2001: Una odisea sin tiempo ni espacio


El año en el que mi papá cumplió 18 años se estrenaba en el mundo 2001: Odisea en el espacio. Una película de Stanley Kubrick que si la vemos hoy en día nos sorprende. No solo por la terrible tensión y el terror que maneja sin la necesidad de mostrarte un solo monstruo o bicho feo, sino que considerando que se emitió por primera vez en el año 1968 (año en el que todavía el hombre no había llegado a la luna) tiene un gran rigor científico y formidables efectos especiales aún mucho mejor que algunas películas actuales de temática espacial. Sin dudas es una de mis preferidas de Stanley, tanto, que la veo cada vez que Max la pasa e incluso cuando el año pasado los cines argentinos las volvieron a poner en cartelera como preludio del medio siglo del estreno, fui de los que dijo presente.
El año en el que yo tenía 18 años era justamente el 2001 y en nuestro país se estrenaba una odisea que hasta entonces nunca había visto ni volví a ver. Aquellos eran tiempos muy distintos a los actuales. Internet era un privilegio de muy pocos, los teléfonos celulares (que en ese entonces no llevaban chip) también. Los mensajes de texto comenzaban a asomar muy tímidamente y en forma de telegrama. Las redes sociales no estaban ni en los sueños. No existía Netflix ni estaban de moda las series. No existían las bebidas energizantes. El techno empezaba a llamarse música electrónica porque por primera vez arribaba al país algo que no conocíamos pero nos decían que era furor en el mundo: Creamfields. Te enterabas del panorama musical internacional si tenías la suerte de que alguien te traiga de afuera una Time Out. No había invasión de noticias en la TV. Había muy poquitos canales de 24hs de noticias. Mónica y César conducían Telenoche. Los periodistas hablaban mal de los gobernantes en los medios y ellos no les respondían por cadena nacional, una carta en Facebook, o acusándolos de ser del partido opositor, se la bancaban, después de todo iban gobernar igual por cuatro años. Si ibas a un supermercado grande y todo te salía 36 podías pagar con 36 pesos o 36 dólares y no te daban vuelto.
Esa fue una época y gracias que terminó. Y no lo digo solamente porque me resulta detestable la nostalgia, también lo digo por lo que vino después. Porque cuando tenía 18 años no fue el estreno de una película lo que más me marcó sino una crisis que nos afectó a todos en todos los índoles.
Ese mismo año, el 2001, fue el primero que viví fuera de mi pueblo natal. Empecé el CBC, que en aquel entonces era todo un sacrificio que alguien pudiera irse a estudiar (o lo era para un chico de escuela pública de clase media como yo). Recuerdo muy claro que aquellas dos materias que todo el mundo detestaba porque no eran las que hacían referencia a la carrera eran las que a mí más me llamaban la atención porque me clarificaban un poco de que iba esto de ser una persona que está inserta en la sociedad y que aspira a ser un profesional. De Pensamiento científico aprendí el método con el que alguien debe referirse a las cosas si quiere hacerlo con la seriedad que se requiere. Aprendí de lógica, de estadística, de la importancia de los números fríos, de argumentos, de refutación, de los grados de veracidad, de que los pensamientos no son caprichosos o porque alguien me lo dijo, surgen de un proceso que los transforma en reales. Quizás gracias a esta materia es que hoy me cuesta comprender cuando alguien sostiene su idea con un “para mí” y no es capaz de esbozar otro argumento. De Sociedad y Estado aprendí que la sociedad, el Estado y el gobierno son tres cosas bien distintas. La sociedad es la gente, el Estado es el mecanismo que protege a esa gente y el gobierno es quien, alternándose, maneja ese mecanismo. Quizás gracias a esta materia es que aun no comprendo cuando me dicen “el Estado somos todos” o cuando algún gobierno se adjudica bienes y potestades del Estado porque ahora “nosotros somos el Estado”.
En ese contexto tan particular y con todo lo que venía aprehendiendo, del panorama político y social me llamaba la atención el comportamiento de ciertos sectores ante un gobierno débil que no pegaba una ni por casualidad e incluso se daba el lujo cometer actos de corrupción (que al lado de los que conocemos hoy, el caso de los “Diputados y la Banelco” nos parece algo de rateros de poca monta). El primero que me llamó la atención fue el del periodismo. Por aquel entonces Daniel Hadad no era el dueño de un multimedios sino el conductor de un informativo nocturno a las 12 de la noche en el constantemente te hacía ver que el país estaba en ruinas a como dé lugar, recuerdo incluso que en una emisión la locutora del programa arrancó el mismo llorando por la situación del país. Tenía una caricatura del presidente que lo mostraba como alguien extremadamente tonto que festejaba el crecimiento de un índice llamado “riesgo país” que para ese entonces era la muerte. Para los periodistas y economistas de la época el riesgo país era un cáncer terminal. Cuando todo cambió nos olvidamos de ese índice y ahora algunos volvieron a traerlo casualmente (¿?). Lo que parece es que ese índice desde el 2001 hasta ahora siempre se mantuvo relativamente constante.
