Massmedia setentosa
En los últimos días ante el
flagelo que vive la educación pública (por estos días de manera profunda,
porque quienes no conocemos otro tipo de educación que no sea la pública
sabemos que vive un flagelo constante) pudimos leer en la redes, sobre todo en Facebook
y en Instagram
una mensaje en cadena que fue copiado y pegado y amoldado a cada situación dando
cuenta del estado actual de la partida presupuestaria para educación pública que
finalizaba con un “esto es lo que los medios no te muestran”. Al mejor estilo 678
que denunciaba lo que los medios no replicaban desde un medio de comunicación
masivo, hoy la paradoja está intacta cuando desde una de las redes sociales más
usadas en nuestro país el muro se tiñe de estados uno detrás del otro exponiendo
el problema con la técnica copy paste.
Durante la misma semana la ex
presidenta en su discurso en defensa propia y del posible allanamiento a su
propiedad por cuestiones judiciales expresó una única preocupación en cuanto al
hecho, y fue la presencia de cámaras de televisión y las posteriores
publicaciones en “letra de molde”, como si la imagen más degradante que
conocemos de ella no es el primerísimo primer plano que publicó en tapa Noticias
sino una foto suya despeinada, sin maquillaje y con cara de susto que le tomó
un NN en el museo de la memoria y la viralizó por las redes, o que, desde por
lo menos en el siglo XXI, los diarios masivo se imprimen en colores abandonando
los moldes para letras porque algún genio inventó la impresora industrial o
pero aún porque los diarios ya casi ni se imprimen.
El término inglés massmedia
surgió entre los sociólogos de los años 70 con la irrupción de la TV a color
para denominar a los medios de comunicación masivos y su poder de influencia
sobre las masas. Cuarenta años pasaron de ese momento y vaya si el mundo cambió,
pero en Argentina cuando nos referimos a los medios de comunicación masivos,
nos referimos a la TV, a los diarios en papel y a las radios. Y los dos
ejemplos anteriores lo reflejan.
Hace unos cuantos años que no
pertenezco a las llamadas “nuevas generaciones” y creo que sería injusto
autoproclamarme como “las nuevas ideas de la juventud” cuando atravesé la
barrera de los 30. Y en mi caso personal y en el grueso de mi generación para
adelante, con la que me rodeo, fueron pocas sino nulas las veces que compramos
un diario impreso en papel. Aunque yo hace bastante más de un año que no
consumo TV en vivo sino en on demand sé que las generaciones
que me siguen ni piensan en tener un televisor en sus casas, con una
computadora potente y un buen acceso a internet les sobra, quizás el televisor
se usa como pantalla grande para replicar lo que veo en mi PC o bien como Smart
TV.
En estos últimos años en los que
venimos discutiendo en loops helicoidales “el rol de los
medios” parece que en ningún momento se nos ocurrió pensar cómo es que nosotros
o las generaciones venideras se informan, como sí lo hicieron en otras partes
del mundo. Y acá vengo a romper el concepto setentoso de massmedia para decir
que una persona entre 15 y 40 años no pone todas las mañanas “Magdalena
tempranísimo” no espera a que un periodista viejo y con cara de serio le diga “ya
estás informado” ni mucho menos puede identificar en qué parte de un diario se
encuentra la sección “cartas del lector” “fe de erratas” “clasificados” o “servicios
fúnebres”.
Hoy se transformaron en fuentes
de información masivas las redes sociales y los medios digitales, y el mayor
caudal de información proviene de memes, cadenas de Whatsapp
y pictolines.
Basta con ver en Facebook la imagen de un político con una frase demoledora
escrita por encima para ya creer que lo dijo. Lo curioso es que en muchas
ocasiones cuando ponemos ese nombre propio y esa frase en un buscador y
navegamos por dos o tres portales nos damos cuenta que eso nunca lo dijo o bien
lo dijo en un contexto bastante distinto al que se quiere proponer en ese meme,
probablemente porque detrás existe una intención clara de influenciar sobre las
masas, incluso mintiendo.
En su último libro “La intimidad
pública” Beatriz Sarlo en las notas del final cuenta una anécdota que grafica
el modo en el que los argentinos (o el mundo me atrevería a decir) nos ponemos
en contacto con la información “Un hombre creyó reconocerme y, con tono neutro,
me dijo que había leído algunas de mis notas. Le pregunté dónde las había
encontrado: ´¿Las leyó impresas en un periódico? ¿O en la web de un diario, un
portal de noticias, Facebook, lo que fuera?´ Me dijo que lo había leído en su
teléfono, sin otra precisión de fuentes. Por supuesto, no cometí el error de
pedirle precisiones sobre el tema de las notas. Hubiera sido un desolado acto
de pedantería”. Seguramente nosotros también tenemos una anécdota así o bien
nosotros mismos somos así.
Cuando la información nos llega a
nuestros teléfonos nos llega a través de algún conocido o alguien a quien
creemos conocer y la damos por válida porque lo conocemos. Cuando a la
información la vamos a buscar recurrimos a google y probablemente sea movidos por
algo que vimos en el timeline o en el muro
o en el feed de Instagram que nos llamó la atención
y queremos corroborarlo, por eso no es casual que el diario más leído en Latinoamérica
sea Infobae,
un diario netamente digital que no tiene versión impresa, o que desde hace ya
más de 5 años el diario Perfil haya migrado toda su
información diaria a su plataforma digital y sólo los fines de semana publique
una versión más extensa y compleja en papel. Quizás también sea por eso que a
la TV de nuestro país la coparon los formatos extrajeron de show en vivo porque
es lo único que puede competir ante las plataformas on demand o al recorte
específico que un user sube a Youtube.
Estamos frente a un paradigma
comunicacional en el momento que un chico de 20 años no conoce quien fue Tulio
Halperín Donghi pero vio todos los videos de “La faraona”. Y con esto no digo
que esté mal, sino distinto. Y aunque todavía existan personas que conocen al
canillita de barrio porque compra el diario todos los domingos o se pare su
mundo para escuchar el noticiero de la noche, la experiencia del mundo nos
indica que va en declive si es que no cambia. Porque aunque es cierto que el Washington
Post de un año a otro redujo en 50% sus ventas, también es cierto que The
New Yorker sigue intacto, y acá se explica con el caso de la revista de
papel Orsai que nació en tiempos 2.0.
Para aquellos que creen que apuntar
hacia los medios tradicionales de comunicación masiva es ir en contra de los
monopolios les tengo otra mala noticia: Facebook, Instagram y Whatsapp le
pertenecen a una sola persona, Mark Zuckerberg, y casualmente son esos los 3
medios digitales por los que más circula información. El escándalo Cambridge
Analytica no salió de un repollo. En la serie Marseille Gérard
Depardieu puede perder las elecciones a alcalde por un simple tweet y esto no
lo agregaron al guión para parecer modernos.
Es preciso incluir en el debate
de los medios a los medios digitales porque forman parte de la massmedia e
incluso modifican a la ya conocida en los años 70 ¿O acaso queremos pensar a
los medios del futuro por los hábitos de los +40? Quejarse por medios digitales
que una información no se publica en medios tradicionales es en vano porque la
información llega igual. Incluso con mayor alcance. Ahí está el drama
comunicacional.
Publicado por Juani Martignone
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