decir que muchas veces todas estas discusiones se quedan en el marco de la única zona que importa, la metropolitana, la que hace ganar elecciones. En el llamado interior nunca se pagaron cifras tan irrisorias por el gas, por la luz o por el colectivo que te lleva a tu trabajo, entonces cuando se quiere subir la vara toda a la vez los que quedan más jodidos siempre son los que no viven en CABA o el conurbano.
En temas como estos donde la complejidad es mucha, se nos empuja y casi se nos obliga a ser creativos y eso no lo logramos afirmando inamoviblemente algo apuntando al que afirma inamoviblemente lo contrario, porque somos exactamente lo mismo y en el mundo todo no es lo mismo, es diverso y se hace más vivible cuando comprendemos esas diversidades, no cuando creamos una grieta ubicando a un lado y al otro gente que piensa en el mismo modo.

El meme más utilizado en redes para explicar que ambos lados de la grieta son los mismo pero opuesto.


El jueves la escritora Claudia Piñeiro en el discurso inaugural de la 44ª Feria del Libro de Buenos Aires advirtió sobre el uso de la palabra “grieta” que nos terminó llevando a una efectiva grieta intelectual “Hoy quisiera traer otra palabra que creo que fue usada de una manera que nos hizo mucho daño: grieta. Todos sabemos lo que es una grieta. Pero la palabra se usó para definir la división de nuestra sociedad por pensar diferente. Si hay una grieta hay dos territorios separados por un vacío. No hay puentes. No hay comunicación posible. Si uno quiere pasar de un lugar al otro para dialogar se cae en una zanja. Los que no se sienten parte de ninguno de los dos sectores están condenados a desplomarse en ese tajo hecho casi de violencia: una grieta no se piensa, no se planea, desgarra la superficie de forma antojadiza. La democracia es pluralidad de voces viviendo en un mismo conjunto y espacio social. ¿Éramos una grieta o el lenguaje operó sobre nosotros y nuestras diferencias para que no haya diálogo posible? Tal vez, si hubiéramos hecho una advertencia desde la conciencia lingüística la historia sería diferente”.
Quizás la solución a este embrollo no la tiene los técnicos, en cambio sí la tienen los intelectuales como Claudia, y tengamos que arrancar desde la base: terminar con la grieta. O bien, utilizar una palabra más adecuada a lo que somos para darnos cuenta que realmente no existe. Que somos capaces de mantener diálogos, de comprender las diversidades, de ser creativos, de abordar soluciones a pequeños y a grandes problemas, de escuchar y ver ejemplo, de tender puentes entre unos y otros.
Eso sí, siempre y cuando no insistamos en mantenernos estrictamente en nuestra posición acusando al otro.                

Publicado por Juani Martignone
Todo el contenido, como las responsabilidades derivadas es propiedad de quien firma.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El alrededor florece; mi cuerpo perece

Ayer un viaje, hoy una marcha, mañana una elección

La devaluación democrática