Lo otro que me llamó la atención fue la posición de indiferencia de una oposición (que entre sus líderes contaba con quien después fuera nuestra presidenta) ante un país que se derrumbaba, económica, política y socialmente. Dejaron que el gobierno caiga por su propio peso rechazando todos los pedidos de acuerdo nacional. Que se arreglen solos. Aunque ese “solos” significó que todos terminamos pagando los platos rotos. Yo, con mis 18 años, me sentía tal como lo expresaba el grafiti que estaba a la vuelta de mi primer departamento en el barrio del Abasto: “Vivimos la resaca de una orgía de la que nunca participamos”.
Lo que vino después fue una serie de eventos desafortunados que muchos conocemos pero varios parecieron olvidar. Los bancos se quedaron sin plata. Sin dólares y sin pesos también. Una turba iracunda encabezada por un ex cómico pretendía prender fuego todos los bancos de la ciudad. Los vallaron, los forraron de chapas y los ahorristas allí estaban cortando todas las calles de la ciudad durante meses para sacar sus ahorros. El periodismo arengaba. Los medios internacionales trajeron más corresponsales. La oposición comía pochoclos desde el sillón viendo como todo se iba al tacho. Manifestaciones. Represión. La policía montada en las calles. Fuego en las esquinas. Ollas populares cada 50 metros. Muertos. Estado de sitio. Nadie puede salir después de las diez de la noche. Grupos de más de 3, marche preso. Cacerolazo. Volver al pueblo natal, una odisea. Retiro atestado de gente. Colectivos repletos emigrando. Mi compañera de CBC, Cecilia, no se presentó en el final, me llamó avisándome que se iba del país, no podía esperar un día más. La fuga de gente al exterior era masiva. Las fiestas se acercaban. Volver a casa llevó 5 horas mientras los colectivos sorteaban manifestaciones y redadas. Llegaron los saqueos. Saqueos en las grandes ciudades. Saqueos en mi pequeña ciudad. El comerciante del barrio llora por la TV, sus vecinos, aquellos a los que les fiaba hoy lo estaban saqueando. Rejas. Más crímenes. Más represión. Más gente que no respeta el estado de sitio. Más cacerolazos. Más represión. Más muertos. Un presidente pide ayuda y no se la dan. Los medios arengan. La imagen de un helicóptero. El presidente renunció. Viene uno, luego otro, luego otro, luego otro y luego otro y todo en un lapso de una semana. Nos quedan las frases de Rodríguez Saa que no pagaremos la deuda o la Duhalde “que el que depositó pesos, recibirá pesos. El que depositó dólares, recibirá dólares”. Nos llegan los números, fueron 40 los muertos. Devaluación. Se pesifican los ahorros. Un dólar se vuelve inalcanzable y no porque un gobierno no te permite comprar, no existen. Aparecen un millón de nuevos billetes. Patacones, Lecops. Vuelve el trueque. Los servicios representan el 70% de un sueldo promedio. Los sueldos caen en un 400%. Crisis. Crisis profunda. Decisiones presidenciales antipáticas. Crisis. Un poco menos de crisis y de a poco se empieza a ver que todo comienza a acomodarse. Ya estamos preparados para votar de nuevo. Vuelven viejos conocidos. Sacan mayoría de votos pero no ganan. Y la historia aquí ya es conocida porque si hay que no le faltó fue relato.
¿Alguno quiere volver a esto? ¿Alguno cree que realmente esto está a punto de volver a suceder? ¿Con qué argumentos? ¿Los aprendidos en Pensamiento científico o los que vienen de sensaciones que te dicta el universo o tu entorno?  Últimamente los llamados “onanistas del helicóptero” (por cuestiones obvias ya descriptas) reviven la idea de la repetición inminente de la odisea del 2001, sin importar el tiempo y el espacio en el cual estamos hoy circunscriptos. Porque en el fondo cuando publican “Esperando el 2001” o “Esto es igual al 2001” no pareciera que haya un pensamiento elaborado sino más bien una expresión de deseo. Y eso es muy cruel, pero sobre todo idiota, porque si realmente sucede esos mismos onanistas del helicóptero tendrán pagar la fiesta del mismo modo que lo harán aquellos con pretensiones democráticas tales como que los gobiernos lleguen a término.
Yo recuerdo crisis cambiarias fuertísimas como las del 2014 y como actual pero en ningún momento creo que se asemejó a lo que sucedió en el 2001. A pesar de lo que se ha dicho siempre me ha parecido una hipérbole creer que con el gobierno anterior estábamos a punto de la hiperinflación como la de los 80 en la que los precios subían 3 veces por día, o que con el gobierno actual estamos a punto de una crisis política, económica y social como la del 2001. Es de necio no reconocer los problemas que existieron y existen pero sobre todo es irresponsable magnificarlos como decir que “la patria está en peligro” (sin contar que actualmente el concepto de patria se utiliza en términos propagandísticos).

Hal 9000, la inteligencia artificial de 2001: Odisea en espacio


Quizás, en efecto, vivimos una especie de 2001, pero no el que vivimos en nuestro país sino uno como el de la película de Stanley Kubrick en el que tenemos una especie de Hal 9000 que nos pinta un panorama catastrófico para obtener sus propios beneficios y nosotros le creemos ciegamente para colaborar con la destrucción de su oponente aunque no nos demos cuenta que esto implica la propia autodestrucción.

Publicado por Juani Martignone
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